Venezuela
eBook - ePub

Venezuela

Biografía de un suicidio

  1. 144 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Venezuela

Biografía de un suicidio

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Es difícil saber cómo interfiere la distancia cuando uno se lanza a contar a siete mil kilómetros el relato de la tierra que lo vio nacer y en la que se crió. Juan Carlos Chirinos lo ha hecho, pensando en quienes desde fuera de Venezuela asistimos inquietos a un drama que no debería estar ocurriendo. Ha querido ofrecernos una visión del país que lleva consigo, alentado por el deseo de que esa visión trasluzca algo auténtico: "La bandera blanca que ondea en el puente que limita entre lo que somos y lo que hemos tratado de ser".

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Venezuela de Juan Carlos Chirinos en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Historia y Historia de Latinoamérica y el Caribe. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2017
ISBN
9788417118013
1

CAUDILLOS, PRESIDENTES Y RESPONSABILIDAD
Por ahora.
Cuando el 4 de febrero de 1992, con la denominada «Operación Zamora», Hugo Chávez (1954-2013) y los demás miembros del Movimiento Bolivariano 200 (mbr-200) intentaron derrocar al presidente de entonces, el socialdemócrata Carlos Andrés Pérez, que iniciaba el tramo final de su segundo mandato, Venezuela se asomó a un camino que en ese momento creía superado: la conquista del poder por medio de la violencia. Un camino que nos ha retrotraído a un estadio en el que los clanes más primarios son la norma.
La asonada golpista, pésimamente ejecutada a pesar de lo silenciosa y largamente planificada que fue, fracasó en menos de veinticuatro horas; no obstante, golpeó irremediablemente en la línea de flotación de una democracia treintañera que empezaba a madurar pero que sin duda padecía de graves defectos que la habían podrido por dentro; los principales, la corrupción política, el pobre nivel educativo general y el desinterés de la población por su desarrollo. No hay que perder de vista, aunque pequemos de un exceso de determinismo geográfico, la influencia de una «naturaleza sobreprotectora», como la llama Marcel Granier en La generación de relevo vs. el Estado omnipotente (1985); esta naturaleza «nos ha dotado a la vez de un clima benigno y de riquezas naturales que no exigen otro sacrificio que el de la extracción», lo cual ha estimulado en nosotros lo que él llama el complejo del maná, «es decir, la certidumbre de que nos basta extender la mano para que el pan llueva sobre ella», fomentando de esta manera la irresponsabilidad, la pereza y la certeza de que algún milagro siempre nos rescatará de la miseria, obliterando el esfuerzo. Ese complejo del maná tal vez nos paralice, «derrotados antes de la derrota», resignados a la corrupción porque, al final, como en las películas mediocres, todo final es feliz.
Así, pues, esa madrugada en la que los venezolanos nos despertamos alterados por el bárbaro ruido de los sables, todavía a la democracia venezolana, que en 1959 había inaugurado Rómulo Betancourt (1908-1981) como primer presidente, le quedaban los arrestos suficientes para defenderse y sobrevivir. El presidente Pérez, sorprendido y amenazado, realizó la única jugada que a los golpistas jamás se les hubiera ocurrido. Invadido por los rebeldes el Fuerte Tiuna, máximo cantón militar de la capital; asediado el Palacio de Miraflores, sede del Gobierno; y controladas casi todas las guarniciones militares de las principales ciudades del país, el presidente se fue a un búnker inexpugnable desde el cual daría la contundente respuesta que acabaría con el golpe.
Carlos Andrés Pérez, presidente constitucional de Venezuela, fue más astuto que sus enemigos y se refugió en la sede de un canal de televisión.
Y cuando en la alta noche apareció en Venevisión, los ciudadanos —también los militares leales a la Constitución— supieron que el levantamiento tenía las horas contadas. Venevisión es propiedad del Grupo Cisneros, holding que apoyó la primera campaña presidencial de Chávez para luego hacer una feroz oposición, hasta que tras el golpe de Estado del 11 de abril 2002 la relación desembocó en una amistosa «tregua», en realidad una interesada relación de amor-odio. No debe pasarse por alto que, quizá debido a las estrechas relaciones de Pérez con España, evocara el gesto famoso de Juan Carlos de Borbón al desbaratar por televisión el intento de golpe en febrero de 1981, y que tan buenos réditos le había proporcionado al joven monarca. Tal vez los rebeldes estuvieron a punto de ganar la batalla armada; pero sin duda el presidente ganó la guerra mediática porque, en ese momento, el que saliera en la pantalla chica primero, vencía. Mientras el líder de la asonada daba órdenes tácticas desde el Museo Histórico Militar de La Planicie y mandaba un tanque del ejército a derrumbar las puertas del palacio de Gobierno, el presidente andino se asomó desde Venevisión al mago de la cara de vidrio de los hogares venezolanos expresando que la suya seguía siendo la firme mano que gobernaba el país:
—Oficiales y soldados, les habla su Comandante en Jefe, ¡su obediencia es para conmigo!
Y esto fue suficiente. Si lo decía la televisión, entonces era verdad (Homer Simpson dixit).
El golpe de Estado fue derrotado; el orden constitucional estaba a salvo, aunque la legitimidad de la democracia quedaba gravemente herida, y los días subsiguientes demostrarían que las fracturas larvadas durante las tres décadas anteriores evidenciaban un sistema enfermo, aunque pareciera sano, y que debía con urgencia atender los oscuros abismos a los que se enfrentaba y por donde podía desaparecer sin avisar, tal como había quedado demostrado esa noche de febrero. Muchas lecciones habrían de sacar los demócratas de este indeseable episodio; y en la sesión extraordinaria del Congreso celebrada al día siguiente para dar apoyo al estado de derecho, quedó de manifiesto que la clase política era consciente de que había algo mucho más grave que un simple levantamiento militar de cuatro alocadas cabezas ávidas de tiranía y poder. No andaba muy descaminado Marcel Granier cuando escribió en el texto citado más arriba que «la ciudadanía está propensa a oír el canto de cualquier sirena desconocida que le ofrezca el bienestar y la igualdad de oportunidades que no ha podido encontrar en la democracia».
La mayoría de los senadores y diputados, en abrumador bloque, condenó el intento de golpe y defendió la legitimidad del presidente; la lección que aprendió la democracia esa noche —y que olvidó demasiado pronto— se resumió con nítida certeza en la perturbadora y no poco desleal frase del entonces expresidente y senador vitalicio Rafael Caldera:
Es difícil pedirle al pueblo que se inmole por la libertad y por la democracia cuando piensa que la libertad y la democracia no son capaces de darle de comer.
Intervención con la cual se ganó de manera instantánea la aprobación de la mayoría de la población, y no sería descabellado argumentar que su discurso fue el pistoletazo de salida para la campaña que dos años después lo llevaría a ocupar por segunda vez el sillón presidencial, apoyado por el chiripero, de chiripa, una manera populista que utilizó Caldera para referirse al pueblo llano, probablemente aludiendo a los versos de La patria buena, una conocidísima pieza del cantautor Alí Primera (1941-1985): «Hacen falta muchos golpes / para matar / al chiripero/ y con uno solamente / se mata la cucaracha…». En la práctica, esta sería la última legislatura de lo que en la historia contemporánea se conoce como la Cuarta República venezolana.
La astutísima jugada «televisiva» de Carlos Andrés Pérez dejó otra impagable enseñanza, que sería seguida al pie de la letra por el aventajado discípulo que la observaba. Esa noche, quizá viendo en directo cómo Pérez desbarataba su (mal) calculada acción militar, Hugo Chávez comprendió el inmenso valor de los medios de comunicación. Tal vez esa noche nació el showman político que durante poco más de tres lustros entretuvo, emocionó, enamoró, arrulló, cantó, escandalizó, defecó, indignó, avergonzó, escarneció, abochornó, afeó, miccionó, aduló, insultó, despidió y —cómo no— gobernó en directo frente a una cámara que grabó miles de horas de su imagen y su voz hasta el punto de que quizá muchos de sus seguidores padecerán síndrome de abstinencia, los efectos del vacío que su muerte ha creado.
Esa noche quizá Hugo Chávez entendió el inconmensurable valor de la tele. Así que, con un olfato político que pocos han poseído, se preparó para ofrecerse en sacrificio, rendir la causa y arriesgarse a quedar como el cobarde que, a diferencia de sus compañeros, había sido incapaz de cumplir con las tareas militares que se le habían asignado. Pero nada de eso iba a ocurrir, pues el teniente coronel supo jugar sus cartas cuando le abrieron la ventana del mago de la cara de vidrio: sí, en efecto, reconoció que no había sido el comandante exitoso que esperaban sus camaradas, pero lanzó un órdago imposible de superar ni por sus compañeros ni por los políticos a los cuales enfrentaba, pues hizo algo que casi nadie había hecho en Venezuela en su larga historia republicana: asumió la responsabilidad. He aquí la transcripción verbatim de su intervención:
Primero que nada quiero dar buenos días a todo el pueblo de Venezuela, y este mensaje bolivariano va dirigido a los valientes soldados que se encuentran en el Regimiento de Paracaidistas de Aragua y en la Brigada Blindada de Valencia. Compañeros: lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital. Es decir, nosotros, acá en Caracas, no logramos controlar el poder. Ustedes lo hicieron muy bien por allá, pero ya es tiempo de evitar más derramamiento de sangre, ya es tiempo de reflexionar y vendrán nuevas situaciones y el país tiene que enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor. Así que oigan mi palabra. Oigan al comandante Chávez, quien les lanza este mensaje para que, por favor, reflexionen y depongan las armas porque ya, en verdad, los objetivos que nos hemos trazado a nivel nacional es imposible que los logremos. Compañeros: oigan este mensaje solidario. Les agradezco su lealtad, les agradezco su valentía, su desprendimiento, y yo, ante el país y ante ustedes, asumo la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano. Muchas gracias.
En menos de minuto y medio, dos expresiones fundamentales transformaron a Hugo Chávez del temible y desconocido militar que se había atrevido a perturbar la paz democrática, en héroe audaz y conspicuo que no se avergonzaba de sus acciones y daba un paso al frente, pero con ladina paciencia: «por ahora» y «asumo la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano» conformaron el binomio perfecto, catalizador infalible de las frustraciones y deseos de la mayoría. El canto sublime de una sirena. Será materia para los historiadores explicar las razones que permitieron que el gobierno triunfante del presidente Pérez se dejara colar semejante caballo de Troya con el que Chávez sembró en las conciencias de sus compatriotas esa breve, astuta también, intervención, que más parece meditado gesto —hijo del que Carlos Andrés Pérez había realizado horas antes— que producto de la valentía y la improvisación. Por ahora, quedémonos con la evidencia: la importancia de la forma a la hora de gobernar, de ser el líder.
El storytelling del perfecto caudillo latinoamericano.
Los años que van de 1992 a 1998 en Venezuela han sido asaz analizados. Luego de permanecer un tiempo en prisión, Hugo Chávez salió lleno de proyectos de la cárcel en la que había recibido numerosas visitas de simpatizantes y donde comenzó a gestarse su plan para apropiarse del poder. En 1993, en una campaña sin obstáculos, Rafael Caldera se convirtió de nuevo en presidente del país con una enorme tasa de abstención, 39,84%, más del doble que en la elección anterior (18,08%) y, de hecho, la más alta en toda la historia de la Cuarta República. Esto revela hasta qué punto la sociedad había perdido la fe en su propio sistema político. En las elecciones del año 2000, la tasa de abstención se disparó hasta el 43,69%, pero a la apatía generalizada tal vez habría que sumarle la certeza de que los cambios anunciados por Chávez venían en camino y ya no sería necesario el abrumador apoyo de las urnas para que llevara a cabo su proyecto. Si se estudian al detalle las estadísticas de las elecciones presidenciales desde 1958 hasta el año 2000, emerge un dato que ayudará a entender el fenómeno electoral que fue Chávez antes de que el chavismo copara todas las instituciones: nunca alcanzó el número de votos, esto es, el apoyo mayoritario, que logró Carlos Andrés Pérez en las elecciones de 1988: mientras el presidente andino ganó con 3 868 843 votos (el 52,89% de los votos escrutados, sobre un censo electoral de 9 185 647 votantes, con una abstención del 18,08%), Chávez ganó en 2000 con 3 757 773 votos (el 59,76% de los votos), pero con una abstención del 43,69% en un censo de 11 720 060 electores. Comparando estas cifras, se podría especular con que el mejor Hugo Chávez habría sido derrotado por el mejor Carlos Andrés Pérez.
Que Carlos Andrés Pérez y Hugo Chávez, en líneas generales y dejando la prudente distancia de las circunstancias históricas, tuvieron el mismo seductor efecto en los votantes, es algo que se puede afirmar sin temer alejarse demasiado de los hechos; pero, sin duda, sí es cierto que sus periodos de gobierno tuvieron consecuencias populistas similares. Todo, desde luego, bajo el manto generoso de la renta petrolera, verdadero motor del poder venezolano desde 1908. Pero hay que subrayar este aspecto, siempre: la gran diferencia entre Carlos Andrés Pérez y Hugo Chávez es que aquel era de espíritu demócrata; este, no. Dos populistas, sí; dos caudillos; pero con una diferencia que no es baladí.
Desde los inicios de la vida republicana en Venezuela, el caudillismo ha sido una de las formas que con más insistencia ha intervenido en su devenir histórico. Mario Vargas Llosa, en «La muerte del caudillo» (El País, 10 de marzo de 2013), fue categórico a la hora de definir la morfología del fenómeno que representó Chávez: «Revela ese miedo a la libertad que es una herencia del mundo primitivo, anterior a la democracia y al individuo, cuando el hombre era masa todavía y prefería que un semidiós, al que cedía su capacidad de iniciativa y su libre albedrío, tomara todas las decisiones importantes sobre su vida». Dejando de lado la (omni)presencia de Simón Bolívar durante el primer tercio del siglo xix, y su posterior divinización como padre de la patria, origen y meta de la identidad nacional, en Venezuela podríamos hacer un recorrido de caudillos/presidentes todopoderosos en sus correspondientes épocas: José Antonio Páez, José Gregorio Monagas y Antonio Guzmán Blanco, en el siglo xix; Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, Marcos Pérez Jiménez, Rómulo Betancourt, Carlos Andrés Pérez y Hugo Chávez, en el xx. A todos los unen, además de haber ejercido el poder en Venezuela con la plenitud que quisieron, la necesidad, más o menos oculta en ocasiones, de emparentarse con el caudillo fundacional de la estirpe, esto es, Bolívar.
La (cansina) fábula original.
En 1983 se celebró el bicentenario del nacimiento en Caraca...

Índice

  1. Mínima presentación, por Nelson Rivera
  2. Inventamos y erramos
  3. 1. Caudillos, presidentes y responsabilidad
  4. 2. Adolescencia, diosas y videos
  5. 3. Todo tiene su final
  6. Un alma que se desplaza
  7. Glosario esencial de venezolanismos
  8. Algunas referencias sobre Venezuela