¡7500 millones de personas!
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¡7500 millones de personas!

Qué es y para qué sirve la demografía

Jorge Paz

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¡7500 millones de personas!

Qué es y para qué sirve la demografía

Jorge Paz

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¡7500 millones! Todo un número cuando se refiere a la cantidad de personas que habitan hoy nuestro planeta. Y más impactante cuando nos enteramos de que triplica la población de mediados del siglo XX. Ahora bien, detrás de esta fantástica cifra se esconden muchas preguntas: ¿cómo se cuenta la población? ¿Es verdad que hay más mujeres que hombres? ¿Y más ancianos que jóvenes? ¿Qué pasa si seguimos creciendo a la misma velocidad? ¿Alcanza la Tierra para tanta gente o será necesario migrar a otros planetas?De estas y otras apasionantes cuestiones se ocupa Jorge Paz en este libro, que nos cuenta que no siempre fuimos tantos. Desde el nacimiento de la humanidad (hace unos 200.000 años, en África), hubo un crecimiento estable, y se calcula que hacia el año 1000 éramos unos 300 millones. A principios del siglo XIX, la población comenzó a crecer aceleradamente (las vacunas hicieron lo suyo). Hoy el aumento de la esperanza de vida (que parece tener un límite teórico curiosamente cercano a lo que propone la Biblia: 120 años o incluso más) convive con los problemas por la subsistencia y con la inequidad global. ¿Cuáles son las proyecciones para el futuro? ¿Cuánto hay de cierto en que en el año 2075 seremos 9200 millones?En esta película llamada "demografía", las personas nacen y mueren, envejecen y migran… pero también se ríen, se enamoran, se miran y escriben libros esclarecedores sobre nosotros mismos.

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Información

Año
2019
ISBN
9789876298421
Categoría
Social Sciences
Categoría
Demography
1. La bola de nieve
Somos mucho más que dos.
Mario Benedetti
En realidad, somos 7464 millones. Esa es la cantidad aproximada de personas que habitan el planeta hoy, a una década y media de haber comenzado el siglo XXI. Así, cada habitante dispone de casi cincuenta kilómetros cuadrados de superficie (no toda cultivable), bastante más que los dos que supo marcar William Petty como lo máximo que el planeta podía soportar.[2] Pero, aunque somos muchos más que dos y también muy diversos, nuestra especie no colapsó y existe una probabilidad cierta de que eso jamás ocurra, a pesar de que la población crece como una bola de nieve y de que ese crecimiento vertiginoso nos hace caminar siempre sobre la peligrosa cornisa que implica el equilibrio entre el tamaño de la población y la cantidad de recursos y alimentos disponibles.
El total de la población es equivalente a una fotografía y, por lo tanto, refleja una parte de la realidad, que cambia inmediatamente después de haber sido captada; podría decirse que lo hace en una breve fracción de segundo. Por ejemplo, al finalizar la lectura de este párrafo, no sólo habrá cambiado el número de habitantes por cientos, sino también la proporción entre hombres y mujeres, la edad promedio de la población y otros detalles, por lo cual resulta difícil, si no imposible, afirmar cuántos y cómo somos sin incurrir en cierto grado de error. La población crece de manera inexorable, dado que a cada instante nacen más personas que las que mueren.
En este capítulo vamos a descubrir todo (o casi todo) lo que está detrás de esa enorme cifra: casi 7500 millones de personas, o, dicho de otra forma, cómo llegamos a saber que somos muchos más que dos.
La población es una amalgama. Está compuesta por personas de distintos género, orientación sexual y edad; por gente de diferentes nacionalidad, riqueza, estatus social y educación; por individuos que votan y que eligen compartir sus vidas con otras u otros, o estar solos, tener hijos o no tenerlos y, sobre todo, seguir vivos. Esos somos los humanos; aquellos que bajo el supuesto de que constituimos una entidad “medible”, podemos sumar y llegar a los 7500 millones.
De dónde venimos y hacia dónde vamos
¿Cómo llegamos a esa cifra? Podemos imaginar que el demógrafo en su trastienda tiene una caja con un rótulo: “Historia de la población humana. Desde Adán y Eva hasta hoy”. Al abrir esa caja nos damos cuenta de que tenemos una larga historia que comienza hace muchísimos años, más quizá que los que pueden caber en nuestra imaginación y que iremos descubriendo a lo largo de los tres primeros capítulos de este libro. El primer dato medianamente fiable corresponde al año cero de la Era Cristiana. Se calcula que en aquel momento los humanos éramos 230 millones, apenas un poco más que la población actual del Brasil. Pero lo curioso de ese número, en realidad, es su permanencia en el tiempo, porque se mantuvo así hasta muy cerca del año 1700. Es decir, pasaron diecisiete siglos casi sin modificaciones.
Recién en el siglo XVIII el tamaño de la población comenzó a crecer, pero de manera muy lenta, para dar un salto enérgico en los albores del XIX. A pesar de este cambio, el crecimiento demográfico más fuerte se produciría recién entre 1920 y 1950, año a partir del cual la velocidad de incremento de la población empezó a menguar.
No resulta muy complicado entender por qué esto fue así. Entre 1800 y 1850, el ser humano descubrió algunas de las maneras de poner freno a la muerte. Esos hallazgos, entre los que se cuenta el uso de las vacunas, se difundieron entre la población y así se redujo fuertemente el número de muertes por enfermedades contagiosas. Mientras tanto, la frecuencia de nacimientos respondía al antiguo patrón de defunciones, según el cual la cantidad de nacimientos era compatible con la mortalidad que prevalecía en la población antes de aquellos hallazgos científicos. Entonces, al seguir siendo muchos los nacimientos mientras se reducía el número de defunciones, la población creció notablemente durante unas cuantas décadas hasta que, por fin, una proporción importante de gente advirtió que no era necesario probar con tantos nacimientos para encontrar la cantidad deseada de descendencia. Y en ese momento, situado en algún punto del siglo XX, la frecuencia de los nacimientos menguó y, con ello, el crecimiento de la población.[3]
Así, la natalidad siguió cayendo y en la actualidad son muchos los países cuya población ya no crece, como al principio de la historia. Esa es la situación de buena parte de Europa y de algunos países latinoamericanos como Cuba, por ejemplo; y es también la situación prevista para la población mundial según algunas proyecciones. En varias de esas naciones preocupa que la frecuencia de nacimientos siga disminuyendo, porque si esto continuara, la especie podría colapsar.
Se suele pensar que mientras existan Adán y Eva, un hombre y una mujer, la especie está a salvo. Recordemos cuál fue la estrategia de Noé para proteger al mundo del Diluvio: subir al arca una pareja de cada especie, para volver a empezar. Pero esto, que suena lógico, no es del todo cierto; es decir, la existencia de Adán y Eva es una condición necesaria pero no suficiente para la conservación de la especie. Todo dependerá de lo que decidan Adán y Eva. Los dispositivos anticonceptivos permiten hoy programar la descendencia, que va de cero al número máximo de hijos que biológicamente se pueden concebir (alrededor de quince) y depositan en las personas la responsabilidad plena acerca del futuro de la especie. Esto es, lo que pase de aquí en más depende por completo de nosotros, de cómo evolucione la mortalidad y de nuestras decisiones en el campo de la fecundidad.
Adanes y evas
Cierta vez, mis hijas me dijeron que en el mundo había más mujeres que hombres. Quise comprobar cuán difundida estaba esta creencia y les pregunté a mis alumnos de la universidad qué pensaban al respecto. Constaté que todos (sobre todo las alumnas) tenían exactamente la misma idea. Este error, cuyo origen desconozco, puede ser corregido con facilidad si se consulta una fuente de datos confiable. La realidad es contundente: de los 7464 millones de personas que habitan el planeta, 3764 millones son hombres y 3700, mujeres. Es decir, lo opuesto a la creencia, aunque, para ser prácticos, podríamos decir cincuenta y cincuenta por ciento. Esto implica al menos dos cosas: a) que nuestra especie cuenta aún con adanes y evas (en rigor, algunos adanes más que evas, contrariamente a la percepción de mis hijas y alumnas), y b) que está en condiciones de reproducirse o reemplazarse. ¿Qué significa esto? Si las personas que nacen cada año (cada generación) se iguala con la cantidad de personas que mueren cada año, puede decirse que las generaciones se renuevan anualmente. Este proceso de renovación se denomina “reproducción o reemplazo generacional”.
Pero esto no es así en todas las edades. Al principio de la vida, son más los niños que las niñas, y hacia el final de la vida son más las mujeres que los hombres. Más adelante nos ocuparemos con detalle de lo que sucede cuando envejecemos. Veamos primero la cuestión de los nacimientos. En otros mamíferos también se ha observado una mayor cantidad de nacimientos masculinos que femeninos, lo que quiere decir que no es una característica propia de la especie humana. Si bien se desconocen las causas de la sobrenatalidad masculina, algunos investigadores han señalado la denominada “causa gestacional” que se apoya en la siguiente evidencia: hay un mayor porcentaje de embarazos masculinos que femeninos y, aunque hay más abortos naturales de niños que de niñas, llegan a nacer más hombres que mujeres.
Por año nacen en el mundo 8500 millones más varones que mujeres, lo que implica un índice de masculinidad de los nacimientos (cociente de nacimientos masculinos y femeninos) de 1,07: nacen 107 varones por cada 100 niñas, en promedio.[4] Se sabe que el índice de masculinidad de las concepciones es de 1,5, lo que refleja la mayor pérdida de embarazos de varones que de niñas. Además, durante los primeros años de vida mueren más niños que niñas, y los varones están mucho más propensos a perecer por causas violentas durante su juventud. Es lógico pensar entonces que la naturaleza se asegura de que haya suficientes hombres que lleguen a la edad de procreación y que, por ese motivo, nacen más varones que mujeres. En algunas especies animales se ha observado que las hembras “esperan” al macho para reproducirse, y les resulta más fácil y menos peligroso hacerlo. Los machos, en cambio, deben competir entre ellos para hacerlo, por lo que su mortalidad es superior si se compara con la de las hembras.
Más allá de las hipótesis que se formularon para explicar la composición por sexo de la población, lo cierto es que se cree que esa constitución tiene importantes consecuencias, al menos en los planos económico y del comportamiento. Utilizando datos históricos y experimentales, Vladas Griskevicius, de la Universidad de Minnesota, y otros investigadores mostraron la existencia de una fuerte correlación entre la razón de masculinidad, el endeudamiento y el gasto individual en los Estados Unidos. Su hipótesis favorita establece que un índice de masculinidad mayor implica una mayor competencia por las (relativamente) escasas mujeres, lo que determina un consumo más alto en bienes necesarios para el cortejo, un mayor endeudamiento y una reducción drástica del ahorro. A favor de esta hipótesis se aprecia una correlación positiva y alta entre el índice de masculinidad y el gasto de dinero en cortejo. Estos hallazgos son consistentes con la teoría de la evolución y con las investigaciones con foco en otras especies. Más aún, la competencia podría conducir a una sobremortalidad masculina por causas externas (violencia, exceso de sustancias como alcohol y tabaco, accidentes, etc.), que se verifica en la realidad.
Niños, adultos y viejos
Imaginemos que ordenamos a todas las personas de una población por su edad, comenzando por los más jóvenes y terminando por los más ancianos, contamos cuántos individuos corresponden a cada edad, los separamos por sexo y volcamos esa información en un gráfico. Obtenemos lo que los estadísticos llaman “histogramas” y los demógrafos, “pirámides de población”. Se trata de un gráfico en que la mayoría de la población se concentra en la parte más baja, que corresponde a la niñez, y la minoría corresponde a los más viejos.
La pirámide es un reflejo claro de cómo está estructurada una población en un momento determinado; es, por cierto, una foto que refleja su fecundidad, que abulta la base de la pirámide, y su mortalidad, que va carcomiendo las barras hasta que se convierten en cero. Como vemos en la figura 1, la pirámide de población está conformada por dos histogramas: a la izquierda, el de los hombres, a la derecha, el de las mujeres. Es una forma compacta de fotografiar no sólo el tamaño de la población (en el eje horizontal, la población en miles de personas), sino su estructura por edad y sexo (en el eje vertical, por grupos de cinco años).
Figura 1. Pirámide de población del mundo al 1º de julio de 2015
Fuente: División de Población de las Naciones Unidas, Proyecciones de población. Revisión 2015, disponible en <esa.un.org/wpp>.
Son muchas las historias que podemos contar si observamos la pirámide de manera detallada. Por ejemplo, si invertimos la pirámide y la imaginamos como una escalera por la que estamos bajando, podemos ver que el “escalón” del grupo 45-49 es bastante más alto que el del grupo 50-54, especialmente el de los hombres. Miremos lo que ocurre con el de los hombres de 60-64 en comparación con el del grupo entre 65-69: la distancia entre uno y otro es todavía mayor. Generalizando, es posible constatar que la altura de los “escalones” disminuye abruptamente a partir de los 50-54 años, producto de la mortalidad que comienza a hacer estragos a estas edades. Comparando el tamaño de las barras entre sexos, también podemos ver que mueren más hombres que mujeres a partir de los 55 años. Este es el efecto que ejercen las muertes por accidentes cerebrovasculares y por infartos de miocardio, entre otras causas menos importantes. Estos males afectan más a los hombres que a las mujeres y por eso los “escalones” son más pronunciados entre los varones, si se los compara con las mujeres. En la base de la pirámide, el tamaño del grupo de 0 a 4 años está influenciado por la sobrenatalidad masculina, a la que ya nos hemos referido.
También puede verse que la barra que representa la población entre los 25 y los 29 años, y un poco menos, la de los 20-24, es más larga que lo que sugiere la lógica, dado que vienen disminuyendo desde la edad cero. Podríamos pensar que a esas edades la mortalidad es menor que en las anteriores, lo cual es un error, porque la edad de menor mortalidad son los 10 años. ¿Qué sucede entonces? Ocurre que aquellos que en 2015 (fecha de la fotografía) tenían entre 20-24 y 25-29 años nacieron entre 1986 y 1995, justo en el momento en que comenzó a ceder la fecundidad en África. Los demás continentes habían comenzado ya su transición hacia un número menor de hijos, mientras que en África permanecía la cifra de 6,5 hijos por mujer. Entre 1985 y 2015, la fecundidad en ese continente habría disminuido para situarse en 4,5 hijos en 2015. Lo que podríamos llamar el “efecto África” provocó el achicamiento de la base de la pirámide en los años siguientes a 1995, y se estima que va a seguir haciéndolo, al igual que Asia y América Latina, los continentes más fecundos.
Esta es la pirámide demográfica del planeta. Si dibujáramos las de los países que tienen ingresos altos y las comparásemos con las de las naciones que tienen ingresos bajos, encontraríamos dos pinturas completamente disímiles. La primera se parecería más a un panal de abejas, prominente en el centro y chica tanto en la parte alta como en la baja, aunque no tan pequeña en la cúspide, mientras que la segunda se parecería mucho más a una pirámide: base amplia y cúspide pequeña. Esto es así porque en los países de ingresos bajos más de la tercera parte de la población está compuesta por menores de 15 años mientras que en los países de ingresos altos, menos de la quinta parte de la población está comprendida en ese grupo. Esta diferencia fundamental queda en evidencia en la forma de las pirámides.
La velocidad a la que nos movemos
La población varía y por eso la pirámide va cambiando de aspecto a medida que pasan los años. Cambia de máscara y delata los procesos que se esconden tras ella. Imaginemos lo que sucede con el transcurso del tiempo: nacen cada vez menos niños y la base de la pirámide se va achicando; mueren menos ancianos, lo que ensancha la cúspide. Una epidemia de VIH/Sida aniquila una cantidad importante de jóvenes y eso provoca que el centro de la pirámide adelgace, más del lado izquierdo (hombres) que del derecho (mujeres). En suma, los nacimientos y las defunciones que suceden en fracciones infinitesimales de tiempo moldean la pirámide y esta, por su parte, los delata.
Un lector atento se preguntará: ¿y las migraciones no cuentan? Claro que sí. ...

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