Retórica y teoría de la argumentación contemporáneas
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Retórica y teoría de la argumentación contemporáneas

Ensayos escogidos de Christopher Tindale

  1. 282 páginas
  2. Spanish
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Retórica y teoría de la argumentación contemporáneas

Ensayos escogidos de Christopher Tindale

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Después de Perelman y Olbrechts-Tyteca, ¿era posible una nueva contribución sustancial a la retórica con beneficios para la teoría de la argumentación? Mas allá de la esperanza abierta e ingenua de que todo es posible, afortunadamente la respuesta a esta pregunta ya tiene nombre: Christopher Tindale. Sin exagerar, la obra de Tindale, que aun sigue creciendo, reúne las características intelectuales, académicas y profesionales que la convierten en esa contribución sustancial. Este libro, que recoge varios de los ensayos que Tindale ha publicado a lo largo de veinte años —de 1993 a 2013—, nos provee una selección de artículos que dan meridiana claridad sobre avances y preocupaciones teóricas que forman parte de su obra intelectual.

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Información

Año
2017
ISBN
9789587204452
Categoría
Philosophy
Segunda parte Algunas ideas fundamentales

Contextos y argumento (1999)

Las tradiciones separadas del “argumento” y la “retórica” han perdido de vista sus raíces comunes en la Retórica de Aristóteles. La argumentación retórica de Aristóteles estuvo caracterizada por sus intereses en el ethos y en el pathos y por su concepto de argumento retórico, que incluía el paradigma y el entimema. El entimema de la Retórica es una noción de un argumento probable y cotidiano, libre de cadenas más complejas de razonamiento, y requiere la implicación activa de la audiencia –quizás para completar el razonamiento y, ciertamente, para evaluarlo. En estos términos, la argumentación retórica es una empresa cooperativa que intenta incluir tanto al argumentador como a la audiencia en su desarrollo y resultado.
La perspectiva argumentativa difiere aquí del modelo dialéctico propuesto por Walton y quizás por otros pragma-dialécticos. En el diálogo de persuasión de Walton ambas partes tienen una tesis que probar a la otra parte (1989, p. 6; 1995, p. 19, p. 232). La argumentación retórica tiene como preocupación primera el intento de un argumentador de ganar o incrementar la adherencia de una audiencia en relación con una tesis. La audiencia no es pasiva en esto, como hemos visto. Pero tampoco se le concibe como una parte activa promotora de su propia tesis, como sí ocurre en el diálogo de persuasión. La audiencia no busca persuadir sino entender, considerar y evaluar. En este sentido, nuestro interés se extiende más allá de los intercambios verbales de los interlocutores y los “discursos” que agotan a la Retórica, para incluir también, los textos escritos que encarnan la posición y las estrategias de un argumentador y que comprenden una parte central de la argumentación en ese contexto. Al mismo tiempo, la audiencia sí persuade, en el sentido de que se persuade a ella misma (o no) de la legitimidad del razonamiento en cuestión, más que ser persuadida por el discurso del argumentador.
Más allá de sus orígenes en la Retórica, la argumentación retórica tiene un ejemplar contemporáneo en la nueva retórica de Chaïm Perelman, y es considerando ideas asociadas con este modelo que comenzaremos a explorar la perspectiva retórica en argumentación.

La Nueva Retórica

A diferencia de la demostración, la argumentación espera un encuentro de mentes: “la voluntad de parte del orador de persuadir y no de obligar u ordenar, y de una disposición de parte de la audiencia” (Perelman, 1979, p. 11).
La Nueva Retórica es un modelo de argumentación que derrumba la distinción aristotélica entre retórica y dialéctica (Arnold, 1982, p. ix) y que además abraza la lógica. Fundamentales para esta retórica resultan los conceptos de audiencia, argumento y adhesión; conceptos constantemente modificados por las demandas y las prácticas de las comunidades argumentativas (Perelman y Olbrechts-Tyteca, 1989, p. 44).
La argumentación tiene otra meta que la de solo deducir consecuencias, y es “obtener o incrementar la adhesión de los miembros de una audiencia a aquellas [ideas] que son presentadas para su consentimiento” (Perelman, 1982, p. 9). Esto implica transferir a la tesis la adhesión de una audiencia que ya se sostiene en ciertas ideas (1982, p. 23).
Esta meta de la argumentación no es puramente una adhesión intelectual, sino que incluye la incitación a la acción o la creación de una disposición para actuar. Esto, a su vez, implica poner atención no a las facultades (intelecto, voluntad o emoción), sino a la persona completa. Los argumentadores atienden a esto con gran adaptabilidad: “dependiendo de las circunstancias, sus argumentos buscarán diferentes resultados y usarán distintos métodos apropiados para el propósito del discurso como también para las audiencias a ser influenciadas” (1982, p. 13).
Aquí vemos el impulso de lo razonable sobre lo racional, tal y como Perelman los concibe. Lo racional está separado del contexto y despojado de pasión; lo razonable está encarnado en las vidas de los seres históricos.
Este interés también materializa la propia motivación de Perelman de adoptar una aproximación retórica. Habiendo estudiado derecho, aunque sin ver la importancia de la retórica (Perelman, 1963), Perelman extrae conclusiones profundamente insatisfactorias –que los juicios de valor no podrían justificarse, que todo valor es lógicamente arbitrario (Perelman, 1979, p. 8). En consecuencia, Perelman se volcó a estudiar los modos en los que la gente razona sobre los valores. Diez años de tal análisis, conducido conjuntamente con Lucien Olbrechts-Tyteca, llevaron a recobrar las áreas olvidadas de la lógica aristotélica, revivida bajo la rúbrica de “Nueva Retórica”.
Por lo tanto, la motivación es tanto práctica como ética. La nueva retórica emerge en Europa en un momento de tremendas convulsiones físicas e intelectuales. El positivismo, con su método de investigación, se había separado de la inmediatez de la experiencia humana y era incapaz de llenar el vacío moral de los años de posguerra. El problema aquí, o uno principal que se detectó, fue la separación –en el corazón de la objetividad– que removió la afirmación de la persona que la efectuaba (Perelman y Olbrechts-Tyteca, 1989 [1969], p. 113). Perdido en esta separación se encuentra un sentido de compromiso. El pensamiento que conduce a la acción es diferente de las afirmaciones en un sistema científico porque éste mueve a las personas a modificarse a sí mismas sobre la base de ese pensamiento. “Al no ser siempre totalmente necesaria la prueba retórica, quien se identifique con las conclusiones de una argumentación lo hace mediante un acto que lo compromete y del que es responsable” (p. 116).
James Crosswhite brinda una enérgica defensa del proyecto de Perelman a la luz de tales motivaciones. Es importante destacar que él apunta que la aproximación de Perelman a la argumentación eleva los valores de la libertad humana y de la vida política participativa, “el trabajo de Perelman en retórica no es accidental en relación con su trabajo en derecho o en la resistencia belga; es la culminación de ello: una respuesta filosófica a una Europa posmoderna formada por la violencia sistémica (y sistemática) y por la fragmentación ilimitada” (1995, p. 137).
En efecto, las afirmaciones de Perelman sobre la argumentación en la vida reflejan su vida en la argumentación. Él personifica el modelo de razonabilidad en el corazón de la teoría: el argumentador como actor y reactor, inmerso en una red intersubjetiva de contextos retóricos. De hecho, como Crosswhite lo formula, nuestra fe como humanos “está ligada a nuestra relación con la retórica” (1995, p. 140). De este modo, la observación previa de Crosswhite de que La Nueva Retórica no es el tipo usual de teoría de la argumentación (1936) parece una clásica sutileza.

Emoción y argumento

La atención hacia las experiencias humanas que motivan la argumentación retórica y el énfasis sobre el razonamiento con la “totalidad de la persona” evoca el tradicional problema filosófico de la separación entre razón y emoción. (“Tradicional”, es decir, si ignoramos la Retórica).
El punto de vista racionalista dominante de esta tradición excluye las consideraciones emocionales como irracionales y lucha por la objetividad y la imparcialidad. Las apelaciones emocionales son vistas como, “en el mejor de los casos, tácticas de diversión” (Brinton, 1988a, p. 78) y “siempre sospechosas, si no directamente falaces” (Walton, 1992, p. 67).
Sin embargo, recientemente (Brinton, 1986, 1988ª, 1988b; Damasio, 1994; Nehamas, 1994) se ha atendido seriamente a cómo las razones se relacionan con los sentimientos. Buena parte del ímpetu de esta perspectiva, al menos en Brinton, se debe a la recuperación de la importancia dada por Aristóteles a las emociones en la argumentación retórica. Mientras el primer capítulo del Libro I de la Retórica advierte sobre la tendencia a sobre-enfatizar las apelaciones emocionales en los tratados retóricos, el siguiente capítulo eleva el pathos al mismo nivel del logos y el ethos. Y, mientras los comentadores se dividen sobre cómo interpretar esta aparente ambivalencia, una lectura cautelosa permite reconocer un rol legítimo para el pathos en la argumentación cuando las condiciones apropiadas son observadas (cf. Nehamas, 1994; Frede, 1996).
Para Walton (1992, p. 68), una vez que nos liberamos del paradigma deductivo del argumento válido, podemos encontrar numerosos contextos legítimos para las apelaciones emocionales en la argumentación. Invariablemente, esto incluye situaciones que requieren un agente que actúe sobre lo que está argumentando, y estos son justo el tipo de circunstancias que, como hemos visto más arriba, motivan a la argumentación de la nueva retórica. Aquí cabe notar en particular, por supuesto, que la preocupación predominante de Perelman estuvo con la cuestión de la “justicia”.
Al discutir los fundamentos razonables para los sentimientos de emociones dadas por Aristóteles (Rhetoric 2.9. 1386b), Brinton (1988a, p. 80) muestra cómo las emociones como la furia, la indignación y la piedad comparten una referencia esencial a la justicia. Esto, a su vez, se vincula con el buen carácter (ethos), puesto que debemos reaccionar apropiadamente ante lo que es injusto (Brinton, 1988b, p. 210).
Ciertamente, esto desafía la idea de que la relación de la razón con la justicia se basa en la imparcialidad y la objetividad. A este respecto, resulta interesante lo afirmado por el neurólogo Oliver Sacks (1995), quien recuerda el caso de un juez que, como resultado de una lesión del lóbulo frontal, quedó totalmente privado de emociones. Más que sobresalir en su profesión, terminó por retirarse de su puesto, “diciendo que él ya no podía adentrarse con compasión en los motivos de las preocupaciones de ninguna persona, y que puesto que la justicia implica sentimiento, y no meramente razonamiento, sintió que su lesión lo inhabilitaba por completo” (Sacks 1995, pp. 287-88; las cursivas son mías).
Sin embargo, el rol que la emoción juega en la argumentación no puede ser arbitrario ni carecer de estructura. En su trabajo, Brinton lucha por reconocer las emociones como razones y por organizar explicaciones apropiadas bajo términos como argumento patético (que consiste en dar razones o en poner atención a los fundamentos razonables para las pasiones, emociones, o sentimientos [1988a, p. 79]); y el argumentum ad indignationem (“la forma del argumento patético que consiste en brindar buenos fundamentos para las emociones de enojo” [81]). Consecuentemente, la preocupación de Brinton radica no solo en la efectividad de tales tipos de argumentos, sino primariamente en su legitimidad (1988b, p. 209).
Como señala Brinton, si conocemos lo que cuenta como fundamentos razonables para una emoción, entonces podemos pensar en términos de evaluación del tipo de argumento que tiene una clase de emoción como su “conclusión” pretendida.1 Martha Nussbaum (2003 [1994] pp. 116-117) también reconoce que, para Aristóteles, las emociones pueden crearse y removerse mediante el discurso y el argumento.
Una distinción clave en la explicación de Brinton (1988b) se da entre evocar una emoción (que surge en los otros) e invocar una emoción (apelando a una emoción como base para la acción). La característica requerida para jugar un rol legítimo en una argumentación es que un tipo de evaluación racional es posible. Por ejemplo, la evocación de una emoción
podría o no ser “dadora de razón”. Si es dadora de razón, entonces trata la emoción (o la proposición de que uno debe someterse a la emoción) como una conclusión. Si uno debe sentir gratitud por la razón A, B y C, entonces presentarnos A, B o C no es menos apropiado que presentarnos razones para hacer X cuando deberíamos hacer X. Hasta allí quedó la pregunta de la legitimidad de la apelación a la emoción en el primer sentido: puede ser un tipo legítimo de argumento. Para un intento determinado de evocar podemos preguntar, “¿Es dadora de razón? ¿Procede adecuadamente entregando fundamentos (por medio, no obstante, de la cognición)?” Si la respuesta es “sí”, entonces podemos proceder con una evaluación del caso particular (1988b, p. 212).
Brinton liga el pathos al ethos porque, para Aristóteles, tener los sentimientos adecuados es en sí mismo un aspecto del buen carácter. Ethos fue otro de los elementos clave en la explicación de Aristóteles para la argumentación retórica y debe caracterizar cualquier explicación moderna.2 Aquí nos ocupamos del rol del carácter en la argumentación. Puesto que la argumentación apela al, o representa el, carácter en algún modo para conducir a la credibilidad (o a la detracción) de una afirmación, adaptaré el término de Brinton (1986) “argumento etótico”. Walton (1992, p. 248) restringe ethos, de acuerdo con el tratamiento de Aristóteles, a la argumentación política (cf. también, John Murphy, 1995), pero el uso de Brinton es más expansivo.3 Nuevamente, está interesado en la legitimidad de los argumentos etóticos más que en su efectividad, y con las impresiones preexistentes del carácter que solo surge en un discurso.
Usar apelaciones al carácter para apoyar o debilitar una afirmación tiene obvias asociaciones tanto con el ad verecundiam (apelación al experto/autoridad) como con el ad hominem. De hecho, Christopher Carey (1996, p. 409) indica una relación directa entre los dos en la medida en que “la manera como uno construye un caso contra un oponente (ad hominem) refleja el propio carácter (ethos)”. Pero los argumentos etóticos tienen un sentido más amplio que cada uno de estos. Las apelaciones a la autoridad involucran alguna experticia específica o conocimiento que presuntamente posee una persona, grupo o fuente.4 Pero tener un buen carácter, uno que se considere confiable, es un rasgo más general (puede, de hecho, ser una precondición para las apelaciones a la autoridad). En términos de Aristóteles, el caso ejemplar de tal carácter exhibe sabiduría práctica, excelencia y buena voluntad.5
Como tal, el carácter de Sócrates se erige como un caso resistente al tiempo para ilustrar tal ejemplo. ¿Si Sócrates nos recomendara hacer algo, sería eso una razón para hacerlo? Para Brinton (1986, p. 251), la respuesta debe ser “sí”. Mientras la aprobación o desaprobación de Sócrates no hace noble al acto, su estatus como deliberador y juez de extraordinaria perspectiva está más allá del nuestro y produce que nuestras razones para actuar se hayan incrementado. Puede no ser suficiente como razón para efectuar el acto, pero el ethos de Sócrates nos brinda un tipo específico de razón para hacerlo.
Cuando los argumentos etóticos de este tipo están bien fundamentados, esto es, cuando el carácter invocado o representado es de alta calidad y se sabe que así es y cuando el carácter del individuo está siendo apelado en un modo relevante, es decir, cuando el asunto es uno en el que el consejo de una persona de buen carácter podría tener peso, entonces tales argumentos son legítimos y no falaces. Esto es válido en las formas de argumentos etóticos representados en los razonamientos ad hominem o ad verecundiam que, por supuesto, cuentan con sus condicionamientos adicionales que gobiernan sus usos legítimos.

Contexto

En el corazón de la perspectiva retórica está la atención a la audiencia. Esto ha sido visto como su principal mérito (Scult, 1989) y como su gran debilidad (Van Eemeren y Grootendorst, 1995). Antes de mirar la centralidad de la audiencia para Perelman, quiero asumir una mirada más general en relación con lo que está en juego cuando recurrimos al contexto. El primer modelo sustancial de argumentación retórica dado por Aristóteles entendió el contexto en términos de las relaciones entre logos, ethos y pathos. Desde entonces, se han añadido otros rasgos como el “mensaje” y el “código común”.
Un mérito de la resurrección de la tradición de la argumentación, ha sido la atención general prestada al contexto en el que ocurre un argumento. Incluso la aproximación orientada al producto de la lógica informal comparte este avance, observándolo como detrás de la estructura nuclear del PPC.6 Aún así hay espacio tanto para una inclusión más amplia de los rasgos del contexto que deberían contar como relevantes para propósitos argumentativos, como para posteriores desarrollos de la argumentación desde la perspectiva de sus componentes contextuales.
Ralph Johnson (1995) aborda la argumentación como una compleja actividad sociocultural, una visión que él comparte con los pragmadialécticos. El contexto raíz de nuestra investigación es un contexto social (Billig, 1987, p. 87); la argumentación es un rasgo de las relaciones sociales y comparte la complejidad de esas relaciones. Billig describe los aspectos básicos del contexto de la argumentación como justificación y crítica. Él rastrea, en la perspectiva de Perelman (1979, p. 33), que este conjunto de aspectos básicos es central para la retórica, donde “una pregunta de justificación normalmente surge solo en una situación que ha permitido que emerja la crítica”. Tales críticas de lo que es sostenido o establecido, sean estas normas o valores, ocurren siempre, afirma Billig, dentro de un contexto social. Esto no signific...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Contenido
  5. Prólogo
  6. Introducción
  7. Primera parte. Algunos conceptos preliminares
  8. Segunda parte. Algunas ideas fundamentales
  9. Tercera parte. Algunos problemas para la argumentación retórica
  10. Notas al pie
  11. Contracubierta