El asedio inútil
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El asedio inútil

Conversación con Germán Carrera Damas

  1. 224 páginas
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El asedio inútil

Conversación con Germán Carrera Damas

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En las conversaciones que sostuvo con el periodista Ramón Hernández durante 2008 y que dan forma a este volumen, se tratan todos los temas, tanto históricos como actuales, que el historiador ha analizado con detalle a lo largo de su vastísima experiencia académica. El resultado de esta exhaustiva entrevista es tanto la revelación de una personalidad fascinante, como la forma de leer las claves de un país donde, según su opinión, la democracia no está en peligro y cree en ella como una verdad insoslayable: "Venezuela se inclinará por el poder civil y una vuelta a su primer origen, ese origen que el mismísimo Bolívar desechó: la República liberal democrática. Si algo está vivo hoy en la sociedad venezolana (…) es justamente la posibilidad de recordar la democracia (…) La conciencia democrática de la sociedad venezolana tiene la certidumbre, la vivencia, mejor dicho, de que los nuevos actores harán realidad ese recuerdo de la democracia". Germán Carrera Damas es, sin duda alguna, un hombre histórico, no solo porque haya hecho del conocimiento un lenguaje propio, sino también porque ha sabido hallar en la Historia las respuestas al presente que se encuentran en el devenir republicano de nuestro país. Quizás por ello se defina no como un hombre de esperanzas pero sí de certezas históricas, que entiende que el asedio que se intenta plantear a la democracia es inútil y que el país necesita "seres capaces de arbitrar su destino".

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Información

Año
2016
ISBN
9788416687978
Categoría
Filología
Categoría
Periodismo

VI

Todavía se le aguan los ojos cuando recuerda que sus mejores alumnos, los más arrojados, los más decididos, los más soñadores, venían a despedirse porque se iban a la montaña, a incorporarse a un frente guerrillero o a una unidad táctica de combate en los barrios. A los pocos días o a las semanas, llegaba la noticia de su muerte. Mucho más tarde, con la pacificación de Caldera, regresaron a la universidad, pero ya no como estudiantes sino como políticos o como delincuentes. Regresaban maleados. Después de haber matado o de haber sido torturados no iban a aguantar que un profesorcito les llamara la atención. «Terminaron siendo miembros de pandillas que asaltaban bancos».
—Cuando comenzó la lucha armada con toda su ferocidad, yo me opuse. No públicamente, en el sentido de salir a condenarla, pero sí negándome a participar, a auspiciar aquello. Traté de apelar al sentido crítico de los estudiantes, respetando su autonomía intelectual, pero señalándoles lo que veía que era la orientación de la historia de Venezuela, en el sentido de la república liberal democrática. Fue un crimen contra la sociedad venezolana, de lado y lado. Se produjo una fractura en la fuerza dinámica de la sociedad venezolana: la mayor parte de estos muchachos perecieron o quedaron incapacitados para incorporarse a una lucha política regular.
—¿El venezolano tiene la propensión a sacrificar su vida en aras de un sueño?
—Los venezolanos somos perfectos. Somos el único pueblo perfecto, tanto lo somos que nos da escozor lo imperfecto. Cuando se va a tomar una medida y se determina que no favorecerá al cien por ciento de las personas, no se toma. Un anglosajón dice: «Esta ley favorecerá a 65 % de la población, 20 % no será favorecida y 15 % puede ser perjudicada. Para el porcentaje perjudicado se tomarán medidas especiales, pero la ley se aprueba». Nosotros, como pueblo perfecto, no admitimos eso, y lo llevamos al otro extremo, que es la pérdida de toda sensatez: caer en el más brutal nominalismo y creer que decir es hacer. Los procesos de cambio social no son inmediatos, automáticos, sino laboriosos, complejos, prolongados, difíciles. Cuando son genuinos, más complejos todavía. El episodio de la liberación de la esclavitud es un buen ejemplo. Pasaron cuarenta años desde el primer momento en que se habló de abolir la esclavitud, porque era incompatible con un régimen republicano moderno, hasta que se concretó. Cuando los cambios son aparentes, como en la revolución bolivariana que vivimos, tienen corta vida. Los hombres aceleran o contrarían el cambio, pueden promoverlo, pueden decretarlo, pueden instaurarlo, pero la historia se encarga de su realización, no la voluntad del grupo.
—El chavismo y todo lo que significa es una corriente histórica: la república liberal autocrática. Visto desde su orientación es correcto y legítimo desmantelar la democracia liberal democrática.
—No. La razón de ellos no es la de la historia. No se puede ir en contra de la razón de la historia. Se puede obstaculizar por tres días o por setenta años. Incluso, el impedimento puede venir de una buena o de una mala intención. La historia no descarta las buenas obras por malos medios ni las malas obras por buenos medios. Si uno se pusiera a pensar la historia en términos de sentido común, caramba, terminaríamos dándole la razón a Hitler. Alemania hoy es mucho mejor, más poderosa y significativa que la Alemania anterior a Hitler. Se necesitó el cauterio de Hitler y todo lo que causó para que Alemania encontrara su camino al esplendor de una sociedad libre, democrática y progresista. Eso es querer interpretar la historia con arreglo al sentido común, que es el menos común de los sentidos. Yo he oído a gente decir: «Chávez ha hecho comprender a los venezolanos el significado de la democracia». La razón histórica está abierta a toda la ilogicidad imaginable.
—¿La ilogicidad nos permitirá entender por qué ahora hay gente que se siente reivindicada en su clase y en su esencia?
—Padecemos una indigestión de democracia. Es muy propio y muy posible que un banquete produzca una indigestión, y, comparativamente, nos dimos un banquete de democracia. El mundo veía a Venezuela como ejemplo de capacidad de funcionamiento democrático. No se entendió que al enjuiciar a Carlos Andrés Pérez no se procesaba a un político tachirense, adeco, gritón, etc., sino que se atentaba contra un valor fundamental de la institucionalidad republicana: la Presidencia de la República. Hubo una confabulación de factores. Cualquier sanción que fuese algo más que un voto de censura, le asestaba un golpe muy serio a la institucionalidad democrática. Un grupo de obcecados, de tontos, de locos, creyó que enjuiciar al presidente era la perfección máxima de la democracia. No tenían conciencia histórica de lo que perpetraban. Conciencia histórica tuvo Gonzalo Barrios cuando en 1968 dijo que no iba a discutir una elección por 30000 votos y poner en peligro la democracia. En 1993 no se tuvo esa conciencia y ahí empezó todo lo que vino después. Vivimos una gran indigestión de democracia, que tiene ciertas características: lo placentero de su origen, lo incómodo de su presencia y lo transitorio de sus efectos.
—Se puede morir de indigestión…
—Entonces no es indigestión, sino empacho, que es lo que sufre cierta persona: empacho de poder. No tengo la menor duda de que la democracia venezolana está viva, históricamente arraigada y que va a prevalecer. La democracia no radica en las instituciones, que son corruptibles, intimidables, radica en la sociedad. En estos años los venezolanos hemos demostrado que existe una sociedad democrática en proceso de estructuración. La incorporación de los jóvenes lo confirma. En la antidemocracia no hay jóvenes ni mujeres, solo títeres, incapaces de una posición propia, autónoma. Alguien preguntaba en la televisión si existe una comuna que haya dado resultados y produzca algo. La lectura que cabe es que las comunas no son para aumentar la producción, sino para destruir la propiedad privada. En la primera fase de esta pseudorrevolución construir es destruir.
—¿Pseudorrevolución?
—Las revoluciones más radicales, como la soviética, diferenciaban entre la fase de instauración del poder revolucionario y la fase de construcción de la nueva sociedad. ¿En qué fase estamos nosotros? En la fase irónica de que los únicos dos puntos de apoyo eficaces de este régimen fueron aportados por la democracia: Pdvsa y la represa del Guri, que genera 70 % de la energía que se consume en Venezuela. Si no existiese Guri y hubiese que quemar petróleo para obtener electricidad, la revolución no sería viable. Dos logros de la democracia venezolana son los únicos dos puntos de apoyo que tiene el Estado. La nacionalización del petróleo es de la democracia; la concepción, el diseño, la prosecución y la terminación del Guri, también.
—Esas obras también las pudo haber hecho Pérez Jiménez…
—Se correspondían con una necesidad social real y son una demostración del ejercicio pleno de democracia. El régimen autocrático no ha aportado nada socialmente perdurable. Le cambiaron el nombre al Ávila, quitaron las estatuas de Colón, le quisieron cambiar el nombre a Caracas. ¿Cambios sustantivos o el quehacer de unos atarantados que creen que el más crudo nominalismo es la forma de manejar la historia? El nominalismo estaba afincado en los venezolanos, pero con este hombre ha llegado a los extremos. Cada misión tiene un nombre, pero para mejorarlas se lo cambian. Suponen que eso basta. El problema de la delincuencia lo combaten comprando 2000 motocicletas chinas, como si fuera un asunto de más motocicletas. En cambio, Pdvsa es una realidad y el Guri es una realidad. Son obras de la democracia, obras máximas. No son el mercado de Cabriales, que lo puede hacer el jefe civil del pueblo. Nacionalizar la industria petrolera no es una obra para un jefe civil.
—Nacionalizó la faja petrolífera del Orinoco…
—No. Esos son actos que no tienen proyección en la conceptualización histórica o social, sociopolítica, de Venezuela. Betancourt soñó con el Guri, habló de lo que era el desarrollo industrial de Guayana. Se realizó esa utopía, que partió de la concepción de un régimen democrático. Eso significa mucho. Yo, en ejercicio de un manejo absoluto de poder, puedo nacionalizar una cadena de supermercados o una empresa petrolera secundaria, etc., pero son hechos menores y sin significación ni trascendencia histórica. Se inscriben en lo cotidiano. Que comprara La Electricidad de Caracas quiere decir, simplemente, que utiliza los recursos de Pdvsa y del Guri para gobernar. La bondad de un régimen no se mide por las obras realizadas; pero cuando se trata de cuestiones troncales, históricamente fundamentales, es diferente. No se trata de un acto administrativo sino de una decisión política. La nacionalización del petróleo es lo más importante, significativo y trascendental de Venezuela desde la independencia.
—Fidel Castro nacionalizó la industria azucarera cubana…
—No. Fidel Castro destruyó una industria. Ya Cuba no produce azúcar, en cambio la democracia venezolana construyó una industria petrolera que alcanzó un altísimo nivel de eficiencia. Cuando la democracia decide llevar a cabo el sistema del Guri y comienza su realización, avanza en una obra de afirmación mayor, desde el punto de vista del uso de los recursos nacionales, para concretar una acción de gran alcance social. Eso es diferente. No es destruir ni quitarle la tierra a este o aquel. No. Es ir hacia delante. Crear actitudes sociales e inducir un desarrollo en la sociedad. Cuando Cuba nacionalizó el azúcar, destruyó su único ingreso. A una agrónoma soviética se le ocurrió publicar en La Habana un artículo en el que decía que por fenómenos inexplicables la tierra cubana parecía diseñada para producir caña de azúcar. Al poco tiempo prohibieron la circulación de la revista. El proyecto no era aumentar la producción de azúcar, sino acabar con el monocultivo que los sujetaba al imperialismo. Después cambiaron y se propusieron aumentar la producción, porque era la única fuente del subsidio ruso. Moscú se la compraba a un precio superior al del mercado, pero allí no hubo desarrollo económico ni tecnológico. No acertaron en una sola cosa, porque el propósito no era construir, sino destruir la azucarocracia y su nexo con el imperialismo. Lo lograron. Hoy la situación del campo cubano no puede ser más desoladora. Yo me he preguntado cuál es el resultado de la lucha contra el latifundio en Venezuela más allá de restablecer y agrandar el latifundio del Estado. Tengo entendido que en Barinas la familia de Chávez es ahora la principal latifundista.
—¿Fue una destrucción buscada y programada?
—Es cosa sabida que la gestión directa del Estado en cualquier rama de la economía conduce a la ineficiencia y al colapso administrativo. Si el objetivo no es mejorar o incrementar la producción, sino destruir un poder sociopolítico, los resultados no son distintos. Las reformas agrarias nunca han sido para incentivar la producción, sino para destruir la propiedad privada en el campo. Era necesario políticamente destruir la burguesía, los latifundistas, la propiedad privada. Es un medio de demolición, no de construcción. En cambio, cuando se nacionaliza el petróleo y cuando se establece el sistema del Guri se construye, y con un sentido de ejercicio democrático. El Guri no produjo electricidad para los adecos ni Pdvsa fue la beneficiaria de un exclusivo sector social, sus beneficios fueron para todos.
—En Cuba, desde hace cincuenta años todas las tierras son propiedad del Estado, pero ahora han comenzado a entregar tierras en usufructo a los campesinos.
—El Gobierno cubano, ante la crisis alimentaria y habiendo comprobado el fracaso de la socialización del campo, la colectivización, anunció la figura del usufructo: le entrega a las personas un pedacito de tierra para que la exploten en su propio beneficio. Pero hay un pequeño problema. ¿Va a reconocer el Gobierno cubano el uti possidetis juris, la prescripción adquisitiva? El derecho positivo establece que quien recibe un pedazo de tierra, lo cultiva y lo trabaja, sin que haya contestación, y al cabo de diez años adquiere la propiedad.
—Para eso tiene que haber justicia…
—Ahí está el punto. El objetivo del Gobierno cubano es tener mano de obra gratuita. Ya no se trata siquiera de pagar los salarios de hambre de la isla, sino la mayor confesión del total fracaso de la estructura colectivizada en Cuba. Se le está diciendo a la gente que se las arregle como pueda.
—Vamos hacia allá…
—A nosotros nos están llevando hacia el pasado y ellos tratan de salir del pasado.
—El socialismo utiliza el petróleo para construir su estructura socialista…
—La democracia nacionalizó el petróleo como un acto de soberanía nacional. Existía el convencimiento de que Venezuela no sería un país verdaderamente independiente mientras fuese dependiente en el orden económico, y en ese orden el vínculo fundamental era el petróleo en manos ajenas. Nacionalizar la industria petrolera era perfeccionar la independencia nacional.
—¿Y la empresa privada?
—No fue capaz, y ahora está en retroceso, de ser el factor fundamental del desarrollo social y económico del país. Habría que pensar en la participación privada en la industria petrolera, como sucede en muchísimos países. Con participación del Estado y con control del Estado, pero el núcleo debe estar en manos de la sociedad. Íbamos hacia allá, iremos hacia allá, allá llegaremos. El barbudo de Tréveris enseñaba que en toda situación lo que determina la historia no es lo que existe y prevalece, sino lo que nace y se desarrolla. Es decir, la fuerza de la historia está en la capacidad de brote. Tenemos diez años en esta situación, en los que en la oposición reinó un desconcierto tremendo y de búsqueda de salidas tradicionales con respecto a la democracia, y siempre tímidamente. La huelga general nunca se convirtió en huelga insurreccional, con lo que se violó un principio básico, que conocemos desde George Sorel: «No se convoca una huelga general, menos aún, indefinida, si no se tiene previsto su conversión en insurrección». En la jornada de junio de 1936 se cometió ese error, y el hombre que lo reconoció fue Rómulo Betancourt. Hubo una manifestación popular en Caracas, masiva para la época, y el comité democrático declaró la huelga general, pero en lugar de hacerla a plazo determinado la hicieron por tiempo indefinido, sin prever su conversión de huelga en insurrección. Betancourt dice que una huelga general indefinida que no prevea su conversión en insurrección muere de inanición. La oposición exploró todas las vías. Todas. Se topó con la autocracia y con el fracaso. Pero de pronto ha brotado una vía que nadie había diseñado, salvo los locos en la Copre: la descentralización, que ha brotado como una fuerza creciente, no absoluta, que muestra un progreso muy considerable en un breve plazo. Los ciudadanos han adquirido conciencia de su territorialidad, que no va en contra de la unidad de la nación, pero sí favorece el fortalecimiento de la democracia. Cuando se dice que la oposición no tiene fuerza suficiente para enfrentar la arremetida, desesperada y dolida del régimen, es verdad, pero posee la potencialidad de crecer y de imponerse. Está en el sentido de la evolución histórica social; su contraparte está en el sentido de la regresión.
—La represión, el terror, etc.
—Sí, pero ¿qué efecto va a tener eso en su propio seno? No es posible pensar qué efecto tendrá la agudización de la represión. ¿Favorecerá a quien la practica o terminará por favorecer a quien la padece? Es muy pronto para decirlo, y no por el tiempo, sino por los factores que intervienen. Todavía estamos en un campo de batalla en el que los dos ejércitos contrincantes están determinando, midiendo, ocupando el espacio. Me tienta decir una cosa que suena perversa: no sería malo que el Gobierno tomara el camino de la represión. Podría ser el factor que falta para demostrar lo que la oposición todavía no ha logrado dejar claro. Todavía hay gente que dice que este gobierno no es una dictadura, que todavía se puede hablar. Cerraron Radio Caracas Televisión, pero todavía se puede hablar. Esa gente tiene una concepción muy epidérmica de la democracia. Se vota, es verdad, pero el procedimiento es lo menos democrático que se pueda imaginar. Siembran obstáculos para que la información y la opinión no circulen. Impera el secreto de Estado. Eso tiene que ser combatido a todo trance. El Derecho Penal concibe que, en función de los delitos, existen los agravantes: premeditación, alevosía y la ventaja, pero se añade otro especialmente significativo: la nocturnidad, que se aplicaba en la época en que no había luz eléctrica. Se suponía que en la oscuridad la víctima estaba en estado de absoluta indefensión, no tenía posibilidad de ver, de oír ni de prever nada. Es un máximo agravante, y es lo que el...

Índice

  1. A modo de prólogo, ocho años después
  2. I
  3. II
  4. III
  5. IV
  6. V
  7. VI
  8. VII
  9. VIII
  10. IX
  11. X
  12. XI
  13. Notas
  14. Créditos