Yo soy Espartaco
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Yo soy Espartaco

Rodar una película, acabar con las listas negras

  1. 200 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Yo soy Espartaco

Rodar una película, acabar con las listas negras

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Información del libro

Más de cincuenta años después de la filmación de su epopeya Spartacus, Kirk Douglas revela el fascinante drama que tuvo lugar durante la realización de la legendaria película del gladiador. En una era políticamente convulsa, cuando los magnates de Hollywood rechazaban contratar mediante acusaciones de simpatías comunistas, Douglas escogió para escribir el guión a Dalton Trumbo, un guionista puesto en la lista negra, uno de los hombres que habían ido a prisión tras declarar ante el Comité de Actividades sobre sus afiliaciones políticas.Con su futuro financiero en juego, Douglas se sumergió en una producción tumultuosa. Como productor y como protagonista de la película, afrontó momentos explosivos con el joven director Stanley Kubrick y feroces luchas y negociaciones con personalidades como Laurence Olivier, Carlos Laughton, Peter Ustinov, y Lew Wasserman. Escrito con el corazón y tras una meticulosa investigación de sus propios archivos, Douglas, a la edad de noventa y siete, mira lúcidamente hacia atrás sobre las audaces decisiones que se vio obligado a tomar, entre las que cabe destacar su coraje moral al dar crédito público a Trumbo, una acción tan eficaz como arriesgada, pero que supuso el fin de la notoria lista negra de Hollywood.

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Información

Año
2015
ISBN
9788494367656
Categoría
Arte
II
«Sed bienvenidos, que la fortuna sonría a los que lo merezcan.»
Peter Ustinov,
en el papel de Léntulo Batiato
En el verano de 1950, tanto Dalton Trumbo como Howard Fast estaban pudriéndose en frías celdas penitenciarias, a miles de kilómetros de sus hogares y sus familias. Ambos debían de estar preguntándose qué les depararía el futuro.
El miedo que sembró su encarcelamiento todavía iba en aumento. En el Congreso estadounidense ya se estaba planificando otro ciclo de sesiones dirigidas contra Hollywood. Pero, volviendo ahora la vista atrás con cierta perspectiva —y casi me avergüenza reconocerlo—, mi vida no podía ir mucho mejor. Había quedado indemne por las listas negras y, sinceramente, no pensaba demasiado en todo aquello. El mundo vivía sumido en la agitación: una guerra declarada en Corea, una guerra fría contra los soviéticos, sospechas y enfrentamientos en Estados Unidos… pero yo tenía suerte. Nada de eso me afectaba.
Los grandes acontecimientos que se producían en mi vida tenían lugar todos ellos en el frente doméstico. Tenía treinta y tres años y estaba casado con una hermosa joven llamada Diana Dill, otra de mis compañeras de estudios de la American Academy of Dramatic Arts. Era tan hermosa que había aparecido en la portada de Life. No sé cómo, estando en la Marina me hice con un ejemplar de la revista. Se la enseñé a mis compañeros de a bordo y les dije que me iba a casar con ella.
Lo hice y tuvimos dos hijos maravillosos: Michael y Joel. Nuestro matrimonio no sobrevivió, pero nuestra familia sí. Diana y yo seguimos siendo buenos amigos. Mi esposa, Anne, la llama «nuestra exesposa».
Mi familia fue muy afortunada. Yo jamás fui incluido en ninguna lista negra.
Se crea o no, llegado el año 1950 yo era una auténtica estrella del cine. Había interpretado toda clase de papeles, desde un boxeador hasta un detective de la policía, pasando por un trompetista. En 1949 se había estrenado mi octava película, El ídolo de barro. Me valió la primera nominación de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas para el Óscar al Mejor Actor. Hasta Bosley Crowther, el correoso crítico de The New York Times, tenía elogios que hacer de mí: «Kirk Douglas hace un buen trabajo, agresivo…».
¡Y el dinero! Dios mío. Ganaba más dinero del que había soñado ganar. Mis seis hermanas y yo nos criamos en la época de la Gran Depresión. Nuestra familia se desvivía a diario para conseguir pan y borscht.3 Mi madre se peleaba todos los días con mi padre.
Nuestro hogar estaba en Amsterdam, una ciudad pequeña situada al norte de Albany, en Nueva York. Cuando yo era pequeño, era famosa sobre todo por la fabricación de alfombras. Si uno no tenía trabajo en una de las dos grandes fábricas de alfombras —Bigelow-Sanford o Mohawk Mills— difícilmente podía arreglárselas para subsistir. Mi padre era trapero y recorría de un extremo a otro las calles de Amsterdam recogiendo ropa y chatarra para revenderla. El dinero que ganaba solía ir a parar a las tabernas, en lugar de caer en nuestra familia.
Ahora yo en un año ganaba con una película más dinero del que mi padre había ganado en toda su vida.
En Kentucky, Dalton Trumbo recibía únicamente su sueldo penitenciario.
Tan solo unos cuantos años antes había sido el guionista mejor pagado de Hollywood, 75.000 dólares por película. Si bien ya no desarrollaba proyectos para Howard Hawks o Victor Fleming, su elocuente voz se seguía oyendo, al menos entre aquellos que se molestaban por escuchar.
Durante los muchos meses que pasó en solitario en aquella celda diminuta escribió dolorosamente sobre su reclusión. Se mostraba tan cándido como siempre. Envió esta carta a Cleo, su esposa:
Dentro de dos días será nuestro decimotercer aniversario y he estado aquí tumbado, en mi litera, pensando en ello […] Cada vez me doy más cuenta de que, cuando salga de aquí, tendré que elegir qué clase de escritor quiero ser. Creo que sería mejor para todos nosotros que volviera a escribir novelas, con alguna incursión ocasional en el teatro. Seguramente tardaré años en recuperarme del golpe infligido por la lista negra…
Por desgracia, se demostró que estaba en lo cierto.
Howard Fast fue puesto en libertad el 29 de agosto de 1950. Nunca fue un hombre corpulento, pero ahora pesaba catorce kilos menos. Al igual que Dalton Trumbo, Fast había pensado mucho en su carrera de escritor. Pero, a diferencia de Trumbo, no pensó un solo instante en alterarla.
Siempre había sido novelista. Estaba decidido a seguir siéndolo.
Fast pasó los nueve meses posteriores escribiendo lo que confiaba en que acabara convirtiéndose en su opus magnum: una novela titulada Espartaco. Sumergiéndose en las labores de investigación, realizó un estudio exhaustivo de la esclavitud y los métodos de reclusión practicados en la Antigua Roma.
Lo hizo incluso mientras su propia libertad como ciudadano estadounidense se estaba viendo limitada y restringida de manera sistemática. Todo en nombre de mantener «a salvo» a Estados Unidos.
Aun cuando Fast hubiera cumplido su condena y fuera técnicamente un «hombre libre», sus opiniones políticas seguían pasándole factura. Se le prohibió pronunciar conferencias en los campus universitarios. Vivía sometido a vigilancia constante. J. Edgar Hoover se interesó personalmente por sus actividades: el expediente de Fast en el FBI engrosó hasta los mil cien folios.
Cuando Fast quiso viajar a Italia para investigar sobre la vida de Espartaco utilizando fuentes directas, se le negó el pasaporte. Tendrían que pasar diez años para que pudiera recuperarlo.
A pesar de todos los obstáculos, Howard Fast terminó Espartaco en junio de 1951.
Escribir el libro fue la parte más fácil. Venderlo, no tanto. La lista negra se había abierto paso también hasta el mundo editorial.
Fast remitió Espartaco a Litle, Brown, la prestigiosa editorial de Nueva Inglaterra que ya había publicado anteriormente tres de sus libros. Después de leer el manuscrito, el editor se mostró nervioso e impaciente por contratarlo, pero pasadas unas cuantas semanas devolvió una llamada a Fast para decirle que la editorial se abstenía de hacer oferta alguna. Fast descubrió por qué muy pronto. Según parecía, un agente del FBI había sido enviado a Boston para reunirse con el presidente de Little, Brown. En privado, le había «aconsejado» que no publicara nada escrito por Howard Fast. Si lo hacía, añadió el agente, se emprenderían acciones legales contra la empresa. Según le dijeron al directivo de Little, Brown, las instrucciones procedían directamente de J. Edgar Hoover.
Otras seis editoriales rechazaron Espartaco. A Fast no le quedó más alternativa que publicarlo él mismo. Su esposa y él convirtieron su sótano de la ciudad de Nueva York en un almacén y al cabo de cuatro meses habían impreso y vendido cuarenta y ocho mil ejemplares de Espartaco. ¡Desde el sótano!
Los críticos «imparciales» se mofaban del libro diciendo que estaba mal escrito, aun cuando hubieran elogiado con creces otros libros de Fast y se hubieran vendido millones de ejemplares en todo el mundo. El crítico de The New York Times no se imaginaba siquiera por qué Fast se había molestado en escribirlo, puesto que «cualquier colegial sabe ya que la civilización romana empezó a corromperse mucho antes de la aparición de los césares».
Respondiendo a esa crítica muchos...

Índice

  1. Portadilla
  2. Créditos
  3. Autor
  4. Contenido
  5. Prólogo
  6. Introducción
  7. I
  8. II
  9. III
  10. IV
  11. V
  12. VI
  13. VII
  14. VIII
  15. IX
  16. X
  17. XI
  18. XII
  19. Epílogo
  20. Agradecimientos
  21. Orson Welles
  22. Galería de fotos