La orfandad de la muerte
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La orfandad de la muerte

  1. 458 páginas
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La orfandad de la muerte

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"¿Qué es lo que buscas cuando buscas?" Es la voz que acompaña a Alfredo en cada uno de sus pasos por el viejo continente, en un estado casi delirante. Sin poder reconocerse, esa frase se repite hasta el cansancio en la mente del protagonista, y lo sumerge en una especie de enfermizo círculo que lo hace clavarse en lo más profundo de su existencia, lo cual se refleja claramente en sus divagaciones, en esas líneas tejidas a manera de autoficción.En esta extraordinaria y polifónica novela, Alfredo Peñuelas Rivas relata la historia de un pseudointelectual, como él lo llama, que se encuentra en medio de un vertiginoso y constante diálogo con él mismo y con la muerte, en medio de una historia de amor fallido, de sexo, de drogas y de rock and roll.En esta urdimbre existencialista, Peñuelas se allega de símbolos de la literatura moderna y de la cultura contemporánea, para transformarlos en un diálogo con distintas voces que deja entrever cómo es la vida de un escritor en nuestros días: el sentir de la decepción amorosa, de la fascinación de escritores desde Lewis Carroll hasta Nabokov y de la combinación de estados alucinantes que hacen efervescencia en dos ciudades, también alucinantes e incluso místicas: Barcelona y México, y cuyo trasfondo musical es armonizado por las letras de las canciones de The Doors.

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Información

Año
2014
ISBN
9786074121452
Edición
1
Categoría
Literature

Doce

Lo peor de los viajes son los aeropuertos, lo piensa Alfredo mientras lucha contra el desvelo, los taxistas, los maleteros, el tráfico, los nervios, el papeleo y demás molinos aguerridos que se le aparezcan en el camino a sus nuevas aventuras de caballero andante, mientras a su lado Xana se debate entre ser Dulcinea, Sancho o eso que da color al viaje, color pelirrojo, adecuado en casos de huidas épicas a batallas que, de antemano, sabe uno que están perdidas. París no le gusta nada, sobre todo si las voluntades no son las de uno, si el destino es tan poco, A luchar contra molinos ajenos, y con esa idea le llega también la imagen de Amy Andrews y su figura de jefa-rubia-espectacular, Anda, sorpréndeme Alfredo, vuélvete loco y demuéstrame qué es lo que hay en París para ti, y el director creativo sale sin escuderos ni Sanchos ni Rocinantes ni nada y acompañado de lo más parecido que tiene a una Aldonza perdida en la aldea de sus divagaciones. Al pensar en esto cruza por su mente Barcelona y el último de los aeropuertos que significó una salida poco heroica de una Europa que le trae más que nostalgias, un caballero andante que supo en la ciudad condal que el viaje había terminado, ¿dónde ha escuchado eso antes?, que el retorno a casa para enfrentar la realidad era lo que seguía, que del otro lado del mar se encontraba también un lugar de La Mancha de cuyo nombre nunca quiso acordarse en un año, por eso la forzosa vuelta a las andadas en una asignatura europea que él ya había dejado saldada lo estremece, “París no se acaba nunca”, dice la cita de Vila-Matas con cierta ironía, París estará siempre ahí, esperándome al acecho para brincar y morderme el cuello al menor de mis descuidos, piensa mientras la Dulcinea pelirroja se recarga en su pecho y Alfredo cree reconocer detrás del mostrador al Caballero de la Blanca Luna.
Lo que pasa es que Xulia no está contenta, porque a Xulia siempre la abandonan y la cosa es así. Siempre Xulia acaba siendo parte del proyecto de alguien pero no el proyecto principal, ¿qué le vamos a hacer, así es Xulia? Es lo que hay. Decía Xulia hablando de ella misma en tercera persona, como si ese síntoma por una separación inminente hubiese desatado todo el silencio contenido en un año de acuerdos compartidos. Si ya te lo había dicho, Xulia, “de fora vindran que de casa et tiraran”, le decía Xulia a Xulia, en catalán o en uno de sus múltiples idiomas que para esas fechas se habrían vuelto tan difusos. Esas palabras u otras similares son las que Alfredo recuerda a la salida antigua de la ciudad de Barcelona, justo en la Pla del Palau y camino a la playa, como lo hacían todos los jueves al salir de la jam session en la Sala Monasterio, No, no te pienso acompañar al Prat, le decía otra Dulcinea gallega a Alfredo Peñuelas Quijano, que sentía cómo esa aventura llegaría pronto a su fin mientras caminaban hacia la playa, y sentía cómo tras de sí aparecía un bosque lleno de pies y piernas humanas, sintiéndose él mismo un forajido de otro tiempo en que por ahí “los suele ahorcar la justicia, cuando los coge, de veinte en veinte y de treinta en treinta” y en ese momento, muy a su pesar, se da cuenta que ha pasado de ser el héroe de la historia al villano, que Xulia tiene razón, que la justicia es así y ni modo, es Barcelona y lo siguiente es ser juzgado por las palabras de la rubia y las decisiones de ambos tomadas un año atrás frente a esas mismas olas, como ocurrió con los forajidos esos y con Barcelona a sus espaldas.
Antes de que te vayas te quiero pedir algo, tú no sabes nada de mí, no sabes nada de Xulia. ¿Alguna vez te has preguntado por qué estudio italiano? ¡Qué te va a importar, si a nadie le importa lo que Xulia piense!, Alfredo recuerda estas últimas palabras como una sentencia, como un deja vú dejado a lo largo del camino, Es que nunca te enteras de nada, dijo la rubia y justo después se arrepintió de sus palabras, ofreció disculpas en alguno de sus muchos idiomas y le dijo algo así como que ella lo sabía, que lo había aceptado así, que Xulia era corresponsable de lo que Xulia hacía, de lo que hicieran ambos, Alfredo, por favor, acompáñame a Italia, tengo un tema por resolver. No preguntes nada, pásate el tiempo entre museos y tus cosas. Alfredo vislumbró entonces una variante en el camino de vuelta a casa, un largo rodeo antes de volver a ese lugar del que nadie quiere acordarse, otro azar antes de que el paseo llegue a su fin, un rodeo por Caribdis, Escila y Trinacria antes de volver a Ítaca, Alfredo que cae ante el canto de sus sirenas favoritas, se imagina a Dante, a Galileo y a Miguel Ángel llamándolo, quiere salir de la mano de Beatriz rumbo al Paraíso y por un momento se olvida de las palabras de la rubia ahí al lado, Yo sé lo que haré, como siempre, no te preocupes por mí. Ése es un tema de Xulia, dijo Xulia.
El problema de los viajes son los putos aeropuertos, piensa Alfredo cuando el recuerdo de su etapa final en Barcelona lo invade, recuerda a la rubia que no se sacaba las gafas para nada, que ya no reía, que se la pasaba mirando el mar aunque mar no hubiera. Xulia no quiso ir al Prat a decirle adiós, Me duele, sabes que me duele y no quiero que me mires llorar de nuevo, recuerda el doble llanto de Xulia, recuerda ese adiós en el Prat a un Alfredo cuya promesa no creyó, recuerda un adiós compartido en el Leonardo Da Vinci, un adiós acompañado y que se vio en la necesidad de hacerlo suyo a fuerza de silencio, Xulia derrotada después de su búsqueda por media Italia, un amor ajeno del cual a Alfredo sólo quedaron nombres irrenunciables como Venecia, Lido, Verona, Firenze, Scieci, Campocozzolli, Siena, Monterrigionni, Perugia, Assisi y la tan esperada llegada a Roma, capital eterna del mundo en donde las fuerzas de Xulia ya eran otras, Aquí termina el viaje y aquí termina Xulia, mexicano, dijo o cree Alfredo recordar que fue lo que ella dijo por no atender a sus palabras nubladas en una nada poseída por el embrujo de la Piazza del Popolo. Xulia no era nada comparable a Xana ahora a su lado, feliz como cachorrito, en espera de que algo grande suceda y eso grande se llama “París”, Tú te vas y te regresas a tu historia, yo me quedo y me quedo con la historia, en esa reflexión tenía Xulia la verdad a su favor, habían estado jugando con las olas inofensivas de sus pasiones sin percatarse de que un año era muy poco tiempo, un año contenido en una promesa que se cumple, Todos los plazos se cumplen, ya lo sabías, Xulia, ya lo sabíamos ambos, y el silencio entre los dos irrumpió con la furia de una ola inesperada.
Justo antes estuvo la aventura italiana que Alfredo quiso interpretar como un regalo, una forma de despedida, Estamos persiguiendo a un fantasma, llegó a pensar de manera divertida mientras cruzaba por la Piazza della Signoria, y se imaginaba a sí mismo como otro, como uno de esos otros que contemplaron lo mismo que él, poco le importaban Xulia y sus horarios, Nos vemos en la trattoria Antico Fatore, o el Ponte Vecchio o la que fuera, daba igual, porque el acuerdo seguía siendo el de siempre, el de no hacer preguntas, por eso cada vez que Xulia volvía tras el silencio de sus gafas, Alfredo hablaba y hablaba de sus nuevos juguetes llamados Palazzo Vecchio, Palazzo Piti o Galeria della Academia y del favorito entre todos: Basilica della Santa Croce y su tumba vacía, un homenaje macabro y vacío resumido en una broma antigua “Onorate l’altissimo poeta”, una ausencia que bajó al Infierno creyendo encontrar ahí la gloria, el amor al menos en el nombre de alguna mujer que siempre terminaría por significar Beatrice o cualquiera de los nombres alojados en Santa Margherita dei Cerchi, un nombre fantasmal para Alfredo, buscador de tumbas y de salidas al Paraíso. Poco importaba que Xulia tuviera sus gafas pegadas a la calle o al horizonte y siempre mirando al mar, tal y como la encontró, ella vivía su infierno personal y solitario sin ningún Alfredo o Virgilio a quién seguir, ella se encontraba sola muy lejos de las palabras y del Mediterráneo de ambos. Florencia significaba otra cosa, ¿el Infierno acaso…?
Me cagan los aeropuertos, piensa Alfredo al mirar la larguísima fila de Airfrance y el muestrario de maletas y usuarios, Cada maleta representa a su dueño, la chica esa ataviada para el perfecto París de escaparate y su maleta rosa; la señora con el bebé que pareciera que va de mudanza; los típicos mochileros que llevan la casa a cuestas pensando en París pero también en las chicas y en las múltiples vías de escape hacia cualquier lado, ellos sí llevan la casa a cuestas, El futuro a cuestas, dice el doctor Peñuelas en voz alta y se ríe apenas percatándose de la breve maleta que lleva Xana, ¿Qué llevará en ese pequeño veliz? No lo sabe, no lo intuye siquiera, son tan pocas las pistas que Xana ha dado de su vida que Alfredo no se puede enterar de nada, ahora está más preocupado en el retorno a París y en sus posibilidades. Piensa (se imagina a sí mismo) en una pequeña buhardilla en Sant Michel tal y como lo soñó cuando joven, desea con toda su alma emborracharse a la orilla del Sena, colarse a alguna de las magníficas aulas de la Galerie Richelieu en la Sorbona y asistir a alguna de las clases de filosofía en esos salones que ya hablan por sus nombres: Guisot, Descartes, Montaigne, se imagina a sí mismo frente a la escultura del maestro Montaña solicitando las fuerzas necesarias para aprobar el curso, cree ver que la estatua de Montaigne le sonríe como si él fuera un niño pequeño al que le preguntan cuánto es dos más dos, quiere hacer de sí mismo el Oliveira que siempre soñó, irrumpir en el anfiteatro Gastón Bachelard para discutir sobre teorías grecolatinas, para dar sus puntos de vista y hablar de temas mucho más trascendentes que unos pases de abordaje o el sobrepeso del equipaje. Alfredo sabe que sus sueños pesan, se ilusiona de nuevo, la última vez que estuvo en un aeropuerto fue para decir adiós, adiós a sí mismo, adiós a una ciudad, adiós a una mujer que nunca llegó para decir adiós, adiós para irse a reencontrar con su vida real. ¿Qué es lo que traerá Xana en la maleta?
Ni aeropuertos, ni hostias, Xulia se va a La Coruña a que la mimen. Decía en ese monólogo que se había vuelto su relación durante esos últimos quince días, Los aeropuertos me la sudan y, la última vez que estuvimos juntos en un aeropuerto en Italia estuve llorando durante una semana, y cuando te despedí en el Prat, Xulia también se quedó llorando, todo por enamorarse de quien no debe uno, enamorarse de un italiano invisible, enamorarse de un puto mexicano que le hizo una promesa ¡Una semana, Xulia! Només a tu se’t passa creure en promeses estrangeres, no aprendes, tía. Es que soy terca, los extranjeros no son lo mío así sean italianos, mexicanos o marcianos, ¡carajo! Era la primera vez que la palabra “enamorarse” había emergido entre ambos. No la utilizaron nunca durante ese largo año y una semana en Barcelona, no lo hicieron durante los cuatro días del periplo italiano. La palabra “amor” parecía estar reservada para otras cosas, en Alfredo tenía el nombre de ciudades, monumentos, sabores y cosas, en el caso de Xulia en un fantasma que no apareció nunca, que la dejó callada por largo rato mientras esperaban el avión de Ryanair en el Leonardo Da Vinci, un silencio basado en lágrimas que ya no eran exclusivas para Alfredo durante los últimos días de su monólogo en Catalunya, la aventura había llegado a su fin, ahora lo sabía. La relación había ido desde la sorpresa de la novedad hasta el hecho irrefutable de pasar a hacer de la novedad algo cotidiano y disfrutable en lo que Xulia se volvió parte del escenario, la palabra “extranjero” le dolió en el alma. Nunca se había sentido extranjero en Barcelona hasta ese momento, era una epifanía. Siempre consideró a España como su casa, como el único lugar de los que conocía de Europa donde se sentíarealmente a gusto. Se había acostumbrado a las intrincadas calles del Gótico, a escuchar lenguas en todos los idiomas, a vermujeres musulmanas cubiertas de todo el cuerpo así hubiese el peor de los calores, había aprendido a odiar a los guiris y a las estatuas humanas que pueblan la Rambla, se sentía culé y había gozado un par de veces con la visita a Canaletas e incluso había llegado a aceptar al idioma catalán como una música habitual que le endulzaba el oído. En ese año habría procurado leer a autores locales que le eran desconocidos, se habría anotado a un par de cursos externos al doctorado sobre literatura de la posguerra en el MUHBA, nuevos autores como Benguerel, Moix, Redodera y Campany formaban parte de su geografía cerebral, al igual que nuevos lugares como La Boquería, La Central o Universitat Pompeu Fabra recibían la denominación de “hogar”. No era un extranjero, no… “Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los estranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única”…
¿Cuál es el estereotipo que guardan Xana y su maleta con respecto al aeropuerto? Es tan distinta a Xulia, dos X completamente ajenas una de la otra. Xulia siempre fue una X muda como una H cargada de misterios callados, pareciera nunca llevar más equipaje a cuestas que lo puesto, que unas gafas acaso. Un pequeño arsenal de palabras certeras y efectivas que siempre tenían la razón. En cambio Xana es una X sonora como una castañuela, como esas X mexicanas que suena a J a S a CS o SH según la ocasión, como las nuevas X musicales que aprendió en Barcelona, su maleta es pequeña y no dice nada, no se puede saber qué es lo que esa escandalosa X diga de sí misma a través de su equipaje. Por momentos ella está con la misma excitación que un niño a punto de subir al Space Mountain en Disneyworld, es decir, como casi cualquier crío a punto de abordar por primera vez a un avión; de repente pareciera esas chicas aventureras que entran y salen de Europa como si ésta fuera un eterno campamento de verano al cual hay que volver, y viajan a la vera de los billetes sujetos a disponibilidad, Sujetos a humillación, piensa Alfredo y trata de identificar a quienes viajan así, a lo mejor ellos serían mejores compañeros de viajes para Xana, Miren, una igual a ustedes, alguien ávida de vivir la aventura de las Europas, una viajera más, e imagina a su Danae perdida en medio de hostales y cuartos de amigos instantáneos, de nuevos Zeus mochileros que busquen conquistar Europas, Danaes, Ledas, Íos o Semeles, el nombre es lo de menos, porque Xana-Danae estaría reciclando amigos y coachsurfers por igual, la ve claramente extraviada y feliz en medio de laberintos de cafetines y bares sirviendo copas y atendiendo comensales para después perderse en una fiesta universitaria del Quartier Latin y planear un viaje al día siguiente con rumbo desconocido, que bien podría ser al sur, a Marsella, Cannes o a la misma Costa Brava catalana, total la playa y la aventura es lo que importa, el mar es para eso, Alfredo lo sabe, la mira atravesar la frontera y enamorarse de Catalunya y sus posibilidades, asoleando un cuerpo desnudo y plagado de pecas en Roses o amaneciendo borracha y sobre la arena en Lloret de Mar, cree que Xana podría fácilmente terminar en Barcelona sirviendo mesas en el café Zurich y coquetear con los guiris que se sientan Zeus como él mismo lo hizo ya alguna vez… Xana y los guiris podrían perderse con gran facilidad entre las sombras clandestinas del Raval. Mira a la pelirroja guardando entre sus cosas alguna taza con motivos de Gaudí, una travesura, un hurto sin importancia, un instrumento que le ayude en un problema futuro en algún otro aeropuerto del mundo, donde se encuentre a otro Alfredo Peñuelas solo y abatido por el abandono y con una enorme necesidad de heroísmo, alguien que le dé el impulso necesario, que la lleve a nuevas aventuras. Ese deja vú lo hace sentir raro (la rara palabra “raro”), Alfredo que piensa que eso ya lo ha vivido antes, que esta Xana-Danae le dio la clave para torcer algún recodo de su pasado y ahora le dará una nueva dirección al futuro, ¿quieres ser mi Zeus, mexicano? Do you want to be my husband just for a while? De seguro la maleta de Xana ha de esta...

Índice

  1. Prólogo
  2. Uno
  3. Dos
  4. Tres
  5. Cuatro
  6. Cinco
  7. Seis
  8. Siete
  9. Ocho
  10. Nueve
  11. Diez
  12. Once
  13. Doce
  14. Trece
  15. Epílogo