Lugares lejanos
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Lugares lejanos

  1. 260 páginas
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Lugares lejanos

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Información del libro

"Esta novela es el más completo libro en prosa sobre lo que nos ha ocurrido—y es mucho lo que nos ha ocurrido— en las dos últimas décadas del siglo XX". Milovan Vitezovich, escritor serbioLa guerra de los Balcanes o la guerra de la sinrazón. Es decir, la guerra a secas. Este es el relato de un serbio que cree en la compasión humana, y que con su prosa lacerante y catártica, a ratos áspera, en otros desbordante de lirismo, revive desde dentro el trágico destino de Belgrado tras la descomposición de Yugoslavia. La elegía de la ciudad amada. Pero también un aviso al mundo, y en particular a esa Europa que aún parece no haber terminado de definir sus fronteras.El protagonista de Lugares lejanos es médico. Y es que esta es una historia de enfermedades, o más bien un intento de diagnóstico de la enfermedad que lacra la milenaria historia europea, el nacionalismo.

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Información

Año
2018
ISBN
9788417118167
Edición
1
Categoría
Literatura
EN EL BARCO
I
La reunión fue convocada de improviso y para última hora. La abrió el director con una intervención escueta y enérgica, diciendo que era extremadamente importante, casi decisiva, para el futuro del hospital. Luego tomó la palabra el subdirector. Con el ceño fruncido, primero pidió permiso a los presentes «para hacer un breve repaso a los acontecimientos que afectan el país». Empezó por la «Guerra Aduanera» de la Monarquía austrohúngara contra Serbia, de principios del siglo xx, y siguió con las Guerras Balcánicas, las dos Guerras Mundiales, la Revolución y la Reconstrucción, para llegar media hora más tarde al bloqueo económico de la Unión Europea contra Yugoslavia, impuesto apenas un mes antes. Dijo que en todas esas épocas difíciles Serbia había soportado grandes pérdidas humanas y materiales sin haber tenido culpa alguna, pero que jamás había flaqueado en la defensa de los intereses nacionales. Junto con las fuerzas progresistas del mundo, siempre acababa saliendo victoriosa, impresionaba al planeta y se ganaba su aprecio y respeto. Lo que ocurría en el país ahora no era otra cosa que un ataque más contra Serbia y el indefenso pueblo serbio de Kraína, promovido con los mismos objetivos y por las mismas fuerzas de cincuenta años atrás. Se trata, dijo, de una agresión sin escrúpulos contra su historia, su presente y su futuro.
Hizo una pausa, bebió un sorbo de agua y prosiguió en voz aún más alta y con el ceño todavía más fruncido.
—Los planes de nuestros enemigos fracasarán —dijo— si apretamos filas en la decidida lucha por la recuperación de nuestro mermado honor nacional y del orgullo de ser serbios, lucha que se ha iniciado a través del enfrentamiento, especialmente en nuestras propias filas, con los que se oponen al desarrollo de los auténticos valores de nuestro socialismo. Camaradas: ha llegado el momento de mirarnos abiertamente a los ojos, reagruparnos y seguir adelante cueste lo que cueste con firmeza, por mucho que eso desagrade a algunos. Nos lo exige la prosperidad de nuestro país. En ese camino, el propio pueblo ha depositado su confianza en nosotros, confianza que de ninguna manera puede ser ni será traicionada.
Todavía no se había apagado el eco de su última palabra, cuando continuó uno de los ayudantes del director:
—Permítanme enlazar con el discurso de mi antecesor —dijo, y repitió lo dicho anteriormente, pero en orden inverso. Señaló que en tiempos decisivos la crítica amistosa debía ser «constructiva y permanente», con independencia del cargo y carrera de cada uno, y que todo tenía que estar subordinado a los intereses del hospital, que al mismo tiempo coincidían con los de todos, es decir, con los del pueblo serbio que tanto había sufrido. Y siguió así, remontándose lejos en la historia. Al final volvió a sus palabras iniciales con el deseo de «subrayarlas una vez más».
Se hizo el silencio.
Lo rompió un nuevo orador, tomando una parte del final y otra del comienzo de los discursos precedentes, que unió en una extraña mezcolanza, repitió varias veces que estaba completamente de acuerdo con todo lo dicho y que se debía seguir adelante de inmediato. Con todas «las fuerzas positivas». Recalcó en particular esto último.
Ya no era necesario esperar a que otros se decidieran a intervenir. Pidieron la palabra uno tras otro, repitieron una vez más lo que ya se había afirmado, dieron su apoyo a «nuestro sufrido pueblo de Kraína» y a la decisión de no aplazar más la reorganización del hospital con el fin de que se resolviese de una vez el cúmulo de problemas. Del mejor modo posible: mediante una política progresista.
Alexa escuchaba con atención cada palabra. Estaba de acuerdo con lo que se había dicho en referencia al pasado histórico, pero no aprobaba que lo que durante decenios había sido un asunto prohibido o del que se hablaba con desprecio, lo presentasen de repente como una gran revelación, considerándolo, además, su patrimonio exclusivo. Se sentía mal al ver cómo ardían pueblos serbios de Eslavonia y cómo la gente huía de allí, pero de ninguna manera podía justificar la escasez de antibióticos en el hospital por la existencia de fosas comunes en Lika y Herzegovina, en las que los ustachas habían arrojado a la población serbia cincuenta años atrás. El bloqueo económico de Yugoslavia por parte de la Comunidad Europea lo había desconcertado. Consideraba que se trataba de un torpe error que pronto sería subsanado. Ya había escrito a sus conocidos en el extranjero, expresándoles su descontento y sus críticas argumentadas, y esperaba su respuesta. Deseaba escribirles muchas cosas más en relación a la actitud deplorable de los gobiernos europeos, pero en ese momento no quería que esos pensamientos lo distrajesen. Quería volver a la sala porque tenía la impresión de que no se había dicho todo, y que la dureza de la voz de los oradores decaía poco a poco cuando hablaban sobre el pasado, mientras que se hacía cada vez más punzante y amenazadora en lo que se refería al hospital y a su futuro. Buscó las miradas de los compañeros con los que tenía amistad y con los que compartía opinión y que —al igual que él— no solían intervenir en esas reuniones o lo hacían pocas veces. Observó que sus caras abstraídas ocultaban una impaciencia creciente. Todos, salvo aquel cirujano que estaba sentado algo separado de la mesa, con las piernas cruzadas y el torso erguido, como queriendo hacerse más visible. Miraba al director a los ojos y parecía que no parpadeaba. Dejó de tamborilear en la mesa con los dedos.
En un nuevo turno de intervenciones, nuevamente los mismos oradores volvieron a romper el denso silencio.
Esta vez solo el primero se refirió a la historia. Mencionó someramente el Congreso de Berlín de 1878 y la secular injerencia de Austria, y especialmente de Alemania, en los asuntos internos de los países balcánicos. Luego, como si amenazase a esa Alemania, con el tono con el que se pronuncian los mensajes trascendentales, informó de que se había efectuado «un minucioso y objetivo análisis de la situación en el hospital». Desde aquel mismo momento, se iniciaba una profunda reorganización con el objetivo de «entrar en el nuevo año, crucial para nuestro desarrollo, con una mayor operatividad y presupuesto aligerado».
Recibió el apoyo de varios médicos, que —según dijeron— desde hacía tiempo ya habían pensado en el modo de incorporarse a las corrientes contemporáneas de la medicina, lo que, en la situación en la que se encontraba Serbia, también suponía que «tenían que afrontar ese tipo de sacrificios». Sacrificios que, teniendo en cuenta su importancia para el futuro, no eran tan grandes. Por eso apoyaban plenamente el plan de reorganización.
Como conclusión, el propio director expuso ese plan. En voz baja y sin mirar a los presentes, explicó que por orden del Ministerio, después de que un grupo de expertos designado «examinase la situación de la plantilla», y de conformidad con la ley —que aún no había salido en el Boletín Oficial, pero eso era cuestión de días, por lo que el hospital únicamente ganaría tiempo adelantándose a su publicación y se ahorraría buscar soluciones «precipitadas»—, se había tomado la decisión de trasladar a unos cuantos médicos y algunas enfermeras y celadores a otros centros. También se iba a facilitar la prejubilación de aquellos trabajadores a los que quedaba poco tiempo en activo; los que deseasen abandonar el hospital por voluntad propia recibirían por adelantado el sueldo de dos años. Una parte de la plantilla tendría un mes de vacaciones pagadas, mientras que los que estuviesen en la lista de excedente tecnológico —lo que afectaba principalmente al personal auxiliar— podrían optar a una recalificación, o… No, no habría despidos, porque ante todo se había tenido en cuenta el aspecto humano; se valorarían los ingresos de las familias de los empleados: el número y la edad de los hijos, el patrimonio en general, si poseían tierras o vivienda, o si el cónyuge tenía algún negocio particular, la posibilidad de encontrar nuevo empleo, la edad y el rendimiento en el trabajo. Y, naturalmente, las necesidades del hospital.
Añadió que las mismas medidas también iban a implantarse pronto en la industria, con el objetivo de «revitalizar la producción», que era la mejor respuesta al bloqueo económico del país. No tenían otra elección que perseverar en la defensa de los intereses nacionales con el sacrificio y el esfuerzo. Tales iniciativas se debían interpretar únicamente así, sin prestar atención a las críticas de la oposición, a la que esos intereses importaban poco. Concluyó diciendo que los empleados serían informados al día siguiente por escrito. El plan se aplicaría a partir de Año Nuevo.
La reunión terminó igual que había sido convocada: brusca y apresuradamente. Unos dijeron que tenían mucha prisa y desaparecieron por el pasillo; otros se lanzaron hacia el ascensor con el mismo pretexto. El director se fue a su despacho acompañado por el subdirector y por sus colaboradores. En la sala quedaron las sillas desordenadas y un aire caluroso y cargado.
Alexa bajó solo por la escalera vacía. Cada vez que tocaba el suelo con el pie, en su cabeza se agitaba aquel mar de palabras pronunciadas. A ratos, el tono y la actitud de los oradores superaban lo que oía. Luego, alguna frase se repetía una y otra vez, como un eco, antes de que todo volviese a sumergirse en una nueva ola de voces y palabras.
Seguía sintiendo lo mismo en la frialdad de la noche, mientras esperaba el autobús y observaba la ventana iluminada del despacho del director.
Lentamente, empezó a discernir palabras como «reorganización», «vacaciones forzosas», «fuerzas positivas», «recalificación», «revitalización de la producción», «excedente tecnológico», «número y edad de los hijos», «rendimiento en el trabajo»… Ese orden irregular en el que pasaban por su cabeza añadía a cada una algo de gravedad amenazadora, detrás de la que —presentía— no se ocultaba más que un loco anhelo de poder. Ese poder, que una vez conseguido, no tarda en manifestarse, siempre y en todo, tanto en las cuestiones importantes, estatales y nacionales, como en los enfrentamientos pequeños, cotidianos y ocultos en los que tiene puesto el punto de mira o a los que ha elegido como diana. Mientras en sus inicios acapara el mando, el dinero, el idioma, la historia, el futuro y los puestos clave en la sociedad, oculta y disimula su rastro. Pero cuando arremete contra la vida de la gente común, en cuya conquista encuentra su sentido y supervivencia, su agresividad crece y se desborda, abarcándolo todo. Esa es la última oportunidad para pararlo. Si no se hace, pronto todo se convierte en indiferente e insignificante para ese poder. En esa alocada carrera hacia lo definitivo y eterno, que es su única meta y lo único que le queda, se devora finalmente a sí mismo. Porque en la creación humana no existe nada definitivo ni eterno, salvo el propio acto de creación. Para enmendar los males que ese poder deja tras de sí, han de pasar decenios. Desgraciadamente, son lo que más fácilmente se borran de la memoria humana.
«A ellos ya les da igual», pensó entristecido.
Intentaba leer en su sillón. Las letras se dispersaban y no sabía lo que había leído ni hasta dónde había llegado. Cerró el libro. Para serenarse y ahuyentar esos pensamientos, se fue a la cocina a preparar un té. Permaneció de pie mirando el agua que estaba calentando.
Lo que le bullía era la cabeza. Les da igual, pensaba, desplazan a la gente, la trasladan de un hospital a otro, la reorganizan, la envían de vacaciones forzosas. Cuentan el dinero e hijos de otros, disponen de ellos y los administran como si los niños y los «sueldos del cónyuge» fuera lo que asfixia al hospital y de lo que hay que deshacerse lo antes posible. ¡Con decisión! Quieren recalificar, redistribuir, jubilar e incluso despedir a todo aquel que hasta ayer era Hombre, «nuestro máximo valor», pero que desde hoy es de repente «excedente tecnológico». ¡Si no ha pasado ni un año desde que contrataban a médicos y personal sanitario huidos de Esloven...

Índice

  1. EN EL TRABAJO
  2. EN LA CALLE
  3. EN EL BARCO
  4. EL PADRE
  5. LA PARTIDA