Había una vez en Barranquilla
eBook - ePub

Había una vez en Barranquilla

  1. 176 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Había una vez en Barranquilla

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Ramón Illán Bacca, haciendo uso de su particular olfato de rastreador de curiosidades, y tras una larga búsqueda en hemerotecas públicas y privadas, presenta esta selección de columnas publicadas por un grupo de intelectuales y periodistas en los principales medios de comunicación de Barranquilla en la década de los años ochenta del siglo XX. El propósito de la selección es ofrecer a los lectores una mirada al acontecer cultural de la Barranquilla de entonces y recuperar del olvido algunos personajes y hechos memorables, en un ejercicio que seguramente evocará sonrisas y también detonará algunos interrogantes acerca de qué tanto ha cambiado esta ciudad Caribe ad portas de cumplir doscientos años de su fundación.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Había una vez en Barranquilla de Ramón Illán Bacca en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Ciencias sociales y Cultura popular. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2012
ISBN
9789587413151

ESTAMPAS

BARRANQUILLERAS

NAVEGACIONES Y REGRESOS

“Las Lara”

Por: Julio Roca Baena
En el ambiente de las exposiciones de pintura y las galerías de arte se las conoce sencillamente así, como “las Lara”, sin que parezca necesario establecer nítidas diferencias entre Edith (Salón Cultural de Avianca) y Elida (Galería Atenea), pues el público es consciente de que entre las dos se ha establecido un amable monopolio para ofrecer a la ciudad “shows” de arte que sean al mismo tiempo acontecimientos sociales. Cuando un pintor, en cualquier ciudad del país, recibe la llamada de Edith o de Elida proponiéndole que exhiba en Barranquilla, lo más probable es que comunique a sus amigos: “Me llamaron las Lara” y todo queda perfectamente entendido.
No hay fotografía de prensa ni reseña social en donde no aparezcan y quienes aprenden a distinguirlas comienzan por darse cuenta de que Elida es la de los descotes más audaces y que Edith, como Edith Sitwell, es en el fondo una poetisa inglesa disfrazada de bizantina. Van por los salones con enorme propiedad, conocen a todo el mundo y tienen la virtud exclusiva de las anfitrionas natas que no equivocan nunca un rostro y un apellido. Cuando hablan por teléfono, parecería que los cables del aparato fueran a obstruirse con la generosa incontinencia del almíbar y los terrones de azúcar de los “mi amor” que prodigan, sin hacer tampoco excesivas distinciones de interlocutor, pues aman a todo el mundo con el mismo dejo indolente y en ese mundo sembrado de plantas venenosas que es el terreno del arte, han hecho de la amabilidad una virtud neutralizante.
No sé qué piensan de ellas las mujeres, pero saben tratar a los hombres y, al parecer, saben cómo no maltratar a los artistas, casta difícil si las hay. Su encantadora coquetería no tiene más sentido que el puro virtuosismo social, esa amabilidad “demodé” que podría considerarse privilegio de señoras mucho más antiguas y que solo los más despistados viejos verdes creen posible propasar.
Las Lara, físicamente, no se parecen en absoluto y el aire de familia es tan tenue que permite y alienta esa indefinición, que se otorga con naturalidad a ciertas dinastías femeninas: las Gabor, por ejemplo, mucho mayores y espectaculares; las Andrews Sisters de los años cuarenta, que se vestían igual y llevaban lazos en la cabeza; o las hermanas Bronte, que también eran tres, como “las Lara”, que mantienen a la tercera en reserva.
Trabajan “como hormiguitas” en favor de los artistas y del interés cultural de Barranquilla y no es improbable que en el futuro esa dedicación se vea recompensada con una medalla cívica. Pero no es esa capacidad de trabajo el tema de esta navegación, sino la mera existencia de “las Lara” como una doble entidad amable, atenuadamente exótica, sutilmente provinciana de nuestros actos públicos.
Diario del Caribe, 1982

CRÓNICAS

El viejo puerto se hizo barrio

Por: Sigifredo Eusse Marino
Marinos y aventureros de agua o tierra; emigrados de todas partes, muchos de ellos extranjeros; trabajadores de cuadrillas rodantes, hombres hechos al sol duro del trópico y con su fuerza de trabajo puesta en muy diversas habilidades manuales; legiones de muchos otros diestros en las argucias del comercio menudo: esa gente sin mayor alcurnia ni prosapia que cuando buenamente pudieron agenciarse con sus propias manos y su voluntad prosaica, fueron las personas que dotaron al Barrio Abajo de esta “personalidad” que lo cautiva a uno apenas lo empieza a conocer, esa atmósfera propia, una especie de microclima distinto que lo hace sentir a uno en otro impreciso tiempo, aunque también en el pedazo mismo de retícula urbana capaz de explicar con una cierta ambigua certeza el apego pegajoso que nativos y visitantes, más temprano que tarde, terminamos sintiendo por la arenosa Barranquilla.
El Barrio Abajo nació y creció de la necesidad y por la costumbre.
Los asoleados navegantes de los vapores del río Magdalena —que venían de gastar sus miradas de lince en avizorar camadas de caimanes entre los barrizales orilleros, aguas arriba— fueron quienes primero comenzaron a soñar y urgir alguna cosa en tierra que acogiera la vista aunque fraccionara el horizonte, algo como silueta y promesa a perfilarse apenas más acá de los muelles de la Intendencia Fluvial.
Alguna cosa (o casa, o patio, alero, candelas de mechón sobre un portal.) un poco más estable y estacionaria, menos provisional en todo caso, con reminiscencia o nostalgia de hogar lejano, perdido o por recuperar, que consolara por sus habituales noches de rascas y borrascas entre mares de cervezas amargas de marca extranjera; o por aquellos largos días de norte errante y deambular la espera aguardando la otra fecha y hora de zarpar, mientras pasajeros de dril kaki desfilaban equipaje al brazo y otros (potenciales) a comprar tiquetes hacia Mompox o El Banco o La Dorada, o para algún otro puerto del interior. Entretanto, las cargas de bisutería o maquinaria, enlatados, trigo y aceite de oliva, telas, perfumes y mil otras mercaderías importadas llegaban —vía el muelle de Puerto y el tren de Sabanilla— desde más allá del mar Caribe, desde las Europas o del sudeste de Asia, a engordar arrumes y esperar despachos de río arriba.
Es altamente probable que uno encuentre, en una tiendecita cualquiera del barrio, a algún señor rubio, flaco, muy alto, que habla poco (y que, cuando lo hace, se le distingue el lacerado acento de los emigrados centroeuropeos de la postguerra), ordenando a medio tono una cerveza en mitad del alboroto inmarcesible de otros parroquianos con pinta irredimible de jugadores de dominó
DOMINÓ Y PELOTA CALIENTE
El dominó en el Barrio Abajo suele no ser solo un pasatiempo entre doméstico y juerguero. En fin de semana, el tableteo espaciado y sin concierto de las fichas contra mesas de cantinas discretas o portales soñolientos, atraviesa la noche matizando el sueño nervioso de los colegiales que se retiraron a regañadientes de frente a los televisores, de otros que regresaron del sueño luminoso puesto contra el muro en cines a la intemperie (el Teatro Las Quintas, el Cine Obando, el Ayacucho o el Paraíso, todos hoy desaparecidos) o de aquellos que desmontaron una bicicleta compartida con la pandilla de la cuadra.
Alrededor del dominó ha crecido todo un historial de voz baja —nocturno, secreteado y puyoso —más o menos escamoteado a los menores y negado a los no iniciados, a los sobrios recalcitrantes, que los hay, a aquellos que no aprendieron a trasnochar. Ese historial habla de muertes anunciadas, mujeres ajenas y amoríos, traiciones, rivalidades calle a calle, juegos de azar, boxeadores y béisbol, del japonés ahorcado, de un sastre jamaiquino que se arruinó de pronto, de italianos sin astillero que construyen barcos y se van de pesca mar afuera los domingos.
Pero tanto aquel alemán que se extravió en esta manigua de sol bravo y gente cálida y que ahora comparte ratos de cerveza con sus trabajadores del taller de a la vuelta —la misma gente que convierte en feria los mediodías de entre semana lanzándose a las calles, entrando y saliendo en patota de restaurantes caseros que se rebosan hasta el andén de comensales, de los cuales hay de a dos por cuadra en el Barrio Abajo, palillo entre los dientes, grasa negra por toda la ropa y una mundana satisfacción en los rostros congestionados del calor y el trabajo mañaneros—, tanto aquel europeo aclimatado como estos hombres de overol y ancho apetito, los estudiantes del insomnio solitario, los tenderos y sus mujeres, las mujeres y sus hijos de brazos, las abuelas de dura correa que no se resignan a un ocio de mecedor y encienden por las noches carbón bajo anafes de fritangas, todo el mundo en el Barrio Abajo despierta con el lucero del alba, desocupa la penumbra de los lechos, enciende a las volandas el bombillo del día y se pone, cada cual, a hacer lo que hay que hacer, modesta y sabiamente, con su alegría sin alardes.
El nombre del barrio no obedece a mayores misterios: fue el sector de la ciudad que empezó a crecer aguas abajo del curso del río, en oposición a las zonas residenciales del Barrio Arriba. Eran estas la parroquia de San Roque, contigua al mercado y los comercios céntricos, y —más propiamente “arriba”: —el siempre populoso sector de Rebolo.
Hay Barrio Abajo de abajo y Barrio Abajo de arriba.
Los primeros conjuntos de casas —de tablones de madera y techos pajizos, de enea, antes del 900— tuvieron por límite norte a la calle del Dividivi, que es la misma calle Murillo de hoy, ensanchada, pavimentada, iluminada, cambiada a intervalos pero la misma que desemboca en el Estadio de Béisbol Tomás Arrieta, en pie allí desde poco antes de mitad de siglo. Vale la pena decir que desde entonces el estadio encarnó el hito urbanístico y la calidad distintiva más marcada de la idiosincrasia barriobajera.
Barriobajero que a sus diez o doce años no haya enfundado esos cinco de la mano zurda en una manilla Wilson, quedará poco menos que frustrado en plena niñez, ponchado con bate al hombro después de dos estraiks sin bola, mínimo bajo sospecha de ser cachaco encubierto ¿Quién va a pararle bolas a alguien que es un cero a la izquierda en béisbol?, ¿qué diablos podrá saber de la vida uno como él? Buena idea en ese caso —tal vez sea— mudar de barrio.
Diario del Caribe, 1 de mayo de 1983
“BAJO MANHATTAN, BRÓDER”
De la Estación Montoya, entonces, callejón Arriba hasta la calle del Dividivi (hoy calle Murillo), eso era y sigue siendo el Barrio Abajo de abajo. De Murillo hacia el norte, hasta la Calle Caracas (la 53), el Barrio Abajo de arriba. Como si fuese uno más entre cientos de villorrios de ribera y playón, este pueblo aparte que — en cierta medida, en relación con el resto de Barranquilla— es el Barrio Abajo, tiene en La Murillo su “calle de en medio”. Al cabo de la cual, en su confín que linda con los caños del río, el Estadio de Béisbol Tomás Arrieta irradia su poderoso influjo que permea los imaginarios, metáforas y hábitos cotidianos. En noches de pelota caliente, la cegadora claridad nocturna de sus altas torres despliega toda una batería de luces de sodio, sin discriminación alguna, entre barriobajeros de arriba y barriobajeros de abajo. Todos ellos unifican su sector bajo un símil entre pretencioso y socarrón, a boca llena:
Todo esto es el Bajo Manhattan, bróder —eso dicen todavía, así lo llaman ellos.
Y aquel Manhattan bajero, cualquiera de la...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADILLA
  3. CRÉDITOS
  4. ESTUDIO INTRODUCTORIO-Vida cultural en Barranquilla
  5. AÑO NUEVO
  6. PENSAR LA CÍUDAD
  7. LAS ARTES
  8. ESTAMPAS BARRANQUILLERAS