El espacio viscoso
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El espacio viscoso

Hacia un entendimiento del espacio como una producción social

  1. 116 páginas
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El espacio viscoso

Hacia un entendimiento del espacio como una producción social

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En este trabajo se realiza una aproximación conceptual a los modos de producción y apropiación del espacio de la ciudad y se parte de la base de que dicho espacio está constituido por un conjunto de múltiples prácticas humanas y modos distintos de habitar que son propensos a engendrar un tipo de espacialidad perturbadora que empasta, se adapta y se superpone a modelos idealizados del espacio arquitectónico, geográfico y antropológico. Dicha espacialidad surge con la consolidación teórica de una categoría de análisis de origen metafórico que se ha denominado como el Espacio viscoso, desde donde se entiende el espacio como una producción social, viva, cambiante y contradictoria, caracterizada por su contingencia, su continuo estado de cambio y por la puesta en común de lo heterogéneo y lo dispar.Con esta metáfora se busca demostrar que la esencia de la espacialidad, desde su dimensión social y humana, no se encuentra determinada por sus particularidades técnicas y morfológicas, sino más bien por la identificación y comprensión de aquellos procesos de socialización que crean una apropiación paulatina del espacio, tales como: las prácticas cotidianas, las repeticiones de modos de vida y las diversas formas que hay de habitarlo.

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Información

Año
2017
ISBN
9789587644593
Categoría
Design

Capítulo 1: Lo viscoso en el espacio

El reencuentro familiar, los pequeños problemas cotidianos, el diálogo entre amigos y conocidos y la tensión entre un mundo tradicional y otro moderno, son los temas que le dan vida a la conmovedora película El baño del director chino Zhang Yang (1999). Esta cinta, que cuenta la historia de la visita que Da Ming hace a su viejo padre Liu y su hermano menor Er Ming, se desarrolla en un baño público de una vieja zona residencial aún ajena al trajín urbano de las grandes ciudades.
El señor Liu y su hijo menor Er Ming, viven y atienden ese baño del barrio que acoge clientes de todas las edades que van allí para conversar, encontrarse con amigos, recibir masajes o simplemente relajarse mientras disfrutan de un baño caliente. Da Ming, un hombre de la gran ciudad, regresa por unos días con su familia y se da cuenta de que su padre, y el baño público que maneja, son esenciales para dejar pasar la vida cotidiana del barrio, pues es allí donde las personas se encuentran, bromean, departen del juego, ocupan su tiempo de ocio, hablan de todo y de nada, comparten sus problemas y piden consejos.
Con el paso de los días, Da Ming se entera de que todo el barrio será demolido por orden del Estado para desarrollar un proyecto habitacional de alta densidad y para ubicar un centro comercial en el mismo lugar en donde se encuentra el baño público de su padre. Este anuncio será determinante para el devenir de los personajes, pues pondrá a los protagonistas y a todos los clientes del baño a reflexionar sobre la vida que deberán dejar atrás y el futuro que les espera.
Tabla N.° 1. Composición de los cluster
Figura 1. En esta ilustración se representa una de las escenas de la película en donde se evidencia cómo la reunión entre vecinos, el encuentro social y la conversación hacen parte fundamental de la vida de los clientes que van todos los días al baño público del señor6.
Justo antes de que inicien las mudanzas de las personas del barrio, el director Zhang Yang se encarga de hacer evidente que los espacios llenos de vida no se restringen al interior del baño público, sino que puede vérseles en los pequeños parques del vecindario que también funcionan como lugares de encuentro, diálogo y esparcimiento7.
Así, la película llega a sus escenas finales con el traslado de las familias, la despedida de amigos y conocidos y con la entera demolición de las viejas casas que configuraban el barrio8. Finalmente, la historia termina con Da Ming y algunos de sus vecinos en el desmontaje de los últimos objetos del baño público, ya desocupado, carente de vida y esperando el mismo destino del vecindario.
Ahora bien, más allá de la riqueza narrativa y cinematográfica de esta película, surge la pregunta sobre ¿qué es lo que está en juego en este film de Zhang Yang? Las respuestas, seguramente, serán diversas: podrá haber algunos que digan que la historia trata el tema del amor filial; otros dirán, sin duda, que es una película que pone en escena la tensión entre la tradición y el progreso del mundo moderno; habrá quienes la resuman como una historia que presenta fragmentos de la cultura popular china. Asimismo, habrá unos cuantos que argumenten que lo relevante es la importancia del agua como elemento fundamental para el devenir humano y para la purificación corporal y espiritual.
Es probable que todas estas interpretaciones sean válidas y que cada una sintetice aspectos claves de la historia. Sin embargo, lo que está en juego aquí es que la problemática de la producción del espacio depende de los modos de socialización y del propio devenir cotidiano de los personajes, el cual es el aglutinante para los encuentros, el diálogo, la vinculación afectiva entre los residentes del barrio, aspectos todos que son estructurantes de la consolidación de un barrio que adquiere matices de sociabilidad que lo llenan de cualidades espaciales únicas e irremplazables para sus habitantes.
En efecto, el hecho concreto de la demolición del barrio y del baño público, entendidos como espacios vivos y de una alta riqueza social y cultural, pone de manifiesto el modo en que, a manera de palimpsesto, se produce el espacio en la actualidad. En este caso, los lugares apropiados y de encuentro como el baño público del señor Liu, son reemplazados, por espacios estandarizados, dominados y producidos por grupos inmobiliarios que buscan la rentabilización del suelo en proyectos de nuevos complejos habitacionales o nuevos centros comerciales.
Con referencia a lo anterior, si se hace una lectura de esta historia desde la perspectiva del espacio viscoso, se puede inferir que en el filme no solo hay un reemplazo de un barrio tradicional con edificaciones viejas por un nuevo proyecto de vivienda más acorde con la densificación urbana y de las dinámicas de las ciudades modernas, sino que además, hay una anulación de aquellos lugares que permitían la socialización de las personas del barrio. En efecto, con la demolición de las casas, el baño y los puntos de encuentro de la comunidad, sumado a la fragmentación de las formas de vida de quienes debieron buscar otras viviendas en lugares apartados unos de otros, lo que ocurre es un rompimiento radical de los lazos vecinales y los modos de vida de los residentes.
En definitiva, lo que se muestra es una ruptura del devenir cotidiano de los habitantes del barrio que trae como consecuencia la exclusión que acarrea la renovación urbana, la asimetría social, el surgimiento del anonimato y la pérdida de la noción de comunidad como un modo aún vigente de constituir la ciudad.
Así, la viscosidad espacial representada en los particulares modos de socialización que incluían las tradicionales peleas de grillos, la limpieza del cuerpo con los masajes del baño, el vaciamiento de las inquietudes personales a partir de la conversación y hasta las festivales barriales gestionadas por los mismo vecinos, se ven trastocadas y fragmentadas por una proyección de ciudad que propende por la construcción de espacios de mayor eficiencia, más acordes con procesos de rentabilización y de progresión urbana que apuntan no solo a la homogenización espacial, sino también a la universalización de los modos de vivir. En consecuencia, el barrio de la película que por sus particularidades sociales y prácticas vinculantes entre sus residentes era un lugar único, será cambiado por un desarrollo urbano genérico que poco o nada tuvo en consideración aquello que ocurría en el espacio precedente.
Se trata entonces de un proceso abrupto de cambio que trastoca la identidad de la figura del vecino que cumple un papel fundamental dentro de una comunidad por la de un hombre abstracto que se inserta en un lugar ajeno a él, sin importar su historia, ni sus particularidades o sus lazos afectivos. Lo relevante en este espacio uniformizante fruto de la especulación inmobiliaria es que el habitante acepte sin mayor oposición su nueva condición de anonimato, que sus contactos vecinales se restrinjan a un saludo formal y su relación con las personas se limite a transacciones cotidianas de carácter laboral y de consumo, que olvide la importancia que para la vida en comunidad tienen los espacios para el encuentro, la conversación y la vinculación colectiva.
Ahora bien, si se quiere seguir adelante con el análisis de la producción espacial en ejemplos como el que se acaba de exponer, conviene aproximarse con cierto detalle al concepto del espacio para procurar retomar de su extensa tradición en el pensamiento aquellas definiciones que ayuden a entenderlo desde su conflictiva dimensión social.

Hacia una definición del espacio

¿Qué es el espacio? ¿Cómo puede definírselo? ¿Cuáles son sus características principales? ¿Es estático o cambiante? ¿Tiene efectos concretos sobre las personas? ¿Es una abstracción o existe en “realidad”? ¿A quién o a quiénes les pertenece? En definitiva: ¿por qué resulta relevante preguntarse por el espacio?
Responder a estas inquietudes no es fácil, más si se tiene en cuenta que las definiciones del espacio son diversas y varían según el tipo de disciplina desde donde se quiera abordar. Al respecto, las ciencias exactas, por ejemplo, lo asumen como una abstracción genérica, neutra e impersonal dentro de sus planos cartesianos, en donde, en asocio con la variable del tiempo, pueden desarrollar sus experimentaciones y probar sus teorías (Maderuelo, 2008).
Por su parte, desde la filosofía se han propuesto diversos modos de comprender el espacio, siendo especialmente significativo el aporte de Martin Heidegger (1997) al incluir en su estudio sobre el ser del hombre una ontología del espacio cuando señala que: “ El espacio no está en el sujeto, ni el mundo está en el espacio. El espacio está, más bien, ‘en’ el mundo, en la medida en que el estar-en-el-mundo, constitutivo del Dasein, ha abierto el espacio” (p. 116). En este sentido, el espacio existe cuando el hombre se abre espacio para existir.
Esta perspectiva heideggeriana la retoma Carlos Mario Yory (2007), quien, desde la arquitectura, hace una interpretación de la obra de Heidegger para proponer la noción de topofilia, por medio de la cual puede pensarse el habitar cotidiano en la ciudad moderna. A partir de este concepto, el autor defiende la idea de que las ciudades también se construyen por medio de las pequeñas acciones que día a día realizan sus habitantes.
Dicha construcción se da en un acto de co-creación originaria entre las personas y el mundo que las rodea. En este sentido, el hombre moderno se reconoce como ser humano en su espacializar, es decir: en las formas en que adecúa el espacio para habitarlo y, de manera simultánea, en los modos en que dicho espacio afecta y establece el modo en que este habita.
Otra perspectiva para pensar el espacio, es aquella propuesta por Michel Foucault (1967) en un breve escrito que recopila una de sus conferencias dictadas a finales de los sesenta titulada Los espacios otros. Allí, Foucault expone que la idea del espacio ha ido transformándose con el paso del tiempo, e identifica cómo el espacio de la Edad Media, ampliamente jerarquizado, se definía por las oposiciones entre un lugar profano y el otro sagrado. Más adelante con Galileo Galilei en el siglo XVII, se amplió el espacio, y ya lo que lo definía no era tanto su localización sino su extensión. Por último, está el espacio moderno, el que, según él, puede ser definido como el espacio del emplazamiento.
En este emplazamiento, hay tres tipos de espacios que se relacionan con todos los demás, estos son: 1. Las utopías, entendidos como espacios irreales. 2. Las heterotopías, que son aquellas utopías efectivamente realizadas. 3. Los medianeros, expuestos como los espacios que están entre el uno y el otro. De los tres, es en las heterotopías en donde el autor centra su reflexión para plantear que el espacio que configura a la ciudad moderna no pueda ser concebido como uno solo, sino como una yuxtaposición de espacios que se relacionan entre la armonía y la contradicción.
De igual manera, el también pensador francés Georges Perec (2001) expone en su texto Especies de espacios un interesante panorama de cómo los espacios que se experimentan cotidianamente se naturalizan al considerarlos como uno solo. Pero lo que ocurre en realidad es que ese gran espacio es una idea que se configura por muchos espacios fragmentados que se usan, tales como los corredores, las estaciones, los ascensores, los trenes, entre muchos otros. Así, su reflexión gira en torno a poner en evidencia cómo se vive todos los días en esa fragmentación y de qué manera, en esa sumatoria de fragmentos, hay un devenir social en el espacio.
Al mismo tiempo, desde el arte y la arquitectura se ha definido el espacio desde una perspectiva cultural que propone entenderlo como lugar significante, es decir: cuando es cargado de significados, de emociones, de historias colectivas y personales. De ahí que, bajo esta mirada, el lugar es entendido como un espacio culturalmente afectivo, o, dicho de otro modo, humanizado (Maderuelo, 2008).
Esto trae como consecuencia la idea, ya enunciada con Yory, de que el lugar (como espacio humano) afecta y determina a sus habitantes, y estos, a su vez, contribuyen a la constitución de los lugares, en una suerte de relación recíproca donde se hace difícil determinar hasta qué punto comienza la influencia del espacio sobre los habitantes y viceversa. De este modo, se pone de manifiesto la relevancia del arte y la arquitectura como saberes que reflexionan y producen espacios susceptibles de ser apropiados.
Situado en este contexto disciplinar, Patricio De Stefani (2009) muestra cómo el uso del concepto de espacio en la arquitectura surge a finales del siglo XIX con las conferencias del escultor Adolf Hildebrand y el historiador August Schmarsow, quienes, influenciados por los avances de la psicología social, reclaman la importancia de la experiencia de la arquitectura de sus habitantes a partir de lo esencial que esta ofrece en su interior, esto es: el espacio.
De ahí que el espacio comenzara a ser entendido como una abstracción propia del quehacer del arquitecto que debía ser desvinculada de cualquier referencia cultural, histórica y religiosa. Hasta el punto de que, con Le Corbusier, la noción del espacio se alejara de toda referencialidad y se consolidara a partir del movimiento arquitectónico moderno por medio de la conjunción entre ciencia y tecnología, logrando una arquitectura que materializaba la abstracción geométrica pura y sublime.
Desde el campo del arte, Gustavo Morant (2012) complementa lo expuesto al mostrar cómo en los años setenta con la proyección global del hombre que llegada a la Luna, hubo un aumento generalizado por el interés de volver a pensar las implicaciones del espacio en la vida moderna y el modo en que este afectaba el devenir cotidiano. Además de esto, el autor se ocupa en su estudio de hacer un rastreo histórico y disciplinar sobre los conceptos del espacio y del lugar.
De este recorrido propuesto por Morant, llaman la atención dos aspectos. El primero es la explicitación de la enorme tradición que hay detrás de la noción del espacio, la cual inicia desde la antigua Grecia, pasando por la escolástica, el Renacimiento, la Ilustración y llegando a la época moderna.
El segundo, es su novedosa propuesta de pensar el lugar y el espacio desde el punto de vista del sistema sensorial humano, específicamente desde el sentido del tacto. Con ello, se logran poner de manifiesto, por ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Agradecimientos
  5. Contenido
  6. Prólogo
  7. Prefacio
  8. Introducción
  9. Capítulo 1: Lo viscoso en el espacio
  10. Capítulo 2: Caracterizando lo viscoso
  11. Capítulo 3: Lecturas desde lo viscoso
  12. Comentarios finales
  13. Créditos de las fotografías e ilustraciones
  14. Referencias
  15. Notas al pie