Reconocimiento y memoria en el siglo XIX: los campesinos republicanos de Ayacucho
Nelson Pereyra
Pontificia Universidad Católica del Perú
Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga
El siglo XX fue el período de aumento de «la toma de conciencia acerca del indio» entre los políticos, intelectuales y artistas del país, sentenció hace varios años el historiador Jorge Basadre (1979, p. 326). Sin embargo, dicha toma de conciencia parece no haber modificado ciertos estereotipos sobre los campesinos que indican que ellos no desarrollan ningún tipo de actuación política protagónica o que solo elaboran «agencia cultural» alguna. Por ejemplo, se sigue creyendo que durante el período de violencia política los campesinos fueron condicionados por Sendero Luminoso para formar su ejército o, al contrario, que fueron manipulados por los militares para participar en los Comités de Defensa Civil y luchar contra los subversivos. Y para explicar la violencia de Bagua se señala que los hechos responden a una «razón cultural» generada por dinámicas endógenas y que ocasiona la respuesta nada política e irracional de una masa indiferenciada.
Dichos estereotipos no solo culturalizan y despolitizan las acciones campesinas, sino que intentan sintetizar relaciones de alteridad, identidad y poder que, en el fondo, son resultados de luchas y procesos históricos protagonizados por los mismos campesinos en continua relación (o búsqueda) del Estado. Precisamente, la experiencia de la violencia política de la década de 1980 revela la existencia de un «pacto militar» entre campesinos y Estado: aquellos, en alianza con las fuerzas del orden, triunfaron sobre los senderistas y luego elaboraron una memoria en la que aparecen como «héroes de la guerra» y «legítimos defensores de la patria y la democracia», para demandar reconocimiento de ciudadanía e inclusión a la nación.
A partir de dicha experiencia, vale preguntarse sí ocurrió lo mismo en los periodos precedentes; es decir, si las acciones campesinas que contienen reconocimiento son resultado de luchas y procesos históricos que contemplan también la participación cotidiana del Estado y devienen en la elaboración de una memoria que decanta el protagonismo de sus portadores. ¿Qué tipo de intereses generó la presencia «cotidiana» de un Estado «en construcción» (como lo fue el del siglo XIX), especialmente entre los campesinos del interior del país? ¿Acaso ellos elaboraron una memoria al respecto o apelaron a las memorias para decantar sus intereses y expectativas?
Este artículo intenta comprender cómo los campesinos de Ayacucho participaron en la formación del Estado republicano en el siglo XIX. Por ello, estudia, primero, las demandas y estrategias campesinas de reconocimiento para con el Estado republicano en formación. En segundo lugar, se elabora un trabajo de memoria de los campesinos. Argumenta que la memoria es usada por estos pobladores como una conciencia subjetiva de un pasado vivo y presente que emerge en una coyuntura particular frente a punto de referencia social (el «marco social de la memoria») y se expresa en una narrativa que puede condensar diversos recuerdos particulares (Stern, 2009, p. 31).
1. Campesinado, guerra y memorias
Todavía hoy los campesinos conforman un segmento significativo de la población del departamento de Ayacucho, siendo acaso los principales actores en una región nada favorecida por la geografía o por la distribución de la riqueza y hace algunos años atrás golpeada por la violencia desencadenada por Sendero. Precisamente, fueron los campesinos ayacuchanos las víctimas de las acciones de Sendero y de la contraofensiva de las fuerzas del orden. La guerra ocasionó 69 280 muertos y desaparecidos, de los cuales 26 259 (37,9%) eran de Ayacucho, la mayoría de ellos pobladores rurales analfabetos, poco integrados al Estado y al mercado, y continuamente sometidos al abuso de poder, de acuerdo al informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación-CVR (2003, I, p. 70).
Ellos se enfrentaron a los senderistas para defender sus comunidades mediante rondas campesinas o Comités de Defensa Civil (CDC) y lograron vencer a la subversión. Después, elaboraron una «memoria épica» de la guerra para definir una identidad, establecer nuevas relaciones con el Estado e insertarse en la comunidad imaginada nacional (Pino & Theidon, 1991, p. 21).
En efecto, aquellos campesinos que conformaron los CDC ensamblan sus recuerdos personales en un gran relato épico, en el que aparecen como los artífices de la derrota de Sendero: «Al principio no sabíamos qué era ronda campesina, nada. Después, poco a poco, aparecieron por el norte los ronderos. Entonces nosotros también para saber, para actuar en la ronda, hemos hecho Defensa, pero ahora gracias a Dios que nosotros ya no sufrimos más matanzas ni más masacres», comenta un rondero de Vinchos, en la provincia de Huamanga (testimonio de Juan Pardo, citado por Starn, 1993, p. 43). Y otro rondero del mismo lugar, que prefiere mantenerse en el anonimato, agrega lo siguiente: «Nosotros somos el defensor de la paz, ganamos a Sendero Luminoso y ahora estamos en una pobreza. El Estado se ha olvidado de nosotros» (CVR, 2003, II, p. 429).
En los testimonios, la heroicidad de la resistencia aparece como la estructura que guía la forma y el contenido de la memoria, y que sirve para la identidad local. Asimismo, en ambos relatos, los campesinos asoman como los protagonistas por ser defensores de la Patria y de la democracia. Por ejemplo, en las Fiestas Patrias de 1998 celebradas en la comunidad de Carhuahurán (en las alturas de Huanta), los comuneros reprodujeron el rito militar con el que los peruanos celebran el Día de la Independencia, con izamiento del Pabellón Nacional y desfile militar incluidos. En el discurso de orden, el señor Rimachi, considerado como «héroe de guerra» e «historiador» de la comunidad, dijo a los presentes:
Hoy es el aniversario de la Patria, por lo que como peruanos debemos festejar con orgullo, con cariño y con respeto. Un día como hoy nos independizamos de la dominación española, así peleando como nosotros peleamos contra Sendero para defender lo que es ser peruano. Este sentimiento de haber luchado debería estar presente en nosotros para sentirnos orgullosos y recordar que esta lucha aún no ha terminado sino quizás va a empezar nuevamente. Por eso deberíamos estar listos para esta tarea y no seguir perdiendo el fervor de lucha que antes nosotros teníamos (citado por Pino & Theidon, 1991, pp. 27-28).
Así, los campesinos convertidos en ronderos construyeron una memoria que hilvana el presente con el pasado y se conecta con el devenir de la nación. Dicha memoria se complementa con la práctica simbólica del izamiento del Pabellón Nacional y de entonación del Himno Nacional, en la que se reafirma el sentido de pertenencia al Estado y el nacionalismo militar conquistado con la guerra. Con ello forman una identidad a través de la cual se representan como peruanos.
De la misma forma, dicha memoria define los límites de un nosotros colectivo al precisar la diferencia con el otro. Los senderistas aparecen como seres deshumanizados, tuta kuna puriq («caminantes de la noche»), «piojosos», malafekuna y «anticristos», categorías que aluden a su comportamiento discordante con las prácticas sociales de la población campesina y externos a la comunidad (Gamarra, 2001, pp. 18-19). Como sugiere Theidon siguiendo a Appadurai, se trata de una copiosa elaboración de las diferencias corporales con el fin de que las categorías políticas reciban fuerza somática y la identidad se pueda mostrar «fatalmente segura» (2000, pp. 60-61).
Sin embargo, dicha memoria ensombrece los recuerdos sobre el respaldo de los campesinos a Sendero en los primeros años de la guerra o las desapariciones y ejecuciones cometidas por ronderos y militares. Además, hace hincapié en el heroísmo masculino y oscurece la participación de las mujeres en la defensa de la comunidad o en procesos de reconciliación social (2002, p. 19). Adicionalmente, en algunas comunidades, como Uchuraccay, silencia el recuerdo de la presencia de Sendero en las comunidades (Pino, 2008).
Esta memoria campesina es eclipsada por la memoria «oficial» (y hegemónica) sobre la guerra, construida por el Estado. Dicha narrativa considera que los artífices de la derrota de Sendero fueron las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional, y que los ronderos fueron organizados por militares y policías. En su mensaje del 28 de julio de 1993, el expresidente Alberto Fujimori —quien, para la «memoria oficial», es el verdadero autor de la derrota de los senderistas y de la «pacificación nacional»— resume muy bien los contenidos de esta memoria:
Es necesario y justo destacar la labor de oficiales y soldados de nuestras Fuerzas Armadas y de miembros de nuestra...