Segunda parte
Test de análisis de lectura y escritura
(T.A.L.E.)
Elaboración del test
JUSTIFICACIÓN DEL TEST
Han sido varias, complejas y entrelazadas, las razones que nos han llevado a la elaboración del Test de Análisis de Lectura y Escritura (T.A.L.E.). Recordando que todo test no es más que un instrumento de medida, una situación estándar para la recolección de datos, las razones o motivos de la elaboración del T.A.L.E. pueden resumirse como sigue, atendiendo a los distintos campos de su posible aplicación:
a) Asistencia
Es bien sabido que en el campo de la psiquiatría infantil y psicología escolar, el insuficiente rendimiento del niño constituye el objeto de consulta más frecuente, seguido a notable distancia por cualquier otra anomalía. Además, cuando el retraso escolar no es el objeto central de la consulta, es habitual que se presente como «otro síntoma» acompañante del esencial. Nadie puede sorprenderse de que las cosas sean así, puesto que el rendimiento escolar habitual supone una actividad obligatoria para todo niño, cuyas exigencias debe satisfacer forzosamente cualquiera que sea su repertorio básico de conductas específicas. Y tales conductas o habilidades son complejísimas, implicando de un modo u otro muchos –quizá la mayor parte– de los aprendizajes previos del niño en cuestión. Obsérvese que no se trata tan sólo de las conductas denominadas «académicas», sino también, por ser la situación escolar de claro carácter interpersonal, de las conductas «sociales». La relación con el maestro y con los compañeros implica unos estímulos discriminativos y condicionados y unas contingencias de trascendente significación.
Pues bien, en ese complejo contexto, la lectura y la escritura se erigen como piedras de toque básicas. Su «fragilidad» es evidente. Su identificación con los retrasos escolares es prácticamente total. La lectura y la escritura se constituyen en auténticas encrucijadas de fenómenos psicológicos de todo tipo, en complicado rompecabezas. Cualquier fallo en cualquier pieza desencadenaría el retraso, el no aprendizaje.
Por consiguiente, el psicólogo infantil, el equipo psiquiátrico, debe contar con un instrumento diagnóstico que le permita lo más detallada y rápidamente posible averiguar el nivel general y las características esenciales de la lectura y escritura del niño problema en cuestión.
Puede pensarse que para ello no se precisa de una prueba concreta, que basta la observación y análisis directo de la lectoescritura del niño de que se trate. En parte, es eso algo muy cierto. Sin embargo, dado que el diagnóstico implica la delimitación de todas las características del lenguaje escrito que diferencian al niño problema del normal, es preciso conocer los niveles y frecuencias de las características esenciales de la lectura y escritura de la población normal, promedio, correspondiente a la edad y/o nivel escolar del niño en estudio. No basta oírle leer o verle escribir, sin más. Es preciso, en éstas como en muchas otras conductas, comparar, constatar, no juzgar intuitivamente.
Obsérvese que hemos hecho hincapié en las «características» de la lectoescritura. Queremos significar con ello que no basta con el estudio de variables como velocidad de lectura, cantidad de errores, comprensión de un texto, etc. Aunque se trata de unos elementos imprescindibles, para un auténtico análisis de la conducta escrita y leída resultan claramente insuficientes, demasiado groseros.
La necesidad de llegar al diagnóstico de deficiencias aparentemente «pequeñas» o «sin importancia» radica en que todo diagnóstico debe conllevar las bases de la rehabilitación. La fijación del nivel de lectura y escritura de un niño deficitario supone en realidad y en términos del análisis experimental de la conducta, fijar el nivel basal de todas y cada una de las características esenciales. Sólo a partir de esos cimientos, de ese punto de partida, es posible elaborar adecuadamente el pertinente programa de rehabilitación, es decir, de enseñanza.
Esta afirmación lleva implícito algo que no por sabido deja de ser trascendente. No existe un programa de enseñanza válido para todos los niños con retrasos en la lectoescritura. Existen, eso sí, unas leyes del aprendizaje, del condicionamiento, que son universales y cuya identidad debe queda reflejada en la tecnología que se aplique. Pero sus concreciones a cada caso son, de algún modo, únicas. La tan cacareada «personalización de la enseñanza» nada tiene que ver con lo que a veces no es más que una extraña mística de las relaciones entre niño y maestro. En términos objetivos, tal «personalización» no puede ser otra cosa que la programación de los aprendizajes del niño en cuestión, junto con la aplicación de una técnica de enseñanza específica, cimentada por completo en un análisis lo más detallado posible de las conductas de lectura y escritura.
Este «análisis detallado» es lo que debiera suministrar un test de lectura y escritura como el que se propone. Obsérvese que también el «reeducador» precisa de la comparación con la población normal, en la medida en que su tarea tiene que centrarse en lo ciertamente deficitario o erróneo. Y esto siempre es una consideración relativa, pero tal relatividad debe precisarse con referencia a la población promedio de edad y/o nivel escolar.
Todo esto no significa que el diagnóstico y la «reeducación» o enseñanza especial de las insuficiencias de la lectura o escritura deban limitarse a la administración de una prueba como el T.A.L.E. Habitualmente se vienen utilizando diversas baterías de tests que están destinadas a analizar distintas «aptitudes» del niño. Pese a que muchas de las empleadas con cierta frecuencia merecen grandes dudas acerca de su relación con la lectoescritura, no cabe duda que algunas son francamente útiles –p. ej., ciertos tests de «organización perceptiva visual»– tanto para el diagnóstico como para la enseñanza. Sin embargo, para que tal utilidad sea cierta forzosamente debe ocurrir que las conductas exigidas y medidas por tales tests sean conductas realmente imprescindibles para la lectura o la escritura, es decir, formen parte ineludible del repertorio de conductas requeridas. Y, tristemente, ello ocurre muy pocas veces.
En consecuencia, el estudio de ciertas conductas implicadas en la lectura y la escritura, y no consistentes explícitamente en leer y escribir, pueden resultar imprescindibles si los resultados de un análisis detallado de la lectura o escritura indican que la deficiencia –p. ej., la falta de discriminación entre letras distintas– implica la existencia de unos repertorios de habilidades situados a niveles claramente inferiores a los mínimos exigidos por el test de lectura o escritura. Asimismo, la administración de otros tests puede realizarse para verificar ciertas hipótesis elaboradas tras la obtención de los resultados del test en cuestión.
Por fin, el reeducador, el psicólogo, el psiquiatra infantil deben contar con un instrumento que, a través de sucesivas aplicaciones, les permita considerar la eficacia de los programas y medidas adoptadas para la enseñanza de cada niño problema. La necesidad de «autocorregir» el método es permanente.
b) En...