1. De la creación de la Alianza a su vertiginosa implosión
Reconfiguraciones de los elencos políticos en tiempos de crisis
Violeta Dikenstein
Mariana Gené
El presente siglo se inició en la Argentina con una crisis de enorme magnitud. El estallido social, que trajo aparejado el fin del gobierno de la Alianza y la sucesión de cinco presidentes en sólo dos semanas, obró un cambio potente en la escena política, que aún hoy toma como referencia esa experiencia para marcar distancias y contrastes o para reivindicar cierto modo de conducir el Estado.
La coalición entre la UCR y el Frepaso –denominada Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación– llegó al poder tras diez años de gobierno menemista, y encontró en la oposición a ese pasado su gran amalgama y articulación. No obstante, una vez en el poder, al calor de los acontecimientos y de la agudización de la crisis económica, comenzó a asemejarse en muchos aspectos al gobierno del cual pretendía diferenciarse. ¿Cómo fue posible el pasaje de las promesas de centroizquierda a la imposición de un realismo neoliberal llamativamente ortodoxo? ¿De qué manera la novedosa coalición entre partidos transitó el camino del rutilante ascenso hacia la abrupta caída? ¿Qué dilemas y tensiones debieron tramitarse en su seno y qué grupos contribuyeron a definir los escenarios de conflicto?
Observar este derrotero desde atrás hacia adelante, con toda la incertidumbre del momento político en que los actores tomaron las decisiones, permite comprender los procesos históricos y conflictivos en los que los grupos se posicionaron y dieron vida a un tipo de intervención estatal. Desde esta perspectiva, el presente estudio da cuenta de aquella alianza heterogénea que hizo eclosión a fines de 2001 y cuyas tensiones internas funcionaron como condición de posibilidad para su desenlace final. A partir de un trabajo de archivo, entrevistas a funcionarios y recolección de fuentes secundarias, se analiza la formación de esta coalición, la configuración de redes y grupos heterogéneos en su interior y el modo en que estos se posicionaron ante diversas coyunturas críticas. En un primer momento, revisamos la historia previa de la Alianza, aquella que fue tejiéndose en sucesivos acercamientos y distanciamientos, al cabo de los cuales logró sellarse una amalgama de actores y tradiciones dispares. En segundo lugar, reconstruimos brevemente el reparto de cargos que esta coalición realizó una vez llegada al poder y exploramos la formación y reconfiguración de grupos y solidaridades cruzadas en su seno. En tercer lugar, analizamos algunas situaciones concretas de crisis que jalonaron los dos años de gobierno y fueron redefiniendo accidentadamente el perfil de la Alianza, reposicionando a sus protagonistas de modo inesperado y delineando nuevas alianzas, interlocutores válidos y estilos de decisión. El trabajo se cierra con unas consideraciones generales sobre estos elencos casi ininterrumpidamente en crisis durante su experiencia de gobierno.
Antecedentes y formación de la Alianza:una amalgama entre dispares
La conformación de la Alianza fue resultado de un proceso sinuoso, signado por marchas y contramarchas, por conflictos y afinidades entre los actores de los dos partidos que desembocaron en la coalición. De aquel proceso resultaría una fusión entre fuerzas dispares que, por diversos motivos, se necesitaban entre sí. Un recorrido por las instancias de acercamiento y negociación entre ambos partidos permite advertir las tensiones que desde un principio anidaron en la Alianza, así como el accidentado trabajo de construcción política que fue necesario para sellarla.
El movimiento que dio origen al Frepaso surgió a principios de la década de 1990, producto de sucesivos desprendimientos de partidos políticos, que se nucleaban a partir de su oposición al menemismo. Aquella resistencia a las políticas que el “peronismo neoliberal” (Pucciarelli, 2011) llevaba adelante sirvió para aglutinar a diversos sectores y, por lo tanto, sería su fuerza motriz. Los dirigentes del Frepaso provenían de las filas del peronismo, reagrupadas en el Frente Grande y el partido PAIS, pero también del Movimiento Popular de Carlos Auyero, el Partido Comunista, el Partido Intransigente, el Frente Sur, la Democracia Cristiana, el Partido Socialista Popular, el Partido Socialista Democrático y sectores de los organismos de derechos humanos. Desde la conformación del Grupo de los Ocho (1990), pasando por el Modejuso (1991), el Fredejuso (1991) y el Frente Grande (1993), hasta finalmente conformar el Frepaso (1994), el partido naciente fue ganando espacio y visibilidad en el terreno de la política.
Este camino no estuvo exento de tanteos ni de reconfiguraciones: distintos miembros de peso entraron y salieron de la agrupación al calor de sucesivos conflictos (entre los que sobresalen el alejamiento del Frente Sur de Pino Solanas y el partido PAIS de José Octavio Bordón), pero, en el transcurso de ese flujo, el Frepaso fue adoptando una forma cada vez más consolidada. Con todo, al estar conformado por fragmentos de otros partidos, el propio Frepaso tenía un cierto carácter de coalición (Ollier, 2001). Esta conformación sería una fuente de tensiones en el seno del Frente, ya que resultaba difícil conciliar las diversas tendencias ideológicas de las agrupaciones y los partidos que convivían en él. Pero esa conjunción de actores diversos encontraba su punto de articulación en el fuerte liderazgo de su principal fundador y vocero ante los medios, Carlos “Chacho” Álvarez. Así, con una cultura política de izquierda y peronista en su base (Godio, 1998), el Frepaso lograba aglutinar a miembros dispares.
Su estructura se caracterizaba por ser difusa y heterogénea en la base, y centralizada en la cúpula, con algunos referentes fuertes. A su vez, existían pocas instancias para definir posiciones y dirimir conflictos entre ellos. En efecto, a causa de su crecimiento vertiginoso y de su configuración como mosaico partidario, el Frepaso adolecía de una organización sólida y de reglas internas claras y consensuadas. Muy por el contrario, la flexibilidad e informalidad en la toma de decisiones, centralizada en los líderes de la fuerza, dejaba poco margen de acción a sus otros integrantes, lo que agudizaba las fricciones y los descontentos internos. Es que la construcción de una organización partidaria sólida y estable no figuró entre los objetivos prioritarios de los líderes de la fuerza, ni en el momento de su conformación ni durante su posterior desarrollo. Preservar su libertad de acción resultaba vital, y para ello era necesario limitar los procedimientos institucionales que constreñían las decisiones de sus principales exponentes. De esta manera, la estrategia de crecimiento del partido se encauzaba por medio de la popularidad de sus dirigentes y la exposición en los medios, y no como resultado de un desarrollo territorial. A su vez, el núcleo del partido consideraba como un requisito importante la velocidad de respuesta de Álvarez, y esta se veía favorecida por el modo peculiar de crecimiento que se había propiciado (Abal Medina, 2009). No obstante, a largo plazo, esa débil institucionalización significaría para el Frepaso un arma de doble filo en lo referente a su poder y a su posicionamiento en el campo político: “Por un lado, le permitió ser versátil pero, por otro lado, le trajo la desventaja de carecer de los recursos suficientes para ser visualizado como partido de gobierno” (Ollier, 2001: 54). Los mismos elementos que resultaron virtuosos para propulsar su veloz crecimiento le ocasionarían, más tarde, profundos inconvenientes (Abal Medina, 2009).
Lejos de exhibir características similares, el partido que pronto sería su socio, la Unión Cívica Radical, era casi antagónico en su organización. La UCR se erigía como un partido centenario, fuertemente institucionalizado, organizado a escala nacional, con una estructura militante consolidada aunque algo fragmentada por el peso de los liderazgos locales (Persello, 2007; Cheresky, 1999). Pero su aparente fortaleza se encontraba en jaque: luego de la traumática crisis hiperinflacionaria que desembocó en la salida adelantada del ex presidente Alfonsín en 1989, el partido se había visto profundamente debilitado. Esta situación se agudizó con las dificultades que tuvo para presentar una fórmula unificada y coherente de oposición al menemismo. Asediado por una creciente disgregación interna, con diversos dirigentes que competían entre sí por el liderazgo del partido (entre ellos, Fernando de la Rúa), las dificultades de esa fuerza tendieron a acentuarse aún más durante la década de 1990. De este proceso resultó la merma en el electorado del partido, que durante aquel período asistió a un éxodo de su base tradicional de apoyo (Obradovich, 2011). Por último, este escenario desfavorable se volvió aún más crítico con la firma del Pacto de Olivos en noviembre de 1993: al ceder a las intenciones reeleccionistas de Menem, la capacidad del partido para presentarse como alternativa opositora devino todavía más problemática, acentuando a su vez el malestar y la desintegración dentro de las filas radicales.
De tal descontento surgiría, entre los sectores radicales más reacios a la reforma constitucional en ciernes, la iniciativa de probar suerte y explorar otras vías por fuera del partido. Esta disposición halló eco en el Frente Grande y fue sellada en el célebre encuentro de la confitería El Molino, que congregó a diversos sectores críticos del oficialismo ansiosos por dar una respuesta opositora al Pacto de Olivos. El grupo estuvo compuesto por una línea interna del radicalismo (encabezada por Federico Storani), el Frente Grande, el socialismo y sectores disidentes del peronismo (encabezados por José Octavio Bordón), que por primera vez planteaban de forma explícita la posibilidad de una unión transversal y antimenemista que lograra superar los vicios del bipartidismo. Si bien este proyecto no terminó de concretarse, lo cierto es que sentó un precedente de acercamiento entre dos fuerzas que, en un futuro no tan lejano, resultarían socias. De ahí en más, comenzaron a producirse diversas aproximaciones entre ambos partidos, no sin resistencias desde sus filas internas. Mientras algunos sectores de la UCR coincidían con el Frente Grande (uno liderado por Rodolfo Terragno y el otro por Federico Storani y Juan Manuel Casella), otras corrientes (dirigidas principalmente por Eduardo Angeloz) eran más proclives a realizar acuerdos con el menemismo (Ollier, 2001: 59). En este sentido, la convivencia de distintas tendencias y tensiones internas no era un elemento exclusivo del Frepaso. Por el contrario, las resistencias que despertaba la posible unión se multiplicaban en ambos espacios partidarios. Pero sus ventajas a corto plazo eran elocuentes.
Con los resultados electorales de 1995, los potenciales beneficios de una alianza se volvieron evidentes. La fórmula presidencial Bordón-Álvarez logró superar a la fórmula radical, tornando insoslayable el debilitamiento sufrido por la UCR luego del Pacto de Olivos. En efecto, el radicalismo disminuía notablemente su caudal electoral y su tradicional perfil de partido opositor. Aun así, la fuerza institucional de la UCR continuaba vigente: mientras que el Frepaso sólo estaba al frente de un municipio (Rosario), el radicalismo ostentaba el gobierno de cinco provincias (Chubut, Córdoba, Catamarca, Chaco y Río Negro) y de 461 municipios de todo el país (Ollier, 2001: 65). En consecuencia, la complementariedad entre ambas fuerzas y las potenciales virtudes de una unión eran cada vez más notorias para los actores. Sin embargo, los temores dentro de cada partido no habrían de mermar. Ciertamente, para el Frepaso estaba en juego su identidad naciente, aún frágil. Sus integrantes temían que una alianza con la UCR los arrastrara hacia el desprestigio que esta había padecido con la hiperinflación y la salida anticipada del gobierno primero, y con la firma del Pacto de Olivos más tarde. Por su parte, en la UCR se temía que una coalición con el Frepaso condujera a fracturas internas que socavaran la integridad y la identidad del partido centenario (Ollier, 2001). Si en toda nueva asociación entre grupos, las fronteras de cada sector devienen inciertas y estas circunstancias generan temores, apuestas diversas y resistencias dentro de cada espacio (Latour, 2008), el proceso de ensamblado entre dos tradiciones dispares se revelaba particularmente trabajoso para sus protagonistas.
Con todo, las virtudes de una posible coalición no dejaban de ser tentadoras: mientras que el Frepaso contaba con credibilidad y carisma, la UCR gozaba de la fortaleza institucional además de la trayectoria y experiencia de gobierno de las que el otro adolecía. Uno aportaba dinamismo y una presencia arrolladora en los medios de comunicación; el otro, una estructura capilar diseminada en todo el territorio. En cierto sentido, ambas fuerzas se necesitaban y complementaban entre sí: el partido más grande requería del halo de novedad y del carisma del pequeño; mientras que el segundo, para ganar escala en poco tiempo, necesitaba del carácter afianzado del más grande. La jugada tenía sus riesgos pero la oposición al menemismo autorizaba a los actores a ser pragmáticos.
Ya con las elecciones legislativas de 1997 como horizonte, “Chacho” Álvarez reconoció la necesidad de una alianza con el partido radical y lanzó su propuesta. El interés del Frepaso por sumar electores fue acompañado de un progresivo desdibujamiento de su discurso de centroizquierda. Luego de nutrirse de las tradiciones progresistas evocadas más arriba y crecer meteóricamente en el espacio político por su oposición al menemismo, esta fuerza divisó su techo electoral y comenzó a plantearse una nueva política de alianzas. En ese marco, inició un lento proceso de desgajamiento de sus ideas políticas en virtud de un programa ant...