CAPÍTULO 1: UN NUEVO MUNDO DE MERCANCÍAS
Cuando el médico y botánico Charles Saffray realizó una fugaz visita a Bogotá en 1861, describía con algo de ironía el panorama comercial de la capital (figura 2):
La más animada [de las calles] es la Calle Real, donde están los principales almacenes, que en rigor no son sino pequeños bazares universales en los que se venden telas de diversas clases, velas, vinos, zapatos, artículos de quincallería y agua de Colonia […]. Las mercancías de los Estados Unidos no son muy apreciadas; se prefieren los artículos ingleses, alemanes, suizos y franceses que llegan en pequeños vapores hasta Honda, desde donde se transportan en mulas por un camino que podría ser mejor.40
Probablemente, el viajero francés comparó esta escena con la que tendría en mente de las grandes galerías francesas del siglo XIX, y por ello no percibió el cambio que se gestaba en la ciudad durante estos años. Bogotá vivía una época de profundas transformaciones, en lo que algunos autores describen como el tránsito de una ciudad colonial −regida por los cánones hispánicos alrededor de la religiosidad, con ritmos de vida pausados, espacios públicos escasos y rutinas establecidas− a una ciudad burguesa, en la que el espacio se empieza a pensar en función de nuevas actividades, reflejadas en la expansión burocrática y la presencia de cafés, hoteles, restaurantes, ranchos de licores y otros espacios de gusto burgués, donde se empieza a gestar la separación entre lo civil y lo religioso.41 Para entender este modelo de ciudad, es necesario remontarse a la época anterior a 1880 y examinar cuáles fueron los factores que impulsaron las nuevas formas de consumir.
FIGURA 2. La Calle Real en Bogotá. Dibujo de Emile Therond
Fuente: Eduardo Acevedo Latorre, Geografía pintoresca de Colombia (Bogotá: Litografía Arco, 1968), 41.
El tránsito hacia una ciudad burguesa
Colombia experimentó una serie de cambios económicos y sociales como consecuencia de su acercamiento a los mercados mundiales y la gradual incorporación del capitalismo como modelo económico. Este proceso había iniciado lentamente desde la primera mitad del siglo XIX, con el surgimiento de élites mercantiles que buscaron florecer en un periodo de gran dinamismo comercial. La Revolución Industrial estaba en su auge en los países más desarrollados y esto aceleraba la economía global, a través del flujo de nuevas mercancías. No obstante, mientras las potencias mundiales promovían la acumulación de capital, el aumento de la demanda de nuevos bienes, los desarrollos tecnológicos y el crecimiento mercantil, estos fenómenos apenas habían tenido influencia en Colombia a través de algunos intentos incipientes de industrialización y apertura comercial.
En Colombia, el siglo XIX ha sido asociado con innumerables conflictos políticos e interminables guerras civiles. Sin embargo, estos cambios mundiales tuvieron influencia local. En las décadas posteriores a la Independencia, España perdió su hegemonía en América no solo desde lo político, sino también desde lo cultural y económico. Las nuevas potencias mercantiles y tecnológicas comenzaron a tener una influencia incluso ideológica sobre el mundo atlántico, a tal punto que el referente de las élites colombianas dejó de ser Madrid, para ser reemplazado por Londres y París.42
Durante el siglo XIX, a Bogotá comenzaron a llegar bienes y mercancías de todo tipo. En la primera década republicana, su población superaba los 30 000 habitantes, lo que la convirtió en una interesante oportunidad de mercado para el comercio y la exploración por parte de visitantes foráneos.43 Las pulperías tradicionales y las plazas de mercado empezaron a coexistir con nuevas tiendas y almacenes que distribuían productos importados. Un campesino que llevara sus mercancías al mercado de los viernes en la Plaza Mayor seguramente notaría el aumento de productos extranjeros que comenzaban a circular. O tal vez lo notaron los ciudadanos que venían desde los barrios Belén y Egipto a comprar en el mercado diario que estaba en la Plaza San Francisco. Pese a los vaivenes económicos que acompañaron a la formación del Estado colombiano, Inglaterra se ubicó como el principal mercado de bienes importados que llegaban al país. Esta demanda se dio no solo por las políticas expansionistas del mercado británico, sino también por una alta demanda interna de este tipo de mercancías.44
Los recursos de esta sociedad no eran tan abundantes a los ojos de algunos observadores externos. Frank Safford indica que las clases altas locales eran pobres para los estándares europeos.45 Estas clases se beneficiaban principalmente del ejercicio de la ley, la política y el comercio, puesto que los ingresos por la tierra en la Sabana producían apenas $ 1500, cifra que corresponde a los ingresos de la clase media europea. La clase media local estaba compuesta por oficiales, pequeños comerciantes, capataces, trabajadores altamente calificados, artesanos, costureras, cocineros y maestras. Sus salarios individuales oscilaban entre $ 150 y $ 700 anuales. Los peones ordinarios ganaban entre $ 70 y $ 75 anuales. Por ejemplo, un artesano o un capataz de construcción podía ganar, en las décadas de 1820 y 1830, entre $ 300 y $ 700 anuales. Entre 1831 y 1835, el precio de la arroba de carne estaba en $ 1,34; el de la de papa en $ 0,26; el de la de azúcar en $ 1,51; y el de la de cacao en $ 5,15.
El costo de vida era elevado. Si un trabajador especializado ganaba $ 300 anuales, tenía $ 0,8 diarios disponibles para todos sus gastos, los cuales no solo debían cubrir alimentación, sino otros rubros como vivienda y vestuario. Los estudios de los índices de precios, tras compararlos con los salarios reales, muestran que este modelo económico se mantuvo estable desde 1825 hasta 1869 debido a la rigidez del mercado laboral. No sería sino hasta 1885 que los salarios tendrían un cambio sustancial. La Revolución Industrial que tuvo lugar en los países anglosajones y Europa durante el siglo XIX, permitió una disminución notable en los costos de los bienes para los consumidores, lo que comenzó a tener impacto en la forma de consumir.46
El político y abogado estadounidense William Duane describió algunas de las características y de los espacios de la cultura del consumo en Bogotá durante su visita en 1823. Sobre el día de mercado, en la Plaza Mayor, donde durante aproximadamente cuatro horas se exhibían abundantes artículos de subsistencia, de gran variedad y precios moderados mencionó aspectos como los siguientes: la plaza estaba pavimentada con piedras redondas, lo cual era aprovechado por los comerciantes para exhibir sus mercancías sobre el pavimento o sobre alguna tela. Los vendedores mantenían cierta distancia entre sí, con el fin de que los compradores pudieran viajar “como si estuvieran sobre las líneas de un tablero de damas”.47
Allí se podían encontrar productos de países como China, India, Persia, Francia, Inglaterra, Alemania, Italia y Holanda, y, en cierta medida, de Estados Unidos. Las frutas y los vegetales estaban dispuestos en montones sobre el suelo o en pequeñas canastas, y se caracterizaban por su variedad. En otros lugares se exhibían pavos, faisanes y aves de diferentes clases. Duane se sorprende de poder encontrar allí desde el algodón Wilmington hasta sus imitaciones inglesas.
El viajero indicaba que las artes manuales estaban muy reducidas a ciertos oficios, tales como sastrería, zapatería, herrería (solo una, perteneciente a un inglés) y a trabajadores de hojalata que se limitan a hacer piezas pequeñas, como linternas o tazas de estaño, entre otros objetos cotidianos. Frente a esto, Duane señalaba que, pese a la falta de caminos y de una mayor demanda por sus productos, los vendedores minoristas de este tipo de objetos, hechos con técnicas neoyorquinas, no se podían lamentar.48 Todas estas mercancías se podían encontrar en dicho mercado, al igual que en las tiendas que ocupaban la parte norte de la plaza, donde se ofrecían productos extranjeros como vinos, licores y aceites.
Duane hace una descripción vívida de este ambiente:
Los viajeros miran generalmente los objetos, de manera física y metafísica; esto era para mí un ejemplo del estado natural del país; sus riquezas por el comercio exterior y su abundancia; las costumbres de las personas bajo las nuevas instituciones; su buen humor; la cordialidad con la que se dirigían unos a otros; su aptitud para trabajar en las enormes cargas que llevaban los hombres y mujeres hacia dentro y fuera de la plaza; la rapidez de sus negocios; la avidez mostrada por artículos de uso y ornamentos; la muy notable actividad e industria de los aborígenes que visitaban el mercado con una diversidad de mercancías, los productos de su propia industria, todos los cuales me hacían presenciar a mí una escena de costumbres y opulencia en las clases trabajadoras, más allá de mis más entusiastas anticipaciones.49
Las mercancías más costosas y refinadas se vendían en la Calle Real, expuestas para la venta en tiendas amplias, que ocupaban el primer piso de las casas a ambos lados de esta concurrida vía. En este lugar se hallaban las más finas joyas, cubiertos, sombreros y ropa para ambos sexos, que eran despachados desde allí hacia diferentes países de la región, incluso más allá de Quito. Entre los bienes de lujo descritos se encontraban cristales y esmeraldas de Brasil, amatistas de Asia y alhajas parisinas. También había librerías que ofrecían textos impresos en Francia, Inglaterra y España, principalmente; un negocio que, según Duane, no parecía muy rentable.50
Años después, en 1836, John Steuart realizó una descripción similar. Al ser una ciudad de calles estrechas, donde la principal vía estaba dedicada al comercio, explicaba que la Calle Real era la única que contaba con algún tipo de iluminación y vigilancia. A cambio, los mercaderes y comerciantes pagaban un impuesto que rondaba los doce dólares. Para enfrentar la noche, las fami...