Imre: una memoria íntima
eBook - ePub

Imre: una memoria íntima

  1. 160 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub
Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Después de un largo peregrinaje por diferentes lugares del mundo, Oswald llega a Hungría huyendo de su pasado. En un café de la ciudad de Szent-Istvánhely, trasunto de la actual Budapest, conoce a Imre, un joven y apuesto soldado con el que establece una pronta amistad. A través del intercambio de confidencias mutuas, irán tejiendo una profunda relación afectiva que revelará al lector lo que se esconde tras la máscara de ambos personajes.Publicada en una edición limitada en 1906 y hasta ahora inédita en español, Imre: una memoria íntima ha pasado a la historia de la literatura anglosajona por ser la primera novela abiertamente gay con final feliz. Con una notable influencia del maestro Henry James, Edward Prime-Stevenson construye un relato admirable y revolucionario, precedente de clásicos como Maurice de E. M. Forster.En el prólogo a esta edición, Alberto Mira afirma que "la novela que el lector tiene en sus manos, largo tiempo perdida y disponible por primera vez en castellano, constituye un hito en la expresión de una identidad gay en primera persona. Una obra luminosa, empapada de un impulso positivo que ofrece esperanza y ofrece un futuro. Antes de Imre, no había nada comparable".

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Imre: una memoria íntima de Edward Prime-Stevenson, Ainhoa Lozano Antoñana en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literature y Classics. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Editorial
Dos Bigotes
Año
2016
ISBN
9788494618383
Edición
1
Categoría
Literature
Categoría
Classics
Imre: una memoria íntima
«Hay una guerra, un caos de la mente,
cuando todos sus elementos estremecidos, combinados,
como lo oscuro y discordante…»
«Todo el corazón suspiró en un deseo,
encontré lo que buscaba y, eso, eras — tú»
§
«La amistad que es amor — el amor que es amistad»

Prefacio

Mi querido Mayne:
En estas páginas te entrego un capítulo de mi vida. Un episodio que al principio parecía imposible de escribir, incluso a ti. Se ha extendido bajo mi mano, como una autobiografía. Me disculpo porque no es sencillo describir la absoluta verdad en la que nosotros creemos tan profundamente, las convicciones y lo que los pintores llaman principios. Pero espero no ser tedioso para el lector, al que, en especial, he abierto este hecho tan enigmático y hondamente personal de mi existencia. Sabes por qué lo he escrito para ti. Ahora que está ante mí, acabado, no tengo tantas dudas sobre lo que el lector puede pensar por su gran sinceridad como sentí cuando empecé a plasmarlo sobre el papel.
Y ya que tú más de una vez me has animado a escribir acerca del tema, que es el motivo principal de estas páginas, me he preguntado si en vez de un ensayo impersonal, ¿no haría mejor en entregártelo para tu editorial? ¿Como algo dirigido también a otros hombres, no solo para ti y para mí? Hazlo, y hazlo como tú quieras. Como si hablara a cualquier otro corazón humano que late en rebelión contra la ignorancia, contra la barrera de convenciones psicológicas, contra la falsa ética social de nuestra época (¡muchos corazones masculinos deberían hacerlo!); como si se ofreciera con la esperanza de que algún alma confusa y solitaria pueda crecer más tranquila, pueda sentirse un poco menos sola en nuestro mundo de misterios. Así que te doy esta crónica para que la utilices como quieras. Recíbela de Imre y de mí.
En cuanto al relato, te puedo decir que el diálogo ha sido respetado palabra por palabra, fielmente a como aconteció, y que la correspondencia está literalmente traducida.
Aun teniendo en cuenta tu comprensivo juicio, desconozco cuál será tu opinión cuando hayas leído el manuscrito. Y pongo a pluma, tras haber escrito las últimas líneas, dos versos de August von Platen-Hallermünde que han acudido a mi mente durante el desarrollo de mi historia como una ilusión, una esperanza, una convicción:
It’s möglich ein Geschöpf in der Natur zu sein,
Und stest und wiederum auf falscher Spur zu sein?
¿Puede uno ser creado como parte de la naturaleza
y nunca, nunca indagar en una pista que es falsa?
No, ¡no lo creo!
Sinceramente,
Oswald
Velencze, 19—
«Tú has hablado de homosexualidad, ese profundo problema en la naturaleza humana de hoy y de siempre, de nobles y plebeyos, de sinceros y enmascarados. Nunca será reprimida ni por las religiones, ni las ideologías ni las leyes; esta es una demanda cada vez más exigida en el pensamiento de la civilización moderna, pero no hay demasiada voluntad… Sus diversos aspectos me confunden… La homosexualidad es una sinfonía que recorre una maravillosa gama de claves psíquicas con muchas altas y heroicas (uno podría decir divinas) armonías; ¡pero constantemente se insiste en sus aspectos vulgares y absurdos! ¿Hay ahora, como hace años, una aristocracia sexual de lo masculino? ¿Una mística hermandad helénica? ¿Una clase de hombre superviril? ¿Una raza con corazones nunca encendidos por una mujer? Aunque si alguna vez ardieron, ¿pueden prenderse sus extraños fuegos de una forma menos ardiente que los nuestros? ¿Una élite en la pasión, consciente de un superior conocimiento del amor, iniciada en alegrías y dolores más delicados que los nuestros, que mira con pena y desprecio a millones de hombres que vagabundean en los suplicios de la sexualidad ordinaria?».
(Magyarból, del húngaro)

I. Máscaras

Como el rayo hacia el metal, el imán conduce el hierro,
algo pasa —una corriente mística, extraña—
de hombre a hombre, de pecho a pecho:
sin embargo, no hay belleza, virtud, elegancia ni verdad
que ate o desate ese lazo mágico.
Franz Grillparzer
Eran sobre las cuatro de una tarde de verano, yo caminaba por una calle de la animada ciudad húngara de Szent-Istvánhely1 y entré, sin ninguna intención concreta, en el café jardín de Erzsébet-tér, donde tenía lugar el habitual concierto de la banda militar. Busqué una mesa libre en la que tomar un café con hielo para relajarme durante un rato. En realidad, no estaba de buen humor, sino más bien un poco aburrido y preocupado por los asuntos sin atar que había dejado en Viena, y sin ganas de observar cosas y personas por el mero placer de hacerlo.
El café jardín estaba abarrotado. En una mesa, a unos pocos pasos de mí, estaba sentado un joven oficial húngaro con el bien conocido uniforme de teniente en azul pálido y beis del Regimiento de Infantería. No estaba leyendo, aunque en su mano tenía un par de periódicos. Tampoco parecía estar interesado en los murmullos que le rodeaban, una actitud característica en Szent-Istvánhely de ignorar cualquier tipo de espectáculo musical por el simple hecho de tener la obligación de escucharlo. Una carta abierta sobre la silla yacía a su lado, pero no estaba pendiente de ella. Me volví hacia él. Nos dirigimos los típicos saludos de cortesía, que hicieron que me fijara en su mirada, de ningún modo cálida, y en sus ojos color avellana, brillantes y claros. Me senté a tomar el café. Recuerdo que tuve la rápida impresión de que mi vecino no poseía la belleza física ni los modales elegantes comunes en una tierra donde son reconocibles incluso en la personalidad. Y, de alguna manera, me di cuenta de que su estado de ánimo era parecido al mío. Pero fue una vaga sensación. ¿Qué era Hécuba para mí? O Príamo, Helena, Héleno o cualquiera, ¡cuando en ese momento yo estaba tan fuera de sintonía con la vida!
Entonces, la banda empezó a tocar, con sorprendente calma para ser una orquesta de viento húngara, el refinado vals Frau Réclame de Roth, una novedad por aquel entonces, una bagatela de las que a mí me gustaban. Empecé a interesarme por el soldado y quise saber su nombre. Miré hacia la mesa. Él estaba metiendo la carta en su bolsillo. Imre volvió su rostro hacia mí y con una disculpa le pregunté. Me encontré de nuevo con su mirada, que ya no era desagradable; tenía un semblante sincero, un rostro sorprendente, una cara temperamental, como cuando uno se acerca a alguien conocido. Fue la voz de un magiar, rasgo seductor de esta raza, la que contestó a mi pregunta. Una voz lenta y baja, pero tan distinta y vibrante para el corazón que la escucha. Hablamos de temas sin importancia, como la banda, el programa, el tiempo —cada interlocutor, por no se sabe qué razón, puede explicar miles de veces a posteriori cada actitud mental en cada primer encuentro, llevándose una pequeña e involuntaria impresión del otro—. De los lugares comunes pasamos a intercambiar ideas más personales. Era evidente que este ocioso magiar, en el café Erzséber-tér, estaba sumergido en sus pensamientos. En cuanto a mí, indiferente al mundo en general y al ambiente que me rodeaba en particular, disipé y olvidé mi contrariado humor y lo mandé al limbo, y me entregué al encanto de ese acento musical y a la luz de esos ojos limpios y varoniles. Se inició pronto un diálogo entre este desconocido y yo. De la música —que abre caminos en toda clase de conversaciones y un arte del que mi vecino parecía saber más de lo que mostraba— pasamos a otras cuestiones estéticas, a la literatura, a la vida social, a las relaciones humanas, a las emociones. Y de ese modo, avanzando en silencio, llegamos a nuestras propias vidas. Conforme transcurría la tarde, las únicas interrupciones provenían de algún conocido, militar o civil, cuando se acercaba a saludar a mi compañero. Yo le hablé de mi tierra natal, la que sentía como si fuera un extraño. Le hablé de mis largos viajes de placer que había hecho casi siempre solo por Europa Central y del Este, y de mi debilidad, su país, que crecía poco a poco. Me encontré hablándole de las cosas que me gustaban y de las que alguna vez me llegaron a gustar, en este mundo donde la mayoría de nosotros debemos conformarnos con desear más de lo que tenemos. Y a cambio, sin más indagaciones por mi parte de las que él me hizo a mí —movidos por esa irresistible corriente subterránea de las relaciones humanas, que es, en efecto, la simpatìa italiana, por la rápida confianza que, por instinto, ni se otorga ni se toma a la ligera—, empecé a conocer, durante las primeras horas de nuestro encuentro, una gran parte del interior de Imre von N., hadnagy, teniente, en el Regimiento A. Honved, emplazado durante algunos años en Szent-Istvánhely.
La historia del teniente Imre era sumamente simple. Era el esquema típico de nueve de cada diez jóvenes oficiales magiares. Tenía 25 años, era el único hijo de una antigua familia de Transilvania ahora pobre, como nunca lo había sido, pero tan orgullosa como antes. De muchacho tenía otras aspiraciones, pero los hombres con apellido N. siempre habían estado en el ejército, desde los tiempos de Szigetvár y la batalla de los Mohács. ¡Soldados, soldados! ¡Siempre soldados! Así que se graduó en la Academia Militar. ¿Y desde entonces? Oh, la rutina de la vida, la rutina del trabajo, unos pocos viajes a provincias —sin ningún ascenso y con un mísero salario, en un país donde un oficial debe vivir como un caballero y, con demasiada frecuencia, solo con la ayuda de secretas reuniones comerciales con usureros judíos—. Dibujó sus vivencias y sus tareas en los barracones. No residía con los suyos, que estaban en un apartado barrio de la ciudad. Pude advertir que, a pesar de no estar en contacto directo con los asuntos familiares, la deprimente atmósfera de su hogar pesaba mucho en su espíritu. ¡Y no era de extrañar! Al principio de su brillante carrera, el padre se quedó ciego y ahora era un oficial pensionista con una mente destrozada e irritable, igual que su cuerpo; una carga para todos. La madre había sido bella y rica, pero tanto su belleza como su riqueza habían desaparecido hacía mucho tiempo, y su salud con ellas. Dos de sus hermanas estaban muertas y las otras dos se habían casado con oficiales de modestos destacamentos gubernamentales en ciudades lejanas. Había más sombras que luces en este retrato. Y vinieron hacia mí, como esbozadas, ciertas deducciones menos halagüeñas. Imaginé el desagrado de mi interlocutor hacia una profesión que le había sido arbitrariamente impuesta. Capté un leve anhelo apasionado por alcanzar una existencia ideal, vista siempre a través del denso polvo del camino que no nos permite atisbar la salida. Noté indicios de debilidad en esa coraza que todo hombre necesita para hacer frente a su entorno o para resistir sus tiranías. Capté la indecisión, la incertidumbre de la lucha por la vida, el sentido de la fatalidad no como obstáculo sino como excusa. No por simple curiosidad, sino más bien por simpatía, tracé y adiviné tales cosas y, entonces, al mirarle, en parte entendí por qué, con solo 25 años, la frente del teniente Imre von N. mostraba tres o cuatro líneas incongruentes en esa cara tan despejada. Aun así, encontré un ligero rasgo en su autobiografía que aliviaba su desencanto y consideré que era un joven soldado húngaro en una situación similar a la del resto de reclutas, tanto a nivel material como a todo lo demás; bendecido por un temperamento jovial y un buen apetito, y exento de cualquier signo excesivo de melancolía o introspección. Y, dicho sea de paso, solo oírle, solo ver reír a Imre von N. hacía que uno olvidara el ánimo que tenía inmediatamente antes. Poseía el encanto y la alegría contagiosa de un niño y su energía era irresistible.
§
Ahora, en recuerdo de lo que pasó después entre nosotros, necesito contar solo un incidente insignificante de aquella primera conversación. He mencionado que el teniente Imre parecía tener una gran red de conocidos, o al menos de compañeros, en Szent-Istvánhely. Llegué a la conclusión, según avanzaba la tarde, de que él debía de ser lo que se conoce como un líder. Un hombre tras otro, y no solo sus camaradas, se paraban a charlar con él o intercambiaban bromas cuando entraban y salían del jardín. Y en esas situaciones, había más o menos —¿cómo lo llamaría?— muestras de afecto, nunca afeminadas, casi tan raciales para muchos magiares como para italianos o austríacos. Pero después percibí, como un rasgo no tan significativo entonces, que el teniente Imre no parecía ser amigo de tales comportamientos. Por ejemplo, si el interlocutor se apoyaba sobre su hombro, él retrocedía levemente. Si le extendían una mano, él evitaba verla, la sostenía con un apretón poco fraternal. Era una costumbre nerviosa, una reticencia personal, un gesto sutil. Sin embargo, era absolutamente cortés, incluso cordial. Sus amigos del regimiento no parecían encontrarle superficial, como suelen transcurrir las relaciones cotidianas en el mundo del ejército. Un compañero se paró para reprocharle de modo incisivo no haber acudido la noche anterior a un asunto en el cuartel de un amigo, «cuando todos te echaban de menos». Otro camarada quería saber por qué se mantenía tan alejado: «Qué difícil es poder verte». Un anciano civil permaneció varios minutos a su lado para estar seguro de que el joven teniente no olvidaba cenar con una y otra familia en la celebración de un cumpleaños los próximos días. «Siete semanas estuve en ese condenado pozo en Galizia, al sur de Polonia, y te escribí largas cartas, ¡tres cartas! Ni una postal tuya recibí en todo ese tiempo», protestó otro colega.
Pronto me percaté de esta clase de diálogo.
«Veo que tiene excelentes amigos», le dije.
Por primera vez en ese día, una especie de desprecio o fingida irritación se reflejó en su cara.
«Debo darle una seca respuesta a, discúlpeme, un muy seco halago», respondió. «Tengo amistades, bastante gratas hasta que desaparecen, hombres a los que veo con frecuencia y de buena gana. ¿Pero amigos? ¡Tengo los menos posibles! ¡Puedo contarlos con una mano! Vivo demasiado encerrado en mí mismo, y así, de algún modo, soy más feliz, incluso si tengo en cuenta a cada Béla, János o Ferencz. Creo que ya sabrá que un hombre puede estar mucho más solo en su vida de lo que demuestra. ¡Mucho!». Hizo una pausa y añadió: «Y, ya que viene al caso, acabo de perder, por así decirlo, a uno de mis amigos. Uno de los pocos. Uno que se acaba de ir de mi vida, como una maldición. Me ha asestado un profundo golpe en el corazón. Ya sabe, estas cosas le afectan a uno. He estado triste, justo esta tarde, al darme cuenta».
«Me gustaría pensar que su amigo no está muerto».
«¿Muerto? ¡No, no, eso no!». Se rio. «Pero, como todo apunta, él podría estar muerto… para mí. Es un oficial de la Marina del Servicio Real. Nos conocimos hace alrededor de cuatro años. Ha estado aquí realizando un trabajo de ingeniería para el gobierno. Hemos estado juntos todo este tiempo. Nuestros gustos son exactamente iguales. Por ejemplo, ¡es tan aficionado a la música como yo! Nunca hemos tenido la más mínima diferencia. Es la clase de hombre del que nunca te cansas. ¡A todo el mundo le cae bien! Nunca he conocido un carácter tan refinado ni a ninguna persona que pudiera aportarme tanto». Continuó en un tono más serio: «Además, ejerce una buena influencia sobre mí. Eso lo sé. Es un hombre con voluntad de hierro, fuerza y energía. Nada le detiene, una vez que decide lo que merece la pena hacer, lo hace. No es en absoluto un soñador ni cosas por el estilo».
«Bueno», dije yo, ambos conmovidos por esta ingenuidad, «¿y qué ha ocurrido?».
«Oh, se casó el mes pasado y fue destinado a China por un tiempo indefinido, un prolongado asunto del gobierno. No podrá volver hasta dentro de muchos años, o posiblemente nunca».
«Dos disgustos en uno», dije, con una sonrisa. Él hizo lo mismo con tristeza. «¿Y podría saber por cuál de ellos usted, como su abandonado y fiel Acates, sufre más? Deduzco que cree que su amigo ha añadido sal a la herida».
«¿Qué? No lo entiendo. ¡Ah! ¿Quiere decir que el matrimonio forma parte de mi pena? No, querido, no, nada de eso. Estoy encantado por él. Su esposa le ha acompañado a Hong Kong y esperan ser felices allí. Además, es una mujer a la que siempre he admirado. De una manera platónica, quiero decir, al igual que la mitad de los hombres en Szent-Itsvánhely, que no han sido tan afortunados como mi amigo. Ella es absolutamente cautivadora, de alto rango, de una antigua familia bohemia. Guapa, con talento, con el mejor corazón del mundo y… istenem!, ¡Dios mío!», exclamó con una mirada añorante, «¡cómo canta a Brahms! Es una pareja modélica, la más atractiva que he conocido».
«¿Entonces su amigo marine es de una belleza singular?». Imre miró a las acacias de enfrente, como si no hubiera oído mi indiscreta pregunta y se abstrajo por un momento. Yo estaba a punto de lanzar otra cuestión cuando respondió con un tono extraño y directo:
«¡Perdóneme, le ruego que me disculpe! Mi amigo posee un físico excepcional. En el servicio le llamaban Hermes Karvaly (su apellido es Karvaly), aunque tiene sangre siciliana, porque su aspecto es tan abrumador como esa estatua, ya sabe, la del griego Praxíteles. Sin embargo, su apariencia es solo un detalle más de lo especial que es Karvaly. Y, además, ¡nunca ha existido un hombre tan perdidamente enamorado de su mujer! Karvaly nunca hace nada a medias».
«Le felicito por su entusiasmo hacia su amigo. Está claro que es un amigo de verdad, desde luego», dije yo, emocionado por esta sincera evidencia de que una relación puede proporcionar tanta melancolía como felicidad. «O quizá debería felicitar al señor Karvaly y a su esposa por dejar sus méritos en tan buenas manos. Puedo entender lo que supone esta separación para usted».
Él se giró hacia mí. Fue como si olvidara por completo que yo era un extraño. Relajó su cabeza y su cuello, y abrió aquellos inolvidables ojos, ojos que por un instante fueron tremendamente tristes.
«¿Que si significa mucho? ¡Muchísimo! Me atrevo a decir que, aunque suene raro, nunca me he involucrado tanto en algo. No me imaginaba que tal cosa me podría afectar así. Estaba pensando en algunos asuntos que forman parte de esta historia, de su ridículo efecto sobre mí, justo cuando usted vino y se sentó a mi lado. Tengo también una carta suya, con toda clase de mensajes de él y de su esposa, la típica carta conjunta. ¡Ah, la afortunada gente de este mundo! ¡Qué bien que haya personas así!». Se detuvo para reflexionar. No rompí el silencio. De repente, exclamó con una carcajada sarcástica: «Teremtette!, ¡caramba! ¿Qué debe usted pensar de mí, mi querido caballero? Le ruego me disculpe por hablar tanto, estas cosas tan personales y sentimentales, ¡a un extraño! Estúpido de mí». Frunció el ceño, las líneas de sus cejas se arquearon. Me miró con una mezcla de, ¿cómo lo diría?, antagonismo y atracción; como o...

Índice

  1. Portada
  2. Título
  3. Prólogo
  4. Imre: una memoria íntima
  5. Otros títulos de Dos Bigotes
  6. Copyright