Volviendo a empezar
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Volviendo a empezar

Mi vida tras el infarto cerebral

  1. 135 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Volviendo a empezar

Mi vida tras el infarto cerebral

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Información del libro

No abandonarse en el autocompadecimiento, no lamentar la pérdida de lo que ya no se tiene, sino, con valentía, mirar hacia adelante. A este lema le he sido fiel hasta hoy en día y así, tras un largo y sinuoso camino, he vuelto a la vida.Como puede suponerse al leer el título de mi libro, tras el golpe que me propinó el destino he tenido que aprender muchas cosas de nuevo, y ésta no ha sido una experiencia nada fácil. Pero me he enfrentado a mis problemas y, aunque a pequeños pasos, he avanzado hacia adelante. Después de algunos años, estando ya totalmente recuperado, encontré en el momento y lugar oportunos una nueva posibilidad de incorporación al mundo laboral, la cual fue el comienzo de una carrera profesional con la que yo nunca hubiera soñado.

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Información

Año
2016
ISBN
9788468679822
Una vida normal
Hasta los 27 años llevé una vida totalmente normal pero ¿qué es en realidad normal?, la definición de este término puede variar con cada persona. Por ejemplo, para un millonario es normal conducir un Ferrari y para un estudiante lo normal es esperar el autobús. Por eso en el primer capítulo describiré mi vida, que considero normal hasta que me llegó el gran golpe.
Tanto mi padre como mi madre trabajaban fuera de casa y construyeron su hogar familiar al final de una callecita sin salida en un pequeño pueblo cercano a Hannover. Cuando la casa estuvo terminada nació mi hermana, y mi madre dejó de trabajar fuera. Mi padre continuó desarrollando diferentes trabajos y así se distribuyeron al modo clásico las tareas de ganar dinero y cuidar del hogar.
Dos años después de la llegada de mi hermana al mundo nací yo. De pequeño me gustaba jugar en mi habitación con Lego o Playmobil; cuando jugaba con las piezas de Lego lo importante para mi era colocarlas de tal modo que todos los elementos fueran estables. Con el Playmobil jugaba la mayoría de las veces a indios y soldados y me inventaba emocionantes historias. En mi habitación yo era, probablemente, el diplomático más joven del mundo, pues en mis juegos no había nunca batallas entre los bandos, y los problemas entre indios y soldados se solucionaban siembre negociando.
A los cinco años empecé a ir a la guardería, y un año más tarde al colegio; allí conocí a los niños del vecindario con los que, con los años, fui estableciendo una gran amistad. Cuando nos íbamos a montar en bici con nuestras BMX apostábamos siempre a ver quien podía aguantar más tiempo avanzando solo sobre la rueda trasera.
Una vez en que mi madre se fue dos días de viaje se nos ocurrió la idea de montar en nuestras BMX entre los pinos del vecino y para poder hacerlo empezamos rompiendo algunas ramas, pero al final rompimos tantas que entre los árboles hicimos un amplio túnel, que nos costó una buena bronca cuando mi madre volvió de sus vacaciones y mis padres se encontraron al vecino rugiendo de indignación y tuvieron que comprarle nuevos abetos.
Algo más tarde apareció una nueva frontera en forma de valla de madera de casi dos metros de alto que todavía hoy se conserva y está cubierta de bonitas plantas.
Con el skateboard nos gustaba saltar obstáculos o hacer piruetas con él en movimiento. Naturalmente había accidentes cada dos por tres y al volver a casa mi madre pacientemente agitaba la cabeza y curaba mis heridas.
Con los amigos del colegio me gustaba jugar al fútbol y me inscribí en el club del pueblo. Una vez a los jugadores y a los miembros del club nos invitaron a un intercambio con un colegio de EEUU. El intercambio lo organizó un vecino de nuestro pueblo que había emigrado hacía décadas hacia allí pero que no había llegado a perder nunca el contacto con su tierra.
Así fue como mi hermana y yo cruzamos el charco por primera vez en nuestra vida. Para mi el primer vuelo fue bastante emocionante, sobre todo con las turbulencias. Cuando llegamos al aeropuerto de Nueva York tuvimos que viajar tres horas más en autobús hasta llegar a nuestro destino, y tras un viaje de diez horas, nos recibió nuestra familia anfitriona. Rápidamente nos llamó la atención que muchas cosas eran más grandes y estaban más avanzadas que en nuestro pueblo. Por ejemplo, en los supermercados había estanterías con innumerables marcas de cereales, mientras que en nuestro pueblo solo podíamos elegir entre dos. Además, en Estados Unidos había más de cien canales de televisión, mientras que en Alemania teníamos ARD, ZDF y Das Dritte.
Aparte de los torneos de futbol siempre encontrábamos tiempo para excursiones cortas, y visitamos por ejemplo, la Casa Blanca o las cataratas del Niágara. Una vez fuimos con nuestra familia anfitriona a una cabaña en el bosque y allí descubrimos en nuestra propia puerta huellas recientes de un oso pardo y vimos en un árbol un coala. Para nosotros esa estancia en América fue impactante.
Tras el 6º curso, a los alumnos se les separaba según su rendimiento en el colegio para seguir estudiando en el Gymnasium, en la Realschule o en la Hauptschule. Según mi rendimiento escolar yo estaba dentro de la media más baja, sin embargo probé primero en la Realschule. Como yo era un niño muy activo, por decirlo de alguna manera, probablemente al profesor no le resultaba especialmente fácil dar la clase conmigo. Posteriormente me diagnosticaron déficit de atención e hiperactividad, es decir TDAH.
A todos los niños les gustan unas asignaturas y otras no, a mi había muchas que no me gustaban: lengua, inglés... -ironías de la vida en mi última etapa laboral he tenido que hablar mucho inglés y me he entendido a la perfección con mis colegas ingleses-.
La etapa escolar nunca me gustó mucho, tenía otras cosas en la cabeza como los deportes o los juegos de ordenador y mi madre intentó en vano que aprendiera algo para mi vida futura. El resultado fueron dos insuficientes en el boletín de notas de la Realschule y tener que repetir curso. Como algunos de mis amigos del pueblo iban a la Hauptschule, preferí cambiar a su clase pues no conocía a ningún estudiante en la clase de la Realschule en la que me tocaba repetir curso. Mi madre intentó por todos los medios que me quedara en la Realschule, pero cuando yo quería algo podía llegar a ser muy cabezota, así que cambié a la Hauptschule.
No fue hasta el último año en dicha escuela cuando se me abrió el cielo y me di cuenta claramente de lo importante que era para mi futuro un buen resultado en el boletín de notas.
Para lograr mi meta me apliqué y conseguí una media de notable en la Hauptschule y luego logré también sacarme además el título de la Realschule. Pero las buenas notas no me cayeron del cielo, sino que tuve que hincar codos y estudiar de verdad. A los demás compañeros no les gustaba nada que de pronto yo empezara a participar en las clases y pronto me dieron de lado, así que pasaba la mayoría de los recreos escondido para que nadie me pusiera un ojo morado. Antes, los marginados en el colegio siempre me habían dado pena, ahora yo era uno de ellos y sabía lo que eso significaba.
En esta época me defendía poco pues según mi estatura yo pertenecía más bien al grupo de los “enanos”. Cuando iba caminando hacia el altar el día de mi comunión se escucharon exclamaciones de sorpresa por todas partes, ya que en comparación con otros niños y niñas yo era dos cabezas más bajo.
Pero durante el último año de colegio luché con habilidad y piernas rápidas y lo acabé con relativas buenas notas, que me permitieron incluso encontrar mi primer puesto de prácticas en la compañía más grande de la región.
Mientras me formaba fui cambiando cada tres meses de departamento y realizando diferentes tareas, algunas más interesantes que otras. Tras finalizar mis dos años de formación profesional continué trabajando como simple empleado en mi departamento preferido.
Pasado un año empecé a darme cuenta de que cada vez miraba con más frecuencia el reloj esperando que acabara la jornada laboral. Después del trabajo solía quedar con mis amigos y jugar al fútbol, al tenis o al mini golf. Cuando jugaba al mini golf con mi novia el juego era más bien secundario y lo importante era pasar un rato juntos al aire libre. Mi novia no tenía apenas práctica y por lo tanto no le daba a la pelota con mucha frecuencia. En un carril había que dar un golpe con fuerza para que la pelota entrara en el agujero dentro del terreno de juego. Una vez mi novia cogió impulso, le dio ligeramente a la pelota y ésta rodó desde su posición hacia el césped. Como buen caballero me agaché, cogí la pelota y la puse de nuevo en la posición inicial. Todo esto se repitió varias veces hasta que de pronto se oyó un grito tremendo por todo el mini golf: ella, como en las ocasiones anteriores, le había dado ligeramente a la pelota y esta vez había rodado un poquito hacia un lado. Yo quise, también como en las ocasiones anteriores, coger la pelota y ponerla en la posición de inicio, pero esta vez ella había intentado darle mientras rodaba y a lo que le dió con todas sus fuerzas fue a mi nariz y luego a mi frente. Por primera vez en mi vida vi las estrellas de todos los colores. Mi nariz estaba totalmente rota y al cabo de unos segundos se me empezó a formar un chichón del tamaño de una pelota de tenis. Tenía el aspecto de un unicornio humano. Los señores mayores que estaban en el mini golf se horrorizaron cuando me vieron con la camisa llena de sangre, la nariz rota y un gran chichón en la frente. El dolor de la frente y de la nariz iba aumentando por segundos y yo solo pensaba en un alivio rápido. Corrimos a la caja, dejamos nuestros palos de golf y la pelota, y codujimos rápido a casa. En el espejo retrovisor del coche observé el doloroso resultado. Durante el viaje mi novia me miraba con los ojos como platos. Cuando llegamos a casa mi madre se asustó muchísimo, me curó las heridas y quiso saber que había pasado. Por caprichos del destino al rato vinieron dos amigos a visitarme y cuando me vieron con la nariz rota y la camisa empapada en sangre quisieron saber también naturalmente lo que había pasado. Como los dos siempre estaban haciendo bromas pesadas aproveché la ocasión para devolverles la pelota y les conté que había estado con mi novia en la ciudad y que nos había atacado una panda de matones en un callejón oscuro y que cuando acabaron conmigo uno se había dado la vuelta y había dicho: “Los próximos serán tus colegas”. Mis amigos se pusieron nerviosísimos al momento y quisieron saber qué habíamos hecho para que unos matones nos tuvieran entre ceja y ceja. Pero no pude aguantarme la risa durante mucho rato y al poco tiempo les conté lo que había pasado de verdad.
Con mi trabajo de entonces ya no estaba satisfecho, lo que hacía la mayoría del tiempo era comparar listas y firmar cientos de albaranes de entrega, y tenía claro que con algunos de cientos de marcos al mes no iba a dar el gran salto. Después de hablarlo con mis padres presenté mi dimisión y me inscribí en la escuela de comercio. Sin embargo, al igual que uno no puede pisar su propia sombra, me di cuanta rápidamente de que estudiar no era uno de mis puntos fuertes, y pronto tuve problemas de nuevo. Así abandoné la escuela de comercio con una media de notas mediocre y comprobé desilusionado que mis oportunidades profesionales no habían mejorado apenas.
Por otra parte debo reconocer que por aquel entonces tampoco sabía a lo que quería dedicarme laboralmente. Volví a tratar con mis padres este dilema y sopesamos las oportunidades profesionales que existían. En las ofertas de empleo solo había unos cuantos puestos vacantes y solo recibía respuestas negativas, así que me sentía bastante inútil. Tras un par de meses llegamos finalmente a la conclusión de que debía coger el toro por los cuernos y decidí empezar una carrera.
En la universidad se ofrecía una nueva carrera: Informática económica, la informática me gustaba mucho, pero mis mediocres notas de la escuela de comercio no me daban acceso directo a la facultad; tenía por delante una lista de espera interminable. Sin embargo me ayudó una estupenda coincidencia, o dicho de otro modo, estaba en el lugar correcto en el momento justo. Un día, después de la unificación de Alemania, iba yo conduciendo en dirección Alemania del Este y pasando por Rostock vi anunciada en un cartel la carrera de Informática económica. Espontáneamente fui a informarme y como había plazas libres me dijeron que podía empezar enseguida. Al llegar a casa les conté a mis padres esta estupenda posibilidad y sopesamos la manera de poder afrontar los gastos mensuales de matrícula y los de una vivie...

Índice

  1. Introducción
  2. Una vida normal
  3. La caída
  4. El Shock
  5. Verdaderos amigos
  6. La gris rutina diaria
  7. El cambio
  8. El sinuoso camino hacia la cima
  9. Dias oscuros
  10. El trabajo soñado
  11. Valor para cambiar