Otoño americano
eBook - ePub

Otoño americano

  1. 303 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Otoño americano

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

El otoño boreal pauta los ritmos de Estados Unidos: es la época de las elecciones, de la renovación del poder, del gran ritual democrático. Es la estación de las dos fechas que delimitan el marco temporal de Otoño americano: el mitin en Washington Square en el que Barack Obama y Hillary Clinton se disputan la candidatura demócrata en las elecciones de 2008, y la elección, diez años después, de Donald Trump como presidente.El último otoño americano es el de la campaña desquiciada que llevó a un histriónico magnate neoyorquino a la Casa Blanca. Pero es también la metáfora de un temor, algunos dirán de una certeza, que impregna la vida americana: el de la decadencia. Los signos –la retirada de las guerras, el aumento de los desequilibrios económicos, el auge de China y la victoria de Trump– apuntan al final de la hegemonía de Estados Unidos. Pero los signos contrarios –la fortaleza militar y económica del país, una arquitectura institucional que resiste a los mejores y los peores presidentes y la irradiación global, aunque sus propios líderes la nieguen, de una imagen poderosa y perenne del sueño americano– también son numerosos.'Otoño americano' es un viaje al interior de esos signos externos: a los lugares que conforman el amalgama geográfico y humano que es Estados Unidos y a las vidas de las personas que se agrupan y eligen a sus presidentes desde realidades tan dispares. Un viaje que nos lleva a pensar, en palabras del propio autor, que no deberíamos dar nada por seguro."Con la mirada del buen reportero [Marc Bassets] muestra, a través de gentes de la potencia en -decadencia, cómo una sociedad democrática creyó en Obama y luego quedó atrapada por la mentira de Trump." Jordi Amat, La Vanguardia"Una magnífica mirada al interior de Estados Unidos." Jan Martínez Ahrens, El País

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Otoño americano de Marc Bassets en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Ciencias sociales y Ensayos en sociología. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Editorial
Elba
Año
2017
ISBN
9788494696749

Marc Bassets

Otoño americano

logo

Al lector

Balzac llamaba a la novela «la historia privada de las naciones». George Packer puso por subtítulo a su libro sobre la crisis en Estados Unidos «Una crónica íntima de la nueva América». Este libro no aspira a tanto. Quiere ser el retrato de un país en un momento determinado de su historia.
El momento es entre 2007 y 2017, los años que viví allí como corresponsal, primero de La Vanguardia y después de El País. Los lectores de ambos diarios encontrarán en estas páginas fragmentos publicados esos años. Otoño americano es un mosaico de reportajes y ensayos sobre diferentes aspectos del misterio de la vida americana –capítulos que pueden leerse por separado– y a la vez un relato más o menos cronológico del período que va de la campaña para la elección de Barack Obama como presidente en 2008 a la elección de Donald Trump en 2016.
No es una historia exhaustiva ni pretende serlo. Tampoco es un libro político ni una crónica sobre Washington: sólo me fijo episódicamente en el trabajo legislativo, en los logros y fracasos de los presidentes, o en la campaña electoral. La cámara no enfoca –o no principalmente– a los políticos. Busca otra cosa: indagar, mediante entrevistas, viajes y lecturas, en la crónica íntima de la nación, en sus traumas y esperanzas, en sus paradojas.
Otoño americano comienza entre granjeros cristianos, musulmanes somalíes y judíos ortodoxos en Postville («Somalíes en la casa de la pradera»), un pueblo de la América rural sacudido por la transformación demográfica que ya ha cambiado Estados Unidos. Continúa con un viaje en tres etapas por el país en recesión del primer capítulo («Crisis»), el que Obama encontró cuando llegó a la Casa Blanca en 2009. Era un país atrapado en Iraq y Afganistán: en el segundo capítulo («Guerra») exploro las dificultades para salir de las guerras, con una parada en la prisión de Guantánamo, símbolo de los abusos de los años posteriores a los atentados del 11-S. El tercer capítulo («Frontera») es un recorrido desde Ciudad Juárez y El Paso hasta los suburbios de Maryland, una instantánea de la gran noticia de nuestro tiempo: el vuelco étnico y cultural que está haciendo de la primera potencia mundial un país menos blanco y más hispano.
El capítulo cuarto («Derecha») es una inmersión en el conservadurismo americano que floreció en la oposición al presidente Obama, años en los que este movimiento puso los fundamentos para la revolución de Donald Trump. El quinto («Espacio») trata de otra de aquellas noticias que a veces pasan desapercibidas entre el ruido de la actualidad: los reveses de la carrera espacial y los preparativos para conquistar Marte, la nueva frontera de Estados Unidos y de la humanidad. Éste es un país modelado por los mitos y las ficciones: en el sexto capítulo («Ficciones») la indagación se centra en dos escritores, Harper Lee y Louis Auchincloss, y en un cineasta, Clint Eastwood, que han reflejado, mejor que muchas crónicas históricas y periodísticas, la realidad americana.
La guerra civil terminó en Estados Unidos hace más de ciento cincuenta años. Y, sin embargo, como explico en el séptimo capítulo («Memoria»), su onda expansiva se prolongó durante décadas y todavía se escucha. El capítulo octavo («Obama: apuntes») es un resumen arbitrario y subjetivo, en forma de notas de un diario, de la presidencia de Barack Obama. Sirve de cierre de la primera parte del libro («Los años de Obama»), y de transición a la segunda («El año de Trump»), que se abre con el capítulo noveno («Fiebre»). Otra instantánea, en este caso del verano febril de 2015, cuando un excéntrico constructor y showman neoyorquino, Donald Trump, irrumpió en la política estadounidense para dinamitarla.
El capítulo décimo («Gótico americano») es un viaje en busca del secreto de Trump durante la campaña para las elecciones de 2016. El enigma americano es el enigma de Donald Trump: en el undécimo capítulo («Historias») me sumerjo en novelas, ensayos sociológicos e históricos, y crónicas periodísticas que pueden ayudarme a dilucidar el misterio de Trump, que no es otro que el de la versión más desaforada del populismo de Estados Unidos, lo que el historiador Richard Hofstadter bautizó como «el estilo paranoide» en la política americana.
La crisis industrial, que se prolongó cuando la economía se recuperaba de la gran recesión, y su papel en la elección de Trump centran el duodécimo capítulo («Fábricas»). El siguiente («Opio») es otro viaje –éste, a Virginia Occidental y Ohio– para entender la epidemia de heroína y medicamentos derivados del opio que desgarró comunidades y contribuyó al aumento de la mortalidad en una parte de la población blanca. El capítulo decimocuarto («Clinton: apuntes») retoma la forma del octavo («Obama: apuntes») para trazar un perfil de la malhadada campaña de la candidata demócrata a la Casa Blanca, Hillary Clinton, y de sus votantes. El decimoquinto y último capítulo («Boom») se asoma a algunos escenarios de la América más dinámica, que además es una América que vota a Trump, lo que me lleva a matizar la idea según la cual éste es producto exclusivamente del malestar económico. El epílogo («Otoño americano») mezcla las impresiones de la noche electoral del 8 de noviembre de 2016 y los días posteriores con algunos apuntes, a modo de conclusión, tomados mientras me trasladaba de Washington a mi nuevo destino profesional, París.
El título, Otoño americano, merece una explicación. El otoño boreal pauta los ritmos de Estados Unidos: es la época de las elecciones, de la renovación del poder, del gran ritual democrático. Es el momento de las dos fechas que enmarcan el libro: la primera vez que vi a Obama en un mitin en 2007, y la elección, diez años después, de Trump como presidente.
El otoño americano es el de la campaña desquiciada que llevó al histriónico magnate neoyorquino a la Casa Blanca, y también la metáfora de un temor –algunos dirán de una certeza– que impregna la vida americana: el de la decadencia. Los signos –la retirada de las guerras, que empezó con Obama, el aumento de los desequilibrios económicos, el auge de China, la victoria de Trump– apuntan al final de la hegemonía de Estados Unidos. Los signos contrarios –la fortaleza militar y económica del país, una arquitectura institucional que resiste a los mejores y los peores presidentes y la irradiación global, aunque sus propios líderes la nieguen, de una idea poderosa y perenne: la ciudad luminosa en la colina– también son numerosos.
No daría nada por seguro.

Prólogo
Somalíes en la casa de la pradera

Esto es América: un pueblo de unos miles de habitantes, en una región de trigo y maíz y lecherías y pequeños bosques.
SINCLAIR LEWIS
No era imposible: era impensable.
A las 2:31 de la madrugada del 9 de noviembre de 2016, la agencia de noticias Associated Press decretó que Donald Trump había derrotado a Hillary Clinton y sería el próximo presidente. Hacía más de una hora que parecía inevitable la victoria del empresario inmobiliario, estrella de la telerrealidad, rey de los tabloides y mentiroso compulsivo. Mi periódico, El País, había empezado a imprimir una edición especial con el titular en portada: «Estados Unidos cae en manos del populismo agresivo de Trump». Con el sello de Associated Press, árbitro indiscutido de los resultados electorales, lo impensable se hizo definitivamente real.
El hombre que incitó al odio al extranjero y al musulmán, el demagogo que destapó los peores fantasmas nacionales, sucedería al hijo de un negro de Kenia y una blanca de Kansas, el político que mejor representaba los Estados Unidos mestizos y cosmopolitas, seguramente la versión más amable del país que más fascinación y odio provoca en el mundo. Una galaxia separa a Donald John Trump de Barack Hussein Obama. Y, sin embargo, el país que les eligió no cambió tanto en los años de Obama en el poder, entre 2009 y 2017. Era el mismo.
Unas horas después de conocerse la victoria de Trump, en un programa de televisión me preguntaron si me había sorprendido. Yo tenía sueño, todavía intentaba digerir el resultado electoral y no estaba preparado para una respuesta ágil.
«Sí y no», balbuceé.
Conozco pocas personas a las que no les sorprendiese la victoria de Trump. Obama no estaba preparado. Tampoco Trump, como se comprobó en los días posteriores, cuando tuvo que improvisar en los primeros pasos para formar un gabinete y elaborar un programa de gobierno. Imaginarlo a él en la Casa Blanca, a aquella figura excéntrica que desafió con éxito a las élites de su partido, el republicano, a las dinastías más poderosas de su país, los Bush y los Clinton, a Wall Street, al 99 por ciento de los medios de comunicación y al Papa de Roma, era inverosímil. Sigue siendo inverosímil.
Pero la victoria de Trump era posible. Claro que lo era. Las señales de que podía ocurrir, si no un fenómeno como Trump, sí algo parecido, estaban a la vista de todos. Las vi durante estos años, en viajes por ciudades semiabandonadas en la región industrial del Medio Oeste y a la América rural atónita ante los cambios sociales precipitados. O en decenas de entrevistas con norteamericanos por los cuatro puntos cardinales de este país continental. O en visitas a lugares que se sentían olvidados por las élites políticas y económicas –e insultadas por las élites periodísticas– y otros que prosperaban como nunca nadie ha prosperado en Estados Unidos, ni en ningún otro país.
Todo estaba allí: sólo faltaba conectar los puntos.
Por ejemplo, tras el ventanal del restaurante Sabor de México, en Postville, un pueblo de dos mil doscientos habitantes en Iowa que visité en el otoño de 2014. Sentado en una mesa, vi desfilar a judíos hasídicos, guatemaltecos exhaustos, mujeres somalíes con la cabeza cubierta, agricultores locales que hasta unos años antes jamás habían visto a una persona que no fuese blanca o cristiana por aquí.
«Esto es un Nueva York chiquito», me dijo el camarero. Se llamaba Paco Garrido, era mexicano y tenía treinta y siete años.
Rodeado de pastos y cultivos, Postville aparecía al recién llegado como una estampa de la declinante América rural, lejos de los pueblos idealizados donde todos se conocen y donde la vida es más pura: lejos del país de las películas de Frank Capra o de La casa de la pradera, cuya autora, Laura Ingalls Wilder, creció a cincuenta kilómetros de allí. La serie de televisión fue un éxito en los años setenta: mitificaba la vida de los pioneros que colonizaron el interior del continente en el siglo XIX, inmigrantes que llegaban con lo puesto a lugares remotos, familias que construían una nueva vida, el espíritu de resistencia y superación que figura en el relato heroico de la construcción de este país. Dicen que era la serie favorita del presidente Ronald Reagan.
Comercios destartalados y tráfico escaso: la calle principal de Postville recordaba a tantos centros urbanos del Medio Oeste. Pero Postville era otra cosa. Se oía hablar tanto español como inglés. En algunos comercios los carteles estaban escritos en hebreo. En una misma calle había dos sinagogas. Una se alzaba puerta con puerta con la mezquita de los somalíes.
La mezquita ocupaba los bajos de un local comercial. Unas cortinas cubrían el escaparate. Un grupo de somalíes asomaba por detrás de los cristales de la puerta. Guillermo Cervera, el fotógrafo que me acompañaba, pronunció en árabe una plegaria que había aprendido en Afganistán. Entramos. Nos contaron que trabajaban en la planta cárnica del pueblo. Se llamaban Abdulán Ugas, Warsame Ali, Issa Hassan. El mayor tenía treinta años. Cuando llegamos, se preparaban para rezar.
«Las señales del fin están por venir. Y ¡ay! de aquel que no se prepare», decía ese día a los congregados en la vecina Iglesia Apostólica de Cristo Señor el pastor Jorge, un mexicano de Durango.
Postville es una isla multicultural en Iowa, Estado rural y blanco con sólo un 5,5 por ciento de hispanos y un 3,3 por ciento de negros. Es un ejemplo extremo de que Estados Unidos ha cambiado irreversiblemente: la imagen del país blanco, anglosajón y cristiano ha quedado obsoleta. Postville es la prueba de que la diversidad no es una característica sólo de las grandes ciudades o de los Estados de frontera: cuando ha alcanzado un pueblo como éste, a centenares de kilómetros de cualquier capital, es que no hay marcha atrás. Fenómenos propios de las ciudades se extienden a las regiones rurales: no sólo la inmigración, sino el desempleo, la pobreza, la delincuencia, la droga.
La primera fecha para entender cómo Postville pasó de ser un rincón del Iowa más rural a este experimento multiétnico es 1987. Y el personaje clave es Aaron Rubashkin, un carnicero judío del distrito neoyorquino de Brooklyn que un día compró un matadero abandonado y lo transformó en una planta de carne kosher, es decir, adecuada a la religión judía.
«En 1996, la planta se había convertido en la mayor del mundo gestionada y en propiedad de los judíos hasídicos conocidos como lubavitchers», escribió el periodista Stephen Bloom en el libro Postville: A Clash of Cultures in Heartland America (Postville. Choque de culturas en el corazón de América), publicado en 2000. «Cada semana 1.300 reses, 225.000 gallinas, 700 corderos y 4.000 pavos entraban a la planta renovada, y cada semana 1,85 millones de libras [840.000 kilos] de vaca, gallina, cordero y pavo salían en camiones refrigerados en dirección a Chicago, Nueva York, Los Ángeles, Miami. La carne era tan apreciada que incluso volaba a Jerusalén y Tel Aviv.»
El desembarco de los judíos ortodoxos de Brooklyn fue el primer choque. Para muchos lugareños, los judíos eran extraterrestres. Pero trajeron una prosperidad inesperada. Después llegaron sucesivas olas de inmigrantes para trabajar en la planta: ucranianos, mexicanos y centroamericanos.
Segunda fecha: 12 de mayo de 2008, en los últimos meses de la Administración Bush. Con un despliegue militarizado –dos helicópteros y decenas de agentes–, las autoridades federales detuvieron a más de trescientas personas en la planta cárnica. Entre ellas, inmigrantes sin papeles y directivos de la empresa. Sholom Rubashkin, hijo de Aaron, fue condenado en 2010 a veintisiete años de prisión por fraude fiscal. Postville, el pueblo anónimo, ocupó los titulares de la prensa nacional. No hubo en Estados Unidos muchas más redadas a escala semejante ni con tal exhibición de fuerza. Con la llegada de Obama a la Casa Blanca, en enero de 2009, las deportaciones de sin papeles aumentaron, pero con métodos más discretos.
Postville acusó el golpe. Al día siguiente de la redada, ciento veinte niños no asistieron a la escuela. Temían que los deportasen.
«Fuimos casa por casa», me contó el director de la escuela, Chad Wahls. En unos días logró que volvieran a las aulas. «Doce niños se marcharon: nunca regresaron.»
La mitad de alumnos de la escuela primaria e intermedia eran hispanos. Cerca de un 10 por ciento, de origen africano. En los pasillos y las aulas se hablaban nueve idiomas, incluido el tagalo. Éste era el futuro de Postville. Y de Estados Unidos. «Algunos de los niños que se han graduado en la escuela se quedan a vivir aquí», dijo Wahls. «Esto traerá un cambio.»
Cuando visité Postville dos años después, la planta tenía otro propietario, y otro nombre: Agristar. Seguía produciendo carne kosher. Un día fuimos a una de las sinagogas. Un estudiante veinteañero dijo que el rabino no podía atender a los visitantes: estaba en la planta, trabajando. Como en cualquier barrio de Nueva York, Los Ángeles o Barcelona, en Postville el paisaje humano se transformaba sin cesar. En los últimos años habían aterrizado los somalíes, algunos desde Mineápolis, a trescientos kilómetros, la capital de la comunidad somalí en Estados Unidos, y otros desde campos de refugiados en África.
Convivían, pero sin mezclarse. «Les tienen miedo a los gatos», nos dijo una mujer mexicana en alusión a los judíos ortodoxos.
Otro hombre llamaba a los rabinos «los barbones». Y los somalíes eran «los morenos».
«Lo peor ha pasado», dijo en alusión a las consecuencias de la redada Fred Wilker, un agricultor que vendía calabazas y otras frutas y verduras en un aparcamiento.
Sin la planta cárnica éste s...

Índice

  1. Portada
  2. Otoño americano
  3. Créditos