CAPÍTULO 1
ALTARES CONTRA DIOS
Ravi Zacharias
Hace años, acababa de dar una conferencia en una institución abiertamente atea, y me sorprendió mucho la pregunta de un asistente. Quería saber a qué diantres me refería cuando usaba el término Dios. La institución en la que nos encontrábamos era la Academia Militar Lenin, en Moscú. La tensión era más que palpable. Nunca me habían pedido en una ponencia pública que definiera aquel término. Y dado que estaba en un país cuya historia estaba tan arraigada en el ateísmo, imaginé que se trataba de una pregunta hostil e intencional. Pregunté a mi interrogador si era ateo, y él respondió que sí. Le pregunté qué era lo que él rechazaba. Pero la conversación no llegó muy lejos, así que le expliqué a qué nos referimos cuando hablamos de Dios.
Es fascinante hablar con un ateo estridente e intentar llegar más allá de la ira y la hostilidad. Para algunos, la palabra Dios es como un detonante que abre las compuertas de toda la animosidad que tienen acumulada y la convierte en un proyectil de palabras. Pero a medida que afloran las distintas capas de su pensamiento y experiencias, el significado de su ateísmo se va volviendo más y más tenue, y sus términos se van volviendo más y más vacíos. A menudo, la descripción es más visceral y discuten con una ira contenida, en lugar de debatir de forma sensata y respetuosa. En más de una ocasión me ha sorprendido la rabia expresada por los grupos ateos de las universidades de élite estadounidenses en las que he dado conferencias; rabia porque me hubieran invitado y porque osara dirigirme a ellos.
En teoría, el ámbito académico siempre ha sido un lugar donde la discrepancia es bienvenida porque sirve para ayudar a los estudiantes a sopesar las diferentes ideas y escoger de forma inteligente. Me atrevería a decir que, si yo hubiera sido un ponente musulmán, no me habrían tratado con tanta hostilidad. Claro, cuanto más te teme la gente, más libertad de expresión te otorga. Pero por desgracia, para algunos, el debate respetuoso es imposible. No obstante, tengo que decir que al final de la conferencia, una líder de uno de los grupos se levantó a darme las gracias, a modo de disculpa velada por toda la resistencia que había habido antes de la ponencia. Agradecí sus palabras y actitud.
Personalmente, la rabia con la que algunos se expresan no deja de sorprenderme. Crecí en India, pero sin ser hindú y, de hecho, nunca presté demasiada atención al tema de la religión. Ni siquiera sé si creía en Dios. Era cristiano nominal, pero tampoco le presté demasiada atención al cristianismo. La mayoría de mis amigos eran hindús, musulmanes o sijs, y también tenía amigos de otras fes minoritarias. No recuerdo sentir rabia u hostilidad hacia los que tenían creencias distintas a la mía, por absurdas que estas me parecieran. Tampoco recuerdo que nadie me tratara con rabia u hostilidad por no tener la misma creencia que ellos.
Pero Richard Dawkins y sus seguidores son conocidos por acosar y burlarse de las posiciones opuestas a las suyas. Cuando uno ve a un académico con esa actitud, uno se pregunta qué habrá realmente detrás de esa forma de actuar. En una ponencia en Washington D. C., un asistente preguntó a Richard Dawkins cómo actuar con una persona que creía en Dios. “Búrlate”, contestó. “Ridiculízale”. Cuando después de una ponencia alguien me preguntó qué pensaba de aquella respuesta, contesté que si Dawkins aplicara ese mismo método en Arabia Saudí, lo más probable es que no llegara a usar su billete de vuelta. Una cosa está clara: al menos descubriría que no todas las creencias en Dios se parecen, y que no todos los imperativos son iguales.
Pero su postura no ha cambiado ni un ápice. En una entrevista que le hizo Maya Oppenheim para The Independent el 23 de mayo de 2016, hizo la siguiente declaración: “Estoy completamente a favor de ofender la religión de la gente. Deberíamos ofenderla a cada momento”. ¿En serio? ¿Es esa la forma en la que uno llega a saber si una creencia es o no es válida? También dijo lo siguiente: “En el caso de los inmigrantes de Siria e Irak, deberíamos dar preferencia a los apóstatas, a aquellos que han renegado del islam”. Si Donald Trump hubiera dicho lo mismo, el parlamento británico habría convocado una sesión para decidir si vetar la entrada de Trump en el país. Pero si Dawkins lo dice no pasa nada, porque los ateos que lo adoran y que adoran su estilo de ateísmo tienen sus propias verdades absolutas y sus propios prejuicios legitimados.
La intolerancia, el prejuicio, la falta de respeto, el odio y la ofensa son el fruto de la filosofía de Dawkins. A modo de credo, su filosofía es la siguiente: odia, discrimina, juzga, búrlate, castiga, elimina, detén... haz lo que sea para acabar con la creencia en Dios. Irónicamente, él condena a Dios por ser discriminatorio, egocéntrico, moralizante, y por odiar y menospreciar a aquellos que no están de acuerdo con Él. Dawkins se mofa de los atributos de Dios haciendo una caricatura de Él, pero justifica esos mismos atributos cuando le definen a él. Yo me fiaría más de la opinión de una persona buena y amable que de la de una persona que malgasta su tiempo y energía en burlarse de la gente y de sus creencias. Y no está solo. La característica principal de los llamados “nuevos ateos” es la ira y el ridículo que arrojan sobre la creencia en lo sagrado de cualquier persona.
Es necesario añadir que no todos los ateos tienen esa actitud. De hecho, a muchos de ellos, la hostilidad de los nuevos ateos les hace sentir vergüenza. Yo he conocido a muchos buenos conversadores que son ateos, con los que he mantenido conversaciones buenísimas. Muchos han comentado que empezaron a leer los escritos de Dawkins y sus seguidores, pero que fueron incapaces de terminarlos. Independientemente de la cosmovisión que abracemos, el diálogo y el debate deberían desarrollarse en un ambiente de civismo y de escucha cortés. Pero en los tiempos que corren eso parece un ideal casi inalcanzable. Sostener una creencia supuestamente noble y reducirla a formas innobles de propagación convierte a la persona que sostiene dicha creencia en sospechoso.
Reconozcamos también que son muchos los religiosos que han provocado esas respuestas estridentes. Tristemente, el púlpito de una iglesia puede ser un lugar de acusación para lograr que las personas sientan culpa, remordimiento y otro tipo de emociones que hacen que quieran escapar de esa voz que les martillea. Por no hablar del antiintelectualismo entre las filas del cristianismo que tacha de herético todo lo que provenga de la ciencia y la filosofía.
La historia nos ha enseñado a desconfiar de cualquier extremista que sacrifica la conversación cordial en el altar de la imposición demagógica. En nuestro mundo de Twitter e Instagram las opiniones y los puntos de vista abundan, pero el discurso civilizado escasea. Y escasea aún más la habilidad de defender las creencias propias de forma razonada y empírica. Espero que, a medida que Vince Vitale y un servidor analizamos las diferencias entre los sistemas de creencias seculares (que, de hecho, también son religiones), podamos demostrar dónde están realmente esas diferencias, y podamos demostrar también que la cosmovisión judeocristiana tiene las respuestas más coherentes a las preguntas existenciales que todos tenemos, independientemente de nuestras creencias.
Cuestionando la pregunta
Se cuenta que un día Albert Einstein viajaba en avión al lado de una persona originaria de la India. Para matar el tiempo, Einstein le propuso jugar a un juego. “Yo te hago una pregunta y, si no la puedes responder, me das cincuenta dólares. Luego tú me haces una pregunta y, si no la puedo responder, yo te pago a ti quinientos dólares”. El indio sabía que no podía igualar a Einstein, pero pensó que tenía suficiente conocimiento cultural y filosófico como para dejarle sin respuestas en algún momento y, haciendo cálculos, concluyó que se las podía arreglar para no salir mal parado.
Primero fue el turno de Einstein, y le...