Jesús: indignación y misericordia
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Jesús: indignación y misericordia

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Jesús: indignación y misericordia

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Dios se indigna. Y Jesús también se indigna. Como los miles de personas que hace pocos años llenaron nuestras plazas. Este libro se acerca a los textos bíblicos para descubrir estos momentos en los que podemos descubrir al Dios indignado y al Jesús indignado, y nos invita a descubrir los porqués de esta indignación, que a menudo no están muy lejos de los motivos de la indignación de tantas personas en esta sociedad nuestra. Y, al adentrarnos en la indignación, descubrimos en su núcleo más profundo la llamada al camino de vida que Dios ofrece, el camino de la misericordia y del amor. Josep Jiménez Montejo (Alborea, Albacete, 1952), es sacerdote de Barcelona y licenciado en historia. Miembro de la asociación de sacerdotes del Prado, toda su acción pastoral se ha desarrollado en parroquias de barrios obreros y populares, y en los movimientos de Acción Católica del mundo obrero.

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Información

Año
2015
ISBN
9788498057720
1. Introducción
Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento la actitud de Dios respecto a los pecadores se describe en unos términos prestados por las pasiones humanas de ira o de indignación, aunque pueda parecer una “humanización” de Dios demasiado audaz. A menudo, sin embargo, se ha hecho una distinción diciendo que el Antiguo Testamento ponía énfasis en la ira divina, mientras que el Nuevo Testamento lo ponía en la gracia y en el amor de Dios. Pero el concepto de ira aparece en ambos testamentos.
1.1. La ira de Dios, ¿castigo o amor?
En el Antiguo Testamento en los profetas y en los salmos se habla en términos duros del castigo de los pecados. Y además se hace como si Dios se sirviera de las desgracias, como el hambre y la peste, y de las pasiones y las ambiciones de los humanos, incluso de los pecadores, para castigar el pecado y el mal del hombre. La ira de Dios sería la consecuencia, el fruto inevitable del pecado. Pero cuando el escritor sagrado habla de gracia, parecería estar pensando en la relación personal entre Dios y su pueblo. En conclusión, la ira es el efecto del pecado humano, mientras que la gracia no es el efecto de la bondad humana, sino que es inherente al carácter de Dios. Con insistencia, el amor es visto, sin duda, como una actitud activa y personal de Dios respecto al hombre, mientras que la ira, muy a menudo, no lo es. Agradecemos estas bellas palabras que encontramos en el libro del Éxodo:
Con tu amor vas dirigiendo a este pueblo que salvaste; con tu poder lo llevas a tu santa casa (Ex 15,13).
A pesar de todo, la ira divina suele manifestarse en estrecha alianza con el amor divino, y a veces expresa la reacción a un amor que se ha frustrado.
Solamente os elegí a vosotros de todas las familias de la tierra; por eso yo os castigaré por todas vuestras culpas (Am 3,2).
Jesús –lo veremos más adelante– también aparece muchas veces lleno de ira, indignado, en los evangelios, especialmente cuando el hombre es inhumano con el hombre, y cuando los representantes oficiales de la religión tergiversan la imagen que Dios quiere dar de sí mismo. Jesús, por su parte, no atribuye las desgracias casuales o naturales al pecado. Podemos verlo en Lucas:
En aquel momento llegaron algunos que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios. Les respondió Jesús: ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo. O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo (Lc 13,1-5).
San Pablo, como no podía ser de otro modo, también toca este tema, pero aquí lo citaremos de paso, ya que el lugar de la ira de Dios en Pablo requeriría un estudio que va más allá del objetivo de este trabajo, y de nuestras posibilidades y conocimientos.
La Escritura mira la ira como un atributo de Dios, un atributo que hay que entender en relación a su amor. La ira no es un atributo permanente de Dios. Mientras que el amor y la santidad forman parte de su naturaleza esencial, su ira se manifiesta como consecuencia del pecado humano, y si no hubiera pecado, no habría ira. Por lo tanto, es la oposición de Dios al pecado del hombre lo que hace que el hombre esté expuesto a su ira. Pero Dios ofrece en Jesucristo el camino de la liberación de la ira. En Jesucristo Dios mismo suaviza las consecuencias destructivas del pecado. De ahí que la Buena Noticia, que es Jesucristo mismo, y que se manifiesta a través de todos los escritos del Nuevo Testamento, crea una división entre los que son liberados de la ira a través de la fe en el amor compasivo de Dios y los que permanecen bajo la ira porque menosprecian esta gracia. San Pablo lo expresa así:
Pero la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores. Y ahora que estamos justificados por su sangre, con mayor razón seremos librados por él de la ira de Dios (Rm 5,8-9).
Y también, para expresar el rechazo de la gracia, dice:
Todos nosotros también nos comportábamos así en otro tiempo, viviendo conforme a nuestros deseos carnales y satisfaciendo nuestra concupiscencia y nuestras malas inclinaciones, de manera que por nuestra condición estábamos condenados a la ira, igual que los demás (Ef 2,3).
1.2. Y nosotros, ¿tenemos derecho a la ira?
La ira es un derecho en Dios, pero una injusticia en el hombre. Así, mientras el amor de Dios incluye la ira, en el hombre, amor y cólera se excluyen. Jesucristo más de una vez condena la ira humana con su desordenado deseo de venganza, y avisa de que el enojo, sin causa, es un pecado grave y que es un deber reconciliarse con los hermanos, especialmente antes de ofrecer un sacrificio:
Pero yo os digo: El que se enemiste con su hermano, será llevado a juicio; el que lo insulte será llevado ante el Sanedrín, y el que lo injurie gravemente se hará merecedor del fuego de la gehena. Por tanto, si en el momento de ir a presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene algo en contra de ti, deja tu ofrenda allí mismo delante del altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano. Luego regresa y presenta tu ofrenda (Mt 5,22-24).
En la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32), el hermano mayor representa lo contrario del padre que perdona, porque su ira se debe a su dureza de corazón y no a la indignación causada por la misericordia. El v. 28 lo expresa claramente: Él se irritó y no quería entrar. Y es que la cólera de Dios nace del amor herido, mientras que la cólera del hombre nace del egoísmo irritado. El rey Herodes se indigna porque no puede llevar a término sus planes contra el plan salvador de Dios:
Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había averiguado de los magos (Mt 2,16).
La ira y la justicia son un atributo de Dios, y no pueden ser “usurpadas” por el hombre. Veamos este versículo de Lucas:
Pues bien, ¿no hará Dios justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche? ¿Creéis que los hará esperar? (Lc 18,7).
Y san Pablo insiste en que la ira es cosa de Dios, pero que la tarea del hombre consiste en algo diametralmente opuesto a la ira, como son los criterios que encontramos en Mateo 25, en el pasaje del juicio final, y no en relación al pobre, sino a “tu enemigo”:
Y no os toméis la justicia por vuestra mano, queridos míos; dejad que sea Dios quien castigue, según dice la Escritura: A mí me corresponde castigar; yo daré a cada cual su merecido –dice el Señor–. A ti, en cambio, te dice: Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Así harás que su cara le arda de vergüenza. No permitas que te venza el mal, antes bien, vence al mal a fuerza de bien (Rm 12,19-21).
Finalmente, en la carta de Santiago se nos avisa de que la irritación, la ira, no tiene nada que ver con el comportamiento que Dios espera de nosotros, ni con su justicia:
Porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios (Sant 1,20).
Para acabar, volvemos a insistir en que no se puede afirmar que el anuncio de la ira divina pertenezca a la Antigua Alianza y que el amor de Dios sea exclusivo del Nuevo Testamento. Ambos proclaman con igual fuerza y convicción el amor y la misericordia de Dios, además de su ira, y el Nuevo Testamento pone de manifiesto la cólera divina junto con la misericordia del Señor. Ahora se puede afirmar que tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento existe un motivo último de la ira divina: el orgullo humano, que constituye un menosprecio fundamental de Dios y quiere, a cualquier precio, vivir la vida sin Dios. En el Antiguo Testamento el desprecio de este amor ofrece una nueva ocasión a la indignación divina. La ira de Dios no es una reacción psicológica, un calentamiento momentáneo e inesperado, sino una reacción pensada con una intención educativa. En el Nuevo Testamento la ira de Dios nunca se presenta con el color de la pasión psíquica o natural, aunque estalle incomprensiblemente o irracionalmente, aunque dure eternamente, como a menudo pasa en el Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento prevalece el concepto teológico de ira (es porque Dios ama) sobre el psicológico, y esto se presenta junto a la preeminencia dada a la ira como acción expresamente querida (es porque Dios actúa con la intención de salvar) y no como reacción psicológica.
2. La ira de Dios en el Antiguo Testamento
La ira de Dios, en la Biblia, es la expresión de su santidad y de su justicia, no es una irritación incontrolada, sino provocada tanto por el comportamiento de los individuos, como por el pecado del pueblo de la Alianza, que muy a menudo es infiel y transgrede el derecho divino. La ira de Dios también se puede definir como la amenaza divina con el aniquilamiento de la existencia de quien se oponga a su voluntad o a sus propósitos o viole su santidad o su amor, ya que la voluntad de Dios es salvar al hombre. Con frecuencia se alude al disgusto, al malestar de Dios a causa del pecado del hombre y al castigo con que deberá castigarlo:
Dios no contiene su cólera: bajo él quedan postrados los esbirros de Ráhab (Jb 9,13).
Y también:
Todo lo mandado por el Dios del cielo en relación con su Templo, que sea ejecutado sin tardanza para que no descargue su ira contra el reino, el rey y sus hijos (Esd 7,23).
A través del Antiguo Testamento la ira divina es vista como una manifestación de la voluntad de Dios mismo. Esta ira se produce cuando el hombre quiere frustrar la voluntad de Dios y su propósito de salvarlo. También la injusticia social en el seno del pueblo escogido causa su ira:
Escuchad esto, los que aplastáis al pobre y queréis eliminar a la gente humilde del país diciendo... Usaremos medidas trucada...

Índice

  1. Prólogo
  2. Presentación
  3. 1. Introducción
  4. 2. La ira de Dios en el Antiguo Testamento
  5. 3. La indignación de Jesús
  6. Colección Emaús – Últimos títulos