Desarrollo y Civilización
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Desarrollo y Civilización

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Desarrollo y Civilización

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El concepto de civilización surge en el siglo XVIII e incluso aparece como entrada en la Enciclopedia de los ilustrados. La idea de civilización se asociaba entonces con la constitución de una sociedad civil de los ciudadanos, que se diferenciaba de las formas políticas anteriores y daba origen a una organización social específica, que se correspondería con una moral más adecuada a la naturaleza humana. En ese momento, se consagra la idea del individuo como fundador de la sociedad y como creador de productos, que son el fruto del trabajo. Se comprende así cómo la economía política clásica llegó a la noción de valor. Ella reflejaba el gran paso dado en busca de la comprensión de los avances sociales producido por el aumento colosal de la productividad, como consecuencia, básicamente, del desarrollo de las manufacturas y, posteriormente, de la Revolución industrial. Era por lo tanto natural que se gestase en el norte de Europa y en particular en Inglaterra, donde se concentraba esta revolución, la idea de que el gran desarrollo de las fuerzas productivas, que se consolidaba en esas regiones, y de las formas sociales a él asociadas daría lugar a un estadio superior de la sociedad humana, que se caracterizaría por crear una forma social asociada, cada vez más, con el concepto de civilización.

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Información

Año
2018
ISBN
9786070309137
Edición
1
Categoría
Économie
PRIMERA PARTE
LA RECONSTRUCCIÓN DE LA TEORÍA DEL DESARROLLO
I. Tesis sobre la herencia neoliberal
II. La teoría de la dependencia y el descubrimiento del sistema-mundo
III. La reconstrucción de la teoría del desarrollo
IV. Globalización, innovación y crecimiento: geopolítica e integración
I.TESIS SOBRE LA HERENCIA NEOLIBERAL
1. INTRODUCCIÓN
Posiblemente, la manifestación más clara de la visión eurocéntrica del concepto de civilización se haya consolidado en la hegemonía del llamado “neoliberalismo”, una corriente de pensamiento que pretendió ser la más alta expresión de la ciencia, entendida como una descripción sintética del estado de equilibrio que resultaría del libre accionar de las fuerzas “naturales”. El papel de la ciencia y de la humanidad estaría dirigido, de acuerdo con esta corriente, a garantizar las condiciones de pleno funcionamiento de esas “tendencias naturales”.
Los temas del neoliberalismo y de su herencia para las ciencias sociales, para las políticas públicas —en particular, para las políticas económicas— y para los pueblos del planeta, en especial los que viven en la periferia y en la semiperiferia del sistema económico mundial, han sido objeto de varios de nuestros estudios.1 Por ello, en este capítulo inicial me gustaría sintetizar dicho esfuerzo teórico y analítico e intentar concentrar mis ideas mediante la formulación de tesis que permitan realizar de modo sintético una evaluación crítica del neoliberalismo, algo que posiblemente aún no exista en la bibliografía muy extensa que se ha publicado y se publica acerca de esos temas.
Mi convicción en relación con el fenómeno de la ola neoliberal y la forma avasalladora que asumió —como un pensamiento único— es la de que representa un proyecto “reaccionario”. El concepto de “reacción” se utiliza de manera rigurosa: un intento de hacer retroceder la historia a fórmulas superadas de relaciones socioeconómicas. La ola neoliberal busca suprimir las conquistas sociales y políticas que las nuevas clases sociales emergentes pudieron alcanzar dentro del capitalismo durante los periodos de auge económico, en particular, el posterior a la segunda guerra mundial, que se caracterizó por la presencia del Estado de bienestar en los países centrales, por la expansión de las economías socialistas en torno de la Unión Soviética y por los nuevos Estados emergentes de la descolonización y de las luchas nacionales democráticas en las zonas periféricas en general.
Fue, también, típico de ese periodo un avance sustancial de la democracia política y la expansión espectacular de la subjetividad de las capas sociales subalternas: de la juventud e, incluso, de la infancia, de la mujer y de las etnias subyugadas durante la expansión del capitalismo y de la sociedad moderna cuyo centro era Europa. Todo ese movimiento histórico apuntaba a la superación del capitalismo y de las instituciones creadas por el liberalismo económico y político, que ya se había visto duramente afectado durante la primera guerra mundial y la crisis de 1929.
Después de la primera guerra, el intento por detener ese movimiento por medio del nazifascismo —que llegó a triunfar en casi toda Europa y en parte de África y del Extremo Oriente— finalmente fracasó derrotado por la gran Alianza Democrática que unió a los liberales, los socialdemócratas y los socialcristianos con el movimiento comunista internacional liderado por Stalin. (Éste, que fue considerado por la prensa masiva occidental de aquella época como el gran líder democrático mundial, sería luego convertido por esta misma prensa, a partir de la guerra fría, en el mayor dictador de todos los tiempos.)
Ahora bien, tras la segunda guerra mundial, sólo un pequeño grupo de disidentes reaccionarios, reunidos en torno de Hayek y del grupo de la escuela de Economía de la Universidad de Chicago, sostuvo la bandera de la reacción contra el Estado de bienestar, el socialismo, las fuerzas anticoloniales y nacionales democráticas, recurriendo a la protohistoria del capitalismo: el utilitarismo individualista del siglo de oro de la aparición de ese sistema, el siglo XVIII. Tras su primer encuentro en Mont Pellerin, en Suiza, continuaron reuniéndose anualmente y, poco a poco, fueron ganando una posición en los centros de reacción del sistema, en particular junto al capital financiero, apoyado por el FMI, en parte del Banco Mundial y en otros reductos de la reacción a la profunda ola transformadora que avanzaba con la derrota del nazifascismo. Para este fin contribuirían, sobre todo, las organizaciones policiales y de inteligencia y las oligarquías reaccionarias del tercer mundo.
Los golpes militares de la década de 1960 y 1970, iniciados en Brasil, en 1964, y en Indonesia, en 1966, más uno en ese mismo año en Argentina, entre otros, abrieron el camino para una nueva combinación entre el liberalismo económico y el autoritarismo parafascista, que estudié en aquella época en mi libro Socialismo o fascismo: el dilema de América Latina,2 publicado originalmente en 1969.3
La alianza conservadora posibilitó que el grupo de Chicago se adueñase del control político de una economía nacional para transformar plenamente sus “teorías” en experiencias prácticas. En 1973, a partir del golpe militar en Chile —el más declaradamente fascista de la región latinoamericana— bajo el mando del general Augusto Pinochet, un abierto admirador de Franco, esas tesis reaccionarias pudieron ponerse plenamente en práctica. Era evidente que un proyecto tan reaccionario, en oposición a las mayorías sociales en plena expansión, tendría que llevar hasta las últimas consecuencias el terror de Estado para imponerse, como lo habíamos previsto en el libro citado antes.
La posibilidad de aplicar esas tesis reaccionarias en un país que había terminado con el latifundio y nacionalizado su principal riqueza (el cobre) sólo podría ser viable mediante el empleo de métodos ultraviolentos. La caída de la producción, en los primeros años de su aplicación, llevó a la expulsión —por razones políticas y económicas— de, por lo menos, 5% de su población; al mismo tiempo, el desempleo llegó a cerca de 30%, lo cual fue posible en la medida en que la represión dejó a la sociedad sin posibilidades de llevar adelante una reacción social organizada. Esos elementos aparentemente contradictorios creaban, de hecho, una situación privilegiada para la aplicación de un pensamiento que requería dichas premisas para poder imponerse.
El relativo éxito de la experiencia chilena de contención de la inflación, que contó con el apoyo de la propaganda del “milagro brasileño”, recibió muchos elogios de parte del autoritarismo en aquella época. Según la propaganda, las experiencias chilena y brasileña mostraban el camino para la revitalización del viejo protoliberalismo, que asumió la forma de un “neoliberalismo”, es decir, de un proyecto para reciclar esas ideas centenarias presentándolas como el último modelo de modernización o, más aún, de posmodernización. En realidad, se trataba de una recreación de las ideas más arcaicas y ya superadas por la historia reciente del propio capitalismo.
La asimilación —o disfraz— de las ideas protoliberales como un neoliberalismo tuvo su punto más alto en los gobiernos de Margaret Thatcher, en Gran Bretaña, y de Ronald Reagan, en Estados Unidos, acompañados por el conservador Helmut Kohl, en Alemania. Uno de los objetivos principales de las tesis que componen este capítulo es demostrar que aquellas ideas conformaron un ambiente ideológico adecuado para determinados objetivos inmediatos de política económica, como la desregulación de ciertos sectores económicos y la privatización de otros, y la eliminación de las conquistas sociales del periodo de auge del capitalismo de posguerra. Pero esas ideas no eran postuladas como una vuelta al pasado, sino como una modernización y “flexibilización” de las relaciones de trabajo, mientras que toda la sociedad aprendía a aplicar los análisis de costo-beneficio en todos los campos de la vida humana. Sin embargo, ante la imposibilidad de instaurar un protoliberalismo en una etapa tan avanzada del capitalismo monopolista de Estado, la puesta en práctica de esas políticas terminó siendo orientada por el pragmatismo, tanto en las políticas económicas como en las públicas, lo que sólo promovió desequilibrios, anarquía y caos en la economía mundial.
Finalizada esta introducción, comienzo a formular las tesis sobre la herencia del neoliberalismo, que constituyen el núcleo de este capítulo.
2. PRIMERA TESIS
El neoliberalismo es una corriente de pensamiento que tiene sus raíces en el liberalismo del siglo XVIII, a cuyo universo teórico continúa sometido, ignorando el avance de la filosofía y de las ciencias humanas y sociales en los dos siglos posteriores. Su nivel teórico es, por lo tanto, sumamente bajo, y hace que el pensamiento social contemporáneo retroceda a principios teóricos y metodológicos totalmente superados.4
Los llamados “neoliberales” inician su construcción “teórica” a partir de la noción consagrada por los filósofos liberales del siglo XVIII sobre la naturaleza humana. Para ellos, existiría una “naturaleza humana”, y mediante este concepto metafísico podríamos afirmar la existencia del “individuo”, esto es, de un ente abstracto que, según esa teoría, precedería y daría forma a los grupos sociales y a las instituciones. Dicha entidad —el individuo— sería la fundadora de las relaciones humanas, o, más precisamente, las relaciones sociales o humanas serían obra de los “individuos posesivos” que buscan, por naturaleza, la felicidad por medio de la posesión de los bienes requeridos para la satisfacción de sus necesidades. El individuo posesivo sería entonces la célula de la convivencia social. Ciudadanos, compradores y vendedores, constituirían el “mercado”, que, cuanto más libre fuera, más permitiría que se realizase la esencia de cada individuo. Al desarrollar la competencia entre los seres humanos, el libre mercado los llevaría a utilizar mejor y de manera más productiva sus capacidades, las cuales llegarían al máximo justamente por el estímulo a vencer en tal mercado. En él predominaría la “racionalidad” económica, un concepto que se expresaría de diferentes maneras, de acuerdo con las diversas escuelas de pensamiento que se desarrollaron a partir de esa construcción teórica.
El pleno funcionamiento de las características esenciales de la naturaleza humana, si se las deja funcionar en un ambiente político y económico liberal —compuesto por la libertad económica (el libre mercado), política (la democracia representativa) y de pensamiento (el racionalismo instrumental)— permitiría la plena realización del ser humano, el progreso económico y la felicidad.
Réplica:
a]La idea de que el individuo es el fundamento de la sociedad y del Estado no tiene sostén alguno. Las comunidades primitivas no admiten que sus componentes se identifiquen como individuos separados de ella, como lo han demostrado los estudios antropológicos llevados a cabo a lo largo de los siglos XIX y XX y a comienzos del siglo XXI. La noción de individuo es resultado del progreso histórico, que produjo tal avance de las fuerzas productivas que una parte de la población (los que poseen la propiedad privada) puede separarse de la comunidad y forjar una sociedad fundada en el reconocimiento de las individualidades. El individualismo no es el origen de la historia sino su resultado, y no es el fundamento de la naturaleza humana sino el resultado de un proceso social e histórico. Surge en un momento histórico determinado, y todo indica que deberá asumir formas nuevas y superiores con su evolución histórica. El concepto de naturaleza humana es, por lo tanto, una construcción metafísica que está al servicio de la idea de que el capitalismo de libre mercado es el régimen económico ideal para la humanidad porque posibilita que el hombre alcance su pleno desarrollo.
b]La noción de “libre mercado” fue una construcción teórica (un “tipo ideal” o un “modelo”) creada por la burguesía europea en ascenso en el siglo XVIII, con el propósito de generar un mundo a su imagen y semejanza. El libre mercado fue, por lo tanto, una idea-fuerza, un mito que contribuyó a instituir una sociedad, una economía y un régimen político más afín a la visión que la burguesía tenía sobre la sociedad, esto es, una proyección del modus vivendi que a ella le parecía ideal.
Si consideramos el avance del pensamiento posterior al siglo XVIII—el hegelianismo y la dialéctica, el marxismo, las ciencias humanas y sociales, el positivismo y el neopositivismo, el psicoanálisis, el existencialismo y las nociones contemporáneas de la intersubjetividad y de la complejidad—, veremos que la propuesta de retrotraer el pensamiento humano al mundo teórico del siglo XVIII representa un menoscabo gigantesco en la teoría y el pensamiento. Lo que era progreso y avance en el siglo XVIII es atraso y bajo nivel teórico a fines del siglo XX y comienzos del XXI.
Georg Lukács ya había advertido acerca del menoscabo del nivel teórico que representaba el irracionalismo como principio filosófico. En su polémico libro El asalto a la razón,5 mostró el modo en que el irracionalismo, al recurrir a fuerzas metafísicas como los instintos y la intuición —o similares— para basar la visión del mundo y la filosofía, abrió el camino para el ambiente ideológico que dio fundamento lo nazismo. Más aún, Lukács llegó a identificar el irracionalismo con la decadencia histórica de la burguesía como clase dominante. De esta forma, el nazismo era, para él, la ideología del capitalismo monopolista e imperialista.
No debe llamar la atención, por lo tanto, que su libro, escrito después de la segunda guerra mundial, que derrotó al fascismo, anunciase, de cierta forma, el endiosamiento por parte del establishment filosófico y científico de algunos líderes del irracionalismo nazi: Martin
Heidegger, el ideólogo de las SA nazis, se convierte en máxima expresión de la filosofía; Ezra Pound, el poeta propagandista del fascismo italiano, se transforma en un paradigma de la construcción poética contemporánea; Wernher von Braun, el inventor de las bombas voladoras nazis, pasa ser el líder de la investigación espacial y de todo un campo del conocimiento; Herbert von Karajan, director de la Orquesta Filarmónica de Berlín durante el nazismo, se consagra, hasta su muerte, como un líder de la interpretación musical, y tantos otros que continuaron protagonizando el ambiente intelectual de la posguerra hasta hace muy poco tiempo.
Tampoco es difícil percibir la relación entre el grupo de Mont Pèlerin, dirigido sobre todo por Hayek, el antikeynesiano y antisocialista, y el ambiente intelectual del nazismo. A fin de cuentas, Hjalmar Schacht, el ministro de Economía de Hitler, fue un gran marco de referencia del liberalismo ortodoxo. Como ministro de Economía de Hitler (entre 1934 y 1937), habría terminado con la hiperinflación de la década de 1920 y llevado al III Reich a un notable éxito económico.6 Al constatar esta relación entre fascismo y liberalismo, no resulta difícil entender por qué la escuela de Chicago tuvo la primera oportunidad de implantar su ortodoxia ultraliberal en el gobierno fascista de Augusto Pinochet, en Chile, tras el sangriento derrocamiento de Salvador Allende. Andre Gunder Frank, que hizo su doctorado en la Universidad de Chicago, ha hecho un balance muy completo del papel de esa escuela en la introducción del neoliberalismo como pensamiento único.7
3. SEGUNDA TESIS
El neoliberalismo es un movimiento ideológico reaccionario (característico de las fases de recesión económica global de los ciclos de Kondratiev, como veremos posteriormente) que pretende detener las transformaciones socioeconómicas derivadas de las fases de crecimiento y avances globales, identificadas por Kondratiev, propias del funcionamiento del capitalismo contemporáneo. Este movimiento de presión social e incorporación de reformas políticas está condicionado por varios factores:
a]la tendencia a la caída de la tasa de ganancia, originada por la importancia cada vez mayor de los gastos en maquinarias y materias primas (capital constante) que conllevan las innovaciones tecnológicas (aumento de la composición orgánica del capital), y ocasionada también, por otro lado, por el aumento de la capacidad del trabajo asalariado para obtener mejores remuneraciones, como consecuencia del pleno empleo generado en los periodos de auge económico. Esa tendencia lleva, sistemáticamente, a que el capital busque las contratendencias que puedan conducir a formas de “socialización de la propiedad privada”, expandiendo el monopolio y el capitalismo de Estado, que son los instrumentos privilegiados para neutralizar, en parte, la caída de la tasa de ga...

Índice

  1. CUBIERTA
  2. ÍNDICE
  3. BIBLIOTECA
  4. PORTADA
  5. COPYRIGHT
  6. PRÓLOGO
  7. PREFACIO
  8. INTRODUCCIÓN
  9. PRIMERA PARTE LA RECONSTRUCCIÓN DE LA TEORÍA DEL DESARROLLO
  10. SEGUNDA PARTE DESARROLLO Y GEOPOLÍTICA
  11. TERCERA PARTE DERECHOS HUMANOS, DERECHOS DE LOS PUEBLOS Y LA PAZ MUNDIAL
  12. CUARTA PARTE CRISIS, DESARROLLO, NUEVOS SUJETOS SOCIALES Y CIVILIZACIÓN PLANETARIA
  13. CONCLUSIONES
  14. REFERENCIAS