Ciudades radicales
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Ciudades radicales

Un viaje a la arquitectura latinoamericana

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Ciudades radicales

Un viaje a la arquitectura latinoamericana

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Este viaje por lugares extremos en América Latina empieza en México, a la sombra de una inmensa barriada de viviendas sociales de la década de 1960, cuando las colmenas de pisos baratos parecían la solución a la escasez de vivienda. Sigue visitando las villas miseria de Buenos Aires, los cerros de Caracas, las favelas de Río, las casas ampliables de Chile, las laderas de Medellín ahora salvadas por el Metrocable y diversas iniciativas de vivienda social planteadas con espíritu práctico, creatividad y una mirada al futuro.Desde mediados del siglo XX, cuando la utopía del movimiento moderno se fue a América Latina para morir, la región se ha convertido en un campo de pruebas para las concepciones más radicales de lo que es una ciudad. Aquí, en el continente más urbanizado del planeta, las ciudades extremas han dado pie a situaciones extremas. Justin McGuirk las ha recorrido y vivido y el resultado es este libro radical, imprescindible para interesados en la política, el urbanismo y las maneras de vivir en el siglo XXI.

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Información

Editorial
Turner
Año
2016
ISBN
9788416354528

II
DE LIMA A SANTIAGO DE CHILE. UNA PLATAFORMA PARA EL CAMBIO

Lima es una ciudad sin sombras. Fue un arquitecto de allí, Manuel de Rivero, quien me señaló esta peculiaridad. Y ciertamente la luz es neblinosa, como si el cielo fuera un difusor gigante. “Como en un museo”, dice De Rivero. Lima es extraordinaria también en otros sentidos. Seguramente tenga, por ejemplo, la mejor cocina de toda Latinoamérica, y casi nunca llueve. Pero lo que más llama la atención es que, teniendo casi nueve millones de habitantes, sea informal en casi un setenta por ciento. Mas allá del centro colonial y de los restaurantes finos de Miraflores, la ciudad se extiende en franjas aparentemente interminables de casas autoconstruidas de color polvo.
No resulta una vista inspiradora, pero De Rivero la interpreta de forma positiva. “La gente piensa que tiene un aspecto desastroso –dice–. Y claro que es un desastre, ¡acaba de echar a andar!”. Esta idea de que la mayoría de la ciudad simplemente se está haciendo, en una primera fase de una transformación gradual, ya se había planteado en Lima.
En la década de 1960, el arquitecto John Turner construyó las controvertidas barriadas de Lima. Un número especial, editado por él, de la revista Architectural Design se dedicaba a este tema en 1963, y allí Turner escribió que el dueño de una casa de barriada “la ve como el arquitecto mira su edificio en las etapas delicadas de su nacimiento; no como el desastre que parece en ese momento ni como el caos que ven los no entendidos, sino como una promesa de lo que está por venir”.
A lo largo y ancho de Latinoamérica, los gobiernos eran incapaces de mantener el ritmo de la urbanización, y se dedicaban a construir complejos de viviendas que resultaban apenas simbólicos en comparación con la escala de las zonas de chabolas que proliferaban por doquier. Tras estudiar cómo los pobres lograban conseguir un techo, Turner adoptó una postura muy polémica. Defendía que los gobiernos estaban perdiendo el tiempo, y que a los pobres les iría mucho mejor construyendo sus propias casas que poniéndose en manos del estado. Según escribió Turner, aunque pudieran resultar “chocantes para el foráneo, las barriadas son la solución más eficaz, sin duda, que se ha ofrecido hasta la fecha al problema de la urbanización en Perú”.
Como un Ruskin moderno, Turner se oponía con vehemencia a las viviendas industriales estandarizadas, que propiciaban, según él, “una arquitectura estéticamente horrenda, socialmente alienante y técnicamente incompetente”. Por un lado, no se trataba de una opinión poco común (puede que la sostuviera, y la siga sosteniendo, la mayoría de sus compatriotas), pero su solución era contraria a la creencia popular. Turner probó una y otra vez que vivir en una chabola autoconstruida cerca del centro era lo mejor para los inmigrantes rurales, porque podían ahorrar dinero y estar cerca del trabajo y de las oportunidades. Mientras que ser realojado en una vivienda social de la periferia, a una o dos horas de distancia, dificultaba el ganarse la vida, justo en el momento en que tendrían que empezar a pagar por esa casa: un golpe doble.
El razonamiento de Turner no era solo microeconómico, sino también macroeconómico. Estaba claro que los gobiernos no podían hacer frente ni a la demanda ni al gasto que suponía crear complejos de viviendas para todos. Tampoco podían suprimir la enorme presión sobre el terreno y las viviendas. La única solución lógica, por tanto, era apoyar la construcción de comunidades informales. Pero la política que prevaleció en toda Latinoamérica en la década de 1960 fue la opuesta: la supresión del chabolismo. Turner lo tachaba de “humor negro”: para solucionar el problema de vivienda de la gente, los gobiernos derribaban sus casas.
En libros posteriores, Turner diría que “el tema supremo de nuestro tiempo” era la elección entre la autonomía y la heteronomía: entre la autodeterminación de los propios asuntos y el dejarle su determinación al gobierno. En relación con quienes vivían en barriadas, dejó clara su idea con la famosa expresión “housing is a verb” [la vivienda es un verbo]. En otras palabras, mucho más importante que el aspecto de un edificio es si sirve o no a las necesidades de su dueño: ¿los ubica donde necesitan estar, mantiene los gastos al mínimo? Se trataba de optar entre lo que él llamaba “la chabola servicial” y “la casa opresiva”.
A Turner también le resultaba evidente que la riqueza combinada de los pobres (en caso de que se capitalizaran todos sus recursos) era mucho mayor que la del gobierno, y que lo único que los pobres necesitaban era ayuda para emplear sus recursos como les conviniese a ellos, no como le conviniese al gobierno. Es la misma premisa que ha reafirmado recientemente el economista peruano Hernando de Soto, al pedir que los habitantes de las chabolas reciban títulos de propiedad. En El misterio del capital, De Soto escribe: “No importa cuántos activos puedan acumular o cuán fuerte trabajen… Sin propiedad formal, la mayoría de las personas no podrá prosperar en una sociedad capitalista”. Pero esto no es lo que argumentaba Turner. Como anarquista, no defendía la economía típica de derechas. Y la teoría de De Soto, muy influyente, resulta destructiva en última instancia, puesto que da inevitablemente como resultado la “gentrificación” [el reemplazo de la población autóctona humilde por una nueva población de clase media], que expulsa a los pobres del caro interior de las ciudades. En lugar del valor de mercado de las viviendas, Turner estaba afirmando su “valor de uso”.
Lo más significativo de todo es la opinión, adoptada por Turner mucho antes de que se pusiera de moda, de que los barrios de chabolas eran lugares donde se hacía un buen uso de los recursos y de la creatividad. Como veremos, a esta postura le salió el tiro por la culata cuando el Banco Mundial la utilizó para apoyar una agenda neoliberal que no hacía sino eximir a los gobiernos de la obligación de afrontar de alguna manera el problema de la vivienda. Pero antes de que los acontecimientos se desarrollaran en esa dirección, las barriadas de Lima seguían suponiendo una gran promesa. Se convirtieron en una piedra de toque de tal calibre que el crítico Charles Jencks las incluyó en su mapa de movimientos arquitectónicos del siglo XXI, junto a Archigram y los metabolistas. Y más allá de su renombre internacional, influyeron en un interesante proyecto en la propia Lima.

PREVI

En un barrio del norte de Lima hay un complejo de viviendas que podría haber cambiado la cara de las ciudades del mundo en vías de desarrollo. Sus residentes se sienten afortunados por vivir donde viven, pero desconocen que ocupan el último gran experimento de viviendas sociales. Si uno pasa por allí en coche hoy en día, puede que se dé cuenta. Y sin embargo, el Proyecto Experimental de Vivienda, o PREVI, tiene un pedigrí radical. Algunos de los mejores arquitectos de su tiempo trabajaron en él sin descanso. Hoy está prácticamente olvidado.
En 1966, el presidente Fernando Belaúnde Terry, que había sido arquitecto, acordó celebrar un concurso internacional para resolver el problema de la vivienda en su ciudad. La lista de participantes es como un “Who is who” de la vanguardia arquitectónica de la década de 1960: James Stirling, Aldo van Eyck, los metabolistas, Charles Correa, Christopher Alexander y Candilis Josic Woods. Estos son solo los más famosos. Había trece equipos internacionales y trece peruanos; fueron una especie de juegos olímpicos de la vivienda.
Las condiciones eran excepcionales: un presidente arquitecto, un reparto estelar, y fondos de la ONU. Era el gran momento, la última oportunidad de que disponía la arquitectura para probar que tenía una respuesta al extenso y creciente chabolismo de Latinoamérica. Nunca volverían tantos arquitectos prominentes a dedicar su atención al problema de las viviendas sociales.
El PREVI fue concebido por un arquitecto británico llamado Peter Land. Tuvo la idea de crear un proyecto experimental de vivienda que, en contraste con los bloques de torres que definían la vivienda social en la década de 1960, estuviera construido a una escala más humana. Inspirándose en las tradicionales casas con patio peruanas, se las imaginó muy compactas en vecindarios de alta densidad. La ventaja de hacer casas en lugar de torres de pisos era que los residentes podían ampliarlas con el tiempo, a medida que crecieran sus familias. Esta era una de las lecciones de las barriadas: la capacidad de crecer. De este modo, el PREVI se concibió como un barrio formal que podía crecer hacia arriba informalmente. Turner no estuvo involucrado, pero su idea de que los ciudadanos debían tener capacidad de decisión sobre sus condiciones de vida poseía una relevancia central en todo el concepto.
Land tuvo suerte, podríamos decir, en la medida en que conocía tanto al presidente Belaúnde como al presidente del Banco de la Vivienda, Luis Ortiz de Zevallos. Los dos eran arquitectos y habían sido colegas suyos en la Universidad Nacional de Ingeniería de Lima. Apoyaron su idea con entusiasmo, y echaron mano de todos sus contactos para conseguir que la ONU lo financiase. Todo estuvo a punto en 1968. Pero en ese octubre Belaúnde fue derrocado por un golpe militar. La junta en el poder estuvo a punto de eliminar el PREVI. Más populistas que Belaúnde, los generales favorecieron una revolución agrícola y la expropiación de la tierra para dársela a los pobres. Para la junta, el PREVI era mero proyecto más de viviendas sociales; pero, como lo financiaba la ONU, se permitió que el experimento siguiera adelante.
En 1969, los arquitectos internacionales volaron a Lima para estudiar las barriadas y preparar sus proyectos para el concurso. La idea era que uno de esos diseños sería escogido para desarrollarse a gran escala. Pero en 1970 a los jueces les costó mucho elegir un ganador. Habían seleccionado a tres finalistas: los metabolistas de Japón, Atelier 5 de Suiza y el alemán Herbert Ohl. Al final, decidieron construir un proyecto piloto para comprobar el resultado de todos los finalistas (excepto, irónicamente, el de Ohl, que les pareció demasiado complicado). El esquema piloto consistiría en casi quinientas casas, de forma que los diseños pudiesen llevarse a cabo, para, en una segunda fase, construir miles de unidades del mejor. Pero la segunda fase nunca se llevó a cabo.
Esta es la razón por la que muchos consideraron que el PREVI había sido un fracaso. Imagine el lector lo que es invertir en veinticuatro diseños y métodos de construcción diferentes (algunos de los cuales suponían la creación de caros sistemas de hormigón prefabricado) con la esperanza de que las economías de escala lo compensaran una vez que el proyecto se hubiera normalizado. El PREVI se convirtió en una anomalía: un laboratorio de viviendas que contenía tantas ideas de diseño, tan diversas y adaptables, que probablemente nunca pueda volverse a repetir.
Al final, el gobierno recurrió a medidas mucho más rudimentarias para hacer frente al problema de la vivienda. En un intento de sistematizar las barriadas, en suburbios como Villa El Salvador los límites de las parcelas simplemente se marcaban en la tierra con tiza, para que la gente se pusiera manos a la obra sin demora; un modo de operar que hacía que casi resultara decadente la sofisticación del PREVI. Por su parte, el PREVI se documentó muy mal y, dado el aislamiento de Perú en aquella época, se publicitó muy poco. Pronto se olvidó.
Al entrar hoy en el PREVI resulta bastante difícil hacerse una idea de su escala. Cuando se terminó, a mediados de la década de 1970, era una comunidad estrictamente delimitada, de casas ordenadas, blancas, de estilo modernista, con el desierto alrededor. Pero Lima se expandió rebasando ese límite hace ya muchos años, y ahora saber qué es PREVI y qué no supone todo un desafío. No ayuda que, cuatro décadas después, las propias casas resulten casi irreconocibles.
La calle que lleva al complejo corre a lo largo de una serie de campos abiertos y parques infantiles. Frente a ellos, un colegio de cuatro plantas. Resulta que este edificio empezó siendo una casa de una sola planta diseñada por James Stirling. Se distingue por sus ventanas de ojo de buey PoMo, como las que usaría después en Southgate Estate, Runcorn, a las afueras de Liverpool. La unidad básica urbana de Stirling era un bloque cuadrado compuesto de cuatro casas con patio. La idea era que los dueños pudieran ampliarla hacia arriba, dejando el patio abierto para que entraran el aire y la luz. De hecho, hay un entretenido dibujo (realizado por su joven aprendiz, Léon Krier) que muestra la casa creciendo hasta convertirse en algo que se parece a una villa de estilo italiano, con un atrio. De las dieciséis casas que hay aquí, ni que decir tiene que ninguna muestra exactamente ese aspecto. Han evolucionado a su manera, y no de forma indecorosa, con balcones y tejados inclinados, muchas veces hasta triplicando su tamaño original.
Si las ventanas de Stirling eran una pista clara, en otras partes del PREVI la identificación no resulta tan fácil. Paso el día entero intentando señalar de quién es cada casa: “¿Esta es una Van Eyck o una Alexander?”. Décadas de ampliaciones se han tragado muchas pistas. Sobre las casas originales hay estratos geológicos incrustados: plantas de más, tejados a dos aguas, escaleras exteriores, fachadas de falso mármol, tejas de terracota y pintura de colores chillones. Intentar ir eliminando mentalmente estos añadidos es como practicar una especie de arqueología.
Ahí radicaba la brillantez del PREVI: estaba diseñado como una plataforma para su transformación. Las casas no eran el objetivo final, sino el principio. Como marcos para la ampliación, evidenciaban uno de los principios clave de las barriadas, que es que una casa es un proceso y no un objeto estático. Claro que existía la tradición de que la clase obrera modificara los edificios modernistas que les habían entregado, como descubrió, para su disgusto, Le Corbusier en Pessac; pero ahí nunca fue intencionado. Aquí, aunque algunos arquitectos intentaron dejar estipulado cómo debían crecer las casas, de lo que se trataba precisamente era de que creciesen. Era potencialmente revolucionario.
Hay cuatrocientas sesenta y siete casas en el PREVI, sobre una superficie de unas doce hectáreas. Cada una de las veinticuatro tipologías está organizada en una limpia hilera de adosados, o en grupos en mosaico de hasta veinte unidades. Y cada cuadrante está separado del siguiente por una calle o un callejón. Un callejón lleva por casas de Alexander y da la vuelta por las de Van Eyck; otro empieza por detrás de las de Correa y dobla por las del arquitecto danés Knud Svenssons. Es un collage de urbanismo, como una expo en la que cada nación, en lugar de pabellones, hubiera presentado una calle residencial.
Un par de bloques más allá de las de Stirling me encuentro con una placita a la que van a dar media docena de casas. Por las juntas de los muros prefabricados de hormigón, son fácilmente reconocibles como las de Svenssons. La dueña de la casa blanca con el reborde azul me abre la verja y me acompaña cruzando el patio hasta su casa.
En 1977, cuando Juana Mazoni vio sus nuevos techos, supo que esta era una casa especial. Me hace pasar al salón, que es del verde de las pelotas de tenis: una cueva de Aladino de sofás mullidos, pañitos de encaje y espejos de pan de oro. En contraste con la decoración recargada, hay un techo de hormigón forjado: un pedazo de brutalismo entrañablemente adornado con una lámpara de araña. Siguiendo con el recorrido, la señora Mazoni me enseña orgullosa las puertas originales y los detalles. La casa tiene tres patios (¡tres!), cada uno de los cuales da a un jardín vallado, lo que le brinda luz y privacidad. Dice que se siente una privilegiada por vivir aquí. En alguna parte tiene incluso...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Introducción
  6. I. De Buenos Aires a San Salvador de Jujuy. Dictadores y revolucionarios
  7. II. De Lima a Santiago de Chile. Una plataforma para el cambio
  8. III. Río de Janeiro. La favela es la ciudad
  9. IV. Caracas. La ciudad es política congelada
  10. V. Torre de David. Una utopía pirata
  11. VI. Bogotá. La ciudad como escuela
  12. VII. Medellín. Urbanismo social
  13. VIII. Tijuana. En el ecuador político
  14. Agradecimientos
  15. Notas al pie