Pensar América desde sus colonias
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Pensar América desde sus colonias

Textos e imágenes de América colonial

  1. 280 páginas
  2. Spanish
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Pensar América desde sus colonias

Textos e imágenes de América colonial

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Información del libro

Con la colaboración de especialistas de diversas disciplinas, este libro propone pensar América centrando el análisis en textos e imágenes desconocidos o poco transitados por la crítica especializada. Los resultados obtenidos de las investigaciones que forman este volumen fortalecieron nuevamente la presunción de que lo que hoy "es" América, o como quiera llamársele, lo que hoy "somos", no puede entenderse sin la comprensión profunda de esta periodización aleatoria y coyuntural a la que nos referimos como época colonial.

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Información

Año
2020
ISBN
9789876917872

De Lucía a Margarita: el cautiverio femenino en la conquista rioplatense, entre el mito y la historia*

Florencia Roulet
Investigadora independiente
En mayo de 1528 se encontraron en el río Paraná dos armadas despachadas por el rey Carlos I de España rumbo a los mares del sur. La primera, capitaneada por el veneciano Sebastián Caboto, piloto mayor del reino, había zarpado de Sanlúcar de Barrameda en abril de 1526 con instrucciones de seguir la ruta de Magallanes, dirigirse hacia el Maluco –las “islas de la Especiería”– y descubrir Tarsis, Ofir, Catay y Cipango. La segunda, que salió de La Coruña en agosto de 1527, estaba al mando de Diego García de Moguer, un sobreviviente de la expedición de Juan de Solís. Ambas habían recalado en la costa de Brasil, donde oyeron hablar de las fabulosas riquezas que prometía el río de Solís, rebautizado por los portugueses “Río de la Plata”. Como un canto de sirenas, ese rumor los atrajo hacia el río inmenso y sus caudalosos afluentes, a orillas de uno de los cuales erigió Caboto, en mayo de 1527, una casa fuerte a la que nombró Sancti Spiritus.1
Obligados a negociar sus prerrogativas en el reparto de las riquezas que pretendían obtener, los dos capitanes prosiguieron juntos la exploración fluvial, en tensa convivencia y con nulos resultados materiales, hasta que, luego de una serie de altercados violentos con los indígenas, estos asaltaron el fuerte una madrugada de septiembre de 1529, mientras Caboto y García se hallaban río abajo. La completa destrucción del poblado, con la muerte de treinta cristianos, la pérdida de las armas, las ropas, las provisiones y los bienes almacenados en la fortaleza incendiada, el hambre consiguiente y la manifiesta hostilidad de los nativos del área llevaron a ambos a abandonar la conquista y regresar a España, previo paso por las costas de Brasil.
Si esta inaugural empresa colonialista en territorio rioplatense no cayó pronto en el olvido pese a tan desastroso fin, fue por el dudoso “mérito” de haber fundado el primer establecimiento colonial en lo que siglos más tarde sería la Argentina, lo que la consagró a posteriori como el acta de nacimiento de una nueva nación. En los hechos, lo único que llevaron a España los sobrevivientes de la fracasada aventura fueron algunas imprecisas nociones geográficas, un puñado de vigorosos mitos que encenderían la imaginación de varias generaciones de exploradores y decenas de indígenas que serían vendidos como esclavos al llegar a la península.
Mientras que las leyendas del Rey Blanco y la Sierra del Plata fueron el espejismo que impulsó a los navegantes a penetrar río arriba y tierra adentro, otras historias se forjaron más tarde, con el designio de explicar el fracaso de la primera experiencia de convivencia hispano-indígena y crear una genealogía justificadora de la empresa “civilizatoria” que terminó echando raíces en el indómito espacio rioplatense. Quizá la más efectiva de ellas, por su duradero impacto en la historiografía y la literatura, sea la leyenda de Lucía Miranda –considerada por algunos un verdadero “mito de origen protonacional” (Lojo, 2016: 17)–, que introdujo en la tradición literaria rioplatense el mito blanco de la cautiva cristiana (Iglesia y Schvartzman, 1987).
Escrita en 1612, cuando habían transcurrido más de ocho décadas desde la destrucción de Sancti Spiritus, la versión más antigua de la leyenda fue obra de Ruy Díaz de Guzmán, hijo del conquistador Alonso Riquelme de Guzmán y de Úrsula de Irala, a su vez hija mestiza de Domingo Martínez de Irala y de Leonor, una de sus muchas mancebas guaraníes. En el capítulo VII de su Historia argentina del descubrimiento, población y conquista de las provincias del Río de la Plata, Ruy Díaz narra el asalto que terminaría con la fortaleza y sus defensores, motivado involuntariamente por Lucía Miranda, una española que habría viajado en la expedición de Caboto acompañando a su marido, Sebastián Hurtado. El “amoroso tratamiento” con que ella correspondía a los obsequios del cacique timbú Mangoré había inspirado a este una pasión tan ardiente que “ordenó con los españoles, debajo de amistad, una alevosía y traición” para que “la pobre señora viniese a su poder”: mientras Mangoré y sus hombres llevaban al fuerte ofrendas de comida, su hermano Siripo se emboscó esperando la noche para penetrar en el recinto, con la ayuda de los indios que habían pernoctado en él. Los españoles fueron masacrados. Mangoré perdió la vida en el combate, pero Siripo cautivó a Lucía y, subyugado a su vez por “la dama que tan caro le costaba”, la tomó por mujer. Ausente en el momento del ataque, el marido de Lucía regresó al fuerte incendiado, vio los cadáveres de sus compañeros y decidió “entrarse entre aquellos bárbaros y quedarse cautivo con su mujer”. Siripo quiso ejecutarlo de inmediato pero accedió a los ruegos de Lucía y no solo perdonó la vida a Sebastián y le garantizó buen tratamiento, sino que le obsequió una mujer, con la condición de que no volviese a comunicarse con Lucía. Pero el amor entre los esposos fue más fuerte y, sorprendidos y denunciados por una india celosa, fueron sentenciados a morir, ella en las llamas, “donde acabó su vida como verdadera cristiana”, y él amarrado a un algarrobo y asaetado como el santo cuyo nombre llevaba (Tieffemberg, 2012a: 107-116).
Antes de ser publicado por primera vez en 1835 en la colección dirigida por Pedro de Angelis, el texto alcanzó gran difusión y su relato fue reproducido y dado por verídico por sucesivos historiadores –los jesuitas François-Xavier de Charlevoix, José Guevara, Nicolás del Techo, Pedro Lozano– y por viajeros ilustrados como Félix de Azara y el capitán Juan Francisco de Aguirre. El contenido dramático de la leyenda fue explotado literariamente no solo en el Río de la Plata, con la pieza de teatro Siripo de Manuel José de Lavardén, escrita en 1786, y las dos novelas románticas homónimas publicadas por Eduarda Mansilla y Rosa Guerra en 1860, sino también en Europa, con las tragedias Mangora, King of the Timbusians, or the Faithful Couple, de sir Thomas Moore (1718) y Lucia Miranda, del jesuita italiano Manuel Lassala (1784).2 Hacia fines del siglo XIX la veracidad de la crónica de Ruy Díaz de Guzmán empezó a ser seriamente cuestionada y el carácter novelesco del drama protagonizado por Lucía, Mangoré, Siripo y Sebastián Hurtado fue puesto en evidencia a medida que los historiadores accedieron a la documentación conservada en el Archivo General de Indias. Sigue habiendo, sin embargo, quienes suponen algún fondo de verdad histórica en la narración.3
Mi propósito aquí es iluminar aquello que la leyenda deja en las sombras: el lugar de las mujeres indias y el destino que les reservó la empresa colonial, que resultan ser el exacto contrapunto del lugar y del destino que el cronista paraguayo imaginó para su heroína. Mientras que el mito erotizado de la cautiva blanca tiene por finalidad “invertir los términos de la situación de despojo”,4 su eficacia reside en que el primer objeto de la codicia y la violencia colonial –la mujer indígena– queda fuera del relato. El triángulo indio-cautiva-conquistador la proyecta al exterior de la escena, dándole a lo sumo el papel de obsequio entregado al español cautivo o de esposa despechada, “movida de rabiosos celos”, cuyo afán de venganza precipitará el desenlace del drama. Frente a un sujeto masculino blanco y heroico, cuya conducta sexual se pretende modelada en torno a los valores de la fidelidad conyugal, el recato y el honor, el mito erige la figura del salvaje dominado por la lascivia. Cegado su raciocinio por una pasión incontrolable, el indio desdeña las reglas universales de la amistad y ataca con alevosía. Se construye así “el relato de lo abyecto, léase la traición, el descontrol de los sentidos, el salvajismo, la herejía” (Rotker, 1997: 118). En el marco de esta “matriz narrativa colonial” (Tieffemberg, 2012b: 347), “el movimiento colonizador de la expansión sobre América se invierte: son los indígenas los que irrumpen a sangre y fuego en el espacio blanco y son los blancos, Lucía y Sebastián […] quienes se convierten en esclavos y mueren, sin oponer resistencia”. Mientras tanto, las indias son invisibles: “la cautiva blanca crece y se expande sobre la abrumadora realidad de la cautiva india” (Iglesia, 1992: 563).5
La violencia hacia las mujeres nativas era, sin embargo, un fenómeno tan frecuente en los viajes de descubrimiento y conquista que el emperador Carlos V había juzgado oportuno subrayar, en las “instrucciones” que diera tanto a Caboto como a García de Moguer, lo siguiente:
… la principal cosa de que nos ternemos por deseruidos e mandaremos castigar a los que hizieren delito e acometimiento contra las mujeres de la tierra e sobre todo en ninguna manera aveys de consentir que ninguna persona toque a mujer porque esta es la principal cosa que se a de myrar a cabsa que en todas aquellas partes son gentes que por esto antes que por otra cosa harán cualquier daño e rrebelion y menos consentirán tener pas ni aver trato en la tierra…6(GGV 12/562)
Las instrucciones del rey serían letra muerta y las mujeres nativas constituirían lo esencial del magro botín de la conquista rioplatense. Condenadas al silencio, borradas de la memoria, estas cautivas cobrizas no inspiraron leyendas ni trascendieron en la literatura. Hay que adivinarlas en los pliegues del relato de los sobrevivientes de las expediciones de Caboto y García de Moguer, como telón de fondo de algún suceso cuyos protagonistas son varones. Solo una nos llega con un nombre impuesto: Margarita, india libre de la tierra del Paraná, vendida como esclava por Caboto en Sevilla en 1530. En esta mujer de carne y hueso salvada del completo anonimato por un inesperado azar veo el reflejo invertido de la legendaria Lucía, la figura que permite contraponer la historia al mito.7
En este trabajo busco las huellas de las cautivas indígenas en la documentación de archivos generada a partir de las expediciones de Sebastián Caboto y Diego García de Moguer y propongo una explicación alternativa a la destrucción del fuerte Sancti Spiritus que toma en cuenta, no solo la violencia colonial que motivó el ataque indígena, sino el contexto de relaciones intertribales conflictivas en el que aquella se desplegó. Tal enfoque requiere, como paso previo, una reconstrucción de las etnicidades y las dinámicas de relación intertribal e interétnica que se desprenden de ese vasto y sesgado corpus documental.

Las fuentes y su contexto de producción

Mientras que Diego García de Moguer redactó en España una breve Relación y derrotero de su viaje “en el mar Océano” (GGV 14/644), no se ha conservado ningún diario ni relación de la expedición de Sebastián Caboto que este pudiera haber escrito.8 En cambio, sí contamos con la larga carta que Luis Ramírez, uno de sus hombres, escribiera a su padre el 10 de julio de 1528 en el puerto de San Salvador, sobre la orilla oriental del río Uruguay, narrando las peripecias de los dos primeros años de navegación y conquista (Maura, 2007). Alonso de Santa Cruz, joven miembro de la expedición e hijo de uno de sus principales armadores, viajó como tesorero de una de las naos y años más tarde, ya convertido en cosmógrafo de la Casa de Contratación, fue autor de un Islario general de todas las islas del mundo que dedica unas pocas páginas a los descubrimientos geográficos hechos durante el viaje y brinda muy escasa información sobre las interacciones con las sociedades indígenas del Río de la Plata.
A falta de diarios, crónicas, cartas y descripciones escritas por los propios protagonistas, el grueso de la documentación de que disponemos proviene de las informaciones levantadas en el marco de los numerosos pleitos que tuvo que enfrentar Caboto en España. Estos textos pertenecen a un género literario particular, el del interrogatorio, que a su vez tiene su origen en la inquisitio de la Iglesia medieval9 y consiste por lo general en un alegato de una de las partes afirmando sus puntos de vista y citando a testigos para responder ante escribano a un interrogatorio rígido, formulado de antemano. En ese marco impuesto, la memoria de los testigos era recortada y requerida en la medida en que servía a los intereses de quien la solicitaba. Por suerte para los historiadores, no todos los testigos se atuvieron a afirmar sin más lo que se les preguntaba, sino que aportaron preciosas informaciones complementarias. El contexto litigioso en el que se produjeron los interrogatorios nos permite contraponer puntos de vista diferentes para armar un cuadro más completo de las alternativas de esa conquista.
Antes de su partida Sebastián Caboto tuvo graves disensiones con sus armadores, quienes pidieron al rey que nombrara otro capitán general. En una sorprendente respuesta, el soberano afirmó que “si algund defecto hay en el dicho Sebastián Caboto creemos ques la cabsa dello su mujer, y quitado della, no lo terná” (real cédula del 16 de octubre de 1525; Medina, 1908a, II: 43). Catalina de Medrano, la esposa sevillana del veneciano, tenía tal influencia sobre su marido que logró torcer incluso la decisión real de nombrar a Martín Méndez como teniente de capitán general de la armada, para reemplazarlo por un hombre de su entorno, Miguel de Rifos. El conflicto generado por ese nombramiento demoraría el momento de la partida y tendría graves repercusiones en el desarrollo de la expedición.10
La armada partió de Sanlúcar de Barrameda hacia las Canarias en abril de 1526, entrada ya la primavera septentrional. Desde allí, en vez de tomar la ruta hacia el estrecho de Magallanes, torció su rumbo hacia el oeste y llegó a las costas de Brasil...

Índice

  1. Cubierta
  2. Acerca de este libro
  3. Portada
  4. Prólogo, Silvia Tieffemberg
  5. Historia, mito y poiesis en el pensamiento de José Lezama Lima, Luz Ángela Martínez
  6. “Salvajes desnudos, feroces y caníbales”: textos fundacionales e imágenes cartográficas en la construcción de América como Pars Quarta, Carolina Martínez
  7. Galería de mujeres en la primera exploración y conquista del Río de la Plata: un esbozo de distintas experiencias femeninas en la frontera austral de la monarquía española (1525-1545), María Juliana Gandini
  8. De Lucía a Margarita: el cautiverio femenino en la conquista rioplatense, entre el mito y la historia, Florencia Roulet
  9. La conquista espiritual de América en Calderón y el conde de la Granja, Martina Vinatea Recoba
  10. Misioneros caminantes en los márgenes del imperio (siglos XVII y XVIII), Javiera Jaque
  11. Vivir como soldado, escribir como jesuita: la “Carta” (1553) de Antonio Rodrigues, Silvia Tieffemberg
  12. Caicai, Tentén y el diluvio universal: el mito del segundo origen del pueblo mapuche en la Historia general del reino de Chile, Flandes Indiano (1674), de Diego de Rosales, Miguel Donoso Rodríguez
  13. “Tan cierta la pérdida como dudosa la ganancia”: las tensiones entre conquistar o poblar en el Río de la Plata del siglo XVI, Carlos Rossi Elgue
  14. Alonso de Góngora Marmolejo y la fundación historiográfica del reino de Chile (1575), Ezequiel Pérez
  15. El orbe desde Potosí: ubicarse y orientarse en la Historia de la Villa Imperial de Potosí de Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela, Alejandra Vega
  16. Ecologías cognitivas en el siglo XVIII: el Índice del Obispo Baltasar Martínez Compañón, Olaya Sanfuentes
  17. Créditos