María la noche
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María la noche

  1. 266 páginas
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María la noche

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Índice
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Información del libro

El vacío como elemento constitutivo -e inevitable- de la condición humana; la construcción de un "yo" que intenta afianzarse, paradójicamente, en tanto carencia y desposesión; la puesta en duda del significado absoluto y del "absoluto reinado de la razón"; la audacia, en suma, de una subjetividad que no teme retar los dictados de la "realidad" decretada imbatible, para atreverse a abordar -y a bordar- la tela incierta de los relativismos, son los rasgos que dibujan la novela de Rossi bajo el signo de la aventura impugnadora, gesto creativo por el cual María la noche adquiere, a la vez, el tono de asombrosa lucidez y el lugar relevante con que figura en nuestras letras. EMILIA MACAYA

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Información

Año
2012
ISBN
9789968684064
Categoría
Literatura
LONDRES LONDRES
O
LONDON LONDON
“I’m lonely in London...”
Caetano Veloso

1

Son casi las cinco de un último viernes de febrero. Hace frío pero el sol brilla ya sobre Euston Road como brillará después en el verano. Hay una afinidad entre el frío y las piedras grises de esta universidad. El edificio me recuerda Escocia. La austeridad de las piedras gaélicas, su alianza con el lamento sobrio de las cornamusas.
En la puerta principal de Birbeck College mis alumnos empiezan a dispersarse. Se van yendo despacio mientras yo los observo. Yo, el profesor, un extranjero. Orgulloso de que, siendo extranjero, me dieran este seminario sobre la revolución marginalista.
Mi tesis: teoría de los mercados no-competitivos. Años y años de estudio. Ahora, tomar a los neoclásicos como pretexto para llegar a Sraffa. El programa del seminario: cargado. Marshall, Walras, curvas de indiferencia. “Y eso es sólo el aperitivo, espérense”, dijo riendo Ezequiel.
La actitud comedida de los alumnos. Distantes y entusiasmados al mismo tiempo. Una combinación ideal que sólo es posible en este país. Trabajar así es fácil. Un país que me ha enseñado a amar la soledad. Pero me lo ha enseñado con dolor, con la punta acerada del silencio, aguda como ciertos análisis de Sraffa.
Encontrar la soledad fue un alivio después de los años tormentosos con Paula. Para pensar tenía que separarme. Me acusó de abandono. La ruptura violenta del matrimonio. Una promesa más que se hace añicos. Breakdown: la ruptura de uno mismo. La depresión. En el fondo de un pozo. Un pozo negro y uno adentro. Sin fuerzas para salir, casi sin fuerzas para respirar. La indiferencia total a todo lo que no sea el pozo, la oscuridad, el fondo. Sin deseos de comer, sin deseos de dormir, sin ningún deseo más que el de yacer en el fondo del pozo. Una indiferencia imposible de medir con las curvas de Pareto. Meses así. La intervención preocupada de mi director, en Oxford. “¿Por qué no busca ayuda profesional?” dicho con el tomo sobrecivilizado de su clase. El esfuerzo que le debe haber costado formularlo.
Luego Londres y el psicoanálisis. Recuperar poco a poco la sensación de vida, de control, la capacidad de estudio. Sentarme de nuevo ante los libros con entusiasmo. ¡Lo destructiva que puede ser una relación de pareja! Sobre todo esa, la que implica una promesa para toda la vida, la que uno ha idealizado más. Paula víctima y verdugo. Tomó a mal mi recuperación. “Así que le debes la vida a Freud”, con amargura.
Debo ir al banco a sacar las quince libras de la sesión de mañana. Es caro. ¿Será algún día accesible a todos? Esencial.
Joder, se me hizo demasiado tarde para ir al banco y es demasiado temprano para irme a la casa. Los días empiezan a alargarse. Pasaré por el apartamento de todas maneras, a ver si Ezequiel me quiere acompañar al pub. Una buena Guinness, espesa. O dos. O tres. Discutir el problema de las políticas de reactivación. Poner a funcionar el capitalismo renqueante. Para eso me van a pagar un día, si regreso a mi tierra. Los planes keynesianos, ¿sirven? Pasar a comprar fish fingers y meterlos en el congelador. El aparato neoclásico: útil. La teoría marxista, nada práctica a la hora de ciertas decisiones. Vamos, señor Sraffa, no se enoje, aceptemos que el cálculo al margen es útil.
¿Encontraré trabajo rápidamente si regreso a mi tierra? Las Palmas. Tenerife. Mi tierra, es un decir. Hace ya tantos años. ¿Quince?
La estación de Archway, este lugar tan ruidoso. Mi apartamento: demasiado pequeño. El edificio es feo. Es una zona proletaria: la respeto.
Ezequiel, un burgués sudamericano compartiendo conmigo el apartamento en un barrio proletario. No le importa. Le llega dinero puntualmente todos los meses. Necesitaba un lugar para vivir. Tomó lo primero que encontró. O quizá porque le caigo simpático. Dos años, mientras termina el doctorado. Luego volverá a su tierra con el prestigioso diploma de la universidad de Londres. Allá le espera la mansión de su papá. La empresa de su papá. El prestigio europeo en el bolsillo.
Me repugnan, siempre me han repugnado estos latinoamericanos con sus bromas, su manera fácil de tomar la vida. Claro, con el cheque de papá llegando cada mes, cualquiera. Sin embargo, Ezequiel es muy buen tipo. Me ha enseñado cosas importantes. Y no es tonto. Desordenado, tiene el cuarto desordenado. Allá se lo ordenará la madre. O la mucama. A mí también me cuesta: lavar los calcetines por ejemplo. Cuando se acumulan. El lavabo lleno, todos en un puño. Antes Paula. Ahora las sábanas en la laundry de la esquina. Con monedas.
Ezequiel está justamente en el cuarto de baño. De la puerta entreabierta sale un vapor que huele a limpio.
—Oye, Ezequiel, ¿tienes tiempo pa’ una Guinness?
—A las ocho me espera un monumento. ¡Una belleza, hermano!
—Pero son las cinco y media. Vamos un rato al pub.
—Okey, okey, ya salgo, espera.
Sale recién rasurado, palmoteándose las mejillas lisas con una de sus lociones. Jade East After Shave. El Ezequiel de siempre.
—¿Has estudiado, Ezequiel?
—La tarde entera. Pero aquí, de día, el ruido es infernal. Tengo la cabeza hinchada, abombadísima. Cabeza hinchada, morena, ¡ay ay ay...! La semana entrante empezaré a estudiar de noche. Y tu seminario, ¿cómo va?
—Bien, muy bien, una larga preparación hasta llegar a Sraffa.
—A ese Sraffa lo tengo atravesado.
—Pero quieres el título de doctor Suma Cum Laude.
—Suma con todo. Para el prestigio, ¿entiendes? Oye, el monumento con el que salgo hoy es una rubia. Está berraca. ¿No querrías salir con su mejor amiga, que es idéntica?
La generosidad de Ezequiel, que todo lo comparte, hasta lo que no se puede compartir. ¿Qué edad tiene? Nunca le he preguntado. No más de veintiséis años. ¿Veinticinco? Joder, ¡once menos que yo!
Ezequiel y la vida social. Apenas los libros le dejan un rato libre, “las nenas”. Las tardes ya se alargan, viene la primavera. Mujeres no le faltan.
La semana entrante yo, como Ezequiel, tendré que adoptar un horario nocturno.
Mi investigación. La eterna búsqueda. La beca que me dieron, no muy buena. Pero es una ayuda. Entregar mi nuevo plan antes de mayo y tratar de conseguir un aumento. Estudiar de noche y dormir de día: única solución anti-ruido.
¿Por qué envidio ligeramente a Ezequiel?
Dai, Daiana, mi alumna más brillante. ¿Un flirt? No, ni siquiera.
—¿Compraste discos, Antonio? Deja ver... bah, lo mismo de siempre. Debussy y compañía.
—Difícilmente podrían Monteverdi y Debussy formar compañía, Ezequiel.
—Bueno, yo de Extravinsky y del resto no sé nada. A mí, háblame de los Carpenters. ¿Andando?
—Andando. Es una lástima que no aproveches tu temporada en Europa para conocer mejor ciertas obras...
—Qué quieres, hombre, es una berraquera la cultura, ya no hay tiempo. Cambiando el tema, te está saliendo barriga, hermano.
—Mmmnnnjá.
—No deberías tomar Guinness sino Pimm’s N° 1. Es mejor para la línea, una cereza y una rodaja de pepino dentro, pocas calorías.
—El problema no es la Guinness, es hacer ejercicio y dejar de fumar. Acabo de terminar un libro sobre un corredor. Me lo prestó Charles. Literatura proletaria. Todo un descubrimiento. Ese libro me dio ganas de empezar a correr.
—Hazlo en otro lugar, porque aquí con el humo de las muflas...
—¿Muflas? ¿Viene de muffler? ¡Joder! Hay que ser sudamericano para emplear palabras semejantes.
—Qué quieres, es la berraquera eso del idioma ¿Vamos al Pirata?
El pub del Pirata está en el límite del barrio, en la parte alta. En él se reúnen los estudiantes, y otras gentes de variada extracción. Es simpático, y la Guinness, excelente.
El pub está lleno. Ezequiel no quiere hablar de economía. Dice que está harto. En seguida lo rodean tres chicas. Tres inglesitas lindas y tontas y burguesas. Paula no es una mujer burguesa.
Debo de haberle dirigido a Ezequiel una mirada de censura porque con la barrera del idioma como escudo me dice: “Okey, no son lumbreras, pero los hombres necesitan coger. Tú vives en la abstinencia esperando a Rosa Luxemburgo y lo peor es que cuando llegue probablemente será frígida”.
“Eres hombre, necesitas coger...”. Un poco primario, pero hay algo de cierto. ¿Necesidad fisiológica? ¿Psicobiológica?
En todo caso aquí está Charles, con quien será posible sacarme de la cabeza lo de la viabilidad de los planes keynesianos y la cuarta Guinness.
El pub a las cinco y media después del seminario. No logro decidirme a estudiar por la noche. O más bien no logro conciliar el trabajo nocturno con la Guinness y el pub. Otra cosa que le envidio a Ezequiel: puede tomar Pimm’s tras Pimm’s y luego irse a los libros, tranquilamente. No necesita como yo un régimen de café negro sin alcohol. Régimen que adoptaré el lunes entrante, cueste lo que cueste. Ezequiel va por el tercer Pimm’s mientras discutimos sobre Walras. Pero de pronto se interrumpe. Claro, en un pub su interés académico flaquea.
—Oye, Antonio, hay una mina en la mesa de atrás que te tiene la vista puesta. No ha dejado de mirarte un minuto. Y está buenísima.
—¿Ah? Te decía que el problema del modelo es que las ecuaciones de capitalización no pueden resolverse al...
—Vuélvete un poco más, mira, es aquella...
Cierto... Una chica me miraba con descaro. Pero también reía o flirteaba con dos muchachos jóvenes, casi dos adolescentes.
—Es preciosa, ¿no te parece?
—No me gusta ese tipo de mujeres. Demasiado exuberante.
—Eres un cuate tonto, mira que desaprovechar una ocasión así. Fíjate cómo la has impresionado.
—Sigamos, sigamos. ¿Qué te estaba diciendo? Ah, sí, lo de la resolución ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Inicio
  3. Te encontré a lágrima viva
  4. Londres Londres
  5. Créditos