Trazos para los nuevos mapas de la cultura
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Trazos para los nuevos mapas de la cultura

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Trazos para los nuevos mapas de la cultura

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Hacer el abrebocas de esta publicación es para mí un verdadero reto, en principio por lo que representa el autor en el ámbito de la gestión cultural iberoamericana y, más aún, porque se convierte en una oportunidad inigualable de reflexión gracias al riquísimo debate que se propone en estas avezadas páginas, en el que se invita al lector a sostener diálogos cruzados y pensamientos disruptivos frente al papel de la cultura y la gestión de la misma en nuestras sociedades y realidades contemporáneas, matizado con un lenguaje propio, dinámico, cercano, y por qué no, con rasgos de conversa de contextos virtuales como en los que hoy navegamos.Esta apuesta por reflexionar sobre el papel de la cultura y del gestor cultural se estructura a partir de aspectos complejos, y de otros simples y poderosos cuestionamientos y conceptos como al que el autor llama el "desparrame de la cultura", refiriéndose al poder que esta tiene de escurrirse y gestarse en ínfimos espacios, y no necesariamente en relación con el estado de liquidez de la que habla Zygmunt Bauman. Se refiere en principio a la capacidad de la cultura de transgredir lo que las políticas públicas han querido hacer de ella y a cómo logra con suficiencia —y para fortuna nuestra— permear, pervivir y recrearse en el seno de las comunidades y en los espacios más recónditos y más próximos de la vida cotidiana.

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Información

I

Algunos cambios

SE DESPARRAMÓ LA CULTURA

La definición del verbo desparramar en el diccionario de la Real Academia de la Lengua es preciosa: «Esparcir, extender por muchas partes lo que estaba junto». Justo eso es lo que le ha pasado a la cultura, se desparramó, se extendió por muchas partes, se filtró por todos los poros de lo que va siendo el futuro; hoy cada día es el futuro. El presente ha cambiado su naturaleza y no importa tanto lo que está pasando como lo que va a pasar. Pensamos continuamente en qué vamos a hacer y no sabemos muy bien lo que estamos haciendo, mantenemos la intención de descubrirlo en algún lugar, de encontrar en alguna parte un pequeño atisbo de hoy que nos deje disfrutar el hoy; nada nos deja, todo es mañana, hacemos lo que hacemos pensando que mañana puede que las cosas vayan por ahí, pero no con la seguridad de querer conseguir que las cosas vayan por ahí. El presente no nos gusta. Nos están estafando por todas partes y no nos gusta sentirnos estafados de forma permanente, tal vez sea la razón por la que no queremos seguir en el presente; anhelamos que llegue ya el futuro, no dejamos de inventar, de acelerar procesos para saltarnos el presente, para conseguir que se mueva hacia algún lado.
En esta huida hacia adelante, la cultura, como siempre, tomó ventaja y nadie se dio cuenta. Decidió inventar un futuro diferente al que le habían dibujado desde los ministerios del ramo, un futuro distinto al que las políticas culturales parecían destinarla y se fue colando por rendijas y espacios que nunca habíamos pensado para ella. Se tornó parte esencial del cambio sin que nadie quisiera reconocer que estaba en la esencia del cambio, se hizo contenido de las redes sociales. Cuando nadie sabía cómo darle difusión a las palabras, volvió a la oralidad, pero esta vez de manera digital, qué otra cosa es un mensaje en la red sino una trova. Qué otra cosa es un tuit sino una lanza de la palabra. La virtualización de los mensajes actuales es la transcripción de la oralidad.
Cuando estábamos todos en querer saber para qué servía un museo esas nuevas industrias llamadas de la creatividad, un paso más allá de las tradicionales industrias de la cultura, se inventaron el diseño que vistió de nuevos colores las ropas, de nuevas formas los cubiertos, de nuevos sonidos los teléfonos, de nuevos sabores los fogones, de olores diferentes las cremas y los perfumes. Esa nueva manera de hablar de la cultura comenzó a mezclar las viejas y especializadas disciplinas poniendo olores en las ropas, colores en los sonidos. Llenando las calles de ruidos envueltos en metales sobre ruedas que competían por las miradas de los viandantes. Subiendo a los edificios para regalarle a los ciudadanos ladrillos de formas abstractas encajados con balcones de cristales lacados.
Los libros se pusieron a girar en paredes sin formas, en estanterías sin baldas, en atriles sin pies. Los libros comenzaron a ser la parte de ese todo que llamamos escuchar al otro. La cultura salió definitivamente de los lugares en que las políticas la querían enclaustrar y se desparramó.
Hubo que inventar nuevas formas de exponerse, de contarse, mezclando esa virtualidad del futuro con la mirada de la historia que siempre nos regalaron los tradicionales museos, que en la actualidad precisan incorporar modos más cercanos para atraer a los visitantes. Los museos ahora se ven en las pantallas de los ordenadores, explican la obra, hablan del pintor, el escultor o el autor de lo que te llame la atención y además lo puedes imprimir, y colocar en la tapa del cuaderno que llevas a clase... si es que todavía vas a clase.
Los cines salieron de las salas, los aparatos llamados home cinema nos los ponen en las casas, con todo lo que había antes en las salas, hasta las palomitas se hacen en casa, el sensurround se escucha en casa; todo por mucho menos de un dólar, incluida película.
La televisión, la radio, los periódicos los medios tradicionales están pendientes de lo que pasa en la red, antes todo el mundo estaba muy pendiente de lo que ellos decían, ahora no, aunque no podemos negar que siguen siendo generadores de opinión. Una opinión mediatizada por tantos ejes que no sabemos realmente lo que hoy forma opinión.
No sigo insistiendo en la idea… se desparramó, se esparció, lo inundó todo y se dejó inundar de todo. Crece una demanda extraordinaria por consumir cultura; sí, he dicho consumir y lo reitero... consumir cultura en grupo. Es decir sigue siendo necesaria la producción. La difusión. La distribución. La exhibición. La circulación. La crítica. La comunicación. La administración. La legislación. La gestión de la que quiero hablar en estas páginas debería ser el compendio de lo que hay que hacer con todo ello, debería ser el movimiento político necesario para facilitar, propiciar, estimular y hacer avanzar toda esta cadena de procesos con un producto desparramado.
No es muy distinto a lo que está pasando en otros campos sociales. La institucionalidad se ha hecho pebre, no se ha desparramado, se ha hecho añicos. Los partidos políticos se han hecho polvo ellos solos. Pero todo eso no va a ser más que tangencial en estas líneas; hemos de revisar cómo repercute en la gestión cultural el que no haya una institucionalidad creíble. Unos partidos que se atrevan a hablar de cultura. Un gobierno que tenga legitimidad para respaldar todos estos procesos de cambio y transformación. Que quiera hacerlo y para ello quiera entender que las cosas ya no son iguales y que estos cambios son un reguero de oportunidades, no de problemas.

LAS CRISIS Y LA CULTURA

No sorprende saber que las crisis son estrategias orquestadas para hacer retroceder los beneficios sociales, hacer avanzar los ingresos de los grandes grupos de capital, conseguir la desterritorialización de las formas de producción y consumo. Machacar y ganar son las consignas de toda crisis que se precie desde el año 29, no sé antes, me temo que no eran muy distintas. Las guerras van siendo sustituidas por este nuevo modo cultural de ver los muertos en televisión, matamos con drones, y solo vemos la cara de los presidentes que ordenan los asesinatos. Las guerras del siglo XXI se hacen con otras armas. La figura del traficante de armas posiblemente desaparezca y aparezca la del traficante de valores (pero los que se compran y venden en las bolsas y los mercados financieros, que son justo los contrarios a los otros).
La crisis comenzada en 2008 por las hipotecas basura ha sido la prueba palpable de lo que decimos. La brecha entre ricos y pobres se ha agrandado. La excusa de los bancos para cometer auténticos actos de injusticia, apoyados en muchos casos por la ausencia de una política que pueda ser nombrada como tal, ha sido fortalecida y los desmanes nunca han sido castigados. Los empresarios han encontrado también la coartada perfecta para destrozar los alcances logrados por el mundo laboral, sindical y social. La sanidad, que era una de las joyas del estado del bienestar, ha sufrido un retroceso injustificado e injustificable. Las sociedades han retrocedido en sus prestaciones sociales y la pobreza se ha extendido por lugares en los que nunca pensamos volverla a ver.
Lo dicho no por repetido sobra. Lo que hemos de pensar es cuál es el papel de la cultura y sus políticas en medio de todo este desbarajuste social.
Atención, la cultura, no el arte. Partimos de que el arte es solo una parte de la cultura, nos referimos a las formas de vida elegidas por las comunidades, elegidas por los ciudadanos, esas formas de pensar, de vivir que están en el cotidiano de la gente. Nos referimos a las transformaciones que se producen cada cierto tiempo y que son asumidas o rechazadas por los ciudadanos.
Hablamos del papel de la cultura en las pretensiones de los nacionalismos, en los modelos de comunicación, en las formas de asociación de los ciudadanos, en el respeto a la diversidad y la diferencia, en la inclusión de los excluidos, en los modos de acceso a los bienes y servicios, y no solo los culturales: los públicos, porque la cultura nos enseña a vivir en lo público.
Las crisis afectan a la política, que sale siempre debilitada de ellas. Los políticos malos, que son muchos, se pliegan ante los intereses de lo particular con la excusa del bien general. Esta manera de renunciar afecta también a los modos culturales de crecer socialmente, porque crece la desconfianza y resurge con fuerza el individualismo atroz. Ante eso los movimientos ciudadanos de base se vuelven a organizar y suele ser en torno a procesos culturales que encuentran nichos en los qué compartir ilusiones y anhelos de cambio, esos nichos culturales no están desprovistos de miedos y revanchismos, que a veces presiden el modo y la forma de los nuevos intentos de convivencia.
Cuando se abordan soluciones para salir de las crisis nunca, o casi nunca, se da el valor necesario al papel de la cultura; es más, se busca cercenarla, arrinconarla, castigarla por innecesaria, por protestona, por molesta. Los poderes económicos, que son los verdaderos poderes del siglo actual, dejan de financiarla, no la apoyan, esgrimen la crisis como excusa y se escudan en lo que ellos mismos han generado para tapar las formas de pensamiento y de participación ciudadana. Las crisis se convierten en la excusa perfecta para aniquilar los derechos culturales, entre otros muchos derechos como los laborales o sociales. Las crisis son el retroceso de los avances sociales para que crezcan los avances económicos, que casi nunca, o nunca, terminan por beneficiar ni a la equidad, ni a la participación democrática de los ciudadanos.

LOS OTROS, NOSOTROS Y ELLOS. TRANSVERSALIDADES

Las llamadas ciencias duras han crecido de forma continuada y progresiva. Los avances tecnológicos a todos nos tienen sorprendidos. Las películas de ciencia ficción se han ido haciendo realidad y ya no sorprende hablar por teléfono viendo a la otra persona (me maravilló tanto cuando lo vi por primera vez en Star Trek). Los smartphones, o teléfonos inteligentes, han roto todas las previsiones y han instalado una serie de utilidades que a veces son hasta inútiles. La medicina ha elaborado sofisticados métodos para que consigamos vivir mejor y más. No sé muy bien lo que es pero parece que el bosón de Higgs ha sido la revolución en el mundo de la física.
La genética avanza a pasos increíbles en sus pretensiones de mejorar las condiciones de los cruces y los efectos terapéuticos de estos. La química ha revolucionado definitivamente el uso de los fármacos: innovaciones como la construcción de nuevas moléculas con aplicaciones biorgánicas, sistematizando y paliando la inestabilidad de los catalizadores, ayudan a medicamentos más sólidos y eficaces. Las ciencias de la naturaleza nos descubren más de todo aquello que nos rodea, por fuera y por dentro. En las matemáticas se han descifrado varias de esas paradojas que traían locos a los que se preocupaban por ellas. Sucedió con el enigma de Kepler, con los fractales y los invariantes de Jones. La lógica se ha instalado en muchos de los sistemas informáticos como lo hace un veraneante en una terraza de playa, consiguiendo aplicaciones que mejoran los desarrollos urbanos, por citar una aplicación. En definitiva todo aquello que responde a una razón más o menos exacta ha crecido a un nivel que no podíamos imaginar y a una velocidad que a veces no podemos asimilar.
Pero, ¿qué ha pasado con las ciencias sociales? ¿Es sencillamente que se han quedado rezagadas, o es algo peor? No hay respuesta desde la sociología a la vejez y su nuevo papel en las estructuras comunitarias, un sálvese el que pueda que parece dejar al libre albedrío lo que haga usted con el abuelo. Si la medicina sigue así, en breve la población más extendida será la que supere los sesenta años, dando la vuelta a la pirámide de población.
Desde la cultura, desde la creación, desde la diversidad, desde la identidad, desde la participación, desde todas estas verdades que parecen llenarnos la boca de conceptos absolutos... ¿tiene algo nuevo que aportar la cultura para esta forma de vida que parece alcanzarnos sin remedio?
Las políticas para los jóvenes tardaron mucho tiempo en llegar, casi el mismo que han tardado en hacerse innecesarias, porque los jóvenes están desapareciendo, sobre todo en Europa y en quien asoma como nuevo líder mundial, China. La tasa de natalidad en el viejo (nunca mejor dicho) continente, se mantenía gracias a los emigrantes, a los que se sigue queriendo echar a patadas.
En relación con la educación, no existe una actualización en los procesos de aprendizaje capaz de incorporar el crecimiento de las nuevas tecnologías, por eso quizá la deserción escolar es de tamaño impacto en la realidad actual, nuestra mentalidad escolástica sigue impidiéndonos realizar transformaciones que vayan acordes con los tiempos que la ciencia nos va marcando.
El enigma mayor en las ciencias sociales es la economía. A caballo entre las exactas y las humanas, encuentra sus objetivos en la construcción de una sociedad equitativa:
Todos estos pensadores buscaron un instrumento intelectual que permitiera resolver lo que Keynes denominó «el problema político de la humanidad: cómo combinar los tres principios: la eficiencia económica, la justica social y la libertad individual».
Roy Harrod el primer biógrafo de Keynes cuenta que esta figura proteica veía a los artistas, los escritores, los coreógrafos y los compositores como «custodios de la civilización», mientras que a los teóricos de la economía, como él mismo, les atribuía un papel más humilde pero no menos necesario: ser los custodios no de la civilización, sino de la posibilidad de civilización2.
La economía es una emoción y, como todas las emociones, manipulable. Las categorías emocionales como miedo, sorpresa, aversión, alegría, tristeza, ira, son las que marcan el crecimiento o decrecimiento de la Bolsa de Valores; nadie tiene una explicación «científica» ante esas reacciones. Custodiar la posibilidad de civilización y pertenecer al terreno de las emociones genera una relación directa entre cultura y economía, no como la que se ha venido buscando hasta la fecha, a través de cifras y números vacíos de alma, sino con hilos mucho más finos y sutiles.
Estos hilos elaboran un trenzado de transversalidades que ahora se van descubriendo. La nueva economía debe y necesita aprender de aquello que fue el gran sueño en las revoluciones que se sucedieron en siglos anteriores, fracasadas entre otras cosas por esas pésimas interpretaciones económicas. La idea de poder controlar de verdad la economía desde una mirada colectiva y estructurada para lograr mejores países, no mayores riquezas individuales. La relación de la economía con la cultura debe producir más réditos que ese continuo perseguir industrias creativas y emprendimientos culturales rentables, y parece que nos quedamos sin saber pa...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Portada
  4. Créditos
  5. Dedicatoria
  6. Prólogo
  7. Introducción
  8. I - Algunos cambios
  9. II - Las políticas
  10. III - La gestión de la cultura: una profesión del siglo XXI
  11. Bibliografía
  12. Notas