Devolver a Jesús a los pobres
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Devolver a Jesús a los pobres

  1. 116 páginas
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Devolver a Jesús a los pobres

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Índice
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Información del libro

Todo el Evangelio. Los pobres tienen derecho a recibir todo el Evangelio. Este es el mensaje que este libro nos ofrece, a partir de la reflexión de un grupo de cristianos que llevan años dedicados de diversas formas al servicio de los pobres. La tarea cristiana hacia los que sufren por la pobreza y el abandono es sin duda uno de los testimonios más creíbles e indiscutibles de la fuerza de la fe y del seguimiento de Jesucristo. Este libro, sin embargo, nos invita a reflexionar sobre el hecho de que a veces esta tarea se reduce tan solo a la ayuda y a la respuesta a las necesidades materiales y no sabe, o no se atreve, o tal vez no le parece necesario, ofrecer lo más valioso que se puede ofrecer, y que precisamente tiene a los pobres como primeros destinatarios: la alegría de Jesucristo, su presencia viva. Y nos invitan a avanzar por este camino.

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Información

Año
2016
ISBN
9788498055146
Edición
1
Necesitamos reencontrar al pobre que somos todos
Pues entonces la conclusión es muy clara, tanto para los que justifican que no es necesario ir más allá de la acción social, como de los que creen que hay que anunciar a Jesús pero no saben. La conclusión es que no queremos ni sabemos porque no somos pobres.
De un modo muy sintético partiría de aquella diferencia entre el héroe y el santo, que dice que el primero nos muestra lo que el hombre con sus fuerzas es capaz de hacerse, mientras que el santo nos muestra lo que Dios puede hacer en nosotros, si le dejamos hacer. Pienso que el ideal del cristiano que la mayoría hemos vivido se acerca más al primero. Basta que ver a los santos oficiales, inaccesibles para la mayoría de los mortales: luchas encarnizadas contra las pasiones, ascetismos no sé si queridos por Jesús, virtudes heroicas… ¿Caricatura? Quizá sí, aunque rebajemos y maticemos y seguramente que podremos reconocer las características en la biografía del cristiano tipo. Esto nos ha llevado a que todos nos podamos sentir identificados de alguna manera con aquella sor Blanca de los Diálogos de carmelitas agobiada hasta el extremo al verse incapaz de salir adelante con su lucha para conseguir la perfección. La superiora le recordará que el monasterio no es «una empresa de mortificación ni un conservatorio de virtudes». Le dará una gran lección que vale la pena para todos nosotros: no lucha tensa y amargada para llegar a la heroicidad autosatisfecha e insolidaria, sino que el sentido de su esfuerzo y su oración tiene que ser este: «Lo que el pastor hace de vez en cuando, obedeciendo un impulso de su corazón, nosotros lo hemos de hacer día y noche. Y no es que esperemos orar mejor que ellos, todo lo contrario. Esta simplicidad del alma, este tierno abandono a la Majestad Divina, que en él es inspiración del momento, gracia e iluminación, es algo que nosotros nos tenemos que esforzar durante toda la vida para adquirirlo o para recuperarlo si es que lo conocimos, ya que constituye un don de la infancia, que se acostumbra a perder peso…».
Para poder hacer de sus discípulos portadores de su Buena Noticia, Jesús tendrá que hacer con ellos una larga tarea de empobrecimiento: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado» (Jn 15,1-3).
Textos
Podría preguntarse ahora por qué los pobres tienen más condiciones de evangelizar que los no-pobres. Es que el pobre es el locus a quo adecuado de la Palabra del evangelio. O sea, solo des del lugar del pobre es como el evangelio se presenta como buena noticia y como fermento, luz y sal. A partir del lugar del rico, el evangelio pierde su fuerza: se convierte en «buena noticia» vacía, alienada, opaca. Por eso mismo, Jesús mandó evangelizar en la pobreza (cf Mt 10,9-10); porque sólo la pobreza puede predicar el Evangelio.
Por consiguiente, el evangelizador o es pobre o tiene que asumir la óptica del pobre. O es un pobre real o es un pobre de espíritu, el cual –como hemos visto– se define incluso por un determinado despojo material.
La historia de la evangelización podría darnos buenas lecciones sobre esto. Se sabe que, siempre que el evangelio se presentó acompañado del poder político o de la fuerza militar, sufrió toda clase de ambigüedades. (Jorge Pixley – Clodovis Boff, Opción por los pobres, pg. 262)
Nosotros, muchas veces, cuando nos aventuramos en la evangelización, aún conservamos el esquema de que tenemos que enriquecer a los demás con nuestra riqueza, y llega un momento, delante de estos casos límite, que te das cuenta de que si con algo puedes enriquecer es con tu pobreza, porque tú eres el primer empobrecido, destrozado, sin saber qué hacer, quizá incluso con miedo… Y no te queda nada más; el afecto es más fuerte que nuestra impotencia, y que tampoco es tanta la impotencia porque algo sí que se puede hacer, creo que es entonces cuando vivimos una experiencia del Espíritu. Solamente el amor de Dios es más fuerte que esta necesidad que haría lógicamente que nos desgarrásemos. Cuando vivimos esta experiencia me parece que hay un elemento religioso que hemos de saber descubrir y formular (González Faus, Jornada voluntarios de prisiones).
Segunda parte
Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres
(Lucas 4,18)
La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús… Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría (Evangelii Gaudium 1)
Puedo decir que los gozos más bellos y espontáneos que he visto en mis años de vida son los de personas muy pobres que tienen poco a qué aferrarse (Evangelii Gaudium 7)
Presentación
Si de alguna manera podemos sintetizar lo que hemos querido decir hasta aquí, lo podemos hacer diciendo que el Evangelio, que es una Buena Noticia fuente de alegría para toda la humanidad, al haber sido elegida y encarnada principalmente en un molde social acomodado, ha perdido gran parte de su dimensión del Reino nuevo, que no es de este mundo, para quedar reducido a un añadido que viene a humanizar y elevar sus valores, comportamientos, estructuras sociales… pero que ya no es el tesoro que nos lleva a venderlo todo para poseerlo. Así ha dejado de ser el don gratuito fuente de sentido y de gozo de vivir para convertirse en una moral, quizá más elevada, aunque no fuente de alegría, que por su misma naturaleza es expansiva y comunicativa. Esto hace que reduzcamos la evangelización de los pobres al compromiso social.
A partir del lugar del rico, el Evangelio pierde su fuerza: se convierte en «buena noticia» vacía, alienada, opaca. Por esto mismo, Jesús hizo evangelizar en la pobreza; porque solamente la pobreza puede predicar el evangelio (PixleyBoff. Opción por los pobres, pg. 263).
Hemos visto como solo Jesús, pobre y con una experiencia profunda y radical del Padre, desde su vida pobre y con los pobres, irá descubriendo esta alegría, y con sus «facta et verba» –hechos y palabras–, podrá ser testimonio para ellos.
Hemos llegado a la conclusión de que los pobres viven unas actitudes mucho más cercanas al Evangelio, pero no que nos evangelicen, si admitimos que la evangelización plena supone la oferta del que es la fuente y razón última de esta alegría: Jesús. Y hemos llegado a la conclusión de que desde nuestra vida instalada no podemos comunicarles la alegría del Evangelio. Diría que, en todo caso, esta alegría nos queda muy abstracta y vaporosa, sin que llegue a hacerse contagiosa. Recordamos el texto citado de aquella niña que le decía a su madre: «Madre, soy muy buena, pero no soy feliz». Aceptémoslo con humildad como camino de conversión.
Ahora bien. Lo que sí podemos comprobar es que aquellos cristianos que se han acercado al mundo de los pobres, movidos y acompañados por Jesús, han ido encontrando el auténtico sentido y fuente de alegría de muchos aspectos del Evangelio. Unas alegrías concretas que de rebote nos hacen descubrir también a un Jesús más real.
Estos textos que aquí ofrec...

Índice

  1. El propósito de este libro
  2. Primera parte
  3. Segunda parte