Capítulo 1
El mundo lineal
Los itinerarios
«La modalidad ideal de una descripción geográfica formal es un mapa». Esta frase le pertenece a Carl Sauer (1941, p. 6) y a los tiempos de Carl Sauer. Hoy en día, con los vertiginosos avances de la fotografía satelital, el Sistema del Posicionamiento Global y otros métodos exactos de la representación de la superficie terrestre, la cartografía tradicional está pasando a la historia. Mientras tanto, en los niveles cotidianos, las nociones populares sobre la geografía se sostienen, cada vez en mayor grado, sobre las herramientas multimedia, empleadas por los medios de comunicación masiva. Sin embargo, cuando un transeúnte nos pregunta cómo llegar a tal y cual punto de nuestra ciudad, la respuesta es: «Tres cuadras de frente y una a la derecha». Durante siglos, el modo más común y universal de mentalizar y ordenar el espacio han sido las rutas, o itinerarios, que se recorren dentro de él. En lugar del mundo de dos dimensiones, que es el mapa, se trataría de un mundo lineal, el de los itinerarios.
El grueso de las fuentes que sirven de base para este trabajo está constituido por narraciones de viajes y descripciones geográficas, que son muestras ejemplares de la estructura lineal del espacio. La ruta de viaje en ellos es el hilo conductor sobre el que se ensartan, como cuentas de un rosario, los lugares recorridos o por recorrer.
El arquetípico libro de viajes del Viejo Mundo, Il milione de Marco Polo, reproduce este esquema de manera casi perfecta. Su itinerario toma la forma de una larga y ordenada lista de provincias, ciudades y pueblos que hacen de unidades lógicas del relato. Sobre cada provincia, ciudad o pueblo se proporcionan los datos que son de interés para el autor y sus potenciales lectores:
– Distancias y vías de acceso
– Principales centros poblados (si se trata de una provincia)
– Recursos de la tierra, mercancías
– Peligros y obstáculos que acechan al viajero
– Religión
– Anécdotas históricas
– Costumbres, maravillas, curiosidades.
A grandes rasgos, este mismo modelo está presente en la mayoría de nuestras fuentes, con mayor o menor claridad. Hay fuentes más generosas en cuanto a los pormenores y hay otras secas y escuetas. Un caso «minimalista», que reduce el relato casi exclusivamente a una enumeración de nombres de lugares, es el informe de la entrada de Diego Alemán (anexo 3F). En cambio, la narración de la expedición de Juan Álvarez Maldonado abunda en detalles (Álvarez Maldonado, 1906 [1567-1629], pp. 17-59). Obviamente, los datos geográficos no se presentan en forma pura, sino que van intercalados con los sucesos y circunstancias de las expediciones. Pero los acontecimientos referidos siempre van amarrados a los lugares en los que han transcurrido. Hay textos que prestan mucha atención a los hitos geográficos y hay los que reparan poco en el entorno. Por ejemplo, la entrada a la selva de Tupa Inca Yupanqui narrada por Juan de Betanzos, por más extensa y profusa que sea, deja el tema del itinerario de la hueste inca casi sin cuidado (anexo 5D).
Si bien el modelo lineal es plenamente justificado en las narraciones de viajes, suena menos convincente su relevancia para las descripciones geográficas. En teoría, una descripción debe crear una imagen del espacio más parecida a un mapa. Sin embargo, aquí entra en juego la estructura lineal del texto verbal, que obliga a organizar la descripción según el mismo principio de lista de lugares. Se construye una especie de recorrido imaginario de los puntos mencionados.
Aunque la narración de viaje y la descripción geográfica sean en esencia dos géneros distintos, en la práctica, muy a menudo, están combinadas dentro de un mismo documento, lo cual sucede en algunas de nuestras fuentes más representativas. El relato de la expedición de Maldonado lleva como suplemento la «Descripción y calidades desta tierra llamada La Nueva Andaluzía» (Álvarez Maldonado, 1899 [1567-1570]); Recio de León nos concede la «Descripción del Paititi y provincias de Tipuani, Chunchos etc.» (Recio, 1906 [1623-1627]); incluso la brevísma nota sobre la entrada de Diego Alemán está separada en dos partes: la «Memoria de la jornada» propiamente dicha y la «Memoria de la tierra de los llanos, según se pudo saber por indios que habían estado allá» (anexo 3F). A veces, los dos géneros complementarios no están tan explícitamente delimitados dentro del texto, sino que la descripción va incrustada dentro de la narración (por ejemplo, Rosario, 2011 [1677]) o viceversa (Eder, 1985 [1772]), dependiendo de cuál de los dos géneros predomina en el documento.
Podría parecer que la más racional distribución de roles entre la narración y la descripción debería ser la siguiente: a cada lugar visitado en el trayecto de la narración le debería corresponder su respectiva minidescripción, como sucede en el libro de Marco Polo, pero la mayoría de nuestras fuentes muestran una lógica diferente. Mientras que las narraciones corresponden a los espacios empíricamente conocidos por los autores, las descripciones, entremezclando lo visto y lo oído, remiten a los lugares más allá de sus horizontes. Por lo general, su base son los testimonios de los nativos, como reza el título de la relación sobre la entrada de Alemán: «según se pudo saber por indios que habían estado allá». Por ende, en las descripciones una considerable parte es formada por la tradición geográfica oral. Es por eso que Saignes cuestionaba la viabilidad de su interpretación histórica: «Las narraciones con los itinerarios proporcionan más datos de interés etnohistórico, que importa ubicar con gran precisión, que las propias descripciones de conjunto, poco fiables» (1985, p. 61).
Irónicamente, la principal meta y sentido de los escritos eran precisamente esas tierras lejanas y fuera del alcance directo. Precisamente, dentro de este ámbito, cae la gran mayoría de las referencias al Paititi.
Volvamos al mapa que, según Sauer, constituye el formato ideal de la representación del espacio. En nuestro caso, a los mapas les toca, sin duda, un papel menor frente a los textos verbales. Eso ocurre no solamente porque el corpus cartográfico de interés para el tema es mucho más reducido que el de los informes escritos, sino porque los mapas siempre son material secundario, pues son derivados de los testimonios verbales.
A pesar de eso, cabe detenernos un poco más en el tema de la cartografía. Los mapas que son de relevancia para nuestro tema no llegan a formar un bloque uniforme. Por un lado tenemos los célebres compendios hechos por los grandes cosmógrafos europeos, especialistas en el campo, que se dedicaban sistemáticamente a reunir datos geográficos de las relaciones escritas y de los mapas anteriores. Un ejemplo clásico es el monumental opus cartográfico de Cano y Olmedilla (1775), que intenta reunir todos los conocimientos de la época sobre la geografía de Sudamérica (mapa 8).
Un grupo muy distinto son los mapas compuestos por los mismos protagonistas de las entradas, o bajo su inmediata supervisión, como en los casos del croquis de las Misiones de Carabaya de Juan de Ojeda (con sus respectivas versiones derivadas, 1677-1678), o de los mapas de Mojos de Antonio Aymerich (1764, mapa 5) y Miguel Blanco (1769, mapa 6). Estos abarcan áreas más reducidas, por lo tanto poseen mayor cantidad de detalles y resumen un conocimiento más cercano del terreno, aunque algunos de ellos revelan un notable grado de ingenuidad en cuanto a las reglas cartográficas (Ojeda). Sus autores, por lo general, llegaron a conocer en directo algunos de los lugares marcados, pero las nociones acerca de la mayor parte del territorio cartografiado se formaban, nuevamente, «según se pudo saber por indios que habían estado allá». Este método está ilustrado en la siguiente cita de Recio de León: «Díxele [a los indios], ...