Los 7 truenos del Apocalipsis
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Los 7 truenos del Apocalipsis

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Los 7 truenos del Apocalipsis

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Demasiado ha llovido ya para que los humanos sigamos divididos entre ateos y creyentes; entre evolucionistas y creacionistas. Lo cierto es que estamos condenados a entendernos y que ya iba siendo hora de encontrar un punto de partida para la unificación del pensamiento. Pero ante la imposibilidad de que los partidarios del Big Bang aceptásemos la Creación bíblica, sólo quedaba el recurso de buscarle una interpretación científica a las Escrituras, para que sean ahora los creyentes quienes deban dar un paso hacia nosotros. Pues las Escrituras bíblicas pueden adquirir un nuevo sentido si se plantean desde la perspectiva que nos ofrece la propia vida biológica. De manera que el único lugar donde, a partir de ahora, tendremos que depositar toda nuestra fe y nuestra esperanza, porque también permanecerá siempre oculto a nuestros ojos, es el propio futuro de la humanidad; pues no existe otro "más allá".

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“La creación”

Somos lo que creemos ser, pero también somos lo que estamos predestinados a llegar a ser al final de la evolución. Somos seres humanos caminando hacia nuestro destino final: el hombre; ese tan cacareado hombre inmortal, que justificará y dará sentido a todo lo vivido: la promesa hecha, desde el principio, a la descendencia de Abraham.
Y si bien todos los misterios que nos envuelven pueden quedar resueltos de esta sencilla y natural manera, ¿qué dificultad podrían entrañarnos los textos bíblicos, que no seamos capaces de comprender? La Biblia tan solo es un reflejo de la historia del conocimiento humano a lo largo de la evolución. Así, pues, podemos empezar a entender que si el hombre que ha de surgir al final, de dicha evolución, es fruto del encadenamiento de ADN de todos los seres humanos que participen en él, es la humanidad misma el único padre y creador de ese hombre. Lo cual nos remitiría directamente al sexto día de la creación, cuando “Dios creó al hombre a su imagen y semejanza”; de lo que bien puede deducirse que “Dios” es la humanidad, y corroborar que, efectivamente, “la piedra que los constructores habían rechazado, ha acabado siendo la piedra principal”.
Así empezaríamos a comprender por qué “al principio, Dios creó el cielo y la tierra”, es decir: que “Dios”, que es la humanidad, al principio, en su incipiente conocimiento, creó la idea de un cielo y una tierra; la que, por cierto, aún seis mil años después, muchos siguen postulando. Pero recordemos que este concepto se asentó cuando “la tierra no tenía entonces forma alguna; todo era un mar profundo cubierto de oscuridad, y el espíritu de Dios se movía sobre las aguas”. Por supuesto que “la tierra no tenía entonces forma alguna”, al conocimiento humano. Y para comprender que “todo era un mar profundo cubierto de oscuridad”, habría que remitirse al capítulo diecisiete de Apocalipsis, en su versículo 15, donde se nos aclara que “las aguas que viste, sobre las cuales está sentada la prostituta, son pueblos, gentes, lenguas y naciones”. Es decir: las aguas simbolizan las distintas corrientes del pensamiento humano. Así, “todo era un mar profundo cubierto de oscuridad”, el conocimiento humano se hallaba oscurecido por la ignorancia, pero “el espíritu de Dios se movía sobre las aguas”: El espíritu de Dios, la inteligencia que nos mueve a querer conocer y entender las cosas, se hallaba por encima de esas corrientes. Siendo así que “dijo Dios: “Sea la luz”; y fue la luz. Al ver Dios que la luz era buena, la separó de la oscuridad y la llamó “día”, y a la oscuridad la llamó “noche”. Lo que viene a significar que la diferencia entre querer creer a ciegas y querer entender lo creíble, resulta tan distinto como de la noche al día; como del ver al no ver: como de la vida a la muerte.
Y fue con ese mismo espíritu que “después Dios dijo: “Haya una bóveda que separe las aguas, para que queden separadas”. Y así fue. Dios hizo una bóveda que separó las aguas: una parte de ellas quedó debajo de la bóveda y otra parte quedó encima. A la bóveda la llamó “cielo”. Y ya tenemos dos cielos, el del primer día, cuando creó el cielo y la tierra, y este nuevo cielo que surge al separar las aguas. Es decir: el cielo esotérico, fruto de las creencias religiosas, representadas aquí por las aguas que quedaron debajo de la bóveda, y el único cielo verdadero, el universo, representado por las aguas que quedaron por encima. “Porque así como los cielos son más altos que la tierra, así mis caminos son más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más altos que vuestros pensamientos”.
Entonces Dios dijo: “Júntense en un solo lugar las aguas que están debajo del cielo, para que aparezca lo seco”. Y así fue. A lo seco Dios lo llamó “tierra”, y a las aguas que se habían juntado las llamó “mar” ”. Inmerso en ese mar de confusión cubierto de oscuridad, era necesario poner todas las aguas en el mismo lado de la balanza para que así apareciese “lo seco”, un lugar donde poder plantarse con los pies en el suelo a la hora de discernir nuestra trascendencia. Y “a lo seco Dios lo llamó “tierra”; y ya tenemos dos tierras. Entendamos, así, por qué el lugar preferido del nazareno, a la hora de predicar, era el desierto; pues nada existe más alejado de las aguas. Y comprendamos, también, el simbolismo del episodio en el que camina sobre las aguas; pues, poco a poco, veremos como todo va adquiriendo sentido. “Y a las aguas que se habían juntado las llamó “mar”. De este “mar” de creencias, que acabará sucumbiendo a la ciencia, ya se nos da razón en el primer versículo del capítulo veintiuno del Apocalipsis: “Vi después un cielo nuevo y una tierra nueva; el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, y también el mar”. Por supuesto, no se está refiriendo al fin del mundo, sino a la creación: La creación llevada a cabo por esta humanidad que le ha tocado ser el Dios de nuestra generación; nuestra creación: el fin del caos.
Al ver Dios que todo estaba bien, dijo: “Produzca la tierra toda clase de plantas: hierbas que den semilla y árboles que den fruto”. Y así fue. La tierra produjo toda clase de plantas: hierbas que dan semilla y árboles que dan fruto”. La ciencia, asentada de pies en el suelo, empieza a dar sentido a nuestra trascendencia mediante la continuidad genética: “hierbas que den semilla y árboles que den fruto”, entendiendo, como dijo el profeta Isaías, “Que todo hombre es como hierba, y toda su gloria como la flor del campo. La hierba se seca y la flor se marchita cuando el soplo del Señor pasa sobre ellas. Ciertamente, la gente es como hierba. La hierba se seca y la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre”.
Y esa “palabra” de nuestro Dios que permanece para siempre, contrariamente a lo que se haya podido interpretar hasta ahora, es una sola “palabra” que encierra todos los misterios de nuestra trascendencia. Porque cuando las escrituras hacen referencia a la propia voz de los oráculos, como acabamos de ver, aluden al “soplo del Señor”. El “soplo” sería la voz de Dios, pero la “Palabra”, la única palabra que da sentido a todas las escrituras, es esta: Germen. Así podemos leer en el capítulo cincuenta y cinco de Isaías, en sus versículos 10 y 11: “Como la lluvia y la nieve bajan del cielo, y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, y producen la semilla para sembrar y el pan para comer, así también la palabra que sale de mis labios no vuelve a mi sin producir efecto, sino que hace lo que yo quiero y cumple la orden que le doy”.
Y también con esa palabra adquiere mucho más sentido el testimonio de Juan el Bautista, pues la palabra que sale de los labios de Dios ni era “palabra”, ni era “verbo”, ni era “logos”, sino Germen.
“1 Al principio, existía el Germen y el Germen estaba en Dios, y el Germen era Dios. 2 Estaba en Dios al principio. 3 Todas las cosas han venido a la existencia por medio de él, y ni una sola de las que han venido a la existencia no lo ha hecho sin él. 4 En él está la vida, y la vida era la luz de los hombres; 5 y la luz brilla entre las tinieblas, sin que las tinieblas la hayan podido alcanzar nunca”.
“6 Apareció un hombre enviado de Dios, que se llamaba Juan. 7 Este vino como testigo a testimoniar de la Luz para que todos creyesen por él. 8 Él no era la Luz, sino que debía dar testimonio de la Luz. 9 Existía, sin embargo, aquella Luz verdadera que, viniendo al mundo, ilumina a todo hombre. 10 Estaba presente en el mundo, y por medio de él el mundo vino a la existencia, pero el mundo no le conoció. 11 Vino a su casa, pero los suyos no le recibieron. 12 Pero a todos los que le acogieron dio poder de ser hijos de Dios, los que creen en su nombre, 13 él que ha nacido, no de la sangre, ni del querer carnal, ni del querer de hombre, sino de Dios”.
“14 Y el Germen se hizo hombre y vivió entre nosotros, y contemplamos su gloria, gloria que tiene del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. 15 Juan da testimonio de él y clama: «Este es aquel de quien dije: el que viene detrás de mí me ha pasado delante, porque era primero que yo». 16 Cierto, de su plenitud, todos hemos recibido, y gracia por gracia; 17 porque la Ley fue dada por Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. 18 Dios, nadie lo ha visto nunca; el Unigénito, que está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer”.
Entonces dijo Dios: “Haya lumbreras en la bóveda celeste, que alumbren la tierra y separen el día de la noche, y que sirvan también para señalar los días, los años y las fechas especiales”. Y así fue. Dios hizo las dos lumbreras: la grande para alumbrar de día y la pequeña para alumbrar de noche. También hizo las estrellas. Y puso Dios las lumbreras en la bóveda celeste para alumbrar la tierra de día y de noche, y para separar la luz de la oscuridad, y vio que todo estaba bien”. Se reafirma, aquí, la creencia creacionista de la humanidad, ante el escepticismo científico. Para las religiones, todo lo que resultaba incomprensible había que atribuírselo a un incomprendido Dios, pues alguien tenía que haber colgado esas estrellas en el cielo, la lumbrera grande para alumbrar de día y la pequeña para alumbrar de noche. Del destino final de este cielo creacionista, ya se nos habla en los evangelios. Mateo, en su capítulo veinticuatro, versículo 29, pone en boca de Jesús que: “el sol se oscurecerá, la luna dejará de dar su luz, las estrellas caerán del cielo y las fuerzas celestiales se tambalearán”. Episodio también reflejado en la apertura del sexto sello, capítulo sexto de Apocalipsis, versículos 12 a 14: “El sol se volvió negro como ropa de luto; la luna entera se volvió roja como la sangre, y las estrellas cayeron del cielo a la tierra como caen los higos verdes cuando la higuera es sacudida por un fuerte viento. El cielo desapareció como un papel que se enrolla, y todas las montañas y las islas fueron removidas de su lugar.” Pues el propio entendimiento del origen del universo causa que la versión creacionista caiga por su propio peso y se quede en cuatro incomprendidos párrafos escritos sobre papel. Así, su “cielo desapareció como un papel que se enrolla”; pasando página. También Pablo, en su carta a los Gálatas, capítulo cuarto, versículos 8 a 11, refiriéndose a este pasaje creacionista “Haya lumbreras en la bóveda celeste, que alumbren la tierra y separen el día de la noche, y que sirvan también para señalar los días, los años y las fechas especiales”, decía lo siguiente: “Antes, cuando no conocíais a Dios, erais esclavos de dioses que en realidad no lo son. Pero ahora que conocéis a Dios, o mejor dicho, que habéis sido reconocidos por él, ¿cómo podéis volver a someteros a esos débiles y pobres poderes, y a haceros sus esclavos? Celebráis ciertos días, meses, estaciones y años... ¡Mucho me temo que mi trabajo entre vosotros no haya servido de nada!”.
Luego dijo Dios: “Produzca el agua toda clase de seres vivos, y haya también aves que vuelen sobre la tierra”. Y así fue. Dios creó los grandes monstruos del mar, y todos los seres que el agua produce y viven en ella, y las aves”. En contraposición a lo anteriormente expuesto a cerca de “Produzca la tierra toda clase de...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Derechos de autor
  4. Índice
  5. Dedicatoria
  6. Prólogo.
  7. “La creación”
  8. “El reino de Dios”
  9. Discípulos de “Satanás”
  10. “El diluvio”
  11. “Egipto”
  12. Epílogo.
  13. Cubierta trasera