François Villon
Los poemas de François Villon eran célebres desde finales del siglo xv: todo el mundo se sabía el Grande y el Pequeño Testamento de memoria. A pesar de que en el siglo xvi la gran mayoría de las alusiones satíricas por parte de los sucesores se habían hecho ininteligibles, Rabelais llamó a Villon «el buen poeta parisiense». Marot lo admiraba tanto que corrigió su obra y decidió editarla. Boileau lo consideró uno de los precursores de la literatura moderna. En nuestro tiempo, Théophile Gautier, Théodore de Banville, Dante Gabriel Rossetti, Robert Louis Stevenson o Algernon Charles Swinburne lo han amado apasionadamente. Han escrito ensayos sobre su vida y Rossetti ha traducido varios de sus poemas. Pero hasta los trabajos de Auguste Longnon y Byvanck, aparecidos entre 1873 y 1892, no se conocía positivamente nada sobre el texto de sus obras o sobre su verdadera biografía. Hoy en día podemos estudiar al hombre y su medio.
Aunque François Villon tomara de Alain Chartier la mayoría de sus ideas morales, de Eustache Deschamps el marco de sus composiciones y su forma poética; aunque Carlos de Orleans fuera asimismo un poeta de gracia infinita o Coquillart expresara el matiz satírico y bufonesco del carácter popular, es el autor de los Testamentos quien se ha apropiado de la mayor parte de la gloria poética de su siglo. Puesto que supo imprimir un acento tan personal a sus poemas, el estilo y la expresión literaria se rindieron ante el nuevo estremecimiento de un alma «intrépidamente falsa y cruelmente triste». Hacía hablar y gritar a las cosas, dice Byvanck, aprisionadas hasta entonces en grandes máquinas de retórica que meneaban sin cesar su cabeza somnolienta. Transformó toda la herencia de la Edad Media, animándola con su propio desaliento y con los remordimientos de una vida echada a perder. Todo aquello que los otros habían inventado como ejercicios de pensamiento o de lenguaje lo adaptó a sentimientos tan intensos que dejó de reconocerse la poesía de la tradición. Mostraba la melancolía filosófica de Alain Chartier frente a la vejez y la muerte; la gracia tierna y las dulces meditaciones sobre el exilio del pobre Carlos de Orleans, quien durante tanto tiempo vio eclosionar las flores en las praderas de Inglaterra el día de san Valentín; el realismo cínico de Eustache Deschamps; la bufonería y la sátira encubierta de Guillaume Coquillart; sin embargo, las expresiones que en el resto constituían modas literarias, en Villon parecían volverse matices del alma. Si tenemos en cuenta que fue pobre, fugitivo, criminal, amante y piadoso, condenado a una muerte deshonrosa y encarcelado largos meses, es difícil ignorar el acento doloroso de su obra. Para comprenderla bien y hacerse una idea de la sinceridad del poeta, cabe reestablecer –con toda la verdad que sea posible– la historia de esta vida tan misteriosamente complicada.
I
Resulta imposible llegar a una certeza sobre el lugar donde nació François Villon, así como sobre la condición de sus padres. En cuanto a su nombre, es probable que haya que aceptar definitivamente el de François de Montcorbier, pues así figura en los registros de la universidad de París. Una carta de indulto le da el nombre de François des Loges, y se hizo conocido bajo el de François Villon.
Se sabe ahora que este nombre de Villon le fue dado al poeta por su padre adoptivo, maese Guillaume de Villon, capellán de la iglesia de Saint-Benoît-le-Bétourné. Este capellán, siguiendo una práctica de su tiempo, llevaba el sobrenombre de la pequeña ciudad de la que era originario, Villon, situada a cinco leguas de Tonnerre. Su sobrina, Étiennette Flastrier, vivía todavía allí tras su muerte en 1481.
El mismo Villon nos dice que era pobre y de baja condición; su madre, a juzgar por la balada que le compuso, era una mujer buena, piadosa e iletrada. Villon nació en 1431, mientras París se hallaba todavía bajo dominación inglesa. No se sabe en qué época maese Guillaume de Villon lo tomó bajo su protección y le hizo estudiar en la universidad. En marzo de 1449 aprobó el bachillerato de artes y, hacia el mes de agosto de 1452, se presentó al examen de carrera y aprobó la licenciatura. Es posible formarse una idea bastante aproximada de la manera de vivir y de las relaciones del muchacho entre 1438 y 1452. Tenía su habitación en la casa de maese Guillaume de Villon, en la Porte Rouge, en el claustro de Saint-Benoît-le-Bétourné. Probablemente –a pesar de los accidentes de su existencia– la conservó hasta el final de su vida, ya que el último documento que nos ha transmitido un detalle de su vida íntima nos demuestra que en 1463 aún podía recibir amigos en esta habitación de la Porte Rouge, bajo el reloj de Saint-Benoît.
La época posterior a la entrada del rey Carlos VII en 1437 fue un tiempo triste para los parisienses. Acababan de sufrir la ocupación de los ingleses y el invierno siguiente, el de 1438, fue terrible. Se declaró la peste en la ciudad, y la hambruna fue tan dura que los lobos erraban por las calles y atacaban a los hombres. Se han conservado curiosas memorias que nos dan noticia de un pequeño círculo de la sociedad en esta época. Se trata del registro de los gastos alimentarios del prior de Saint-Martin-des-Champs, Jacques Seguin, desde el 16 de agosto de 1438 al 21 de junio de 1439. Jacques Seguin era un hombre piadoso, sencillo y frugal que a veces se encargaba de las compras, pues le encantaba el pescado y disfrutaba escogiéndolo. Su administrador llevaba la cuenta exacta de sus gastos. Además, el prior de Saint-Martin-des-Champs era un gran señor eclesiástico que durante esta hambruna del invierno de 1438-1439 invitó a menudo a cenar a sus amigos. Conocemos los nombres de los comensales gracias a las concienzudas notas del administrador Gilles de Damery. Se trataba de gente distinguida: prelados, capitanes, vinateros de la corona, procuradores y abogados. Maese Guillaume de Villon aparece, junto a otros, como un comensal habitual del prior de Saint-Martin-des-Champs. Sin pecar de atrevidos, es posible suponer que mantenía un trato corriente con el prior y que los comensales de Jacques Seguin se elegían en su mayor parte entre el círculo de sus amistades. Las cenas no eran muy solemnes, ya que asistían dos mujeres a las que el administrador llama la Davie y la Regnaulde. Pero lo que sorprende en primer lugar es el número de procuradores y abogados del Châtelet. Se encuentran ahí los señores Jacques Charmolue, Germain Rapine, Guillaume de Bosco, Jean Tillart, examinador en la cámara criminal, Raoul Crochetel, Jean Chouart, Jean Douxsire y varios más, hasta Jean Truquan, teniente de lo criminal del preboste de París. Esta era la compañía habitual del capellán de Saint-Benoît-le-Bétourné. Se comprende, por consiguiente, que François Villon haya conocido a un buen número de personas del Châtelet –además de aquellos con los que trató por fuerza–, y que haya mantenido una relación de amistad con el preboste Robert d’Estouteville. Tampoco sorprende que el capellán de Saint-Benoît haya podido sacar a su hijo adoptivo de muchos aprietos. Se conoce mediante qué influencias le fueron concedidas a François Villon dos cartas de indulto por el mismo crimen, solicitadas bajo dos nombres diferentes, y cómo ganó un pleito por una apelación en el Parlamento, en un tiempo en que la apelación era de institución muy reciente y en que los apelantes rara vez tenían éxito. Es posible que Jean de Bourbon, Ambroise de Loré, o tal vez incluso Carlos de Orleans hayan intercedido por él; pero, sin duda, recurrió generalmente a los amigos de Guillaume de Villon, entre quienes se educó.
De este modo fue testigo a tan temprana edad de las conversaciones de los magistrados. Tras tomarse la determinación de que fuera clérigo –quizás por propia elección–, fue enviado a la universidad, cuya pensión, que vaciaba todas las semanas entre las manos del administrador, era de dos soles parisienses. Allí estudió junto al maestro Jean de Conflans. Aristóteles y la Lógica no parecen haberle atraído demasiado, pues se burla de ellos sin piedad en su primera obra. Pero las leyendas del Antiguo y del Viejo Testamento, la historia de Ammon, la de Sansón, el cuento griego de Orfeo, la vida de Thais o las conmovedoras aventuras de Helena y de Dido le dejarán vivos recuerdos. Desarrolló bastante pronto la afición por las viejas novelas francesas y por los héroes de nuestra tradición. De hecho, su primer poema, el primer boceto que pergeñó –todavía como estudiante– y que hemos perdido, fue una novela heroico-cómica. La historia de esta novela está tan íntimamente ligada a la propia existencia de François Villon durante este periodo que cumplirá exponerla de forma sucinta aquí.
La universidad se hallaba en un desorden mayúsculo en 1452, y François Villon ingresó en ella en el momento en que los alumnos comenzaban a volverse rebeldes y tumultuosos. Desde el año 1444 se venían sucediendo los disturbios. El rector, bajo el pretexto de que había sido insultado por su negativa a pagar una contribución, mandó suspender los cursos desde el 4 de septiembre de 1444 al 15 de marzo de 1445, domingo de Pascua. Existían precedentes, y ya en 1408 la universidad había ganado un pleito en un asunto de este género. No obstante, la justicia laica se mostró severa; algunos alumnos fueron encarcelados y –a pesar de las reclamaciones de la Universidad– el rey Carlos VII hizo juzgar el proceso al Parlamento y anunció persecuciones contra los responsables de la suspensión de las clases y los sermones. El papa Nicolás V delegó en el cardenal Guillaume d’Estouteville para redactar un acta de reforma (1 de junio de 1452), pero los estudiantes no aceptaron los nuevos reglamentos: estaban habituados a la aquiescencia. El procurador del rey, Popaincourt, al declarar en el Parlamento en junio de 1453, dice «que desde hace cuatro años se ha advertido que algunos universitarios cometían diversos excesos de los que se murmuraba en París, como haber arrancado mojones y haberse presentado armados en el Ostel du Roy, así como haberse traslado anteriormente hasta la Porte Baudet con escaleras y allí haber arrancado enseñas particulares de sus ganchos de hierro, jactándose de tener varias más».
Entre los mojones que así fueron arrancados se encontraba una piedra notable, situada delante del hotel de la señorita de Bruyères, en la calle Martelet-Saint-Jean, frente a Saint-Jean-en-Grève. Este hotel aparece mencionado desde 1322 con el nombre de Hotel du Pet-au-Diable. El mojón que estaba plantado frente a su fachada era una de las curiosidades de París. Sin duda, estaba esculpido y cubierto de ornamentos. Fue robado en 1451 y el Parlamento encargó en noviembre del mismo año a Jean Bezon, teniente de lo criminal, informarse de su paradero, con la orden de apresar a todos aquellos que fuesen encontrados culpables. Jean Bezon lo recuperó y, mientras aguardaba el proceso, lo llevó al Palacio Real. Pero volvió a desaparecer y no fue hallado hasta el 9 de mayo de 1453. Por otra parte, la señorita de Bruyères, que era una anciana caprichosa y amante de los pleitos, orgullosa de su residencia y de la torre que la convertía en una suerte de construcción feudal, y que en razón de esto rechazaba pagar impuestos desde hacía varios años a la Comandancia del Temple, se cansó de esperar e hizo reemplazar su mojón. No bien se colocó la nueva piedra frente al hotel de la calle Martelet-Saint-Jean, fue arrancada del mismo modo que la primera.
No se ignoraba que los culpables eran los alumnos de la universidad. Una de las piedras la habían llevado a la montaña de Sainte-Geneviève y la otra al monte de Saint-Hilaire, un poco más abajo, donde el Collège de France. Allí, con ceremonias burlescas, habían casado a los dos mojones y consagrado sus privilegios. Todos los transeúntes, y especialmente los oficiales del rey, estaban obligados a tirar su caperuza a las piedras y respetar sus prerrogativas. Los domingos y festivos se coronaban los mojones con «sombreros» de romero, y por la...