I
CARTAS
A Mijaíl P. Chéjov
Taganrog, 6 y 8 de abril de 1879
Haces bien en leer libros. Acostúmbrate a leer. Con el tiempo, valorarás esa costumbre. ¿La señora Beecher Stowe te ha arrancado unas lágrimas? La leí hace tiempo y he vuelto a leerla hace unos seis meses con un fin científico, y después de la lectura sentí la sensación desagradable que sienten los mortales que comen uvas pasas en exceso… Lee los siguientes libros: Don Quijote (completo, en siete u ocho partes). Es bueno. Las obras de Cervantes se encuentran a la altura de las de Shakespeare. Aconsejo a los hermanos que lean, si aún no lo han hecho, «Don Quijote y Hamlet», de Turguéniev. Tú, hermano, no lo entenderás. Si quieres leer un viaje que no sea aburrido, lee La fragata Palas, de Goncharov…
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A Alexánder P. Chéjov
Moscú, 20 de febrero de 1883
En tus obras pones énfasis en la morralla… Sin embargo, no has nacido para ser un escritorzuelo subjetivo… Eso no es algo innato, sino adquirido… Renunciar a la subjetividad adquirida es tan fácil como decir que dos y dos son cuatro… Basta con ser un poco más honesto: situarse al margen de todo, no meterse en la piel de los héroes de tu propia novela, renunciar a uno mismo aunque sea media hora. Tienes un cuento en el que un matrimonio joven se pasa el almuerzo besándose, gimiendo, en fin, llueve sobre mojado… ¡No hay ninguna palabra sensata, sino solo placidez! No has escrito para el lector… Has escrito porque esa palabrería te resulta agradable. Describe el almuerzo, cómo y qué han comido, cómo es la cocinera, cómo es de trivial tu héroe, satisfecho con su felicidad indolente, cómo es de trivial tu heroína, lo ridícula que resulta en su amor por ese ganso grasiento y bien alimentado, envuelto en una servilleta… Es verdad que a todos nos gusta ver personas bien alimentadas y satisfechas, pero para describirlas no basta con contar lo que ellos dicen, y cuántas veces se besan… Hace falta algo más: eliminar la sensación particular que produce la felicidad almibarada en las personas tranquilas… La subjetividad es una cosa horrible. No es buena solo por el hecho de que pone en evidencia al pobre escritor de la cabeza a los pies…
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A Alexéi S. Suvorin
Moscú, 21 de febrero de 1886
Estimado señor Alexéi Sergueiévich:
He recibido su carta. Le agradezco sus juicios halagüeños sobre mis trabajos y la rápida publicación del cuento. Cuánta lucidez y cuánta inspiración ha suscitado en el autor la amable atención de un hombre experto y de talento, como usted, es algo que puede juzgar por sí mismo…
Comparto su opinión sobre la supresión del final de mi cuento y le agradezco esa útil indicación. Hace ya seis años que trabajo y usted es el primero que se ha tomado la molestia de darme indicaciones y de motivarme.
El seudónimo A. Chejonté, quizás es extraño y rebuscado. Lo pensé en los albores de mi nebulosa juventud, me acostumbré a él y por eso no me di cuenta de su extrañeza…
Escribo relativamente poco: no más de dos o tres cuentos por semana. Encontraré tiempo para trabajar en Tiempo Nuevo, y me alegro que no haya puesto una fecha fija como condición para que colabore en él. Donde hay una fecha fija, hay apresuramiento y una sensación de presión, que impide trabajar… Personalmente, para mí la fecha fija es incómoda porque soy médico y me dedico a la medicina… No puedo garantizar que mañana me sacarán todo el día del escritorio… Eso conlleva el riesgo de no escribir a tiempo y de retrasarse continuamente…
Los honorarios que ha fijado para mí son suficientes por ahora. Le estaré muy agradecido si puede hacer que me envíen el periódico, que veo muy raras veces.
Esta vez le envío un cuento, que es exactamente el doble de largo que el anterior y… mucho me temo… dos veces peor…
Con todo respeto,
A. Chéjov
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A Nikolái P. Chéjov
Moscú, marzo de 1886
¡Pequeño Sabelin!:
Me han dicho que estás ofendido por mis bromas y por las de Shéjtel… La capacidad de ofenderse es patrimonio solo de almas nobles, pero en todo caso, si es posible bromear sobre Ivanenko, sobre mí, sobre Mishka, sobre Nella, ¿por qué no es posible hacer bromas sobre ti? Es injusto… Por lo demás, si no lo dices en broma y te sientes ofendido, perdóname.
Se hacen bromas de aquello que es ridículo o que no se comprende… Escoge cualquiera de las dos opciones.
En segundo lugar, por supuesto, es más halagüeño, pero ¡ay!, para mí personalmente tú no eres una adivinanza. No es difícil comprender a la persona con la que has compartido la dulzura de las botas tártaras, [la escuela de] Vúchina, los latines y, finalmente, la vida moscovita. Además, tu vida tiene algo tan sencillo desde el punto de vista psicológico, que se comprende incluso sin haber estado en un seminario. Por respeto a ti, te hablaré abiertamente. Te enfadas, te muestras ofendido…, pero la cuestión no está en las bromas ni en el noble y parlanchín Dolgov… La cuestión está en que tú, como persona honesta, te sientes en un terreno falso y quien se cree culpable busca siempre justificarse desde fuera: el borracho alega la desgracia; Putiat, la censura; y, quien huye de Yakimanka por lujuria, echa la culpa al frío en la sala, a las burlas, etcétera… Si yo dejara ahora a la familia a la voluntad del destino, intentaría hallar una disculpa en el carácter de la madre, en los esputos, etcétera. Eso es algo natural y disculpable. Así es la naturaleza humana. Y también es cierto que te sientes en un terreno falso, de otro modo no te llamaría persona honesta. Pero si se pierde la honestidad, entonces es otro asunto: te resignas y dejas de sentir la falsedad…
También es cierto que tú no eres para mí un enigma, y que a veces eres un ridículo bárbaro. Pues tú, simple mortal, y todos nosotros, mortales, solo somos enigmáticos cuando somos imbéciles y ridículos cuarenta y ocho semanas al año… ¿No es cierto?
A menudo te has quejado a mí d...