Cultura, religión, sociedad
eBook - ePub

Cultura, religión, sociedad

  1. 360 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Cultura, religión, sociedad

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

Un libro que quiere colaborar con la verdad, origen, fundamento y destino del hombre, para ayudarle a realizar su irrenunciable existencia personal y a entenderse.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Cultura, religión, sociedad de Olegario González de Cardenal en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Teología y religión y Cristianismo. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Editorial
PPC Editorial
Año
2019
ISBN
9788428833561

PRINCIPIOS E IMPERATIVOS 6

 
El dinamismo de una sociedad es directamente proporcional a la iniciativa y participación de los cuerpos menores que la constituyen. Solo cuando los individuos que los forman se responsabilizan de los fines comunes, a la vez que de los específicos, y aplican los medios necesarios para lograrlos surge una sociedad compleja, rica y libre. El principio de subsidiariedad exige que lo que puede hacer el que está cerca no lo haga el que está lejos, que la autoridad última no anule, sino que promocione, a los autores primeros, que las soluciones extremas no sustituyan a las inmediatas y próximas. La sociedad, los grupos y los individuos se orientan a la luz de unos principios generales y se realizan por unos imperativos particulares. Los principios, las grandes ideas, ofrecen luz a la inteligencia respecto a los fines que se trata de alcanzar, pero todavía no le indican los medios concretos con los que lograr aquellas metas. Los imperativos, las pequeñas decisiones, en cambio, indican, en lugar y situación, qué medios nos llevan a aquellos fines, garantizando así la eficacia de los proyectos.
La Iglesia en España tiene atrofiado uno de sus pulmones, necesario para la respiración interior y acción exterior: los seglares. El Concilio Vaticano II llevó a cabo una clarificación de la conciencia eclesiológica, mostrando cómo todos y cada uno de los bautizados formamos la Iglesia, tenemos una misión dentro de ella, recibimos gracias personales y carismas destinados al servicio de la comunidad, estamos llamados a la santidad, tenemos que asumir como propia la tarea de hacer presente con palabras y obras el Evangelio en el mundo. Esto significaba la superación de una Iglesia en la que de hecho había dos clases de cristianos: por un lado, los que tenían autoridad (jerarquía) o formaban parte de una forma especial de vida (religiosos), y, por otro, los seglares. La fórmula vulgar hablaba de élites y de gente de tropa.
¿Cuál ha sido la repercusión de esa idea conciliar en España? ¿Hemos llevado a la práctica esos principios eclesiológicos que otorgaban igual dignidad, igual responsabilidad e igual participación a los seglares en la misión de la Iglesia? En los años siguientes al Concilio ha tenido lugar entre nosotros una extraña evolución: han desaparecido las organizaciones de seglares, responsables de la presencia del cristianismo en el mundo en la línea de la Acción Católica, y no han surgido las formas equivalentes que correspondan a la nueva estructura de la sociedad y a las nuevas acentuaciones de la Iglesia. Hay movimientos nuevos, pero son de otra naturaleza, y tienen ante sus ojos primordialmente la santificación de sus miembros, con el testimonio directo o indirecto que deriva de ella.
A partir de los años setenta se declararon poco menos que ilegítimas las «instituciones cristianas» y se propuso como un imperativo sagrado los «cristianos en las instituciones». Después de cuatro decenios se ha llevado a cabo lo primero y no estoy seguro de que hayamos logrado lo que intentaban los segundos: hacer resonar en claro y repercutir eficazmente la propuesta de verdad, sentido y eficacia que el Evangelio ofrece a la vida humana. Hemos comprobado cómo, dada la autonomía de las asociaciones, partidos e instituciones temporales, reconocida por el propio Concilio, es difícil, cuando no casi imposible, que los cristianos individuales logren una presencia eficaz dentro de ellas. Son voces sonoras, pero en el desierto, dado que el procedimiento democrático de votación y elección termina decidiendo todos los proyectos y nombramientos. El resultado es la ausencia de una palabra, acción y proyecto cristianos en el horizonte público, pese a los miles de grupos que existen dentro de la Iglesia. Hay palabras cristianas a las que se reconoce un valor testimonial, pero no trascienden los muros eclesiales dentro de los cuales se profieren y, siendo respetadas como signos, sin embargo no pasan al tejido social y al espesor de la vida común.
El resultado de esta ausencia de los seglares en la Iglesia y sociedad españolas es una extraña mudez católica respecto a los problemas que afectan a la sociedad en el orden económico, social, cultural, político. Solo emerge una voz: la de los obispos, pero estos no pueden pasar del enunciado de los principios y se quedan en generalidades, cuando no en obviedades, sin descender a las decisiones concretas, que son las eficaces. Los principios son sagrados y nunca pueden ser preteridos, pero desde ellos solos ni se ilumina inmediatamente la vida personal ni se resuelven los problemas de una sociedad. Hay que descender de las altas esferas de lo posible a las llanuras inmediatas de lo real, donde está el riesgo, pero donde está también la fecundidad. Para ello se necesita sumar los principios, los hechos y la interpretación de estos. La interpretación requiere unos saberes profesionales de historia, economía, derecho, ciencias sociales, política... que los obispos no tienen y, aunque los tuvieran, no pueden partir desde ellos. Hay un pluralismo de interpretaciones dentro de cada uno de esos campos especializados, y a la vez hay un pluralismo de soluciones entre los propios católicos, ya que no todos establecerán las mismas primacías a la hora de fijar los objetivos positivos que hay que alcanzar y las situaciones negativas que hay que superar.
Exponer los principios es tarea de los obispos; concretar los imperativos es tarea de los seglares. Cuando aquellos y estos no cumplen su misión o unos asumen las responsabilidades de los otros, entonces tenemos una distorsión de la realidad cristiana. En la Biblia ya está la diferenciación entre principios e imperativos de acción. El Antiguo Testamento distingue entre los enunciados generales de la voluntad divina, que los especialistas llaman derecho apodíctico (metanormas) y las aplicaciones hechas en el camino de la vida a la luz de la anterior revelación divina, que se van revisando, completando o sustituyendo sucesivamente (relecturas), y que llaman derecho casuístico (normas). Entre unas y otras hay una tensión permanente. Aquellas ofrecen luz general a la inteligencia; estas, en cambio, proponen acción en la vida, impulsan la voluntad, reclaman la decisión. Vivir sin principios es quedarse ciegos; vivir sin imperativos es quedarse vacíos. San Ignacio, en sus Ejercicios, exige lucidez para conocer el fin al que estamos ordenados, pero sobre todo coraje y valentía para elegir los medios que a cada uno le llevan a él. El fin es permanente; los medios son variables.
En la Iglesia española tenemos una saturación de enunciados episcopales, pero nos falta la voz de los seglares, individual y colectivamente organizados, que desde sus saberes profesionales proyecten luz sobre las situaciones concretísimas a la vez que propongan soluciones que den cauce al deber y a la capacidad de los católicos. Nos sobran principios generales y nos faltan imperativos particulares. Solo existe responsabilidad cuando se cumple una misión, y solo se cumple una misión cuando se asume la libertad y se arriesga uno en ella. En la Iglesia no hay obispos sin seglares ni seglares sin obispos. Ni el pluralismo es verdadero sin fundamentos y criterios de unidad ni la unidad se libra de la uniformación esterilizadora cuando no integra la dura y compleja pluralidad. La vida crece siempre peligrosamente; solo la muerte avanza sin riesgos. Los seglares necesitan que se les confieran la iniciativa, acción y confianza necesarias para asumir riesgos, sin los cuales nada fecundo nace: deben sentirse apoyados antes que vigilados, ayudados antes que corregidos.
Entre seglares y obispos están predicadores y teólogos, para mediar entre principios e imperativos. Unos y otros deben asumir el riesgo que toda misión lleva consigo. Y de esta no nos libera ningún régimen político ni nos descarga ningún papa. Uno recuerda lo que fue la Iglesia francesa en el siglo XX, con seglares como Blondel, Maritain, Mounier, Claudel, Rivière, Mauriac, James, Bernanos... y sus grandes instituciones educativas, culturales y sociales. En aquella Iglesia, seglares y jerarquía formaron una admirable conjunción de esperanzas y de empeños, de acción y de santidad. En España estamos ante una nueva época en la que los seglares asuman como propias la formación, primero, y la palabra a la vez que la acción, después. De los seglares son los imperativos, mientras que de la jerarquía son los principios. Solo cuando estos se conjuguen con aquellos sonará plenamente armónica la sinfonía católica.

EL POLÍTICO Y LA MONJA 7

Cuando volvemos la mirada a la historia de los hombres, nos sorprendemos de la larga marcha, del lento proceso que nos ha llevado desde la materia a la vida, desde la vida a la conciencia, desde la conciencia a la libertad y desde la libertad a su realización en las formas ejemplares, que se expresan por el heroísmo, la santidad, la creación artística, el servicio incondicional al prójimo, la espera incondicional en Dios, el martirio. Qué dura y constante tarea de forja, de tallado y gubia, ha necesitado ese busto personal del hombre para ir pasando del que los romanos llamaban el homo romanus al homo humanus y de este al homo christianus, es decir, de lo particular nacional a lo común a todos los hombres, y de esto a una realización en cercanía a lo divino tal como el mismo Dios nos lo ha hecho posible por los hombres inspirados, desde los poetas a los profetas y desde los cantores de la esperanza a los genios de la caridad.
En el mismo día me ha tocado despedir en funeral a dos personas que han sido para mí una expresión concreta de esa grandeza de lo humano que se realiza en formas bien diversas desde una misma inspiración cristiana. Las unió una misma realidad de fondo, aun cuando su expresión pública fuera tan diversa: un diputado, ponente de la Constitución española y al final vicepresidente del Congreso, Gabriel Cisneros, y una religiosa de la Asunción, Benilde, que pasó cuarenta de sus noventa y tres años con vigilante espera y atención en la portería de una casa de acogida. Conocido aquel por millones de españoles a través de los medios de comunicación; conocida esta solo por quienes habían pulsado el timbre accediendo a su puerta. Conocedores ambos de Dios y conocidos ambos por Dios.
Cuando los despedía, me rondaba en el alma una doble impresión. La primera es aquella que los grandes moralistas romanos, que fueron los educadores de Europa por su lectura permanente hasta mediados del siglo XVI, grabaron en el limpio granito de sus versos y de su prosa: Cicerón, Séneca, Plutarco. Tal convicción encontró en Horacio expresión cumbre: la ineludible tala de la muerte, que corta los altos cedros y los bajos enebros, que iguala las cumbres y los llanos. Palida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas regumque turres, «la pálida muerte tan pronto pisa pobres chozas como torres reales» (Carmina I, 4,13-14).
La otra impresión es que a ambos les unía esa esperanza que se abre al futuro absoluto y trasciende las grietas de la temporalidad. El mismo Horacio, al concluir uno de sus cantos, muestra su espera de la inmortalidad, una inmortalidad no personal, sino la de la obra bien hecha, la del monumento más duradero que el bronce. Él sella ese empeño por no agotarse con la frase, que los cristianos han asumido como expresión de la perduración personal que Dios otorga a quienes le han conocido y correspondido: Non omnis moriar, «no moriré entero» (Carmina III, 30, 6). No todo lo que soy será pasto de las llamas o se esfumará como el humo en el aire.
Una vocación política, por un lado, y una vocación monástica, por otro, tan distintas en sus formas y repercusión exterior, sin embargo son solo de algún modo absolutamente idénticas por dentro, ya que para uno y para la otra lo que contó fue la fidelidad a una misión en la Iglesia y en la sociedad, que en el fondo de su ser percibieron como un divino encargo. Esa vocación personalísima no se deriva de ningún principio general, sino de una llamada e imperativo que resuenan en nuestras concavidades interiores y que manifiestan la convergencia de nuestros deseos naturales y de la voluntad de Dios. Estamos llamados a ser aquello que en el hondón más inefable de nuestra entraña sentimos como necesario. El deseo profundo de un creyente, la orientación de sus cualidades y la voluntad de Dios coinciden. Y es esta convergencia de naturaleza propia, dinamismos históricos y gracia divina lo que funda la dignidad y alegría con que el cristiano asume su quehacer en el mundo.
Hoy quiero hacer el elogio público de la vocación política y de la grandeza de un cristiano que se decide a asumir responsabilidades en la res publica, poniendo sus capacidades y tiempo al servicio de los conciudadanos. Es el más bello tributo que puede pagar a la comunidad de la que forma parte. Y hago este elogio justamente en momentos en que «los políticos» son objeto de una depreciación o incluso de una permanente acusación de inmoralidad, codicia o insolidaridad. No ignoro esas situaciones de corrupción o de cohecho, de negligencia o de desinterés. Una sociedad que difunde la idea de que la profesión política es de entrada menos moral o que envuelve necesariamente inmoralidad es una sociedad que está colaborando directamente a la desmoralización. Los errores, delitos o fallos deben ser identificados, corregidos o castigados, pero nunca se debe extender sobre quienes ejercen esa función pública la tintura de la sospecha de corrupción, porque esta terminaría siendo eficaz y volviéndose contra ...

Índice

  1. Portadilla
  2. Prólogo
  3. Resiliencia o resistencia (15 de marzo de 2007)
  4. La prueba de la verdad (29 de junio de 2007)
  5. Educación para la ciudadanía. Balance de un debate (5 de julio de 2007)
  6. Lecturas y relecturas (23 de agosto de 2007)
  7. Entre Nietzsche y el Crucificado (10 de septiembre de 2007)
  8. Principios e imperativos (1 de octubre de 2007)
  9. El político y la monja (27 de noviembre de 2007)
  10. La debilidad de Dios (24 de diciembre de 2007)
  11. Heródoto en el aeropuerto (14 de enero de 2008)
  12. Después de Arrupe (9 de febrero de 2008)
  13. Unas pocas palabras verdaderas (3 de abril de 2008)
  14. ¿Por qué a Estados Unidos? (17 de abril de 2008)
  15. Romano Guardini en España (3 de junio de 2008)
  16. Figuras morales frente a ídolos (8 de julio de 2008)
  17. Sin cartas... (26 de agosto de 2008)
  18. Elogio y elegía por un profesor (21 de septiembre de 2008)
  19. Kolakowski o Cristianos sin Iglesia (9 de agosto de 2009)
  20. De poetas y liturgias (18 de octubre de 2009)
  21. Tres perversiones de humanidad (26 de noviembre de 2009)
  22. Signos visibles del Invisible (13 de febrero de 2010)
  23. Razón pública y sociedad libre (6 de junio de 2010)
  24. Ante el cristianismo (14 de agosto de 2010)
  25. Carmen Laforet (29 de agosto de 2010)
  26. Chile, Gottard y santa Bárbara (19 de octubre de 2010)
  27. ¿Qué Iglesia encontrará Benedicto XVI en España? (31 de octubre de 2010)
  28. Cuatro laicidades (6 de febrero de 2011)
  29. La Biblia en España (28 de febrero de 2011)
  30. Pasión de Cristo, pasión de un papa (20 de abril de 2011)
  31. Columnas y pilares (12 de junio de 2011)
  32. Teólogos, ¿para qué? (30 de junio de 2011)
  33. Caudal de esperanza (22 de agosto de 2011)
  34. Posmodernidad como alternativa (5 de noviembre de 2011)
  35. El reto y la respuesta (20 de diciembre de 2011)
  36. Tomás de Aquino, Rahner, Marx... (28 de enero de 2012)
  37. Dios, ¿un juguete roto? (29 de julio de 2012)
  38. Examen y cargo de conciencia (1 de septiembre de 2012)
  39. La Ilustración española y la Biblia (7 de octubre de 2012)
  40. Tres catolicismos (13 de noviembre de 2012)
  41. De Bach y Berlioz a Ratzinger (1 de diciembre de 2012)
  42. Entre la alegría y la melancolía (31 de diciembre de 2012)
  43. Responsabilidad, humildad, grandeza (12 de febrero de 2013)
  44. Cuatro miradas a un cónclave (10 de marzo de 2013)
  45. Un papa del Sur (14 de marzo de 2013)
  46. Palomas y corceles (16 de abril de 2013)
  47. Dilaciones y demoras (12 de mayo de 2013)
  48. Confianza o sospecha (21 de junio de 2013)
  49. La última encíclica (7 de julio de 2013)
  50. Decálogo de un extraño humanismo (1 de septiembre de 2013)
  51. Tres hechos y cuatro nombres (28 de septiembre de 2013)
  52. Alteridad y alegría (3 de noviembre de 2013)
  53. De san Ignacio a Wittgenstein (22 de diciembre de 2013)
  54. Coraje (6 de febrero de 2014)
  55. «En Ávila mis ojos...» (6 de abril de 2014)
  56. Juan XXIII y Juan Pablo II (27 de abril de 2014)
  57. Homilía en San Jerónimo el Real (20 de junio de 2014)
  58. Memoria y alabanza (27 de julio de 2014)
  59. Ante situaciones límite (1 de octubre de 2014)
  60. ¿Qué fue de la ética civil? (22 de octubre de 2014)
  61. Tres finales o tres principios (22 de diciembre de 2014)
  62. Religión y violencia (26 de mayo de 2015)
  63. Manantiales en tiempos de sequía (17 de julio de 2015)
  64. Giros en la conciencia (3 de diciembre de 2015)
  65. Tres fracturas (1 de abril de 2016)
  66. Martín Lutero (20 de noviembre de 2016)
  67. Cuatro columnas (9 de abril de 2017)
  68. Procesos y procesiones (22 de abril de 2017)
  69. Los días del odio (25 de junio de 2017)
  70. Lutero y tres antípodas (3 de septiembre de 2017)
  71. Entre la confianza y la sospecha (5 de noviembre de 2017)
  72. Soledad y compañía (28 de diciembre de 2017)
  73. Claves de lectura sugerida
  74. Índice de personas citadas
  75. Notas
  76. Contenido
  77. Créditos