Maternidades en verbo
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Maternidades en verbo

Identidades, cuerpos, estrategias, negociaciones: mujeres heterosexuales y lesbianas frente a los desafíos de maternar

  1. 324 páginas
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Maternidades en verbo

Identidades, cuerpos, estrategias, negociaciones: mujeres heterosexuales y lesbianas frente a los desafíos de maternar

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¿Qué lugar ocupa la maternidad en la trayectoria de vida de las mujeres?, ¿cómo se configuran mutuamente la maternidad y la identidad?, ¿qué estrategias son necesarias e inventadas para poder combinar la vida laboral, afectiva, parental, subjetiva?, ¿qué negociaciones existen entre las normativas y la complejidad de los anhelos individuales y colectivos?, ¿qué actores son protagonistas en este extenso entramado ecléctico y desafiante? Patricia K. N. Schwarz propone un abordaje a estas preguntas a partir del análisis de los resultados de la investigación que realizó entre 2005 y 2012 en mujeres heterosexuales y lesbianas de clase media. Se trata de un punto de partida para construir nuevos horizontes de sentido respecto de una experiencia compleja, polisémica, mutante, constitutiva desde el origen de la especie.

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Información

Año
2017
ISBN
9789876915502
Categoría
Social Sciences
Categoría
Gender Studies

CAPÍTULO 1
Acerca de los ejes centrales de análisis: subjetividad, identidad, socialización, género, maternidad

A continuación abordamos las propuestas teóricas que orientan el análisis de nuestros datos. Como desarrollamos en la introducción, esta investigación se propone analizar la relación entre las experiencias y percepciones de la maternidad en su relación con las construcciones identitarias genéricas de mujeres de clase media. La lógica de interacción entre estos dos planos de experiencia –la maternal y la identitaria– se enmarca en un contexto simbólico histórico, cultural, político-económico y geográfico. Por ello en primer lugar desarrollamos la impronta de este tiempo histórico –la modernidad tardía– en términos simbólicos, político-económicos y culturales, específicamente en lo referido a las áreas que nos convocan: la construcción de identidad, subjetividad y la ideología y experiencia maternal. Asimismo, detallamos la expresión de estos movimientos civilizatorios, en Occidente y en la clase media argentina.
Dado que el género, como lo definimos en la introducción, es un campo de la experiencia y una ideología regulatoria transversal a los procesos de significación, hemos desarrollado un apartado específico para detallar cuáles son las conceptualizaciones que retomaremos cuando analizamos las lógicas que impregnan integralmente la vida social de la cultura a la que pertenecen las mujeres estudiadas. Asimismo, en el apartado sobre identidad hacemos un desarrollo específico para la construcción de la identidad genérica, en tanto expresión de este esquema cognitivo –el género–, cuyo alcance es más abarcativo, pues tiene presencia en todas las esferas de la vida social, nutriendo así los procesos de identificación también.
A continuación de ello desarrollamos los lineamientos teóricos sobre maternidad y maternazgo, que ya han sido brevemente definidos en la introducción; y, solidariamente con este entramado teórico, en los dos apartados siguientes abordamos las dinámicas de intervención de la institución médica hegemónica, específicamente en los procesos de la maternidad y la significación del espacio público y privado, en tanto escenarios de los procesos de individuación, identificación y experiencia maternal.

La construcción de la subjetividad en la modernidad tardía

La configuración de las formas de abordar su trayectoria de vida por parte de los sujetos –y sus decisiones, emociones, percepciones, actos– es fruto de la tensión entre los grandes procesos sociales y la propia interpretación e incorporación de ellos. Por ello, para comprender el fenómeno estudiado en este trabajo, en este apartado analizamos las condiciones de producción de la subjetividad en el contexto del proceso de individualismo de la modernidad tardía. Si bien este proceso es global, también detallamos algunas particularidades argentinas.

El proyecto moderno y sus transformaciones

El advenimiento de la modernidad abre la puerta a un conjunto de transformaciones radicales en todos los campos de la vida social e individual. Algunas pistas para comenzar a comprender sus características particulares refieren a un complejo conjunto de factores políticos, económicos, tecnológicos e intelectuales. Como tendencias que abarcaron estos campos de manera integral, el movimiento político-ideológico iluminista del siglo XVIII, la Revolución Francesa y la norteamericana coadyuvaron al paso de una fundamentación de legitimación sagrada a una secular; instalaron la legitimidad de la objetividad científica, la universalidad moral y legal, la autonomía del arte, la importancia del lenguaje, la confianza en el progreso a partir de un movimiento secular. Consideraban utilizar la acumulación del conocimiento generado por individuos trabajando libremente y creativamente por la emancipación y el enriquecimiento propio y general. Además, la dominación científica de la naturaleza prometía la liberación respecto de la escasez y de los desastres naturales. También, el desarrollo de doctrinas de igualdad, libertad y fe en la inteligencia y racionalidad humana auguraba la liberación de la irracionalidad de la superstición, del mundo mitológico, religioso y del uso arbitrario del poder, así como del costado oscuro de la propia naturaleza humana. Estas transformaciones se extienden a las nuevas condiciones de producción (maquinarias, fábricas, urbanización), consumo (crecimiento de mercados masivos, publicidad) y circulación (nuevos sistemas de transporte y comunicaciones). Como afirma Ulrich Beck (1999: 9):
La pregunta reza: ¿qué es la modernidad? La respuesta es: no sólo racionalidad orientada a un fin (Max Weber), explotación del capital (Karl Marx), diferenciación funcional (Talcott Parsons, Niklas Luhmann), sino también, como complemento y en conflicto con ello, libertad política, sociedad civil. La clave de esta respuesta es que el sentido, la moral, la justicia no son magnitudes dadas de antemano a la sociedad moderna y, en cierto modo, extraterritoriales. Muy por el contrario, la modernidad cuenta en sí misma con una fuente de sentido autónoma, activa, muy antigua y, a la vez, de una gran actualidad: la libertad política. Esta libertad, sin embargo, no se agota por el uso activo, sino que, por el contrario, brota con mayor vigor y dinamismo. Modernidad significa, pues, que un mundo de seguridad tradicional se hunde y en su lugar aparece –si todo sale bien– la cultura democrática de un individualismo para todos, jurídicamente sancionado.
La reivindicación de la libertad en la vida social e individual propia de la modernidad se inscribe en relaciones de poder, por ello implicó la necesidad de la instauración de la igualdad también; pues permite evitar que los individuos limitaran la libertad mutua en el aprovechamiento de diferencias que privilegiaran las condiciones de unos sobre otros.1 Ahora bien, esta igualdad no se corresponde con el orden social, político y económico, ni natural; dado que la igualdad tampoco puede generarse solamente por medios coercitivos, artificiales; es necesaria la presencia de la fraternidad, solidaridad, para establecer a través de una suerte de contrato entre los miembros de la sociedad esa igualdad necesaria para mantener los cánones más altos de libertad posible. La sujeción al dominio de las instituciones tradicionales es reemplazada así por la sujeción a un contrato entre individuos libres e iguales para vivir en sociedad (Simmel [1917] 2002; Martuccelli, 2007). El nacimiento de la igualdad implica una apertura a la alteridad y la intercambiabilidad potencial de posiciones relacionales en la estructura social. La superioridad ya no se da por orden de la naturaleza o de la voluntad de Dios, sino que tiene que ser practicada y adquirida bajo estas condiciones.2 La era de la igualdad es la era de un diálogo forzoso entre culturas, en un sentido cotidiano, y de la profunda pérdida de seguridad que esto provoca a partir de lo inesperado, lo imprevisible, lo incontrolable. Significa, no el fin de la diferencia, sino una lucha general por su reconocimiento. Alexis de Tocqueville llama a este proceso la “era de la homogeneidad”. Heterogeneidad significa ontologización de la diferencia; homogeneidad significa el fin de las diferencias ontológicas. La era de la homogeneidad es ampliamente conciliable con las desigualdades, con diversidad, inconformismo, dominación y obediencia, pobreza y riqueza (Beck, 1999; Martuccelli, 2007). La doctrina de la libertad y de la igualdad es la base de la libre competencia, mientras que la de las personalidades diferenciadas es la base de la división del trabajo (Simmel [1917] 2002).
Así constituido, el modernismo parte de un criterio positivista, tecnocrático, racionalista, con una creencia en el progreso lineal, en las verdades absolutas, con un planeamiento racional del orden social ideal y una estandarización de los conocimientos y de la producción. La modernidad une a toda la humanidad, de modo paradójico, pues a la vez la desune; la derrama en un torbellino de desintegración y renovación, de lucha y contradicción, de ambigüedades y angustias. Lo único seguro en la modernidad es su inseguridad, su inclinación al caos totalizador. Lo moderno encierra un sentido de lo efímero, fugaz, fragmentario y contingente. El espíritu moderno no respeta su propio pasado, su misma condición de transitoriedad hace difícil preservar un sentido de continuidad histórica. El significado de la historia, en este marco, debe ser interpretado desde el cambio permanente y desde las interminables rupturas y fragmentaciones consigo misma (Harvey, 1990; Beck, 1999).
La modernidad fordista se caracteriza por la economía de escala, intervencionismo, industrialización, división detallada del trabajo, trabajo especializado, ética laboral protestante, producción masiva, capital monopólico, concentración de capitales, capital productivo. Un sentimiento de paranoia (por la no concreción del bienestar esperado para el futuro), alienación, preponderancia de la ética, universalismo, internacionalismo, materialismo, relativización del espacio, reproducción mecánica, un imaginario falocéntrico, importancia de la función y la representación, originalidad, autoridad, vanguardismo, centralización, racionalidad técnico-científica, totalización, síntesis, gestión operativa, tareas únicas. Liberación de los preceptos de las instituciones tradicionales, paso de la comunidad a la sociedad. Una presencia importante del poder del Estado, el desarrollo de sindicatos, del Estado de bienestar, del mercado financiero, de trabajadores de cuello azul, de la negociación colectiva y de la política de clase (Harvey, 1990; Martuccelli, 2007).
En medio de los procesos de transformación, regeneración y declinación de las instituciones y relativización de su autoridad, existe una que es constitutiva de los individuos, las sociedades y comunidades y de la modernidad: el lenguaje. Éste es creador del mundo y del yo, es el poder que abre el espacio de la sociedad humana como espacio político. El lenguaje representa la institución de las instituciones, una metainstitución política por antonomasia. Su poder radica no sólo en la coacción, sino que el lenguaje está también en condiciones de liberar de las propias jaulas del lenguaje. Si lenguaje y realidad no sólo se vuelven indiscernibles sino que también conjuntos de relaciones y conexiones son configurados en el lenguaje, entonces el motivo de la veneración se convierte en ley interna de la acción lingüística (Butler y Laclau, 1999; Harvey, 1990; Spivak, 2011). De este modo, para transformar el lenguaje es necesario reconfigurar, conforme a reglas, el propio sistema histórico de reglas del cual han provenido los significados. En el marco del reconocimiento de las diferencias, el desafío actual es construir un lenguaje global en el diálogo de las culturas, con apertura a escala mundial de sus lenguajes, pues, de lo contrario éste funciona como dispositivo de marginación y desempoderamiento (Beck, 1999; Baricco, 2008; Spivak, 2011). La preocupación por la otredad y su emergencia en la diferencia en la subjetividad se manifiesta en el desarrollo de la teoría y la política feministas, en literatura, cine, arte plástico, entre otros. Aquí se presenta el problema de la traducción de esas voces, es decir, para aceptar la fragmentación, el pluralismo y la autenticidad de otras voces se debe resolver el problema de la comunicación, pues, el conocimiento puede ser codificado de múltiples maneras, algunas más accesibles que otras. La construcción de este nuevo lenguaje hegemónico, inclusivo e instituyente se somete a relaciones de poder (Butler y Laclau, 1999; Harvey, 1990; Spivak, 2011).
Según Celia Amorós (1999), el ideal a perseguir en una relación de homologación bajo un mismo parámetro, con las mismas jerarquías, es la equifonía –discursos con igual credibilidad–, equipotencia –sujetos con la misma capacidad de acción– e igualdad entre sujetos con identidades discernibles.
Judith Butler y Ernesto Laclau (1999) opinarán que la proliferación de diferencias garantizaría una mayor igualdad, entendida en los términos antedichos. Aun así, la igualdad con inclusión absoluta se propone como inviable, pues partiendo de la noción de insuturabilidad de las identidades, considerándolas nunca acabadas, en permanente construcción, no es posible incluir algo que no está definido aún. La exclusión es parte del proceso de construcción de una identidad. Lo abyecto, lo excluido, es parte constitutiva de lo legítimo, lo incluido (Butler, 2002). Ocurre que el límite entre lo excluido y lo incluido en una identidad nunca está acabado, nunca termina de definirse en el juego de las diferencias. Ernesto Laclau (en Butler y Laclau, 1999: 125) afirma a este respecto:
Los límites son imposibles. Todo aquí gira en torno a este objeto efímero, el límite, que es algo como la presencia de una ausencia. O, en términos kantianos, un objeto que se muestra mediante la imposibilidad de una representación adecuada. Ahora bien, yo considero que si bien este límite es imposible pero también necesario, de una manera o de otra tendrá que entrar en el campo de la representación. Pero dado que es necesario y también imposible, su representación será constitutivamente inadecuada. Una diferencia específica dentro de los límites siempre tendrá que asumir la función de límite y así fijar (encerrar dentro de sí) un contexto transitorio. Esta relación fijeza-no fijeza, mediante la cual un contenido óntico asume la función ontológica de constituir un contenido transitorio, es lo que llamo una relación hegemónica. Implica la crítica derrideana de los límites, pero intenta prolongarla con una noción de la dialéctica entre imposibilidad y necesidad que hace posible la construcción de contextos hegemónicos.
El fracaso de cualquier formación acabada de sujeto es un efecto de su iterabilidad, de tener que formarse en el tiempo una y otra vez. Las formas hegemónicas de poder revelan su propia fragilidad en la operación misma de su iterabilidad. En la iteración se da un doble proceso: repetición y desplazamiento de significado (Butler y Laclau, 1999). La dificultad contra-hegemónica de lo femenino como oprimido es que, como ocurre en otros planos, el dominador instala su lógica discursiva y el oprimido sólo cuenta con las herramientas simbólicas del dominador. Es decir, el oprimido no se puede significar como tal. Por eso para el feminismo “conceptualizar” es siempre “politizar” (Amorós, 1999; Butler y Laclau, 1999; Spivak, 2011).
El ámbito del lenguaje y la comunicación es pertinente a toda la vida social misma, sin embargo, existen novedades históricas que han intervenido en las relaciones comunicacionales a nivel global de manera específica y transversal. La aparición del teléfono, el telégrafo, la bicicleta, el automóvil, el avión, el cine, la televisión, la expansión de las vías de ferrocarril, entre otros, alteraron la percepción del tiempo-espacio. Algunos de estos elementos incluso conectan la vida pública con la vida privada irrumpiendo en los hogares. El desarrollo de las comunicaciones relativizó la noción de espacio y volvió más veloces y fragmentados los intercambios interpersonales, a la vez que generó ansiedad por la estrecha proximidad que suponía en la relación entre los individuos. Este proceso, asimismo, diferenció a aquellos que podían acceder a estas tecnologías de quienes no podían hacerlo, contribuyendo al control social y la diferenciación de clase.
A pesar de estas características comunes, dentro de la sociedad moderna convivían diferentes sentidos del tiempo-espacio. En lo referido a la concepción del tiempo, la repetición cíclica de eventos, tales como las prácticas rutinarias de la vida cotidiana organizadas según el tiempo de producción industrial, que coordina tareas al compás de la exactitud del reloj, proveen certidumbre en un mundo en el que, a pesar de la confianza en el progreso, éste se encuentra en un futuro desconocido; la percepción de una condición cíclica del tiempo como fenómeno natural, que también sostiene la fe en el progreso, considerando que los momentos de depresión, recesión o guerra son su contrapunto necesario. También las expresiones artísticas coadyuvan al propósito moderno de defenderse del “terror al paso del tiempo”. El lenguaje de la belleza es el lenguaje de una realidad sin tiempo. Crear un objeto bello es conectar tiempo y eternidad, y de este modo se nos libera de la tiranía del paso del tiempo. Coherente con el proyecto modernista primigenio de descubrir y crear un sistema de verdades eternas, la modernidad no da lugar a la historia, ni al paso del tiempo en su percepción de la realidad. En lo referido al espacio, los sistemas de representación son un tipo de espacialización en los que automáticamente se congela el flujo de la experiencia y de esta manera se altera lo que quería representar. El desarrollo de la arquitectura también implica un tipo de domesticación del espacio. El espacio de individuación conforma la identidad, así, la conformación de un espacio propio es parte de la construcción de la propia identidad en la modernidad (Harvey, 1990).
Así, el orden simbólico mediante el que significamos el tiempo-espacio provee un marco de experiencia que permite incorporar las prescripciones de prácticas, sentimientos e identidades. Esto es particularmente visible en la división sexual del trabajo y la socialización de los sujetos en diferentes roles. Aun así, queda lugar para la transformación, pues la producción de significados es un proceso dinámico y cambiante, sobre todo en un mundo efímero y fragmentado. Las prácticas sociales invocan mitos y reactualizan constantemente representaciones espacio-temporales, un ingrediente ideológico esencial para la reproducción social...

Índice

  1. Cubierta
  2. Acerca de este libro
  3. Portada
  4. Dedicatoria
  5. Agradecimientos
  6. Prólogo
  7. Introducción
  8. Capítulo 1. Acerca de los ejes centrales de análisis: subjetividad, identidad, socialización, género, maternidad
  9. Capítulo 2. Socialización de género en la trayectoria de las mujeres
  10. Capítulo 3. Identidad genérica y maternidad
  11. Capítulo 4. La maternidad en acción
  12. Capítulo 5. El día tiene veinticuatro horas: maternazgo y construcción de la identidad individual
  13. Capítulo 6. Un nuevo escenario para el proyecto y la práctica de las maternidades: la Ley de Matrimonio Igualitario y las maternidades lesbianas
  14. Epílogo
  15. Comentarios finales
  16. Anexo
  17. Bibliografía
  18. Créditos