El fabricante de peinetas
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El fabricante de peinetas

Último romance de María Antonia Bolívar

  1. 224 páginas
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El fabricante de peinetas

Último romance de María Antonia Bolívar

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"Una señora de 57 años tiene un romance con un joven de 22. Cuando el amorío se complica, ella lo acusa de haberle robado un montón de dinero. La denuncia prospera, se entabla un juicio, comienzan las averiguaciones y salen al descubierto las cartas privadas que ella le escribió a él. Lo relatado ocurre en Caracas en 1836 y se convierte en chisme y comidilla de la ciudad por una razón muy sencilla: la señora en cuestión es María Antonia Bolívar, la hermana del Libertador, mientras que el presunto ladrón y depositario de su afecto es un joven humilde llamado José Ignacio Padrón, quien se gana la vida fabricando peinetas.A través de cada uno de los personajes que forman parte de esta historia, es posible conocer las mudanzas ocurridas en nuestra sociedad. El desarrollo del juicio, las declaraciones de los testigos, la actuación de los abogados, las respuestas y desplantes de María Antonia, la actitud del juez, el desenlace del episodio, nos acercan a los difíciles años que siguieron a la guerra de independencia justo cuando comenzaba el largo y complejo camino de construir la Venezuela republicana."

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Información

Año
2016
ISBN
9788416687053

Fabricante de peinetas

En 1814, José Ignacio Padrón vino al mundo, precisamente en el momento más cruento y violento de la guerra de independencia, calificado por muchos historiadores como el «año terrible». En julio de 1814, el año que nació Padrón, las tropas de José Tomás Boves tomaron la ciudad de Caracas, poniendo fin al segundo ensayo republicano. Uno de los resultados más dramáticos de esta derrota fue la emigración a oriente, de la cual hay elocuentes descripciones y también un famoso mural elaborado por el pintor Tito Salas, ubicado en la casa natal del Libertador.
Menos de un año había transcurrido desde que Simón Bolívar ocupó Caracas, luego de concluir exitosamente su Campaña Admirable. Poco tiempo antes, había sancionado su célebre y feroz Decreto de Guerra a Muerte, con lo cual justificaba el exterminio y aniquilación de los contrarios, contribuyendo a la exacerbación del conflicto.
Al comenzar el año 1814, en febrero, el propio Bolívar, dando fiel cumplimiento a su decreto, ordenó el ajusticiamiento de los prisioneros que se encontraban en los calabozos de La Guaira y Puerto Cabello. La intervención del arzobispo de Caracas, Narciso Coll y Prat, quien procuró disuadirlo, no tuvo ningún efecto. La respuesta de Bolívar al prelado fue contundente: «uno menos que exista de tales monstruos es uno menos que ha inmolado o inmolará centenares de víctimas. El enemigo, viéndonos inexorables, al menos sabrá que pagará irremisiblemente sus atrocidades y no tendrá la impunidad que lo aliente». Así lo expuso en una carta fechada el 8 de febrero de 1814.
El testimonio de Tomás Surroca, oficial del bando contrario, permite conocer cuál fue la reacción de José Tomás Boves cuando se enteró de la muerte de 1.700 prisioneros, por órdenes del Libertador. Inmediatamente mandó a colocar en su estandarte negro una calavera con dos brazos cruzados, como la utilizada por los piratas, acompañada del lema: «Vencer o morir».
El año 14 no comenzó de manera halagüeña. Los ejércitos realistas avanzaron en dirección al centro de forma exitosa y constante. Se combatió en San Mateo, La Puerta, La Victoria, Calabozo, Valencia, San Carlos, Villa de Cura, Ocumare, hasta llegar al pueblo de El Valle, muy cerca de Caracas. En vano se intentó defender la capital: se cavaron fosos, se levantaron baluartes, se hizo acopio de alimentos, pertrechos y agua en el convento de San Francisco, a fin de resistir el asedio del enemigo. No obstante, ante la inminencia de una pavorosa derrota y frente a la amenaza de una cruel y violenta represalia contra los partidarios de la República, la resolución fue desalojar la ciudad. En la tarde del 6 de julio y al día siguiente, la emigración salió hacia Chacao, y de allí a Guarenas por el camino de Petare en dirección a las selvas de Capaya, buscando llegar a Barcelona.
Así narra el oficial patriota José de Austria, en su libro Bosquejo de la Historia Militar de Venezuela, lo que significó el abandono de la capital:
«En vano fueron los repetidos sacrificios que los caraqueños hicieron para salvar sus templos, sus hogares, el suelo en que nacieron de los impíos ultrajes de la barbarie: los tiranos empapados en sangre humana, pasearon sus calles, y a nombre del rey de España consumaron el sacrificio de una población entera que, aterrada buscó asilo en los fragosos caminos, en las selvas y en los mares, adonde huyó del feroz cuchillo de los asesinos. Los ancianos, las más honestas y delicadas niñas, tiernas criaturas, numerosas y respetables familias, en fin, abandonaron su patria querida, porque la dominación española se había anunciado por todas partes con el incendio y la devastación. La ciudad quedó desierta, y el pabellón español flameó sobre la tumba del patriotismo.»
La emigración ha sido descrita numerosas veces, por diferentes autores, como una travesía de horror. Una población entera, sin otros recursos que lo que podían cargar consigo, caminando por senderos farragosos, cuando los había, asediada por el enemigo, las fieras, el hambre, la falta de agua, la escasez de alimentos, el miedo, la oscuridad, la lluvia, la incertidumbre, sin un rumbo claro y sin saber qué les esperaba, día tras día.
Francisco Javier Yanes, testigo presencial de los hechos y partidario rotundo de la causa republicana –fue miembro del Congreso Constituyente de 1811 y firmante de la declaración de la independencia y de la Constitución de 1811– narra de manera elocuente el pavor que se apoderó de los habitantes de Caracas y el espantoso desenlace padecido por quienes se vieron obligados a salir de la ciudad. Así está descrito en su libro Relación documentada de los principales sucesos ocurridos en Venezuela desde que se declaró estado independiente hasta el año de 1821:
«Los heridos y enfermos salieron de los hospitales arrastrándose resueltos a morir en los caminos, antes que esperar a un enemigo feroz y brutal. Los alaridos de estos, los gemidos y clamores de las mujeres y los niños, causaban tal confusión y aturdimiento que nadie se entendía ni atinaba con la ruta que debían seguir, olvidándose de llevar aun lo más preciso para cubrir sus cuerpos y conservar la vida. Sobre veinte mil personas salieron de la capital y de sus inmediaciones desprevenidas para tan ardua empresa; y así es que al fin perecieron las tres cuartas partes a impulsos del hambre, de la desnudez, de la sed, del cansancio y de la fiebre intermitente, pues en los barrizales de la montaña de Capaya, en los arenales de Unare y Tacarigua y en los climas malsanos de Barcelona, hallaron su sepultura, tanto el hombre robusto, como las personas delicadas del bello sexo.»
Es difícil afirmar que fueron efectivamente más de 20.000 personas las que abandonaron la ciudad y que tres cuartas partes no sobrevivieron. Pero, sin duda, se trató de una emigración masiva durante la cual hubo un número importante de muertos, muy complicado de precisar con exactitud.
Si consideramos como válidas las cifras que ofrece José Domingo Díaz en la Gaceta de Caracas del 21 de mayo de 1817, entre los años 1810 y 1816 hubo una significativa disminución de la población. Díaz afirma que en 1810 había 31.813 habitantes y que, en 1816, eran solamente 20.408.
Un estudio demográfico, publicado en la revista Tiempo y Espacio el año 1988 por la historiadora Lila Mago, arroja una estimación bastante cercana a las cifras que ofreció Díaz en su momento. El estudio citado se hizo a partir de la revisión de las matrículas parroquiales de Caracas entre los años 1754 y 1820 y, de acuerdo con esta fuente, de 1811 a 1815, la población de Caracas se redujo en 10.918 habitantes.
Esta disminución tiene que ver con muchos aspectos. Uno de ellos fue, nada más y nada menos que el terremoto de 1812, en el cual perdieron la vida cerca de 2.500 personas según los cálculos hechos por Rogelio Altez en su libro El desastre de 1812 en Venezuela. A esta cifra deben añadirse los que abandonaron la ciudad producto de la guerra en los años 1812 y 1813 y, por supuesto, quienes salieron en la emigración a oriente el año de 1814 y nunca volvieron, porque fallecieron o porque tomaron otro rumbo.
Fue, pues, en medio de estos años terribles de muerte y desolación que María Josefa Higuera dio a luz a su hijo, José Ignacio Padrón. Uno de los aspectos que nos dispusimos a averiguar fue si José Ignacio Padrón nació antes, durante o después de la emigración a oriente, en el caso, claro está, de que hubiese nacido en Caracas.
La única manera de precisarlo era tratando de conseguir su partida de bautismo. Algo bastante improbable. Sin embargo, con este propósito nos dirigimos al Archivo Arquidiocesano de Caracas para ver si, por casualidad, teníamos la inmensa suerte de conseguir esta información.
En este archivo, para la época en que se supone que nació José Ignacio Padrón, solamente se encuentran los libros de bautismo de tres parroquias: San Pablo, Chacao y Candelaria. De manera que, para conseguir el dato que estábamos buscando, resultaba fundamental que María Josefa Higuera hubiese bautizado a su hijo en una de estas tres parroquias.
Nos ocupamos entonces de revisar, página por página, todos los libros de bautismo de las tres parroquias aludidas. De la parroquia San Pablo, el tomo 19, correspondiente al libro 10.º de bautismos de pardos y morenos libres, años 1811-1816 y también el libro 9.º de bautismos de blancos para esos mismos años. De la parroquia Candelaria, el libro 6, de los años 1803-1818, en el cual se encuentran las partidas de bautismo de negros, pardos y demás castas libres y el libro 4.º de bautismos de blancos entre los años 1803-1821. De la parroquia San José de Chacao los libros 1 y 3, años 1792-1816, que contienen los certificados de bautismo de pardos, negros, indios y esclavos; y el libro 4, años 1789-1821, con las partidas de los blancos.
En ninguno de ellos apareció la partida de bautismo de José Ignacio Padrón. Sin embargo, la revisión detallada de los libros permitió constatar la significativa disminución de partidas de bautismo que hubo en el segundo semestre de 1814, justo cuando ocurre la emigración a oriente, y cómo esta disminución se prolonga al año siguiente. El cuadro que colocamos a continuación da cuenta de esta información.
Partidas de bautismo por parroquia. Caracas 1811-1815
1811 1812 1813 1814
1.er Sem.
1814
2.er Sem.
1815
1.er Sem.
1815
2.er Sem.
San Pablo 92 88 110 102 42 37 66
Candelaria - - 166 88 30 24 23
Chacao - - 47 51 16 8 33
Fuente: Archivo Arquidiocesano, Libros de bautismo.
Parroquias: San Pablo, Candelaria y Chacao.
Elaboración propia.
Los números que aquí se presentan demuestran que, en efecto, hubo un éxodo importante de población, el cual se expresa de manera directa en la visible y contundente disminución de partidas de bautismo y, por tanto, en el bajo número de nacimientos que se produjo en Caracas durante el segundo semestre de 1814 y los primeros meses de 1815.
Volviendo a José Ignacio y su mamá, caben varias posibilidades. La primera, que María Josefa hub...

Índice

  1. El comienzo de esta historia
  2. Fabricante de peinetas
  3. Un mozo pobre y miserable
  4. Entre sirvientes, pulperos y dependientes
  5. Es un buen hombre Padrón
  6. Un convenio privado entre los dos
  7. Es absolutamente falso
  8. Padrón es inocente
  9. Sola, triste y desamparada
  10. Las cartas
  11. Fuentes
  12. Bibliografía
  13. Créditos