1968. Queremos otro mundo, y lo queremos ¡ahora!
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1968. Queremos otro mundo, y lo queremos ¡ahora!

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1968. Queremos otro mundo, y lo queremos ¡ahora!

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Para entender qué pasó y por qué paso un año en el que nos atrevimos a soñar. En el 50º aniversario de mayo del 68, el sociólogo Juan María González-Anleo vuelve la vista atrás para comprender lo que sucedió entonces, y sobre todo por qué sucedió. Lo hace desde la honestidad de quien todavía no había nacido en esa época pero que ha investigado con rigor y profusión. Y llega a la conclusión de que "¡nos han robado 1968!". Lo han robado, dice, porque lo que entonces se reclamaba sigue siendo una poderosa invitación a soñar: "¡Sed realistas, pedid lo imposible!". "Este libro está escrito para un chico de 14 años que ha oído hablar del 68 y que se le han abierto mucho los ojos, pero que no sabe por dónde empezar".

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Información

Editorial
PPC Editorial
Año
2019
ISBN
9788428833684
Categoría
Histoire
1

EL GRAN CALDERO DE BRUJAS

No me vengas otra vez con esa vieja canción...
We shall overcome.
We shall overcome.
We shall overcome
some day.
Deep in my heart
I do believe
that we shall overcome
some day.
And we’ll walk hand in hand,
we’ll walk hand in hand,
we’ll walk hand in hand
one day.
Deep in my heart
I do believe
that we’ll walk hand in hand
one day...
SEEGER / HORTON / HAMILTON / CARAWAN
Muchos años antes de que emergiese el Movimiento por los Derechos Civiles, el afluente más antiguo y caudaloso del 68 norteamericano, la canción We shall overcome ya brillaba con luz propia dentro del repertorio imprescindible en cualquier reunión, mitin o marcha como la canción protesta de referencia de la población negra en todo el país.
Cuando Peter Seeger, uno de los músicos «incontratables» más famosos de toda América por sus inclinaciones marcadamente izquierdistas, conoció la canción en una visita a la Highlander Folk School de Tennessee, esta había recorrido ya un largo camino: desde su forma embrionaria como una simple melodía en la Europa del siglo XVIII hasta las plantaciones sureñas, de ahí a las iglesias baptistas y metodistas, adaptándose y fusionándose con otra canción góspel, I will overcome someday, convirtiéndose así, por primera vez, en la canción protesta en la proclama de los huelguistas negros de la fábrica de American Tobacco en Charleston, Carolina del Sur, en 1945. En ese momento, y de acuerdo con la conocida máxima de Albert Camus, «yo me rebelo, luego nosotros somos» 1, el I se transforma definitivamente en We. Acababa de nacer un auténtico himno revolucionario 2 y, sin duda, uno de los mejores ejemplos del poder que la música puede tener en la conciencia revolucionaria no solamente de grandes colectivos, sino también en la de los individuos 3.
A Peter Seeger sencillamente le había fascinado la canción y comienza a cantarla fuera de los círculos en los que ya era frecuente, convirtiéndose así en el responsable de que se popularizase en festivales y campus universitarios a comienzos de los sesenta, algo que también haría con Guantanamera apenas unos años después ya no solo en Estados Unidos, sino en el resto del mundo.
We shall overcome, sin embargo, no tuvo la suerte de Guantanamera. Cuando Joan Báez la interpreta en 1969, en Woodstock, la canción era ya una reliquia, una especie de nana alojada en el inconsciente colectivo del casi medio millón de jovencitos barbilampiños que lo presenciaron. ¿Qué había hecho envejecer tanto el que fue un himno revolucionario tan importante durante décadas, grabado apenas seis años antes de que Joan Báez la interpretase en Woodstock? No hay una sola razón que explique este rápido envejecimiento. Hay que tener en cuenta, por lo menos, tres factores para comprender en toda su profundidad lo que sucedió en los años que precedieron a 1968 y que desembocaron en aquel año mágico.
En primer lugar, We shall overcome estaba cargada de toda la energía que le había imprimido la vieja izquierda y resultaba difícil escucharla sin recordar el varapalo que esta había sufrido no solamente en Estados Unidos, sino en todo el mundo después de que el secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, Nikita Kruschev, denunciase en su famoso «discurso secreto», a principios de 1966, los horrores de las campañas de los juicios-farsa y las brutales purgas promovidas por Stalin dos décadas antes, en la «era estalinista». El viejo mito creado del comunismo soviético como paraíso de igualdad y justicia, que la vieja izquierda había tratado de promover en el mundo entero, ya había caído hecho pedazos.
El segundo factor es que la canción protesta había sufrido su propia revolución desde la aparición de Joan Báez, Bob Dylan y Nina Simone, entre otros. La grabación del primer y realmente último disco de canción protesta de Dylan, The Freewheelin’ Bob Dylan, supuso un auténtico terremoto tanto en el plano musical como, en concreto, en la forma de concebir esta corriente musical. La cantidad y calidad por cada surco del vinilo es tal que difícilmente puede compararse con la mayoría de los discos de la década. La grabación de este disco coincide, además, con la publicación del primer LP de los Beatles, Please, Please me, inaugurándose así ese año, el mismo en el que Peter Seeger grababa oficialmente We shall overcome, una nueva y definitiva corriente musical que muchos autores consideran el nuevo lenguaje de toda una generación, inaccesible para los adultos, su seña de identidad por excelencia, algo que aún jamás había sucedido en toda la historia con la juventud.
The Freewheelin’ Bob Dylan, sin embargo, no solamente será un disco de una increíble calidad musical, sino que además fue pionero a la hora de expresar, como aún no se había conseguido, el espíritu de la nueva década. Lo logra con canciones como Blowin in the wind, probablemente el himno más coreado del 68, así como Masters of war, canciones con un lenguaje que plasmaba, mucho más allá del desencanto y de la utopía, la profunda rabia frente a un mundo profundamente injusto que, a pesar de dos guerras mundiales, los adultos, o no estaban interesados en cambiar o eran totalmente impotentes para hacerlo. La fuerza de la letra de la última de estas canciones, Masters of war, en este sentido, es absolutamente incomparable con cualquier canción protesta anterior:
[...] You might say that I’m young
You might say I’m unlearned
but there’s one thing I know
though I’m younger than you
that even Jesus would never
forgive what you do.
Let me ask you one question
Is your money that good?
Will it buy you forgiveness?
Do you think that it could?
I think you will find
when your death takes its toll
all the money you made
will never buy back your soul.
And I hope that you die
and your death will come soon
I’ll follow your casket
on a pale afternoon.
I’ll watch while you’re lowered
down to your deathbed
and I’ll stand over your grave
‘til I’m sure that you’re dead.
La paciencia estaba llegando a su fin. Esa es precisamente la tercera y última razón por la que We shall overcome era ya una vieja, viejísima canción a finales de los sesenta. La mecha de 1968 ya se había encendido en 1963, en Berkeley, con las revueltas de los estudiantes en defensa de los derechos civiles y contra la guerra. Nadie lo sabía entonces, y desde luego nadie podía ni imaginarse en aquel momento ni la envergadura ni la virulencia de la carga explosiva al final de esa mecha, pero todo había empezado ya, y pocos querían seguir esperando pacientemente ese someday con el que termina todas y cada una de sus estrofas. «No creo que cantando vayamos a lograr nada», rugió Malcolm X en un mitin celebrado en Harlem en 1964; «si consigues un calibre 45 y te pones a cantar We shall overcome, estaré contigo». Más clara aún fue la escritora Lillian Hellman, que le reprochó al propio Seeger a la cara: «¿Qué clase de canción remilgada e insípida es esa? Siempre fantaseando con algún día, algúuuuuuuun día... ¡hace dos mil años que escuchamos lo mismo!» 4.
A partir de este momento, ese espíritu de hastío, de rebeldía y, sobre todo, de urgencia, solamente tuvo que completar su maduración hasta llegar a las puertas del 68, cuando un semidiós salvaje de pelo largo y mirada de animal herido llamado Jim Morrison aulló a pleno pulmón la consigna definitiva de toda aquella generación en la canción When the music is over:
We want the world
and we want it...
... NOW!
El caldero empieza a burbujear
Todos los acontecimientos de la historia y del presente, todo cuanto sucedía en el mundo,
parecía estar directamente relacionado con uno mismo. Uno entablaba entonces diálogo con
todos los rebeldes de todos los tiempos y todos los continentes, razas, lenguas, culturas.
GERD KOENEN, La pocilga de los mil años
Se dice que 1968 fue un año que nadie había previsto. No seré yo precisamente quien diga que podía preverse, en especial cuando biográficamente solo tengo en común con aquella generación el año de su defunción oficial, 1973. Sin embargo, sí pueden verse con claridad unas cuantas de las razones por las que todo aquello no se vio venir, y trataré de desgranarlas a lo largo de este primer capítulo.
La primera de ellas creo ...

Índice

  1. Portadilla
  2. Dedicatoria
  3. Citas
  4. Agradecimientos
  5. Introducción. «Sed realistas, pedid lo imposible»
  6. 1. El gran caldero de brujas
  7. 2. No te fíes de nadie mayor de treinta años
  8. 3. Focos que iluminaron el mundo
  9. 4. Utopía después de Auschwitz
  10. 5. Sexodrogasyrock’n’roll
  11. Epílogo. La revolución sí será televisada
  12. Relación de textos
  13. Notas
  14. Contenido
  15. Créditos