1. Universidad y objetivos de desarrollo sostenible
El futuro del mundo depende del futuro de la educación.
(Global Citizen, @GlblCtzn)
En septiembre del año 2000, en la Cumbre del Milenio de las Naciones Unidas, los líderes del mundo convinieron en establecer ocho objetivos y 19 metas mensurables que comprometían a los diferentes países participantes en cuestiones de derechos humanos, ecología, educación… Se conocieron como los «objetivos del milenio». Uno de ellos, el objetivo número 2, estaba relacionado con la educación y se centraba en «lograr la enseñanza primaria universal».
También en el año 2000, en la Conferencia de Dakar se utilizó por primera vez el término educación inclusiva en uno de los seis marcos de acción que allí se refrendaron (Unesco, 2000). Ese mismo año, en Reino Unido se edita por primera vez el Index for inclusion, fruto de una investigación llevada a cabo por los profesores universitarios Tony Booth y Mel Ainscow. En 2015 se publica ya renovada su tercera edición, cuya guía es actualmente un referente para el desarrollo de centros garantes para la inclusión (Booth y Ainscow, 2015).
El 13 de diciembre de 2006, en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, se aprobó la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad (CDPD) y su protocolo facultativo. Este documento constituye un cambio de paradigma en la discapacidad, contemplándola ahora desde un modelo social, no médico y rehabilitador, como se venía haciendo hasta entonces. Es necesario, por lo tanto, modificar los contextos, eliminar barreras e introducir ajustes, ofrecer apoyos y garantizar recursos para que las personas con discapacidad puedan ejercer de forma efectiva todos sus derechos humanos y libertades fundamentales en igualdad de condiciones, puesto que las interacciones con el contexto determinan la discapacidad. El artículo 24 de esta convención está centrado en el derecho a la educación inclusiva. Y en uno de sus apartados se establece la obligatoriedad de realizar ajustes razonables para las personas con discapacidad que accedan a la educación superior; este acceso debe realizarse sin discriminación y en igualdad de condiciones.
Nueve años más tarde, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) aprobó la agenda 2030 sobre el desarrollo sostenible. Líderes mundiales se comprometieron con 17 objetivos y 169 metas asociadas a ellos; los nuevos objetivos se basaban en los «objetivos del milenio», con prioridades en el cambio climático, en la consolidación de la paz, la erradicación de la pobreza, la abolición de las desigualdades sociales y económicas, la igualdad de la mujer, la educación o el diseño de nuestras ciudades; lo cual constituye una verdadera agenda inclusiva. En esta ocasión, a estos objetivos se les conoce como «objetivos de desarrollo sostenible» y representan, en palabras de la ONU, «un camino hacia el desarrollo sostenible en el que la acción común y la innovación son clave».
Uno de estos objetivos de desarrollo sostenible (ODS), el número 4, se relaciona con la educación.
Objetivo 4: Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad, y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida a todos.
Este objetivo cambia con respecto al formulado en los albores del siglo XXI. No solo enfatiza el derecho a la educación, como se hacía con el objetivo del milenio, sino en el derecho a la educación, garantizando ahora la equidad y la calidad en la misma.
La Agenda 2030 es un plan que invita a la acción, una acción a favor de las personas, del planeta y de la prosperidad. Es un plan basado en la consecución de los derechos humanos de todas las personas, un plan que habla de igualdad, de empoderamiento, de justicia.
En el Marco de acción para la realización del objetivo de desarrollo sostenible 4 (Unesco, 2016) se desarrollan los enfoques estratégicos, metas e indicadores del objetivo, y se considera como elemento fundamental una calidad de la educación «que permita obtener resultados de aprendizaje pertinentes, equitativos y eficaces en todos los niveles y entornos».
En el mismo documento se establecen aspectos relacionados con la educación universitaria, al referirse también este objetivo a las posibilidades de aprendizaje a lo largo de la vida para los jóvenes y los adultos, e incluso se concreta el papel que desempeñan las universidades para estimular el pensamiento crítico y creativo en los ciudadanos. Aspectos que se resaltan en la función básica de la creación de conocimientos que favorecen el desarrollo social, cultural, ecológico y económico, así como el desarrollo de capacidades analíticas y creativas que permitan encontrar soluciones mundiales.
Las universidades están presentes en la Agenda 2030 con compromisos capaces de garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad. Para ofrecer oportunidades de aprendizaje a lo largo de la vida es necesario repensar la educación con propuestas basadas en la tecnología, en la educación a distancia, en la educación de adultos, en la formación no solo inicial, sino también permanente, que abarque el aprendizaje formal, no formal e informal de las personas de todas las edades, y preste especial atención a los grupos más vulnerables.
Grané y Forés (2019) explican el mundo VICA para describir el mundo actual, un mundo volatil, lleno de incertidumbre, complejo y ambigüo. En este contexto actual, ¿es necesario replantear la educación universitaria hacia un bien común mundial? «Ante los peligros del mundo VICA, las personas deben poseer una mezcla de visión, comprensión, claridad y agilidad» (Grané y Forés, 2019: 138). ¿Prepara la Universidad para ello? ¿Debe hacerlo? ¿Cómo? ¿Contribuirá con ello al desarrollo sostenible? Estas y otras cuestiones permiten replantear la educación y serán objeto de estudio a lo largo del libro.
Este mundo VICA se sitúa en un contexto actual de profundos cambios tecnológicos, económicos, ambientales y sociales, que nos lleva a reconceptualizar la educación universitaria y a considerarla como un bien común que debe promover y ampliar el acceso, la igualdad, la calidad y la pertinencia. En este momento, la educación resulta un elemento fundamental para alcanzar los otros objetivos de desarrollo sostenible, puesto que sin educación no hay desarrollo posterior. Y en este mundo cada vez más interconectado, nuevos retos se unen a los ya conocidos; nuevos retos como la digitalización, el cambio climático, nuevas y viejas formas de violencia, migraciones forzadas, globalidad; nuevos retos que debemos afrontar con una educación humanista basada en valores universales como la justicia, la igualdad, la solidaridad, los derechos humanos. Hablar de ética en la educación es ahora una necesidad apremiante.
En López, Delgado-Algarra, Gómez y Cáceres-Reche (2019) se analiza el papel de la Universidad en la Agenda 2030, se indica que «la Universidad debe cumplir un papel fundamental en la búsqueda de respuestas innovadoras adecuadas a los problemas globales que plantea la Agenda» y señala que para alcanzar el reto hay que «caminar hacia una formación estimulante enfocada en imaginar y crear nuevos modos de vida sostenible».
El Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) ha supuesto una reflexión seria sobre la educación universitaria; la ha abordado desde perspectivas más activas y dinámicas centradas en la consecución de competencias, pero también ha supuesto –y supone– un replanteamiento continuo sobre reformas curriculares, reconocimiento de estudios, movilidad y, sobre todo, garantía de calidad.
«¿Qué educación necesitamos para el siglo XXI? ¿Cuál es la finalidad de la educación en el contexto actual de transformación social? ¿Cómo debería organizarse el aprendizaje?». Con estas reflexiones comienza el prólogo del informe de la Unesco que sustituye al Informe Delors (1996), cuyo título ya invita a la reflexión: Replantear la educación. ¿Hacia un bien común mundial? (Unesco, 2015). Este informe, de lectura recomendada, sitúa la educación en un contexto social ambiguo, un mundo VICA luminoso y oscuro, con sus luces y sus sombras. Con este escenario, habla de recuperar la concepción humanista de la educación y formular políticas de educación en un mundo complejo e interconectado que valida el aprendizaje en la red, de abrir nuevos horizontes del conocimiento y de una nueva ecología del aprendizaje. Por lo que hablar de educación es hablar de adquirir competencias sobre la base del respeto, dignidad, justicia social y derechos humanos, y con ello contribuir a desarrollar los objetivos sociales, económicos y medioambientales del desarrollo sostenible.
En este documento se pone el énfasis también en la calidad de la educación y la pertinencia del aprendizaje, aspectos en los que se centrará también este libro. Una educación de calidad es necesaria para garantizar el aprendizaje a lo largo de la vida en un mundo VICA cambiante, complejo y global como es el actual. Esta visión de la educación debe basarse en el desarrollo de habilidades de pensamiento de orden superior que promuevan el empoderamiento, el pensamiento crítico y creativo, la toma de decisiones y un juicio independiente. «El derecho a una educación de calidad es el derecho a un aprendizaje con sentido y adecuado» (Unesco, 2015: 33).
Calidad del aprendizaje universitario
En estos últimos años, la educación universitaria ha sido y es un reflejo de la sociedad actual, con aulas diversas, en ocasiones masificadas, que aumentan la presión del docente. También es un reflejo de los nuevos espacios de educación superior, que conllevan reajustar currículos para ofrecer asignaturas nuevas, con el consiguiente reciclaje docente. Y esta educación convive, asimismo, con investigaciones y publicaciones que aportan riqueza a la humanidad, por lo que resultan un beneficio para la sociedad.
La Universidad sigue siendo un lugar privilegiado para investigar, innovar y contribuir al desarrollo sostenible de la sociedad, al tener un papel fundamental como institución social; sigue aportando valor en el desarrollo de sociedades democráticas, proporcionando formación, educación y competencias profesio...