Pastores del siglo XXI
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Pastores del siglo XXI

Un modelo pastoral para la iglesia actual

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Pastores del siglo XXI

Un modelo pastoral para la iglesia actual

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Este libro trata de responder a la pregunta de si están los pastores preparados y dispuestos para atender a las necesidades de la gente a quienes sirven y a las de aquellos a quienes potencialmente pudieran alcanzar con el evangelio.Los avances de las ciencias y de las tecnologías han multiplicado exponencialmente las formas en que pueden plantearse los problemas vitales de las personas, lo cual exige una respuesta que se corresponda con esos nuevos planteamientos y manifestaciones.El autor aborda estas cuestiones desde una larga experiencia en el ministerio pastoral y de la enseñanza bíblica y lo hace con claridad y honestidad; con rigor, sin eludir los temas complicados.José M. Baena, con un alto sentido de responsabilidad cristiana, propone un modelo pastoral de recuperación de los aspectos más puros y relevantes del evangelio, de modo que el pastor de hoy pueda alimentar a su rebaño con los buenos pastos que proceden de la Palabra de Dios. Sólo ellos pueden orientarnos en la cambiante sociedad moderna, responder a nuestras ansiedades, calmar nuestros miedos y llevarnos a una vivencia más profunda de lo que significa ser cristiano.

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Información

Año
2018
ISBN
9788416845842
CAPÍTULO 1
El oficio y ministerio de pastor
La primera referencia bíblica al oficio de pastor se encuentra en el libro de Génesis: “Fue Abel pastor de ovejas y Caín, labrador de la tierra” (Gé 4:2). Este texto muestra la ancestral división social entre labradores y ganaderos, actividades que Biblia e historiadores concuerdan en situar inicialmente en tierras mesopotámicas, en la región que ha venido a denominarse como “el creciente fértil”, una especie de media luna entre los ríos Éufrates y Tigris y, por tanto, llena de vegetación y de vida, lindando al sur con una inmensa extensión inhóspita como es el desierto arábigo. Según la Biblia, allí empezó todo.
Siendo el pueblo de Israel un pueblo rural, agrícola y ganadero, no nos ha de extrañar que en su literatura, de la que forma parte la Biblia, abunden las metáforas, alegorías, símiles, parábolas, símbolos y demás recursos literarios relacionados con lo que era su medio de vida habitual. La figura del pastor encarna una de las metáforas más bellas y expresivas de las Escrituras.
En los relatos del Génesis vemos numerosas escenas pastoriles, muchas de ellas no exentas de tensiones, intrigas y conflictos, como es propio de la vida real. La familia de Jacob era una de esas familias ganaderas, y justo ejemplo de esas tensiones y conflictos de intenso dramatismo. Sus descendientes en Egipto desarrollaron una sociedad pastoril de criadores de ovejas, por cuya causa fueron despreciados por los egipcios que se dedicaban a la cría de ganado mayor. Moisés, criado y educado inicialmente por intervención divina en la corte faraónica, toda una promesa política y pública, acaba pasando cuarenta años cuidando las ovejas de su suegro. Ambas etapas de su vida estaban en el plan de formación del carácter de Moisés que Dios había previsto, a fin de preparar al que habría de ser el gran líder de Israel, quien sacaría a los israelitas de Egipto y lo dirigiría por cuarenta años a través de un desierto que le era, sin duda, familiar, dándole leyes sublimes dictadas por Dios y llevándolo hasta las puertas de la Tierra Prometida. Cuánto debió de aprender Moisés de aquellos animalitos tan torpes y desvalidos, tan desamparados, tan gregarios y tan obstinados y caprichosos... Y su arma más eficaz fue un cayado de pastor, que descubrió como tal el día que Dios le dijo: “¿Qué es eso que tienes en tu mano?” (Ex 4:2). Dios no le dio una espada, ni un cetro, ni una varita mágica... fue un simple palo, la sola herramienta del pastor de ovejas, que no solo le sirve de apoyo, sino que es el instrumento que usa para guiar a su ganado, para corregir sus desvíos, ayudándose seguramente también de sus fieles perros pastores, animalitos leales que conocen bien su oficio y cuidan del ganado y lo reagrupan para que no se disperse.
El Salmo 23 es una oda —así la define Spurgeon en su Tesoro de David‒, una obra extraordinaria de carácter bucólico que nos muestra una imagen idílica de esa relación única entre Dios y sus hijos, que tanto ha consolado y aun consuela hoy a los creyentes verdaderos. El primer verso es toda una declaración de fe: “Jehová es mi pastor”, y nos sitúa en buena posición para comprender detalles importantísimos sobre el ministerio pastoral.
Más tarde, el profeta Ezequiel profetizará en nombre de Dios: “Yo salvaré a mis ovejas y nunca más serán objeto de rapiña; y juzgaré entre oveja y oveja. Yo levantaré sobre ellas a un pastor que las apaciente: mi siervo David. Él las apacentará, pues será su pastor. Yo, Jehová, seré el Dios de ellos, y mi siervo David, en medio de ellos, será su gobernante” (Ez 34:22-34). Aquí, claramente, se identifica la labor del pastor con la dirección y el liderazgo. La profecía es mesiánica, pues se refiere a Cristo mismo. Y llegados a este punto, cómo no mencionar aquí el sublime pasaje de Juan referido al “Buen Pastor” (cp. 10). Jesús dice: “Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas, y las mías me conocen” (Jn 10:14). Más adelante nos ocuparemos de este hermosísimo pasaje, en el que la metáfora, como en el Salmo 23, alcanza su máxima expresión y profundidad.
La familia de Jacob se dedicó al pastoreo, como antes lo había hecho Abraham. Moisés tuvo que aprender el oficio, al que se dedicó durante cuarenta años. David fue pastor. Todos ellos aprendieron un oficio del que sacaron lecciones de valor inestimable que después hubieron de aplicar a sus respectivos ministerios o servicios a los que Dios los llamaba en tanto que líderes de su pueblo.
En el inicio de la iglesia, cuando las iglesias4 comenzaban a nacer y a desarrollarse, aparece este título, si se puede decir así, aplicado a aquellos cuya misión principal era dirigir las congregaciones. En Hechos 20:17 se nos dice que Pablo convocó en Mileto a los “ancianos” (πρεσβυτέρους, prebyterous) de Éfeso para comunicarles sus últimas instrucciones. En medio de su discurso les dice: “Por tanto, mirad por vosotros y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos para apacentar la iglesia del Señor” (v. 28). Hay tres palabras interesantes aquí: rebaño (ποιμνίῳ, poimnío), obispos (ἐπισκόπους, epískopous) y apacentar (ποιμαίνειν, poimainein). Rebaño y apacentar tienen que ver con el pastoreo. Pablo usa estas metáforas que eran bien conocidas entre el pueblo de Dios, ya fuera el pueblo judío, o el pueblo cristiano, en esos momentos abierto ya al mundo gentil. En griego la palabra para pastor es ποιμέν, poimen, que forma parte de la raíz tanto de rebaño, como de apacentar. La palabra para obispo significa vigilante, supervisor (de epi, sobre, y skopeo, ver).
En Efesios 4:11 se menciona directamente el ministerio de pastor, entre los otros cuatro principales: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros”.
Los títulos, pues, de anciano, pastor y obispo, son sinónimos en el lenguaje del Nuevo Testamento, aunque la sinonimia no quiere decir que las palabras sean exactamente iguales. Cada uno de esos términos encierra un matiz y un significado propio. Podemos decir que podían aplicarse a una misma persona, pero cada uno de ellos resalta una función específica de su ministerio. Así pues, el término anciano tiene que ver con la autoridad que da la experiencia y el reconocimiento social. Así se llamaba en el pueblo de Israel a los dirigentes de las tribus, de las ciudades y de las sinagogas (en hebreo זִקְנֵי, siq-nê). El de obispo nos habla de la capacidad para dirigir, supervisar, y velar por el bienestar de la comunidad. También es un título de autoridad, pues quien supervisa lo hace porque está legitimado para hacerlo. Por último, el término pastor tiene otras connotaciones derivadas de ese oficio. La metáfora es perfecta:
El pastor de las ovejas... a este abre el portero, y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre y las saca. Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las ovejas lo siguen porque conocen su voz. Pero al extraño no seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños. Esta alegoría les dijo Jesús, pero ellos no entendieron qué era lo que les quería decir... Yo soy la puerta: el que por mí entre será salvo; entrará y saldrá, y hallará pastos. El ladrón no viene sino para hurtar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia... Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas. Pero el asalariado, que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa. Así que el asalariado huye porque es asalariado y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas. (Jn 10:2-5; 9-15).
Una alegoría que los discípulos no supieron entender desde al principio, como tantas otras cosas, porque su visión espiritual aun no había sido activada. Fue el Espíritu Santo quien, tras Pentecostés, les fue abriendo el entendimiento y revelándoles tantas cosas que previamente Jesús les había enseñado y que ellos no habían entendido. Esa alegoría nos da un modelo absolutamente real del ministerio pastoral, el modelo de Jesús. ¡Qué interesante ver al pastor dispuesto a dar su vida por sus ovejas, ovejas que reconocen bien su voz, y que le siguen confiadas sabiendo que no van a ser traicionadas, ni abandonadas a su suerte! ¡Qué buen aviso sobre los extraños, los pastores asalariados a quienes “no les importan las ovejas”, o sobre el ladrón, o el lobo que “arrebata las ovejas y las dispersa”! Tremendas lecciones que nos brinda la palabra de Dios. Pablo alertó a los ancianos de Éfeso contra el peligro de esos depredadores implacables: “Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces que no perdonarán al rebaño. Y de entre vosotros mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas para arrastrar tras sí discípulos” (Hch 20:30).
El apóstol Pedro, el supuesto primer papa para algunos, dirige estas palabras a quienes, como él, cuidaban de la iglesia del Señor:
Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria. (1 P 5:2-4).
El oficio de pastor de ovejas nos enseña, pues, mucho acerca del ministerio de pastor de almas. Así como Jesús dijo a sus discípulos que él haría de ellos “pescadores de hombres”, usando metafóricamente su propio oficio que estaban desarrollando a orillas del Mar de Galilea, a quienes toca dirigir al pueblo de Dios en su transitar diario, los llama “pastores de almas”, y se muestra él mismo como modelo, el Buen Pastor.
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4 Notar la distinción entre “iglesia” e “iglesias”, la primera referida al conjunto de todos los seguidores de Jesús, lo que llamamos la iglesia universal, y las segundas como las congregaciones locales o parroquias.
CAPÍTULO 2
Necesidad del ministerio pastoral hoy
Sabemos que un pastor tiene ovejas y su trabajo consiste en cuidar de ellas: atenderlas en sus necesidades, llevarlas a buenos pastos, darles de beber agua limpia y fresca, protegerlas de los depredadores, hacer que el rebaño sea productivo, es decir, que provea la leche, la lana y la carne que se espera de él, haciendo igualmente que crezca y se reproduzca. El bienestar de las ovejas es fundamental para que el producto obtenido por el propietario sea el mejor. Las ovejas tienen sus propias necesidades, y para eso está el pastor, para atenderlas y cubrirlas convenientemente.
Si nos pasamos al terreno espiritual, basta con mirar alrededor para ver la realidad de la condición humana. El evangelista Mateo nos refiere lo siguiente, hablando de Jesús: “Al ver las multitudes tuvo compasión de ellas, porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «A la verdad la mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies» (Mt 9:36-37).
Surge la pregunta: ¿cómo está nuestro mundo alrededor nuestro? ¿vive feliz la gente? ¿tienen acaso respuesta para todas las preguntas e interrogantes que se les plantean? ¿se sienten seguros frente al mañana incierto? ¿creen que todo se resolverá solo, o que será “papá” Estado quien proveerá todo lo que les falta? Y qué decir de quienes francamente están pasándolo mal, de los que sufren rupturas familiares, dramas emocionales, desahucios, enfermedades incurables, o viven en países de guerra o huyen de ellos sin que nadie quiera acogerlos... La realidad humana de este mundo es dramática, si no trágica en tantas ocasiones en muchos lugares. Hay una gran necesidad. Los estados hacen poco o nada para remediarlo; las ONG hacen algo, lo que pueden y les dejan, y así muchos particulares de buena voluntad; pero la verdadera respuesta está en Cristo, y su obra está necesitada de “obreros”, es decir, de personas —hombres y mujeres— que trabajen para llevar adelante el plan de Dios.
El Nuevo Testamento nos habla de distintos tipos de ministerios, o lo que es lo mismo, de diferentes “servicios” o funciones que el Espíritu Santo promueve en el seno de las iglesias locales o parroquias. Por un lado, aparecen los cinco ministerios de apóstol, profeta, evangelista, pastor y maestro (Ef 4:11). En otros textos se amplía la lista, por ejemplo, Romanos 12:6-8 nos habla de profecía, de servicio o ministerio (διακονία, diakonía) en general, de la enseñanza, la exhortación, la obra social o beneficencia (“el que reparte”), del liderazgo (“el que preside”), y del ministerio de la “misericordia”, que puede entenderse de diversa manera, basado fundamentalmente en la ayuda al prójimo, sea en sus necesidades materiales como en las emocionales, o de cualquier otro tipo. Puede, pues, entenderse este como un ministerio social práctico, entendido desde un punto de vista amplio, como también en el de la consejería pastoral. En el capítulo doce de la Primera Carta a los Corintios, además de algunas de las funciones ya mencionadas también se cita a quienes hacen “milagros”, o “sanan”, personas dotadas por Dios de esas capacidades sobrenaturales, o los que “ayudan” y los que “administran”. Estos ministerios de ayuda pueden referirse a personas capacitadas especialmente para apoyar a otros, sea económicamente, o personas con capacidades económicas que sostienen el ministerio o la obra social, o como ayudantes en diferentes funciones, tan necesarios para que todo avance. Los que administran o gobiernan (κυβερνήσεις, kybernéseis) son, evidentemente, quienes dirigen las iglesias, es decir, sus pastores o ancianos.
Todos estos, y sin que hayamos agotado las posibilidades, son los “obreros” a quienes se refiere el Señor, y que son necesarios para poder llevar respuesta a ese mundo sufriente que está a nuestro alrededor, por el que el Señor sentía compasión, dadas sus profundas carencias y necesidades, y por el que nosotros también deberíamos sentir lo mismo.
La mies es mucha, el mundo entero es nuestro campo de trabajo, empezando por lo más cercano, hasta llegar a lo más lejano. Los obreros son pocos, pero hemos de empezar por considerarnos a nosotros mismos como los primeros implicados; las palabras de Jesús tienen que ver conmigo, me comprometen a mí. Nuestra oración para que el Señor envíe obreros a la mies no tiene el fin de “convencer a Dios” para que lo haga a fuerza de ser importunado con nuestras múltiples, extensas, e intensas oraciones; sino el de involucrarnos en el asunto al punto de que sintamos la necesidad de acudir nosotros. Nuestra oración no cambia a Dios, sino que nos cambia a nosotros al hacernos entrar en la dimensión celestial, la presencia del Padre, donde se ven las cosas como las ve Dios, donde se descubre su perfecta voluntad y donde la nuestra se rinde a la suya.
Volviendo al ministerio pastoral, sin menospreciar ninguno de los otros, hemos de entender que de forma particular este ministerio es absolutamente necesario. Los apóstoles son necesarios, porque hace falta quienes tengan la visión de ir más allá de los límites en los que estamos como creyentes y como iglesia (de ahí la preposición griega “apo”, desde, que indica un origen y se extiende más allá), ellos son los que hacen avanzar la obra, son los misioneros que entran en nuevos territorios inexplorados, fundan iglesias y ministerios, y son la vanguardia de la iglesia. Por otro lado, están los profetas, que no han de confundirse con los creyentes que ejercen el don de profecía. Estos son ministros de autoridad, como lo eran Pablo y Bernabé en la iglesia de Antioquía (Hch 13:1), que hablan la palabra de Dios, que transmiten su ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Página del título
  3. Derechos de autor
  4. Índice
  5. Introducción
  6. 1. El oficio y ministerio de pastor
  7. 2. Necesidad del ministerio pastoral hoy
  8. 3. El pastorado, una tarea vocacional
  9. 4. Definiendo un perfil pastoral
  10. 5. Nuestro modelo: Jesús, el Buen Pastor
  11. 6. ¿Pastores y pastoras?
  12. 7. El desafío ético: la ética cristiana
  13. 8. El desafío ético: los tiempos actuales
  14. 9. Compromiso político y social. Ecología
  15. 10. Predicador de la Palabra (lee, estudia, profundiza y vive)
  16. 11. Visión, unción, promoción
  17. 12. Sabiduría y poder
  18. 13. El cuidado de uno mismo
  19. 14. Métodos y estrategias: misiones y misioneros. Relevancia social
  20. 15. Información y redes sociales
  21. 16. Empezar y terminar, tránsitos ministeriales
  22. Epílogo
  23. Bibliografía