Nueve
Todo está en todo
Si vivir es respirar es porque nuestra relación con el mundo no es la del estar-arrojado o del ser-en-el-mundo, ni la del dominio de un sujeto sobre un objeto al que enfrenta: estar-en-el-mundo significa hacer la experiencia de una inmersión trascendental. La inmersión –de la que el soplo es la dinámica original– se define como una inherencia o una imbricación recíproca. Está en una cosa con la misma intensidad y la misma fuerza con la que está en nosotros. Es la reciprocidad de la inherencia que hace del soplo una condición sin salida: imposible liberarse del medio en el que se está inmerso, imposible purificar ese mismo medio de nuestra presencia.
Inspirar es hacer venir al mundo en nosotros –el mundo está en nosotros– y expirar es proyectarse en el mundo que estamos. Estar-en-el-mundo no es encontrarse simplemente siendo en un horizonte último, conteniendo todo lo que podemos y podríamos percibir, vivir o soñar. Desde que comenzamos a vivir, pensar, percibir, soñar, respirar, el mundo en sus detalles infinitos está en nosotros, penetra materialmente y espiritualmente nuestro cuerpo y nuestra alma, y da forma, consistencia y realidad a todo lo que somos. El mundo no es un lugar; es el estado de inmersión de toda cosa en toda otra cosa, la mixtura que trastoca instantáneamente la relación de inherencia topológica.
Anaxágoras fue el primero en definir con rigor la mixtura como la forma propia del mundo: todo está en todo (pan en panti). La inmersión no es la condición temporaria de un cuerpo en otro cuerpo. No es tampoco una relación entre dos cuerpos. Para que la inmersión sea posible, todo debe estar en todo. Por una parte, como lo hemos visto, estar inmerso en algo es hacer la experiencia de estar en algo que a su vez está en nosotros. Por otra parte, según Anaxágoras, esa mixtura absoluta y recíproca, que parece hacer de toda cosa el lugar de toda otra cosa, no es una condición limitada en el espacio y en el tiempo sino la forma del mundo y de todo estar-en-el-mundo. Para que haya mundo, lo particular y lo universal, lo singular y la totalidad, deben compenetrarse recíprocamente y totalmente: el mundo es el espacio de la mixtura universal donde toda cosa contiene toda otra cosa y es contenida en toda otra cosa. Inversamente, la interioridad (el estar en algo, inesse) es la relación que liga toda cosa a toda otra cosa, que define el ser de las cosas mundanas.
Decir que todo está en todo y que la inmersión es la forma eterna y la condición de posibilidad del mundo, en primer lugar significa afirmar que todo acontecimiento físico se produce como inmersión y a partir de la inmersión. Así, la luz que me permite ver la página que escribo es el mar en el que me baño. A su vez, está en el interruptor, en el cable que lo une a la lámpara y –de manera embrionaria– en la mano que lo acciona. Y la mano que ha accionado el interruptor está contenida en la luz que ahora la ilumina. Todo está en todo. Esa mixtura hace del mundo y del espacio la realidad de una transmisibilidad y de una traducibilidad universal de las formas. Pero lo que llamamos transmisión no es más que el eco de esta inherencia recíproca de toda cosa en toda otra cosa: el mundo es un contagio perpetuo.
Si todo está en todo es porque en el mundo todo debe poder circular, transmitirse, traducirse. La impenetrabilidad que frecuentemente se le ha imaginado tener a la forma paradigmática del espacio no es más que una ilusión: ahí donde hay un obstáculo para la transmisión y para la interpenetración, un nuevo plano se produce que le permite a los cuerpos trastocar la inherencia de uno en el otro en una interpenetración recíproca. Todo en el mundo produce mixtura y se produce en la mixtura. Todo entra y sale de todo: el mundo es apertura, libertad de circulación absoluta, no uno al lado de otro, sino a través de los cuerpos y los otros. Vivir, experimentar o estar-en-el-mundo significa también hacerse atravesar por todo. Salir de sí es siempre entrar en otra cosa, en sus formas y en su aura; volver a sí significa siempre prepararse para reencontrar toda clase de formas, objetos, imágenes, los mismos que Agustín se asombraba de encontrar en la memoria, productora de mixtura y espléndida evidencia de esta compenetración total.
La ciencia y la filosofía se han limitado a clasificar y definir la esencia de las cosas y de lo viviente, sus formas y su actividad, pero se volvieron ciegas en cuanto a su mundanidad, es decir, su naturaleza, que consiste en su capacidad para entrar en toda otra cosa y ser atravesada por ella.
Sucede lo mismo con la materia: no es lo que separa y distingue las cosas sino lo que permite su encuentro y su mixtura. No se reduce simplemente al espacio de la inherencia de una forma en el mundo. Más bien, a través de ella todo está en todo, nada puede separarse del destino del resto, todo se deja atravesar por el mundo y puede así atravesarlo.
Hacer del mundo la realidad de este trastocamiento perpetuo de la inherencia de todo en todo significa hacer del espacio no el nombre de la exterioridad generalizada sino el de la interioridad universal: tener en sí todo lo que nos contiene. La extensión, la corporeidad, no es el espacio donde el ser ...