Manual de psicoterapia centrada en la parentalidad
  1. 192 páginas
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¿Cómo abordar los problemas de parentalidad cuando el bebé se está gestando o acaba de nacer? ¿Y cuando es un recién nacido, un bebé, un niño o un adolescente? ¿Cómo ayudar a los padres que sufren dificultades relacionales con su hijo? Este Manual de psicoterapia centrada en la parentalidad (PCP) constituye un soporte teórico y clínico para estas cuestiones.Nacida de la larga experiencia de las psicoterapias padres-niños, la PCP prosigue la misma línea psicodinámica ampliando las indicaciones a situaciones clínicas más actuales, tales como la depresión perinatal o las amenazas de prematuridad. Las ilustraciones clínicas que se exponen unen la teoría a la práctica, permitiendo al lector seguir el pensamiento y el trabajo clínico del psicoterapeuta. Práctico, accesible y sintético, este manual quiere ser garante de la evolución de un pensamiento y de su transmisión adaptada al contexto contemporáneo de la parentalidad.Los autores son psicoterapeutas y/o psicoanalistas, especialistas en psicoterapias breves centradas en la parentalidad. Ejercen y son docentes en el marco del Servicio de Psiquiatría del Niño y del Adolescente en los Hôpitaux Universitaires de Genève.

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Información

Año
2020
ISBN
9788418083488
Edición
1
Categoría
Psicología
Categoría
Psicoterapia
PRIMERA PARTE
Aspectos teóricos
1 Los males de la parentalidad
NATHALIE NANZER
FRANCISCO PALACIO ESPASA
En este primer capítulo, expondremos las teorías desarrolladas por la Escuela de Ginebra relativas a la parentalidad y sus conflictos, tratando de mostrar su articulación con el desarrollo psíquico del niño. Pero antes, nos ha parecido importante presentar el modelo teórico general del desarrollo y de la organización de la personalidad en el cual se inscribe nuestro enfoque.
COMPRENSIÓN PSICODINÁMICA DEL DESARROLLO Y DE LA ORGANIZACIÓN DE LA PERSONALIDAD ADULTA
Cada individuo posee unos rasgos de carácter específicos y se distingue por un funcionamiento psicológico que le es propio y que determina su forma de reaccionar a los acontecimientos externos e internos. Este funcionamiento puede ser esquematizado distinguiendo tres niveles diferentes de organización (véase figura 1):
El primer nivel concierne los elementos innatos o el temperamento; está constituido por los aspectos genéticos y constitucionales que hereda el sujeto al nacer.
El segundo nivel concierne los elementos (generalmente inconscientes) de la personalidad, su estructura, su mundo interno, sus representaciones y conflictos inconscientes. Está mayormente influido y modelado por la calidad de las relaciones precoces experimentadas por el sujeto.
El tercer nivel es el más accesible, representa los aspectos conscientes de los comportamientos, las interacciones y las imágenes de sí y de los demás. Puede estar influenciado, de forma positiva o negativa, por elementos exteriores tales como: encuentros, duelos, traumas, etc.
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Figura 1. Niveles de organización de la persona (encuadrados) y lo que les influye (flechas).
De forma esquemática, en continuidad con las teorías de Melanie Klein, podemos distinguir, en cada sujeto, dos grandes tipos de funcionamiento.
(Cf. figura 2.) Un funcionamiento primitivo (parte no integrada), que corresponde a la posición esquizoparanoide (E-P) de M. Klein, en la cual el objeto total no existe todavía y recurre a mecanismos de defensa primitivos y radicales (negación, disociación, proyección, destrucción del pensamiento…), y un funcionamiento objetal o adulto (parte integrada de la personalidad), capaz de ambivalencia, de relación con un objeto total y desidealizado. Este segundo tipo de funcionamiento corresponde a la posición depresiva (D) kleiniana, en la cual los sentimientos de desidealización y de pérdida son soportables y no tienen que ser expulsados del mundo psíquico. Las defensas que se utilizan son de naturaleza neurótica (represión, desplazamiento, sublimación, intelectualización…) y dan lugar a un funcionamiento más flexible y modulado.
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Figura 2. Los dos tipos de funcionamiento psíquico cuya prevalencia difiere según la estructura de personalidad.
Estos dos modos de funcionamiento cohabitan en cada uno de nosotros. En el curso del desarrollo, y en función de los avatares de los encuentros y los acontecimientos de la vida, la parte integrada se desarrolla en detrimento de la parte no integrada, permitiendo a la persona acceder a una madurez psicoafectiva creciente. Una oscilación entre estos dos tipos de funcionamiento, sin embargo, persiste. De forma esquemática, una personalidad psicótica funcionará de forma predominante sobre un modo no integrado y patológico, pudiendo también, en ciertos momentos, apelar a una parte adulta que funciona en un registro más neurótico, mientras que en una personalidad neurótica la tendencia será inversa.
Estos mecanismos se ponen en juego en el funcionamiento cotidiano y se ponen particularmente en evidencia en la relación psicoterapéutica transferencial y en la relación progenitor-hijo. Están en el centro del trabajo del psicoterapeuta.
LOS PROCESOS DE PARENTALIDAD
La parentalidad es un proceso que tiene su origen en cada uno de los tres niveles del esquema de la figura 1, y la PCP trata de intervenir en los niveles 2 (personalidad) y 3 (aspectos conscientes). Cuando se considera la importancia de las relaciones precoces en la constitución del segundo nivel, se comprende mejor hasta qué punto su estructura puede tambalearse y remodelarse en el momento en el que el adulto toma a su vez el papel de progenitor, el papel de aquel del cual va a depender el desarrollo de otro, de su hijo. La forma en la que un adulto se percibe como padre es un proceso que se inicia desde la más tierna edad, pero es en el momento concreto de acceder a la parentalidad y en el curso del período perinatal (desde la concepción de un niño hasta los dos primeros años posparto) cuando se realiza la mayor parte de su evolución. Durante esta etapa, el joven adulto se prepara para convertirse en progenitor, trata de adquirir una nueva identidad, lo cual requiere un intenso trabajo de elaboración psíquica. La mujer experimenta un período de «transparencia psíquica» caracterizado por una extrema sensibilidad y una importante movilidad psíquica. Se trata de un período de transición durante el cual se pone en contacto con su historia infantil precoz. Su pasado resurge, a veces bajo la forma de trauma.
Durante el período perinatal, el progenitor efectúa un importante movimiento regresivo que le pone en contacto intenso con sus vivencias infantiles, placenteras y desagradables, integradoras y desintegradoras, contenedoras y angustiantes. Reelabora su pasado, sus relaciones precoces con sus padres y la percepción que ha guardado de sí mismo/a como hijo frente a sus imagos parentales. Este retorno hacia su pasado le permite plantearse cuestiones y elaborar la concepción que tendrá de su propia parentalidad –«¿Qué tipo de progenitor voy a ser o soy?» «¿Cómo será mi hijo?» «¿Qué afectos sentirá?» «¿Cómo los afrontará?»–, siempre vinculado a lo que él mismo ha vivido como niño. El reto es la constitución de su identidad de padre o madre, mediante identificaciones y proyecciones. Los fantasmas del pasado vienen a condicionar la percepción que el adulto tiene de sí mismo en tanto que progenitor, así como la percepción que tiene de su (futuro) hijo. Estas percepciones, cuando son distorsionadas por los conflictos internos demasiado rígidos, influyen en la relación precoz con el niño, en las interacciones, así como en la construcción del psiquismo del niño y en su desarrollo.
El nacimiento de un niño no solo provoca una repetición y una revelación de la historia de los padres, sino que le da una nueva dimensión. El bebé revela escenarios inconscientes preexistentes, sobre los que él, a su vez, podrá influir y que podrá movilizar y transformar, aportando sus características propias y su funcionamiento particular. Es, pues, una ocasión particularmente propicia para un trabajo psíquico, lo cual explica el éxito de las terapias breves madre-bebé en las psicopatologías perinatales.
Las diferentes etapas de diferenciación del niño (Edipo, latencia, adolescencia) ofrecen igualmente ocasiones de reactivación de elementos intrapsíquicos insuficientemente elaborados en los padres. El inicio de la deambulación o la entrada en la escuela de su prole pueden así reactivar ansiedades de pérdida o duelos en ciertos padres; la adolescencia y el acceso a una sexualidad adulta del niño movilizan a menudo retos de la propia adolescencia del padre o la madre.
El proceso de acceso a la parentalidad propia de cada individuo está sustentado por los «duelos del desarrollo» y comporta, pues, un potencial depresivógeno. La conflictualidad parental depende de la elaboración de los diferentes duelos del pasado infantil a los cuales el progenitor debe hacer frente y que, esquemáticamente, son de dos tipos: el duelo de un objeto realmente perdido (miembro cercano de la familia, por ejemplo) y el duelo de un objeto fantaseado como una imagen parental idealizada a la cual es difícil renunciar (por ejemplo, un progenitor idealmente afectuoso, presente, disponible, tolerante, indulgente, etc.). Cuando se han elaborado bien estos duelos del desarrollo, la parentalidad se convierte en una fase del desarrollo constructiva para el sujeto; permite una reedición «corregida y mejorada» de las relaciones progenitor-hijo conflictivas o fallidas durante el propio pasado infantil del progenitor, facilitando el acceso a la madurez en la relaciones humanas. Sin embargo, cuando los sentimientos de pérdida son difíciles de reconocer y de aceptar, tienden a resurgir y a expresarse en la relación con el propio niño, que está, entonces, inconscientemente comprometido en una dinámica fantaseada en que debe servir para compensar o enmascarar la pérdida no aceptada. El hijo sirve entonces para «reparar» toda una serie de experiencias infantiles idealmente deseables o idealmente indeseables para el narcisismo infantil de un progenitor que rechaza renunciar a ellas.
A propósito, Sigmund Freud (1914) decía que los padres hacen depositarios a sus hijos de su propio narcisismo infantil, al cual debieron renunciar penosamente. Construyen un despliegue de lo que hemos calificado como «escenarios narcisistas de la parentalidad» (Manzano, Palacio Espasa y Zilkha, 1999) en estrecha relación defensiva con los duelos y las renuncias de su pasado que les cuesta aceptar. Estos escenarios narcisistas derivan de un cierto número de «conflictos de la parentalidad» (Cramer y Palacio Espasa, 1993) de gravedad diversa, cuyas repercusiones en la organización psíquica del niño pueden ser muy diferentes.
LOS CONFLICTOS DE LA PARENTALIDAD
En el decurso de nuestra actividad clínica y de nuestras investigaciones, hemos llegado a distinguir varios tipos de conflictos y funcionamientos internos parentales.
La parentalidad «normal»
Los padres hacen identificaciones proyectivas normales, flexibles y externalizantes (Grotstein, 1983) sobre el niño, que realizan un camino de ida y vuelta y facilitan la empatía con el niño. Permiten a los padres ponerse en el lugar del niño, pero también volver a su lugar para comprender lo que el niño vive. Estas identificaciones proyectivas vehiculan imágenes positivas de sí mismo como niño, de sus padres o de otras personas significativas de la familia.
Por su parte, estos padres se identifican de forma complementaria con las imagos parentales que han sido percibidas como amorosas y capaces de firmeza hacia ellos. Pueden también identificarse con el niño que ellos han sido, amoroso y capaz de expresar su enfado.
Estas identificaciones proyectivas externalizantes están cargadas de imágenes positivas y libidinales ligadas a personas significativas y amadas que pertenecen al pasado de los padres. Organizan y son muy estructurantes, facilitando el desarrollo psíquico del niño. Con el tiempo, estas imágenes del pasado se difuminan y quedan en un segundo plano, permitiendo al progenitor reconocer las características propias del niño.
Ejemplo de escenario de parentalidad normal
Yo he tenido una infancia feliz, reconozco que ha habido cosas buenas y menos buenas, pero me gusta en lo que me he convertido y les estoy agradecido a mis padres, que lo han hecho lo mejor que han sabido. Me enfado a veces con ellos, y viceversa, pero eso no cuestiona nuestra relación. Espero poder hacer lo mismo con mi hijo. Lo hago lo mejor que sé, pero a veces no me siento a la altura; aunque ese sentimiento no dura mucho y tenemos una relación buena y sólida. Me siento un buen padre, aunque no perfecto.
Los conflictos de la parentalidad neurótica
Estos conflictos aparecen cuando el niño es «utilizado» de forma inconsciente en el proceso de negación de ciertos aspectos del duelo de los padres. Las identificaciones proyectivas son externalizantes y empáticas, pero más constrictivas. Fuerzan inconscientemente al niño a identificarse con las imágenes proyectadas sobre él para anular los afectos penosos de los duelos parentales insuficientemente elaborados. Las identificaciones complementarias se hacen con imágenes parentales más o menos idealizadas que le permiten interaccionar con aquellas de igual naturaleza proyectadas sobre el niño.
La llegada del niño permite a estos padres intentar «reescribir su historia infantil» tratando de negar las vivencias de privación, frustración, opresión, separación o pérdida sobrevenidas a lo largo de su infancia. A través del refuerzo de la imagen ideal proyectada sobre el bebé (niño mimado, querido, tolerado que él hubiera querido ser) y la identificación con un padre idealmente presente, disponible y tolerante, pueden negar o reparar las vivencias depresivas de separación, frustración u opresión. Estas identificaciones proyectivas no se refieren más que a ciertos aspectos limitados de las interacciones con el niño y no afectan al conjunto del desarrollo de este. Se trata de un narcisismo parental antidepresivo (narcisismo maníaco, Manzano y Palacio Espasa, 2005), ya que el objetivo es esencialmente evitar sentimientos de privación, frustración y pérdida y no tienen por objetivo atacar la libido dirigida al objeto o negar la envidia destruyendo la vida psíquica y mental como en el caso del narcisismo destructivo o persecutorio que predominan en los conflictos de la parentalidad narcisista.
Cuando hay conflictos neuróticos, el predominio libidinal de las imágenes depositadas sobre el niño y las identificaciones parentales se reencuentra en la relación con el psicoterapeuta. Este último es investido como una imagen parental buena y tolerante, lo que da...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Página de derechos de autor
  4. Sumario
  5. Prólogo
  6. Introducción
  7. Primera Parte: Aspectos teóricos
  8. Segunda Parte: Aplicaciones clínicas: «Los desafíos de la parentalidad a través de las edades»
  9. Tercera Parte: Algunas problemáticas específicas
  10. Conclusión
  11. Anexo. Entrevista R. Versión adaptada para el periodo prenatal
  12. Bibliografía
  13. Sobre los autores
  14. Índice
  15. Contraportada