La boda de Caná
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La boda de Caná

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Índice
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Información del libro

Dice Alejandro Fernández Barrajón que este libro surgió al escuchar, impresionado, la hermosa interpretación que un compañero suyo ofrecía de los símbolos que aparecen en el relato de la boda de Caná. Jesús no escogió una cátedra, ni una escuela oficial, ni el Templo, para manifestarse a sus discípulos y comenzar su vida pública y el anuncio del Reino. Escogió una boda, un encuentro festivo de amigos. Algo estaba cambiando de manera sustancial. Una nueva mentalidad se abría paso en nombre de Dios. Una mentalidad que necesitaba contar con lo humano para no descuidar lo divino. Un estilo que muchos, ayer y hoy, no le perdonarán.

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Información

Editorial
PPC Editorial
Año
2019
ISBN
9788428833813

LA BODA DE CANÁ
(Jn 2,1-12)

 
Por aquel tiempo se celebraba una boda en Caná de Galilea, cerca de Nazaret, y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara el vino, le dice a Jesús su madre:
–No tienen vino.
Jesús le responde:
–Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti? Todavía no ha llegado mi hora.
Dice su madre a los sirvientes:
–Haced lo que él os diga.
Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Les dice Jesús:
–Llenad las tinajas de agua.
Y las llenaron hasta arriba.
–Sacadlo ahora –les dice– y llevadlo al maestresala.
Ellos se lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde venía (los sirvientes que habían sacado el agua sí lo sabían), llama al novio y le dice:
–Todos sirven primero el vino bueno y, cuando ya todos están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora.
Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus signos. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos.
Después bajó a Cafarnaún con su madre, sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días. Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.
1

INVITADOS A LA BODA CON SUS DISCÍPULOS

Jesús y sus discípulos no formaban una casta espiritual, alejada del pueblo, como podrían ser los esenios u otros grupos radicales que se asentaban y organizaban en Palestina en aquellos tiempos, algunos con intenciones políticas liberadoras. No, Jesús y sus discípulos convivían con la gente, eran conocidos por todos, cultivaban la amistad, y por eso son invitados por unos novios que les apreciaban a su boda. Invitan también a la madre de Jesús, que, con toda seguridad, seguía los pasos de su hijo lo más cerca posible; y todos en Caná lo sabían. Esto es importante, porque nos descubre que María era una oyente de la Palabra de su Hijo, una discípula y seguidora suya, desde un lugar apartado, como correspondía a las mujeres de su tiempo.
Unos novios se casan e invitan a sus amigos más queridos y cercanos, y Jesús y sus discípulos, con María, estaban entre ellos. Una boda es un momento humano muy especial para ser compartido; es un proyecto de vida cimentado en el amor, que tiene fuertes raíces humanas y espirituales y que se proyecta en el futuro con mucha esperanza. Y aquellos novios sentían que Jesús era un amigo. Esa fiesta es para compartirla y disfrutarla en familia. Y Jesús quiere unirse a este proyecto humano de sus amigos y celebrar la fiesta con ellos: le llamarán comilón y bebedor por estas cosas, pero sabe que, por encima de lo que digan, está el deseo de compartir con sus amigos unos momentos tan especiales y únicos. Esto forma parte también de su anuncio del Reino: la fiesta, la alegría, la amistad… No es solo lo espiritual y dogmático, sino también, y, sobre todo, lo humano. Una asignatura que aún hoy nos cuesta aprobar en la Iglesia. Hemos suspendido muchas veces en lo humano, y desde aquí se explican muchos fracasos personales de muchos hermanos nuestros, educados solamente para lo espiritual, a fuerza de muchas jaculatorias, pero sin una base humana donde sustentarse.
Lo cierto es que Jesús no ha escogido una cátedra, ni una escuela oficial, ni el Templo para manifestarse a sus discípulos y comenzar su vida pública y el anuncio del Reino. Ha escogió una boda, un encuentro festivo de amigos. Algo está cambiando de manera sustancial. Una nueva mentalidad se abre paso en nombre de Dios. Una mentalidad que necesita contar con lo humano para no descuidar lo divino. Un estilo que muchos, ayer y hoy, no le perdonarán.
Lo humano es el gran olvidado en el camino de maduración espiritual de los creyentes. Un camino que no es un instante, ni un curso intensivo, ni unos ejercicios, aunque sean ignacianos, sino que es un itinerario creciente y progresivo en la vida y para toda la vida. Grandes problemas en la formación de los candidatos a la vida sacerdotal o consagrada están relacionados con la debilidad de los contenidos humanos en el proceso de formación. Esto supone tener que pagar después facturas muy altas en el mundo afectivo o espiritual: abandonos, escándalos, desequilibrios, depresiones…
En la boda había música, banquetes, vino, muchas bromas y alegría, sobre todo entre los más jóvenes. Después del exilio, la boda se convirtió en un contrato legal donde había incluso firma de papeles. El novio, con sus amigos, se dirigía a la casa de la novia y la acompañaba a su propia casa para comenzar la fiesta, que duraba una o dos semanas. Eso sí, las mujeres celebraban la fiesta por un lado y los hombres por otro. Se veía mal que los invitados no acudieran a la boda con un vestido de fiesta. Así podemos entender en la parábola del banquete que el amo se enfadara cuando reparó en uno que no llevaba traje de fiesta.
La fiesta es importante y necesaria en el camino del crecimiento cristiano, la alegría, el gozo de compartir, la sonrisa… Estamos demasiado acostumbrados a caras largas, a seriedad artificial y externa, a que la sonrisa, la alegría y la fiesta sean sospechosas de superficialidad. «Un cristiano triste es un triste cristiano» (papa Francisco). «Encuentra el tiempo de pensar, encuentra el tiempo de rezar, encuentra el tiempo de reír» (M. Teresa de Calcuta). «Un evangelizador triste no está convencido de que Jesús te cambia la vida y te da alegría» (papa Francisco).
Nuestra fe es una potencialidad de esperanza que nos catapulta a la alegría del Reino: los ciegos ven, los cojos andan, se anuncia un tiempo de gracia y alegría. Con frecuencia me encuentro con cristianos que viven su fe como una carga y necesitan ponerse un velo enlutado en la cabeza para darlo a conocer. Algo así como si nuestro Dios fuera un rodillo que va aplastando por donde pasa las mejores ilusiones y sentimientos humanos y exigiera de nosotros sacrificios y golpes de pecho. Un Dios juez que todo lo ve pecado y está dispuesto a castigar a sus hijos por infidelidad. Un Dios amenazante, terrible, al que Jesús, curiosa paradoja, nos ha descubierto como Abbá (papá). Un Dios del Antiguo Testamento que aún no ha sido cribado por el tamiz de Jesús, el Hijo, y su Evangelio. Menos mal que el papa Francisco está desmontando todas estas mentalidades absurdas y lejanas al Evangelio de la buena noticia.
Mucha gente todavía asocia lo religioso a lo fúnebre, a lo oculto, a los oscuro y amenazante, a las campanas tocando a difunto, tal vez porque durante mucho tiempo a la Iglesia le ha interesado promocionar y mantener esa imagen para tener súbditos más que fieles y promocionar el miedo más que la alegría.
Pero la tristeza es la antesala del miedo y de la ausencia de Dios, como decía Doyle: «Al demonio le gustan las almas tristes; son su juguete». La alegría es el ámbito más propicio para crecer en espiritualidad, en amor a Dios y en su conocimiento. Los discípulos de Emaús no conocieron a Jesús, que caminaba junto a ellos, porque estaban cegados por la tristeza del fracaso de la crucifixión, que les había nublado los ojos. Dadme un cristiano triste y os mostraré un cristiano frustrado.
Yo me siento también invitado a la boda con Jesús. He querido ser siempre de sus amigos, de sus discípulos y vivir bajo el calor y la ternura de su madre. Por eso yo también soy uno de los invitados que, junto a los discípulos, se siente convocado a la boda, y, si no he sido invitado, me cuelo, sin permiso de nadie, como hacíamos los niños en mi pueblo cuando había boda y sabíamos que allí se comía muy bien. Nos escabullíamos entre la gente y pasábamos al banquete de bodas sin que nadie notara que no estábamos invitados; entre tantos niños, uno más pasaba inadvertido; y lo mismo sucedía en el cine, en el fútbol y en el circo cuando llegaba al pueblo una compañía circense.
Yo quiero estar en la boda con Jesús, su madre y sus discípulos para escuchar su palabra y contemplar su gloria.
Desde muy niño me he sentido convocado a su amor y a su cercanía; tal vez por eso, siendo un adolescente, quise, sin que nadie me obligara, ni siquiera me lo recomendara, entrar en el seminario y comenzar mi formación. El seminario ha sido mi boda de Caná de Galilea; allí, junto a mis compañeros, hoy buenos amigos, comencé un recorrido muy hermoso desde las tinajas vacías de mi ignorancia a las tinajas llenas del vino nuevo de Jesús. Logré sentir la presencia y la grandeza de Dios en mi vida y pasar del agua de las tinajas al vino nuevo de Jesús, que me llevó a mi consagración y a mi sacerdocio.
Estamos todos convocados a la boda de Caná, a sentirnos hijos del vino nuevo del Reino, a superar tanta agua para las purificaciones como nos ha llenado la boca durante tantos siglos, a descubrir la gloria de Jesús, que se nos manifiesta en la abundancia de su misericordia. ¡Había seis tinajas!
La escena de la boda nos remite al profeta Isaías, cuando profetiza: «Tu tierra tendrá marido». La novia, ataviada para su esposo, es símbolo de esta Iglesia redimida y enviada por Jesús a ser buena nueva del Reino. Nuestra Iglesia tiene que despojarse del luto de la desesperanza y de la tradición esclavizante y vestirse el traje blanco de la novia de la vida, de la alegría de la utopía, del tiempo que está por venir. La Iglesia es una esposa joven y radiante, vestida de perlas y brocado para su esposo, que es capaz de entusiasmar a todos y convocarlos a la boda definitiva del encuentro con Dios.
Convocados a la vieja y siempre nueva evangelización del vino nuevo: «La evangelización no siempre es sinónimo de coger peces. Hay que ir andando, dar testimonio, y después el Señor es el que coge los peces. ¿Cuándo, cómo, dónde? Esto no lo sabemos. Esto es importante. Nosotros somos instrumentos, que no seamos instrumentos inútiles». «No pierdas la alegría de evangelizar...

Índice

  1. Portadilla
  2. Dedicatoria y citas
  3. Entrada
  4. La boda de Caná (Jn 2,1-12)
  5. 1. Invitados a la boda con sus discípulos
  6. 2. Estaba allí la madre de Jesús
  7. 3. Faltó el vino
  8. 4. No tienen vino
  9. 5. Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí?
  10. 6. Haced lo que él os diga
  11. 7. Había allí seis tinajas para las purificaciones, de unos cien litros cada una
  12. 8. Llenadlas de agua
  13. 9. Las llenaron hasta arriba
  14. 10. Sacadlo y llevadlo al maestresala
  15. 11. Todos sirven primero el vino bueno
  16. 12. Tú has guardado el vino bueno para el final
  17. 13. Así, en Caná de Galilea, Jesús dio comienzo a sus signos
  18. 14. Manifestó su gloria
  19. 15. Sus discípulos creyeron en él
  20. 16. Bajó a Cafarnaún con su madre, sus hermanos y sus discípulos
  21. 17. Se acercaba la Pascua y subió a Jerusalén
  22. 18. La boda de Caná: una oportunidad para nuestro mundo
  23. Contenido
  24. Créditos