El lado oscuro de una epopeya
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El lado oscuro de una epopeya

Los legionarios británicos en Venezuela

  1. 264 páginas
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El lado oscuro de una epopeya

Los legionarios británicos en Venezuela

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La llegada a Venezuela de los voluntarios británicos que se incorporaron a la causa insurgente de Bolívar entre 1817 y 1819 constituye un capítulo particularmente atractivo de nuestra Guerra de Independencia. Aunque idealizados en nuestro imaginario nacional como un contingente heroico y romántico formado por soldados profesionales y con un alto sentido de disciplina, los testimonios directos de la época parecieran dar cuenta de una realidad hasta cierto punto distinta.En muchos casos fue una historia de sordidez y engaños, donde la impericia y la rivalidad entre los efectivos británicos y los mandos criollos rebeldes terminaron configurando un cuadro explosivo para Bolívar y sus insurgentes. Las enfermedades, deserciones y conatos de rebelión, entre otras adversidades que debieron afrontar los británicos, son aspectos que pretenden abordarse en este libro junto a las denuncias de quienes, desde la propia Inglaterra, consideraban a aquella recluta como una aventura irresponsable, al servicio de una causa dudosa y a merced de una guerra despiadada y sin normas en la América española.

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Información

Año
2016
ISBN
9788416687473

Luces y sombras de una aventura

El mito romántico

Toda epopeya es, por definición, brillante. De hecho, están concebidas con un propósito enaltecedor y, si los dioses lo permiten, para que duren la eternidad de los tiempos. Al cumplir, como pretenden hacerlo, con un fin edificante, las epopeyas se definen a sí mismas en función del carácter sobrehumano de sus protagonistas y, al mismo tiempo, por la bajeza y sordidez de sus contrarios. En ese sentido, la epopeya de la antigüedad clásica, o de la gesta bolivariana, pretenden –y consiguen– responder más o menos al mismo propósito. Y si se trata ya, de manera particular, del carácter sobrehumano del héroe venezolano, bastaría consultar los versos de Eduardo Blanco o los frescos de Tito Salas, en cuyos casos la epopeya cobra el punto máximo de paroxismo. Allí, entre los héroes, todo luce en orden, y el caos apenas se vislumbra como el eje necesario de un discurso que le permite al protagonista de la gesta erigirse para dominarlo y, a fin de cuentas, someterlo a su portentosa voluntad. Lo mismo se aplica viendo a Bolívar arengar (en la imaginación de Salas) sobre los restos demolidos de la esquina de San Jacinto en 1812, o contemplarlo (de nuevo según la imaginación de Salas) retirado en segundo plano mientras no pierde detalle del combate que se libra ante su mirada en el cuadro La expedición de los Cayos. Además, con timbales de un heroísmo semejante discurre sin el menor parpadeo toda la iconografía republicana concebida por los grandes maestros de la pintura venezolana entre el último tercio del siglo XIX y la primera década del XX, desde Martín Tovar y Tovar hasta Antonio Herrera Toro.
De modo que frente a una tradición como esta, que aún anida con fuerza en el fondo de nuestra psique colectiva (basta verlo expresado en la iconografía popular o en los murales oficialistas para confirmarlo), hablar de uno de los lados «oscuros» de la epopeya independentista, más que una contradicción en sí, podría sonar como algo cercano al sacrilegio y la herejía.
Lo que me atrevo a calificar como ese lado «oscuro» (y que podría terminar siéndolo de otros costados de la epopeya bolivariana si se les examina con cierto cuidado) se contrae, en este caso, a un contexto y unas fechas muy precisas como se dijo al comienzo: las expediciones británicas que, entre 1817 y 1819, acudieron en apoyo de la causa insurgente atraídas por el señuelo de unas promesas gaseosas y de casi imposible cumplimiento ante el precario estado de las arcas rebeldes.
Con todo, muchos de esos efectivos continuaron participando, más allá de aquellas fechas iniciales y sus tempranas desilusiones, en los entreveros de la contienda emancipadora. Además, la presencia de estas unidades británicas, que hicieron pie a través de Margarita y el valle del Orinoco, se diseminó al cabo sobre el resto de los territorios en los que la acción militar del elemento monárquico comenzó a retroceder, independientemente de que tal elemento fuese español o, en muchos casos, propia y genuinamente americano.
Existe una lista, tal vez no muy larga, pero sí lo suficientemente significativa a fin de cuentas, de títulos referidos a esos legionarios británicos. Se trata, las más de las veces, de libros clásicos que –por ello mismo– resultan difíciles de conseguir o que son, incluso, de infrecuente consulta en las bibliotecas. Pero cuando no son clásicos por la pátina que les confiere el tiempo, o por su condición de libros olvidados, lo son por la forma en que el tema se ve clásicamente tratado por algunos autores que pretendieron incursionar de vuelta sobre el asunto durante las últimas décadas del siglo XX. Pero en uno y otro caso, salvo por muy contadas excepciones, se cumple la misma premisa y ambos tipos de literatura pecan del mismo defecto. Son obras que fundamentalmente recogen y registran, en clave romántica y heroica, lo que significó aquella arriesgada participación en una guerra ajena. Eso en cuanto a la intención que los motiva. Y, desde luego, por tratarse del anverso y reverso de una misma moneda, su contenido tampoco se disocia de ese espíritu, puesto que, en general, lo que allí se registra, muchas veces con un formidable y autorizado grado de detalle, son las campañas en las cuales se vieron involucrados los contingentes británicos que acudieron en apoyo de Bolívar y de la causa insurgente.
La heroicidad es, por tanto, la nota que domina esa literatura y, en el fondo, aunque no haya nada de malo, ni mucho menos de despreciable en que ello sea así, no es el aspecto que interesa o complace rescatar ahora. No solo porque sería redundante volver sobre los aspectos militares de tales campañas (algo acerca de lo cual, de paso, el autor entiende poco) sino porque no se justificaría ofrecer, como pretende hacerse ahora, un entendimiento ligeramente distinto del asunto.
Además, y conviene subrayarlo con toda la fuerza del caso, el mito o la visión romántica que ofrece el tema de los voluntarios ha funcionado, y así se adelantó a precisarlo en fechas más o menos recientes el historiador inglés Matthew Brown, como una suerte de «prisión historiográfica» de la cual ha resultado difícil escapar en muchos casos. Dicho de otro modo, esto significa que existe un cerco muy trabajoso de trasponer a la hora de intentar hablar de nuevo acerca de aquellas brigadas de voluntarios y, en general, sobre las expediciones intercontinentales que tuvieron lugar, como se ha dicho, a partir de 1817.
El problema, por tanto, no se limita a que la leva de voluntarios extranjeros fuese convenientemente poetizada por sus propios contemporáneos cuando, en muchos casos, esa realidad estuvo lejos de ser lo que sus apologistas quisieron, o pretendieron, que fuera. En realidad, el asunto se complica aún más cuando esa idealizada versión de lo ocurrido se enlaza con una tradición en la cual ha privado con fuerza una historiografía de tipo militar centrada en poner de relieve la participación de aquellos efectivos en las distintas campañas de la gesta bolivariana. Esto ha llevado a que el historiador moderno se haya detenido raras veces, o que no le prestara mayor atención a otros aspectos relacionados con el alistamiento de reclutas extranjeros. O para resumirlo de la forma como lo hace el ya citado Matthew Brown, que en ese sentido se vean subestimadas las implicaciones sociales y culturales de lo que, para sus protagonistas, debió significar aquella extraña aventura militar en la América española (Brown, 2006: 1). En este sentido, la dimensión social o humana de los voluntarios británicos se halla notablemente ausente de los análisis que existen hasta ahora, en franco contraste con la abundancia de datos de carácter militar con que, en ciertos momentos, se llevó a cabo el estudio de las distintas unidades de combate de las cuales estos reclutas formaron parte y su desempeño en el marco de la contienda emancipadora.
De modo que, aunque suene obvio afirmarlo, este libro pretende alejarse, en la mayor medida de lo posible, del olor a pólvora que se desprende de la bibliografía conocida, por muy respetable que esta sea desde el punto de vista documental. De allí que el propósito se contraiga más bien al afán de explorar otros costados que tienen que ver con la identidad de los combatientes, o con el contexto en que ocurrió el llamado a integrar tales expediciones, y menos con sus aptitudes y destrezas en el campo de batalla. Al mismo tiempo, interesaba conocer el carácter clandestino que cobró la actividad reclutadora en Londres; pero también el esfuerzo que se emprendió para contrarrestar tales levas y disuadir a quienes pretendieron integrarlas. Y resumiendo a fin de cuentas ambos puntos, la intención ha sido entonces la de revisar las opiniones divergentes que suscitó este tema en Inglaterra, sobre todo a través de la prensa.
De allí, pues, que si bien la causa insurgente y el enrolamiento de los voluntarios suscitó simpatías y encontró apoyos en ciertos sectores de la prensa británica, también halló en otros abiertos cuestionamientos y resistencias. El caso resulta importante destacarlo puesto que, de buenas a primeras (al menos para los entendidos en el tema), cabe recordar lo que significó que uno de los periódicos de más amplia circulación en Londres –The Morning Chronicle– insertara proclamas o documentos emanados del cuartel insurgente de Bolívar en Angostura, estimulando el servicio de tales voluntarios, ofreciendo cartas de naturalización o cartas agrarias e inclusive el respeto por los derechos civiles y religiosos de quienes adoraran a Dios de otra forma y en otro idioma, a cambio de que se vieran dispuestos a exponer el pellejo en aquella contienda. Pero difícilmente se tiene en cuenta (como no sea a partir de la exploración de otros periódicos contemporáneos olvidados hasta ahora) que también hubo quienes la consideraron una leva irresponsable y minada de riesgos, al servicio de una causa dudosa, calificada incluso de bandolera y delincuencial, y ante la cual no solo se veía comprometido el honor militar inglés (en los casos en que entre los voluntarios figuraran oficiales de carrera), sino el carácter de la alianza que el Gobierno de Londres mantenía con el poder español. O lo que era más grave aún: que el Gabinete británico –como se harían cargo de advertirlo aquellos periódicos opuestos al tema– no contase con los medios necesarios para salvar del exterminio a sus propios súbditos, quienes debían saber –tratándose de una contienda sin cuartel– que las autoridades leales a Fernando VII estaban resueltas a pasar por las armas a todo extranjero capturado entre las filas rebeldes.

Veteranos no tan veteranos

Parte de todo lo anterior lleva por fuerza a decir algo acerca de un tema que merece ser explorado: la calidad o formación militar de aquella recluta. La razón de que ello sea así es porque aquí también campea a sus anchas la fuerza del mito. Me atrevería a calificarlo como el mito de la casaca roja, que con frecuencia tiende a asociarse a los veteranos de las campañas contra el Bonapartismo entonces recién concluidas, y al que las fuentes clásicas suelen conferirle un peso muy relevante a la hora de definir el tipo de voluntario que se sumó a las fuerzas rebeldes de Bolívar. Evidentemente, el fin de la contienda continental en 1815 supuso una acumulación de material sobrante, valioso y cuantioso, desde el punto de vista de lo necesario para hacer la guerra. Pero, también, un excedente de veteranos reducidos a la desocupación. Es decir, que se trataba de un depósito con el cual podía Bolívar rellenar sus batallones (Masur, 1987: 281) o, dicho en palabras de Salvador de Madariaga, que en el mercado abundaban por entonces hombres y avíos suficientes para llevar a cabo tales levas (Madariaga, 1975, I: 604). Pero eso no certifica en su totalidad el origen de quienes se sumaron al ejército insurgente en la América española. Ello es así porque las mismas condiciones de la posguerra pudieron afectar el destino de una masa de civiles, sin perspectivas ni esperanzas, que también llegaría a verse a merced de la profunda contracción económica y el desempleo que provocó el fin del conflicto en Europa. De modo que si del primer lote (el más conocido por la historiografía tradicional) salieron oficiales curtidos, del segundo lo hicieron civiles inexpertos en el arte de la guerra, dispuestos sin embargo a responder al llamado de una promesa más o menos lucrativa en tierras extrañas.
En este sentido, y compartiendo plenamente el criterio de Matthew Brown, la historiografía tradicional en torno a las expediciones ha perdido de vista un elemento esencial: a saber, que estas no fueron en todos los casos empresas de mero carácter militar, sino que pudieron verse concebidas también como parte de una emigración asistida, tal como se dio a partir de entonces hacia otras regiones del mundo.
De modo que al igual que lo hizo al principio en tímidas cantidades, pero que continuaría haciéndolo con mucha mayor frecuencia con el correr de las décadas al emigrar a Norteamérica, es probable que esta masa de civiles prestada a la aventura suramericana se sintiera más estimulada por un prospecto de asentamiento y prosperidad material que asociada a una recluta en la acepción estricta del término. En este sentido, llama mucho la atención lo que se desprende de un informe de la Secretaría británica de Asuntos Interiores (Home Office) donde, a partir de las evidencias recolectadas por los agentes que tenían a su cargo seguirle la pista al alistamiento de voluntarios, se precisa lo siguiente: «El centro de reclutamiento para oficiales y soldados está ahora en el número 3 de Downing Street, donde un gran número de campesinos irlandeses van a todas horas solicitando alistarse» (Informe n.o 9. 02/11/1818. H.O. 5-35. Secreto, 1817-1818).
Pero asimismo, con base en otros documentos de la época, resulta oportuno llamar la atención acerca de otros detalles que podrían darle fuerza a lo que pretende afirmarse. Existe, por caso, una «lista de oficiales y tropa extranjera» elaborada en Angostura, en junio de 1819, cuyo fin no era otro que servir de cómputo al haber mensual de cada uno de los efectivos allí mencionados y, asimismo, para la distribución de raciones. Hasta este punto no tiene nada de extraño ni se revela en ella nada particularmente notable por tratarse de una lista elaborada con el simple propósito de servir a la intendencia y buena administración del ejército rebelde. Excepto que, más adelante, salta a la vista un detalle del mayor interés: allí, en toda la cintura del documento, se especifica que dicha lista se hizo «con inclusión de las mujeres que tienen a sus maridos en el ejército», mientras que, al mismo tiempo, el cognomento de las cónyuges no deja lugar a las dudas con respecto a su origen anglosajón (BAHN: Archivo de Guayana, 1819).
A este dato se suma otro, esta vez tomado del testimonio de uno de los propios legionarios. Habiéndose visto alojado en casa de una viuda realista en Santa Marta, el referido testigo apunta un dato revelador, extraído de una de sus conversaciones con aquella dama samaria:
«La primera noche me dijo cuánto le había dolido ver el gran número de viudas inglesas, con sus hijos, que habían venido de Riohacha. Después de haber visto a sus maridos fusilados en su presencia por los españoles, habían sido transportados a caballo (Alexander, 1978: 93).»
Otro testigo –el capitán y memorialista Charles Brown– refiere la alarma que cundió a bordo del bergantín que los trasladaba de la isla de San Bartolomé a Tierra Firme cuando vinieron a toparse en el trayecto con una nave desconocida. En tal sentido anota lo siguiente: «[L]as mujeres de los soldados se portaron con mucha bravura ayudando a trasladar los proyectiles desde la bodega a la cubierta» (Brown, 1966: 121).
También des...

Índice

  1. Introducción
  2. Luces y sombras de una aventura
  3. Cuando la prensa sale a cuestionar
  4. España protesta e Inglaterra explica
  5. Posdata
  6. Apéndice
  7. Abreviaturas y siglas
  8. Fuentes
  9. Bibliografía general
  10. Créditos