Autocrítica a la religiosidad popular evangélica
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Autocrítica a la religiosidad popular evangélica

Prácticas dudosas en el ejercicio de nuestra fe

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Autocrítica a la religiosidad popular evangélica

Prácticas dudosas en el ejercicio de nuestra fe

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En la primera parte: "Panorama histórico de la religiosidad popular", explica como la Reforma condenó con voz unánime el proceso ascendente de superstición propiciado por la propia institución eclesiástica aprovechando la religiosidad popular: Indulgencias, penitencias, veneración a reliquias, culto a imágenes, intercesión santoral, símbolos y otros ritos de carácter mágico religioso. El protestantismo buscó erradicar tales supersticiones sustituyéndolas por un sacerdocio universal, apoyado en una adecuada instrucción bíblica del pueblo en las doctrinas fundamentales como: la soberanía de "Sólo Dios", la singularidad de "Sólo Cristo", la gratuidad de la "Sola Gracia", la suficiencia de la "Sola Escritura" y la libertad de la "Sola Fe". Pero lamentablemente, muchas de estas expresiones de religiosidad popular supersticiosa, con pequeñas variantes, han regresado introduciéndose con fuerza en algunas denominaciones cristianas evangélicas herederas de la Reforma.En la segunda parte: "El fenómeno de la religiosidad popular", muestra en qué forma estas prácticas supersticiosas que subyacen en el fasto, y en las cuales se da una importancia exacerbada a lo emocional y lo externo, sin un contenido de fe auténtica, han resurgido en el mundo evangélico, se han multiplicado, y están en pleno auge. Las relaciona, describe y analiza una por una. Y demuestra como todas las denominaciones evangélicas han acabado por ceder a "lo que le gusta al pueblo" en lugar de esforzarse por instruirle en el conocimiento y la responsabilidad; centrando su énfasis más en lo emocional y corporal que no en lo intelectual y espiritual.En la tercera parte: "Propuestas de acción pastoral hacia una fe popular", partiendo del hecho demostrado que el neo-pentecostalismo tiene un crecimiento muy superior al de las denominaciones históricas, defiende que la solución no pasa por aniquilar las expresiones de "religiosidad popular evangélica", sino más bien por reorientarlas, excepto en aquellos casos en los que rayan en la magia y superstición. Sostiene que es preciso estudiar a fondo esta religiosidad popular evangélica a la luz de unas claves bíblicas y teológicas que nos permitan reconducirlas de una manera adecuada, y aprovechar su impulso en la expansión del Evangelio.Se completa con dos Apéndices: uno con las 95 Tesis de Martín Lutero; y otro con un listado de santos protectores e intercesores para dolencias y necesidades diversas, que se veneraron e imploraron en la Época Medieval y han perdurado hasta nuestros días. Incluye una completa Bibliografía de obras y documentos recomendados para profundizar en el estudio del tema.

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Información

Año
2019
ISBN
9788417131296
Categoría
Religion
SEGUNDA PARTE
El fenómeno de la religiosidad popular
1
Definiciones del término pueblo
1.1Concepto bíblico de pueblo
En el sentido etimológico, que es a la vez el más teológico y más bíblico, “laico” hace referencia al “laos”, o sea, al pueblo de Dios. Por eso cuando hablamos de laicado nos estamos refiriendo al pueblo de Dios, y es exactamente lo mismo cuando hablamos de la Iglesia en su sentido global.
El sentido tradicional del concepto pueblo-laos-laicado debe superarse, así lo afirma categóricamente Maldonado120, lo cual nos parece acertado puesto que es necesario volverse al sentido bíblico, como el principal. De hecho así está sucediendo: la teología del laicado de entenderse “sectorialmente” no avanza, y luego, a la inversa, con los movimientos laicos “escuetos”, si se separan del contexto “comunitario”, tampoco avanzan, si es que no retroceden o desaparecen. Por tanto, la definición de la Iglesia como pueblo de Dios es de orden esencial y primario; mientras que la definición de “laico” como algo aparte, como una subdivisión, es de orden secundario. Creemos, pues, que se debe dar al pueblo de Dios, a su unidad, la prioridad que le corresponde en cuanto anterior a toda distinción, incluso de derecho divino. De lo contrario, puede hacer daño, a esa comunión fundamental previa, a los ministerios que la vida muestra de la verdadera fraternidad de los cristianos (Mt. 12:44; 23:8; 28:25-40; Mr. 5.35; Lc. 8:21; Jn. 20:17.
Aunque la teología del laicado o pueblo de Dios ha sido cuestionada principalmente en tiempos recientes, parecen estar superados dichos cuestionamientos y ahora, con esta misma perspectiva, lo opuesto a laico no es ser clérigo o “espiritual” sino ser-no-pueblo. Es lo que describe 1 Pedro 2:10: “Vosotros que antes erais no pueblo y que ahora sois pueblo de Dios”. El conocido texto de Mt. 23:8-11: nos habla de la igualdad de los creyentes como hermanos:
“No os hagáis llamar Rabí porque uno solo es vuestro maestro y todos ustedes son hermanos. Ni llaméis Padre a nadie sobre la tierra porque uno solo es vuestro Padre el que está en el cielo”.
El respectivo comentario ataca la falsedad del jerarquismo del judaísmo que se contrapone a la fraternidad sin distinciones de los cristianos121.
1.1.1 Concepto culturalista de pueblo
Este concepto es el que presentan las Ciencias Humanas, no las teológicas. Maldonado lo considera como un concepto en el plano pre-teológico, en el sentido de que es como el presupuesto antropológico social del sentido teológico de pueblo. Debe partirse entonces de los resultados de las ciencias del folklore122: de la etnología, la antropología social o cultural, tal como han ido evolucionando en el presente siglo. En primer lugar, han considerado al pueblo como una realidad que posee un alma, una conciencia colectiva, una sustancia. Pueblo, entonces, vuelve a ser una colectividad, un colectivo, pero unido por un principio interno, profundo (no puede ser en este sentido: masa, muchedumbre, conglomerado), aunque es necesario puntualizar que no todos los antropólogos sociales están de acuerdo con este punto de vista.
Este principio profundo (alma o espíritu) que se encarna en lo que se denomina cultura, acaba entendiéndose como una realidad con los componentes principales que constituyen a un pueblo, los que describen que el hombre produce con sus diversos elementos: la lengua, las costumbres, las instituciones, el sistema de creencias, el ambiente ecológico con toda su diversidad.
Esta definición tiene la idea globalizante y unitaria de pueblo. El pueblo no es un sector, un subgrupo, una fracción, una clase, sino la totalidad, los componentes de un grupo humano. Por tanto, es el sujeto colectivo poseedor y protagonista de una historia, de una tradición y una cultura común123.
1.1.2 Concepto partisano de pueblo
Se entiende que al hablar del pueblo desde la acepción partisana se está indicando una parte de la nación, de la población, que se considera en oposición a las clases que poseen más bienestar, más instrucción, más poder. Se vive el fenómeno de la segregación y diferenciación social en relación con sus fundamentos económicos y sociales, es decir, las diferencias y desigualdades respecto del saber, del tener y del poder. Mientras que el concepto culturalista de pueblo trata de expresar la unidad globalizante de pueblo, el partisano hace énfasis en los resquebrajamientos, fisuras, separaciones, y que, según el punto de vista de los que impulsan esta visión, evidencian injusticia de los sistemas económicos de propiedad, producción, distribución de la riqueza, etc. Sería un trabajo interesante –aunque no para el momento– encontrar el equilibrio entre estas dos concepciones de pueblo, puesto que ambas tienen elementos de verdad, aunque con fuerte inclinación al reduccionismo124. Esos conceptos de pueblo y realidades sociales siguen siendo un desafío para la evangelización a otras culturas. Lo que podemos concluir es que cuando hablamos en castellano de pueblo y lo analizamos, por ejemplo, expresamos el sentido globalizante que considera en un mismo común denominador a los que vivimos en el mismo territorio, con la misma lengua, tradición y tierra. Ahora bien, tenemos que reconocer que el término pueblo es un tanto equívoco, pues si bien sabemos que es una realidad que allí está, se refiere a elementos diferenciados y, en cierto modo, encontrados. Empero, las nociones que describen el fenómeno popular no son mucho menos excluyentes, pero sí de alguna manera reflejan la complejidad del hecho en cuestión.
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120. Cf. MALDONADO L., “Pueblo, Laicado y Pueblo de Dios como Iglesia”, en Carthaginensia III, 1987, 179.
121. Cf. Ibid, 182.
122. Cf. Ibid.
123. Cf. ID., “Religiosidad Popular” en Conceptos Fundamentales de Pastoral. Cristiandad, Madrid, 1983, 879.
124. Cf. L. Cit.
2
Relación y distinción entre religión, religiosidad y fe
Al hablar del fenómeno “religión” no es posible hacer una separación tajante entre este, religiosidad y fe, puesto que la fe debe expresarse a través del rito con manifestaciones subjetivas, culturales y demás.
Es necesario, pues, distinguir estos tres aspectos que constituyen procesos interrelacionados, aunque en la práctica puede perder su correcta respectividad y su genuina jerarquización. De este modo, en la Reforma se señaló que la fe de la Iglesia había perdido pie, pues precisamente los ritos habían degenerado en ritualismos porque no solo no correspondían a la relación de la fe que presentan las Sagradas Escrituras, sino que estos ritos habían acaparado la primacía en lugar de estar subordinados y reorientados. La fe puede apagarse cuando pierde su contenido real. De la misma manera que las relaciones entre dos personas en la expresión de su amistad puede perder su contenido real, su dinamismo afectivo, quedando reducidas a los saludos, al hablar de las mismas cosas. De igual modo puede subsistir una religiosidad vacía de la fe. Por ejemplo, la gente asiste y llega a las iglesias, se saben el vaivén de los cantos, los gestos, que en sí mismos no son reprobables, pero no por ello podemos decir que todas las opciones del valor religioso están sustentadas por la fe como relaciones interpersonales con Dios. Es por ello que la religiosidad no tiene que tomar el primado a costa y en detrimento de la fe, sino que es necesario que esté subordinada y corresponda a la fe que parte de la fuente clásica de la teología: la revelación de Dios en Jesucristo de la cual dan testimonio las Sagradas Escrituras.
El proceso religioso, si se lleva a cabo a la inversa y la primacía la tiene la religiosidad y no la fe, entonces da lugar a una deformación de la relación religiosa que la convierte en una manipulación mágica de la divinidad. Desde el punto de vista de la fe bíblica en Dios, dicha manipulación de la divinidad no es un fenómeno marginal en la vida de las religiones, sino que penetra de tal manera todas las expresiones del comportamiento religioso que, aun con el riesgo de exagerar, esta deformación de la relación con Dios aparece como lo absolutamente típico de dicho comportamiento religioso.
La tradición profética aplicó también esta crítica hacia adentro del comportamiento religioso judío con su característica seguridad y autosuficiencia en sí mismo125. Acostumbrados los hijos del pueblo elegido a llevar multitud de sacrificios y holocaustos de corderos, sebo de animales gordos, sangre de bueyes y ovejas, cuando lo que la divinidad pedía era obediencia y fe en la vida diaria y no solo manifestadas por medio de esta adoración sacrificial y ritual que les había sido enseñado por Dios mismo, era necesario que vivieran en limpieza de vida y libres de pecado genuinamente.
El apóstol Pablo también continuó en esa dirección la argumentación polémica judía contra la relación de los paganos con Dios, a la relación legalista de los judíos con Dios. Los puso en evidencia con su falta de amor al prójimo y por lo tanto con Dios. Ellos habían recibido los mandamientos relacionados con amar a Dios y a sus semejantes. Sin embargo, el legalismo se los impidió. Pablo les demostró que Dios ama a todos los hombres y quiere que todos procedan al arrepentimiento.
Nosotros, los líderes cristianos, debemos hacer lo mismo que hizo Pablo cuando sea necesario. Hay que aplicar la misma crítica del comportamiento religioso de los cristianos. Eso obedece porque tal comportamiento legalista religioso está en contradicción con la auténtica piedad cristiana. Bien manifiesta Pannenberg respecto de lo que hemos venido afirmando: “El abuso de la relación con Dios para manipularlo en aras de una autoaseguración del hombre mismo ha sido y seguirá siendo siempre una perversión de la fe126”.
2.1Religión
Es necesario que se confronte y se aclare el sentido del término religión. Conviene precisar, hasta donde sea posible, ese concepto para no caer en definiciones parciales y muchas veces abstractas que no hacen justicia, excluyendo componentes fundamentales de la religión. En el sentido más amplio, la palabra religión designa “cualquier conjunto de sistemas y acciones objetivo compartido por un grupo que dé al individuo un objeto de devoción y una orientación127. La definición anterior implica que la religión está constituida por creencias y sistemas de pensamiento, comportamientos y acciones visibles, formas o medios a través de los cuales expresan sus creencias en el ámbito social.
Se oyen expresiones como: “No creo en la religión evangélica porque es solo prohibiciones”, “no creo en el cristianismo porque lo obligan a uno a asistir regularmente a los templos”, “no estoy de acuerdo con los obispos y los pastores porque son unos interesados”, “no me cambio a la religión evangélica porque es una religión como cualquier otra y de todos modos todas las religiones nos llevan a Dios”. Estas afirmaciones muy generalizadas ponen de relieve la ausencia de claridad doctrinal y vivencial en lo tocante a la realidad de la religión en todos sus elementos constitutivos. Ahora, ¿cuáles son estos elementos? Podemos distinguirlos objetivamente, así como se distinguen sus manifestaciones. En efecto, toda religión está integrada por: a) Un sistema de convicciones o creencias que es el elemento doctrinal y teórico; b) Un conjunto de prácticas rituales, es decir medios, formas, a través de las cuales se vive y se expresa lo que se cree. Este elemento es el “cultural”; c) El elemento ético se expresa en normas de conducta que rigen la vida en lo comunitario; d) El elemento comunitario, que es un sistema de relaciones sociales e interpersonales. Lo anterior explica por qué en más de una ocasión los conceptos o ideas, críticas o elogios que se dirigen a una religión tocan tangencialmente a uno u otro de sus elementos dejando fuera a uno o más de sus elementos constitutivos.
Es cierto que también todo intento de dar una definición adecuada de religión, en cuanto a su naturaleza, resulta un tanto difícil. Ya desde el año 1912 el psicólogo norteamericano James Leuba podía contar con cuarenta y ocho definiciones distintas y en su propia opinión todas deficientes. Hoy por hoy, existen un poco más de doscientas128.
2.1.1 Diversidad de significados del término religión
Como se ha mencionado, el concepto religión trae a la mente ideas diversas a diferentes personas. Algunos asumen que es la “creencia en Dios”; otros el mero hecho de orar o participar en un ritual y llenar una “cuota religiosa”, creyendo que es suficiente. Otros más bien la entienden como el acto de meditar sobre “algo” divino. Casi siempre que pensamos en algunas religiones más conocidas mundialmente, por ejemplo, la religión católica, vienen a nuestra mente cosas tales como: catedrales, curas, rosarios, sotanas, cruces, escapularios, rezos como el Ave María, el Padre Nuestro y otros. Si pensamos en la religión evangélica llenan nuestra mente imágenes de: templos, coros, predicadores, conjuntos, plataformas, púlpitos, aplausos, gestos y demás, y si, por algún momento pensamos en el Hinduismo, quizás se mueven ideas en nuestra cabeza acerca de posiciones, ejercicios (Hata-yoga), meditaciones, respiraciones, (Pranayamas), ropajes, cantos sagrados, turbantes, etc. Pero si vamos más allá, nos encontramos con muchas personas que relacionan directamente la religión con una actitud emocional e individual respecto de algo que es supramundano y que de realidades terrenas no debe tener absolutamente nada. De una manera más simplista la quieren mirar otros, como moralidad, identificando esta con la religión en correspondencia y equivalencia mutuas. Si todo esto acontece en la realidad y en el diario vivir, ¿No es ya por demás evidente la complejidad del concepto religión? ¿No se hace aún más difícil detectar la esencia o naturaleza de la religión? Por añadidura, el fenómeno religioso se ha dado en todo tiempo y en todas partes del mundo. No existe una sola religión, sino muchas manifestando un claro pluralismo religioso.
Todo el que estudia la historia de la humanidad se percata que la religión es un hecho universal en el que los hombres buscan a “la divinidad” para depender de esta en sus necesidades de carácter personal, familiar y aun comunitario. Tratan de llevar una relación con el poder divino extraordinario, esperando reciprocidad en dicha relación. Ahora bien, es necesario puntualizar también la distinción entre religión natural y religión positiva: En la primera se han dado las primeras etapas de la historia de la religión que van desde la creencia en el “gran espíritu” de los animales, las aguas, los árboles, etapa propia de los pueblos cazadores y agrícolas, luego viene “El culto a los muertos”, que se convierten más tarde en seres sobrehumanos que vienen a considerarse protectores y avalistas del orden social imperante, esto es lo que Galindo llama la segunda etapa129, pasando a etapas ulteriores y elementos que son imprescindibles.
En cuanto al rito, este es la expresión externa de lo que se cree. Se supone que sirve para establecer comunicación con el ser superior, y los hay de diferente modalida...

Índice

  1. Cubierta
  2. Página del título
  3. Derechos de autor
  4. Índice
  5. Dedicatoria
  6. Agradecimientos
  7. Prefacio
  8. Introducción
  9. PRIMERA PARTE: Panorama histórico de la religiosidad popular
  10. SEGUNDA PARTE: El fenómeno de la religiosidad popular
  11. TERCERA PARTE: Hacia una propuesta de fe popular
  12. Conclusión
  13. Recomendaciones
  14. Apéndice I
  15. Apéndice II
  16. Bibliografía