Judas y otros ensayos sobre lo divino y lo humano
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Judas y otros ensayos sobre lo divino y lo humano

Los ensayos más negros y lúcidos del primero de los escritores malditos

  1. 136 páginas
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Judas y otros ensayos sobre lo divino y lo humano

Los ensayos más negros y lúcidos del primero de los escritores malditos

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Este volumen recoge algunos de los textos que mejor definen a Thomas de Quincey y mejor plasman su compromiso con la inteligencia, la verdad, el humor y la polémica.Con Judas Iscariote, ensayo tremendamente célebre en su época, levantó ampollas al cuestionar la maldad del apóstol. Para De Quincey, Judas había sido elegido por Jesús, y si lo había traicionado era, en palabras de Borges, "para obligarlo a declarar su divinidad y a encender una vasta rebelión contra el yugo de Roma". En Sobre la guerra, De Quincey plantea el imposible final de los conflictos armados; Sobre el suicidio es una reflexión sobre las posibles justificaciones de ese acto definitivo a la luz de un gran poema de John Donne; finalmente, en Sobre la superstición moderna, discute la supuesta racionalidad de su época (y la nuestra) y elabora un catálogo tan curioso como sorprendente de supersticiones que han muerto o que perviven.Judas y otros ensayos sobre lo divino y lo humano explica por qué Jorge Luis Borges consideraba a De Quincey uno de los pensadores más agudos y originales de cualquier época.

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Información

Año
2018
ISBN
9786079409920
Edición
1
Categoría
Literatura

LA SUPERSTICIÓN MODERNA

Se suele repetir hasta la saciedad que el tiempo de lo milagroso y lo sobrenatural ha pasado. Yo niego que esto sea así en cualquier sentido que implique que nuestra época difiere de todas las demás. Ni ha pasado ni debemos desear que pase. La superstición no es, en todos los casos, un vicio de la naturaleza humana, que lo sea o no depende de las particulares leyes de su desarrollo. No es verdad que, desde cualquier perspectiva filosófica, primus in orbe deos fecit timor [antes que nada, Dios creó el miedo]. Como objetaba Edmund Burke: si el miedo creó a los dioses, ¿qué creó al miedo? Mucho más cierto, y más justo con la grandeza del hombre, sería decir: primus in orbe deos fecit sensus infiniti [antes que nada, Dios creó el sentido de lo infinito]. Incluso el más humilde de los hombres entiende que un ser divino es algo más que su mera ira o poder. De hecho, la superstición, en el sentido de comunión con lo invisible, es la gran prueba de la grandeza del hombre, un ser en el que lo celestial y lo terrestre se combinan. En la superstición reside la posibilidad de la religión: de ahí que en la palabra latina religio se fundan indisolublemente las dos. Y aunque la superstición es muchas veces mala, degradante, desmoralizadora, no lo es porque sea una forma de corrupción o degradación, sino por falta de desarrollo: el fruto del manzano silvestre es muy duro y en sí mismo no vale nada, pero es la forma germinal de innumerables frutos mejores. La superstición acabará dando paso a formas puras de religión conforme el hombre progrese. Sería lamentable que, cuando el hombre haya purificado y desarrollado su intelecto para aplicarlo a la fe religiosa, la superstición hubiera decaído del todo. A fin de apreciar el estado actual de lo sobrenatural y su poder sobre el hombre, echemos un vistazo a las formas de la superstición popular. Si estas formas manifiestan su vitalidad, será una demostración de que el intelecto popular no coincide con ese intelecto libresco o mundano (filosófico no podemos llamarlo) que da por extinguido el poder de lo sobrenatural. El sentir popular lo es todo en este caso.
A esa forma del poder milagroso que, aunque muy difundida en tiempos paganos y cristianos, tiene su última raíz en las solemnidades de la imaginación, podemos llamarla ovidiana. Podemos hacerlo así por conveniencia y también por justicia, ya que fue Ovidio quien, en sus Metamorfosis, mostró por primera vez y de una forma elaborada esta tendencia de la superstición humana. Es una clase de superstición dominada por los afectos del hombre: un terror espiritual que no está lejos de la ternura y la admiración. Representa al poder sobrenatural como si éste se expresara por compasión con el dolor o la pasión (o la compasión) humanas a través de un símbolo encarnado en la naturaleza. Por ejemplo, un par de jóvenes amantes perecen en un doble suicidio provocado por un error fatal, error que se produce en el caso de ambos a causa de un noble desinterés. El árbol al pie del cual se han citado y que presencia la tragedia de los amantes manifiesta desde entonces la compasión divina con el oscuro color de su fruto:
At tu, quæ ramis arbor miserabile corpus
nunc tegis unius, mox es tectura duorum,
signa tene cædis; pullosque et luctibus aptos
semper habe fructus, gemini monumenta cruoris.
[En cuanto a ti, árbol que ahora proteges con tus ramas el desdichado cadáver de uno solo, y que inmediatamente vas a proteger el de los dos, conserva las señales de la matanza, y ostenta siempre frutos negros, acordes con el luto, conmemoración de la sangre de ambos.] 51
Así suplica la dama al árbol antes de morir. Y el fruto se convierte en adelante en el símbolo de una doble compasión: la compasión humana y la compasión de un poder oscuro que subyace a los agentes de la naturaleza y habla a través de ellos. Además, el objeto de esta compasión no es la tragedia individual, sino el caso universal del amor desdichado que este romance particular ejemplifica. Llama la atención la gracia con la que Ovidio nos ofrece estas primeras tradiciones donde la ternura se combina con la superstición, el arte con el que cada relato de la larga serie conecta con el que lo precede y deriva espontáneamente de él no tiene par, y fue esto, además de su desbordante alegría, lo que lo convirtió en el favorito incluso de gente como Milton, poeta tan opuesto a él por naturaleza intelectual. Es, pues, razonable que a esta función de lo sobrenatural la llamemos ovidiana. Fue pagana en su nacimiento, y sus laureles se deben en última instancia al paganismo. Sabemos, sin embargo, que en el estado transicional de los siglos que siguieron a Cristo, durante los cuales paganismo y cristianismo descendieron y ascendieron lentamente como por diferentes estratos atmosféricos, los dos poderes intercambiaron muchas cosas (véase Conyers Middelton y, en nuestros días, Blount). Característico de la débil naturaleza del paganismo es que podía tomar prestado poco o nada: por su organización, no era apto para expandirse. Pero la fe verdadera, con su gran capacidad de adaptación a la naturaleza del hombre, condujo a muchas corrupciones (corruptio optimi pessima [la corrupción de los mejores es la peor]), algunas de tendencias letales, otras inofensivas. Una de estas últimas fue la manera ovidiana de relacionar los poderes invisibles de la naturaleza con los sentimientos humanos de amor o reverencia. Las leyendas de este tipo son universales e innumerables. Ningún país, ni aun los más austeramente protestantes, han dejado de adoptar estas supersticiones, y en todas partes se cultivan con algún grado de afición y respeto, incluso por aquellos que las rechazan. Que el asno, que en su misma degradación conserva cierta latente sublimidad,52 o el poder de sugerir cosas sublimes, por su antigua relación con el desierto, con Oriente, con Jerusalén, merecía, por sobre todos los animales, el honor de estar marcado en el lomo con el símbolo de la cruz parece razonable incluso para los entendimientos más infantiles, a poco que conozcan su mansedumbre, su paciencia, su vida sufrida y su asociación con el Fundador del cristianismo en una grande y triunfal solemnidad. Incluso el hombre que lo maltrata y lo desprecia por su bajeza y sumisión tiene la semiconsciente impresión de que por esas mismas cualidades podría distinguirse en un mundo en el que las cosas se valoraran de otro modo.53 El eglefino, por poner otro ejemplo, es, entre los animales del mar, un pez privilegiado, e incluso en la austera Escocia cualquier niño puede señalar la huella del pulgar de san Pedro por la que desde siempre se distingue este pez de otros que se le parecen. También al apóstol Pedro (por referencia, sin duda, a Mateo 14, Marcos 6, Lucas 8 y Juan 6) está dedicado otro recuerdo del mar, esta vez de un mar tormentoso: la conocida ave llamada petrel, llamada así precisamente por Pedro.54 En Inglaterra y Alemania se cree (o se creía antaño) que el ganado domesticado, que goza del cuidado y la guardia del hombre, se arrodillaba en cierto momento de la Nochebuena, cuando la oscuridad cubre los campos, cuando ningún ojo nos mira aparte del de Dios y cuando suena la hora exacta del aniversario de esa canción angelical que una vez resonó sobre los campos y rebaños de Palestina.55 El espino de Glastonbury es una simple superstición local, pero hubo un tiempo en que la leyenda estuvo tan difundida como la de Loreto, con el angelical traslado de sus cosas sagradas: toda la cristiandad creía devotamente que la mañana de Navidad este espino florecía. Y con respecto al álamo temblón (cuya leyenda la poetisa Felisa Hemans creyó galesa porque la oyó por primera vez en Denbighshire), es creencia general (no galesa, sino europea),56 que tiembla místicamente porque se compadece de aquel árbol de Palestina que hubo de proporcionar madera para la Cruz. Tampoco sería objeción en este caso que en algún pasaje de Solino o Teofrasto se afirmara que el álamo temblón siempre ha temblado, porque podemos suponer que el árbol tiene remotos presentimientos o remotas reminiscencias. En un caso tan vasto como éste, la oscura compasión debería mirar en los dos sentidos, como Jano. Una objeción parecida, que se haga a la creencia de que el arco iris es el sello con el que Dios ratificó el pacto de impedir diluvios futuros, puede impugnarse de la misma manera. El arco iris no se creó entonces, por primera vez: las leyes ópticas explican que, en determinadas condiciones de lluvia y sol, siempre se han producido los mismos fenómenos. Cierto, pero sí fue entonces cuando se lo escogió, de entre multitud de señales naturales aún sin significado y por primera vez se le asignó la nueva función de portador de un mensaje y una promesa para el hombre. La misma teoría (esto es, la misma manera de explicar la existencia natural de una cosa sin alterar sus funciones sobrenaturales) puede aplicarse a la gran constelación del otro hemisferio llamada la Cruz del Sur. En Sudamérica la ven como la gran bandera o gonfalón que el cielo enarboló cuando los heraldos españoles de la verdadera fe llegaron en 1492. A estas gentes ignorantes y supersticiosas no le cuesta creer que, por algún milagro de sincronía, la constelación se creó en el mismo momento en que la primera procesión cristiana, portando una cruz, pisó solemnemente la costa al desembarcar de los barcos de la cristiandad. Los protestantes no nos engañamos: entendemos lo absurdo de esa estrecha y local referencia a astros tan inmensamente vastos como los que componen la constelación, separados unos de otros por distancias siderales y sin más relación entre sí de la que pueden tener con cualquier otro cuerpo celeste. Sabemos que esa unidad sintética por la que dichos astros forman una cruz no es otra cosa que una síntesis arbitraria hecha por la imaginación humana, que depende además de nuestra posición y distancia terrestres. Una gran disminución de esta distancia, por ejemplo, que hiciera entrar en nuestro campo de visión otras estrellas y llenara así los huecos entre los distintos elementos de la figura, alteraría (e incluso descompondría por completo) la actual disposición cruciforme. Tomemos tales y tales estrellas, compongamos con ellas letras y formarán tal palabra. Pero no deja de ser una elección nuestra, una síntesis que hace nuestra imaginación, la que las combina de esa manera: podríamos separarlas y combinarlas de otra forma. Todo esto es cierto y, sin embargo, como la combinación, aunque arbitraria, se ofrece espontáneamente a todos los ojos,57 y como la gloriosa cruz brilla eternamente en las silenciosas horas de un vasto hemisferio, incluso aquellas personas que no son supersticiosas pueden rendirse a la creencia de que, así como el arco iris es uno de los elementos de la naturaleza y obedece a sus leyes pero estaba dedicado de antemano a un servicio que no se requeriría hasta pasado mucho tiempo, así la misteriosa cifra de las imperecederas esperanzas del hombre puede haberse mezclado y combinado con los cielos estrellados desde que éstos fueron creados para prefigurar algo, para ser el silencioso heraldo de una esperanza misteriosa en un periodo y de gratitud en el otro.
Estos casos que he enumerado tienen un punto en común: son todos encarnaciones mudas de un poder milagroso; son milagros que, aun suponiendo que originalmente lo fueran, están incorporados al curso regular de la naturaleza como lo están esos rasgos faciales o figuras que vemos en piedras, en mármoles jaspeados, en espatos o en estratos rocosos, y que nuestra imaginación supone que alguna vez tuvieron existencia humana real, ahora fundida con la mera sustancia de un producto mineral.58 Incluso los más supersticiosos, pues, ven estos casos como si estuvieran a medio camino entre lo natural y lo sobrenatural, entre el curso regular de la naturaleza y la interrupción providencial de ese curso. La corriente de lo milagroso confluye aquí con la corriente de lo natural. Estas leyendas apenas ponen en cuestión la superstición de la persona crédula, ni la filosofía de la incrédula. Crédulos e incrédulos admitirán por igual, verbigracia, que el aparente acto de gratitud que hacen ciertas aves al beber tiene por causa y sostén cierta conformación fisiológica, pero quizá también aceptarían la creencia legendaria al punto de permitir que un niño crea, sintiendo ellos mismos la belleza infantil de creerlo, que el ave rinde así un tributo de profunda gratitud al Padre del universo que vela por la salvación de los gorriones y hace llover sobre justos e injustos.59 En suma, la fe en este orden físico-milagroso está abierta por igual al escéptico y al no escéptico: está matizada de la ternura, la humildad, la gratitud, el sobrecogimiento de la superstición, pero al mismo tiempo carece de su tosquedad, su puerilidad, su credulidad paralítica. En ningún asunto es tan acusada la diferencia entre lo pueril y lo inocente como en el de algunas leyendas religiosas del cristianismo primitivo y el cristianis...

Índice

  1. Portadilla
  2. Judas Iscariote
  3. Sobre la guerra
  4. Sobre el suicidio
  5. La superstición moderna
  6. Créditos
  7. Colofón