Entre la luz
(y otros temas igual de tangibles)
José Luis Zárate
Disney
Blancanieves, 1937
Walter Elias Disney se convirtió en Blancanieves. Mordió una manzana llamada cáncer que lo hundió en un sueño eterno. Pero los laboriosos enanitos lo metieron en un ataúd de vidrio y al vidrio lo metieron en una unidad criogénica que descansa bajo Epcot Center en espera del beso del príncipe ciencia para despertarlo.
Eso dice la leyenda.
Pinocho, 1940
¿Quién no conoce al afable, sonriente tío Walt? ¿Quién no ha oído sus hazañas: creador del primer dibujo animado con sonido sincronizado, padre de Mickey Mouse, autor del primer largometraje de dibujos animados? Durante su vida fue galardonado con más de 700 distinciones y premios, entre ellos 25 Oscar, cinco Emmys, la prestigiosa Medalla de la Libertad y la Legión de Honor francesa
—aquí en México lo honraron con las famosas charolas de lámina del Pato Pascual allá por los sesenta
Tanta fama que, naturalmente, creó su antifama.
Marc Eliot, en su libro Walt Disney: Hollywood’s dark prince (1993), lo muestra algo así como a Rico McPato contra los sindicatos. En 1941, Disney se negó a reconocer la Screen Cartoonists Guild, consideró una traición que sus dibujantes exigieran derechos laborales. Es célebre el volante que dio a conocer en donde acusaba a los dirigentes de comunistas: «No deje que su coraje americano se engañe con el veneno paralizante de las arañas rojas».
El hombre sonriente que presentaba el maravilloso mundo del color ayudaba al fbi en su infame caza de brujas presentando multitud de informes —tal vez también en colores.
Fantasía, 1940
Pero eso es ser muy negativo, Disney es lo contrario: alegría, sana diversión, animalitos coloridos, ratoncitos sonrientes, patitos gruñones, peluchitos, tarjetitas, loncheras, camisetas, gorras, vasos, platos, libros de colores, discos, sacapuntas, canales de televisión, series de caricaturas, películas, dvd, cd-room (auxilio), cartas, juegos, jugos, mochilas, gomas (Auxilio), comidas, computadoras, plumas, colchones, figuritas, juguetes para armar, vender, conseguir, coleccionar (AUXILIO), coches, cosas, cosas, cosas…
Dumbo, 1941
Lo cierto es que las acciones de la compañía Disney la muestran como una de esas multinacionales con más poder que muchos países. El escritor de ciencia ficción Norman Spinrad utiliza ese aspecto en su cuento «El año del ratón» (1998), en donde la Disney Company decide hacer una película sobre el presidente Mao, convirtiéndolo en un pandita bonachón que canta. Al gobierno de China no le gusta nada la idea y menos al enterarse que Disney piensa convertir al panda Mao en una cadena mundial de comida rápida, pero poco pueden hacer contra el poder mediático de la compañía del ratón —«una encuesta dio a conocer que los niños de China creen que Mao nació con pelo de dos colores», se lamenta un funcionario.
Bambi, 1942
Sobre la influencia de las cintas de Disney en los niños, durante la realización de El Rey León se discutió mucho la escena después de la muerte del padre. ¿Debían hacer que el cachorro se acercara al cadáver? ¿No sería muy traumático?
—Bueno, hagámoslo —dijo el productor—, lo hicimos con Bambi, ¿no?
La Cenicienta, 1950
Pero el trato con cadáveres dibujados es la menor de las preocupaciones del imperio Disney, es una empresa que se dedica tanto a dar licencias para juguetes y administrar parques temáticos, como a producir y distribuir cintas de muy distintas temáticas.
Tal pareciera que la cenicienta del asunto son los más o menos 42 largometrajes de dibujos animados que ha producido.
El nombre Disney dejó de ser el de un dibujante, un empresario, y fue convirtiéndose en una marca —como el polvo de hornear Royal—, un logotipo, una forma de hacer las cosas.
Una película Disney es una película con parámetros bien definidos —los malos deben ser castigados cruelmente, los protagonistas tienen amigos chistosos, de ser posible debe haber más de una canción, los colores pastel son im-pres-cin-di-bles.
En su principio eran adaptaciones de cuentos, por lo que se fueron contaminando con la necesidad de una moraleja, de una lección de la moral imperante en la época —los treinta, los cuarenta, los cincuenta, al llegar a los sesenta decidieron seguir en los treinta, los cuarenta y los cincuenta.
Un dibujo, al ser una creación, puede adquirir cualquier forma; sin embargo, la factoría Disney siempre ha jugado al realismo. Incluso en sus parques temáticos hay animatrónicos casi imposibles de discernir de lo verdadero, robots perfectos.
¿Por qué?
Alicia en el País de las Maravillas, 1951
Umberto Eco en «Viaje a la hiperrealidad» (1975) nos dice: «cuando hay una imitación —hipopótamo, dinosaurio o serpiente de mar— no lo es tanto porque no sería posible el tener el equivalente real sino porque se quiere que el público admire la perfección de la imitación y su obediencia al programa… en un parque zoológico el cocodrilo estará dormido, o escondido, pero Disneylandia nos dice que la naturaleza falsificada corresponde más a nuestras demandas de ensueño».
Peter Pan, 1953
Lo verdadero no es tan divertido porque es imprevisible. Una historia puede acabar bien o terriblemente mal
—piense, por ejemplo, en sus quincenas.
En una película Disney sabemos que habrá un final feliz, que la maldad será derrotada, que los justos tendrán su recompensa y todos los demás, su castigo.
En el Reino de Nunca Jamás de Peter Pan los niños no crecen; más de medio siglo después de la primera cinta de Disney sabemos que las cosas no han cambiado en sus tramas.
La familia, el deber, el orden, serán restaurados.
La dama y el vagabundo, 1955
¿Pero no es la fantasía Disney una hermosa dama? ¿Algo constante en un mundo caótico? ¿No es muy fácil caer en el síndrome Dorfman?
El libro Para leer al Pato Donald (1971), escrito por Ariel Dorfman y Armand Mattelart fue el libro de ensayos de mayor venta durante los setenta. Era un manual para descubrir todo el peso de la ideología esclavista burguesa conservadora en cada cuadrito de las historietas Disney. De aplicarlo rigurosamente podríamos deducir con facilidad que Donald es Bush —bueno, ahora que lo pienso…
Es posible afirmar que La bella y...