Slow Philosophy
  1. 200 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Información del libro

Slow Philosophyno es solo un libro teórico que explica un nuevo estilo de vida, sino que va un paso más allá y nos ofrece una manera distinta de ver las cosas, permitiéndonos así apreciar detalles que siempre habíamos pasado por alto pero que tienen y tendrán un enorme impacto tanto en nosotros como en aquellos que nos rodean. Antes o después, todos pasamos por un punto en la vida en el que nos damos cuenta de que estamos inmersos en una espiral, que nosotros mismos hemos creado, de la cual no podemos salir. Solemos decir que nos va bien, o que ciertas cosas malas que nos suceden son inevitables y hay que afrontarlas como mejor se pueda. Ahora bien, ¿realmente es esto lo que sentimos, o estamos intentando convencernos de que todo va bien, cuando en realidad deseamos con todas nuestras fuerzas cambiar la inercia en la que vivimos? Una vez dentro, es muy difícil salir de esta espiral. Todos los pilares de nuestra vida giran en torno a ella, y pese a que nos propongamos cambiar ciertas cosas, el ritmo vertiginoso con el que vivimos hoy en día nos acaba arrastrando de nuevo hacia ella. De nada vale intentar cambiar algo que llevamos años, o incluso generaciones, haciendo, sin antes saber de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde queremos orientar nuestra vida y la de los nuestros. Slow Philosophy nos muestra cómo aprovechar el conocimiento y la sabiduría de nuestros antepasados y complementarlo con los avances de los que disponemos actualmente, para de este modo llegar a darnos cuenta de lo que realmente somos y queremos. Esto nos permitirá escoger aquel camino que nos garantice una base de vida sólida y estable, tanto para nosotros como para las futuras generaciones.

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Información

Año
2018
ISBN
9788461785605
Edición
1
Categoría
Filosofía

Salud física

Cada mañana me suena el despertador a las seis y media. Me levanto, como una pieza de fruta, bebo un vaso de agua y salgo a la calle a correr. Dependiendo del día, puedo llegar a hacer entre 10 y 15 kilómetros. Sin embargo, este lunes algo extraño me está pasando. Me ha sonado el reloj a la hora de siempre, pero una sensación de pesadez que jamás antes había sentido me invade todo el cuerpo. Pese a llevar casi once horas durmiendo, me noto muy cansado. Intento levantarme, pero es imposible. Parece que el ritmo del fin de semana está pasándome factura.
Al verme así, decido quedarme un rato más en la cama. Me abrazo a Ima, que duerme profundamente, y cierro los ojos.
—¡James, James!, ¿estás bien? ¿Qué te ha pasado? —me pregunta mi mujer mientras me sacude como si de un saco de patatas se tratara.
—¿Qué pasa, Ima? —le digo mientras intento abrir los ojos.
—¡Son las ocho de la mañana, llevas casi trece horas durmiendo y no has ido a correr!
Las palabras de mi mujer acaban de despertarme por completo. Es cierto, no he ido a correr, me he quedado dormido. Aún no soy del todo consciente de ello: ¿estoy soñando?.
De repente, un calor que emana de lo más profundo de mí me sube hasta la cabeza, ese calor que, sin buscarlo, te hace sentir que algo malo ha pasado y que no estás soñando. Incrédulo, me levanto de la cama y me meto en la ducha para intentar sofocar la sensación de angustia que tengo en este momento. Al salir del baño, bastante más calmado, veo que Ima ya no se encuentra en la habitación. Seguramente está preparando el desayuno. Me visto, cojo el maletín y bajo a la cocina.
—¡Papá, buenos días! —me dice mi hija mientras corre hacia mí con los brazos abiertos.
—Buenos días, pequeña —le digo a la vez que la abrazo—. Vamos a la mesa, que el desayuno casi está.
—Sí, papá —asiente. Ima está acabando de preparar el desayuno.
Cada mañana soy yo el encargado de llevar a Giorgia al colegio. Está a tan solo cinco minutos de la oficina y me es muy cómodo puesto que el parking donde dejo el coche está justo al lado. Además, haciéndolo así, mi mujer y yo nos podemos combinar mejor las tareas de casa. Las tardes suelen ser ya otra historia. Yo nunca sé a qué hora salgo del trabajo, unas veces a las cinco, otras, a las seis, es imposible saberlo. Siempre hay temas urgentes que hacen que no se pueda controlar el tiempo. Por ello es Ima quien se encarga de recoger a nuestra hija por las tardes al salir del colegio y llevarla al parque a jugar o a las actividades extraescolares.
—James, ¿quieres que nos cambiemos el turno hoy? —me dice Ima mientras pone el desayuno sobre la mesa —. Puedo llevarla yo ahora y a la tarde la recoges tú. A mí no me importa.
Ima me conoce muy bien y sabe que lo que me ha ocurrido esta mañana me ha trastocado un poco, y el simple hecho de tener que llevar a nuestra hija al colegio me incomoda y me pone de mal humor.
—Imposible, es principio de mes, y ya sabes que no suelen ser días muy tranquilos. Además, no te había dicho nada, pero al salir del trabajo me gustaría ir a una charla que da un coach deportivo muy conocido. Es en el gimnasio que hay al lado de la oficina, aunque sabiendo el día que es hoy, me temo que tendré que salir corriendo para poder llegar a tiempo —le digo mientras bebo el café y repaso visualmente los titulares del periódico.
—¿Un coach deportivo? —me pregunta Ima—. ¡Suena bien! A ver si te enseña alguna fórmula de cómo ir a correr sin madrugar tanto, que no sé yo hasta qué punto es bueno eso de despertarse tan pronto por las mañanas para hacer ejercicio. Además, seguro que si fueras a otra hora, no te dormirías —me dice sonriendo con picardía.
Esta última frase no me ha gustado nada, y ella lo sabe. Llevo un año y medio haciendo el mismo ritual todas las mañanas, y pese a ser bastante agotador, lo he seguido fielmente. Solo ha habido dos veces, y fue por motivos distintos al de hoy, en que no he podido ir a correr. Y la verdad, el recuerdo que tengo sobre mi humor aquellos días no es muy grato. Ima lo sabe, y aun así me hace la broma.
—Es la hora, Giorgia —le digo a nuestra pequeña mientras me levanto de la mesa—, coge tu mochila, te espero en la puerta.
—¿No te olvidas de nada? —me pregunta Ima acercándose a mí.
Intento hacer rápidamente un repaso mental, pero al ver los ojos de mi mujer me doy cuenta de que no estoy olvidando nada, y antes de poder decir algo, ella me da un beso cálido y reconciliador. Molesto y a regañadientes, salgo a la calle.
De camino al colegio nos encontramos con mucho tráfico. Ya es algo habitual los lunes por la mañana, pero es realmente desesperante. La cola para entrar al centro es larga y lenta. Tras casi 45 minutos de coche, conseguimos aparcar en el parking. Dejo apresuradamente a Giorgia en el colegio y pongo rumbo al trabajo. Mucho me temo que hoy no llegaré puntual.
Al llegar a la oficina ficho con mi huella dactilar para poder abrir la puerta. Efectivamente, el marcador pasa tres minutos de la hora de entrada. Maldito tráfico.
Pese a ser el director del banco donde trabajo, me gusta llegar el primero por las mañanas. De esta manera me organizo, y una vez llega todo el personal, ya tengo planificado el día y sé lo que tiene que hacer cada uno.
Además, algo ya habitual, todos los lunes tengo alrededor de cincuenta correos por leer. Muchos de mis clientes, la mayoría de empresa, han cogido la costumbre de enviarme e-mails durante el fin de semana para que el lunes sea lo primero que vea al llegar. ¡Mira que intento dejar limpia la bandeja de entrada todos los viernes! Pero es una batalla perdida.
Enciendo el ordenador y me pongo manos a la obra. La mayoría de correos electrónicos son pequeñas consultas que rápidamente contesto. Creo que me dará tiempo a dejarlo todo limpio antes de la hora de apertura de la oficina. Es principio de mes y ya sabemos que suelen ser días complicados. Hoy más que nunca debo funcionar como un reloj suizo.
Son las nueve menos cinco y he conseguido acabar de contestar mi último correo. Ya casi ha llegado todo mi personal. Me quedan cinco minutos para hacerme un café y comprobar que todo el mundo está en su sitio antes de la apertura de la oficina. Perfecto, todo en orden.
Uno de los primeros clientes que entra a mi despacho es Michael, un amigo de la infancia que, por casualidad, hace un año entró a nuestra oficina a solicitar financiación y nos volvimos a encontrar. Qué alegría me dio verlo. Hoy viene a verme porque estamos tramitando un préstamo para su nuevo proyecto. Quiere plantar azafrán, que, por lo visto, da mucho dinero. Pese a que el proyecto parece ambicioso, el riesgo es bastante alto y le recomendé que no hiciera la operación. Aun así, él insistió. Las cosas le van bien, por lo que no tiene ningún problema en cumplir las condiciones que desde la central le piden.
—¿Qué tal, Michael? —lo saludo afectuosamente con un buen apretón de manos y un abrazo.
—¡Muy bien! Deseando que me des buenas noticias y poder empezar mi nueva aventura —me dice mientras cierra la puerta con cara de estar un tanto preocupado.
—¡Estás de suerte! Parece que las cosas no te van nada mal, así que te conceden el cien por cien de la financiación. ¡Enhorabuena! Ahora ya sabes lo que toca, ¿verdad? —le digo acercándole un bolígrafo.
—Sí, claro, firmar, firmar y firmar —me dice, esta vez sí, con una sonrisa de oreja a oreja.
Mientras Michael firma todos los documentos, se me ocurre que no sería mala idea invitarlo a la sesión de esta tarde. Desde nuestro reencuentro, he estado pensando que le iría bien hacer algo más de deporte: lo veo un tanto dejado físicamente hablando.
—Oye, Michael, esta tarde al salir de la oficina voy a ir a una conferencia de un coach deportivo. Es conocido mundialmente y dará una charla muy interesante. ¿Te apuntas?
—Huy, el deporte y yo, James… Ya sabes que no somos muy buenos amigos.
—¡Precisamente por eso! Venga, anímate, que por lo que me han dicho, esta sesión será única. Además, si te parece bien, para recompensar un poco el esfuerzo que harás viniendo, al acabar podemos ir a tomar unas cervezas y celebrar la concesión de tu préstamo.
Michael sabe que tras la firma del préstamo me debe una.
—¿Quedamos a las cinco y cinco en la esquina del centro comercial de aquí al lado? Es en el gimnasio que hay en la última planta del edificio —le vuelvo a insistir para acabar de convencerlo.
—Bueno… ¡Vale, acepto! No me queda otra, veo —dice con cara de resignación.
—¡Genial! Pues ya lo tenemos todo firmado. Nos vemos dentro de un rato. ¡Y, venga, ven y dame un abrazo, anda!
¡Habíamos hecho tantas cosas juntos de pequeños!… Volver a compartir momentos me llena emocionalmente.
Tras darnos un caluroso abrazo, nos despedimos con un fuerte apretón de manos y vuelvo al trabajo. Aún me quedan unas cuantas horas de ritmo agotador.
Queda media hora para cerrar la oficina y ya lo tengo casi todo acabado. Pero la suerte que acostumbro a tener los días que me sale algún plan para después del trabajo hace que llegue un último cliente que me obliga a salir diez minutos tarde.
Mira que avisé al informático para que lo arreglara, pero no hay manera. Llevo ya diez segundos con el dedo puesto en este maldito aparato y sigue sin fichar. Son ya las cinco y doce: llegaré tarde. ¡Verde al fin! Salgo corriendo y me dirijo hacia el centro comercial. Finalmente llego casi con un cuarto de hora de retraso.
—James, ¿qué ha pasado? He estado a punto de pensar que te habías echado para atrás —me dice Michael con una enorme carcajada.
—Vamos, corre, subamos al ascensor, y te cuento por el camino —le digo malhumorado.
Entramos al ascensor, que, por suerte, se encuentra en el vestíbulo, y pulso el botón del ático.
—Lo siento mucho, ha venido un cliente de última hora, luego el aparato de fichar no funcionaba, en fin… Mira que media hora antes ya lo tenía todo listo, pero allí siempre pasa algo. A veces tengo la sensación de que nos vigilan por las cámaras de seguridad, y cuando ven que estamos sin trabajo pulsan el gran botón rojo y como por arte de magia aparece un cliente.
—Bueno, James, no te preocupes. Si llegamos tarde, tampoco nos habremos perdido mucho —me dice Michael intentando tranquilizarme.
No me gusta nada llegar tarde a los sitios, y cuando ocurre, me altera de una forma que me cuesta controlar.
Segundos después, se abren las puertas del ascensor. Nos apresuramos a buscar la sala donde se da la charla.
—¡Ahí es! —digo señalando el letrero que anuncia la sesión.
- SALUD FÍSICA Y DEPORTE -
Toda manifestación de la vida se expresa a través del movimiento.
El movimiento es vida. La vida es un proceso. Mejorar la calidad del proceso es mejorar la calidad de la vida misma.
“Se trata de añadir vida a los años y no solo años a la vida”.
Francisco Javier Sánchez
La puerta está cerrada y tras ella se oye una voz hablar. Nos miramos, respiramos hondo y decidimos entrar con mucho sigilo. El coach está acabando su presentación. Nos apresuramos y nos sentamos en nuestras sillas antes de que empiece la sesión propiamente...

Índice

  1. Cubierta
  2. Nota
  3. Portada
  4. Créditos
  5. Dedicatoria
  6. Índice
  7. Prólogo
  8. Introducción
  9. Viajar
  10. Educación
  11. Salud física
  12. Alimentación
  13. Salud mental y emocional
  14. Relaciones
  15. Epílogo
  16. Bibliografía y webgrafía
  17. Sobre los autores
  18. Colofón
  19. Contracubierta