La era de la traducción
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La era de la traducción

"La tarea del traductor" de Walter Benjamin, un comentario

  1. 150 páginas
  2. Spanish
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"La tarea del traductor" de Walter Benjamin, un comentario

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Antoine Berman consigue recuperar en este libro el misticismo y la fuerza simbólica de uno de los textos fundamentales sobre traducción del siglo XX: "La tarea del traductor" de Walter Benjamin. Bajo su óptica, el comentario lejos está de ser una explicación servil y parafraseadora del texto y se vuelve una reivindicación del acto de traducir como espacio de análisis, interpretación y reflexión propia. ¿Por qué otorgar tanta importancia a lo que se quiere decir? ¿Por qué fagocitar los textos en lengua extranjera en pos de una supuesta claridad? ¿No sería más sensato dejar oír su música, su ritmo, incluso sus rispideces?

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El comentario
Cuaderno 2
Hemos situado la reflexión de Benjamin sobre la traducción en el marco de su metafísica del lenguaje, enumerado algunas características de su pensamiento y examinado su relación general con la traducción. Hemos luego abordado “La tarea del traductor” a partir de las paradojas que se esconden en su naturaleza de prólogo y en su título. Surgió que este texto, prefacio a una traducción de Baudelaire, no se refería en absoluto a ésta y que, a la inversa, la traducción no encarnaba en absoluto las afirmaciones del prólogo. Que, en consecuencia, existía un hiato entre la experiencia de la traducción y el discurso sobre la traducción.
Dicho hiato supera por lejos a Benjamin. Plantea la pregunta: ¿qué discurso sobre la traducción puede hacer justicia simultáneamente a su esencia y a sus formas empíricas?
También surgió un segundo hiato, concerniente al título del texto y a su relación con éste. Porque el título del prólogo anuncia una reflexión sobre el traductor, y no se encuentra rastro de él en el prefacio. Sólo se trata de la traducción. Para nosotros, esto remite al hecho de que, tradicionalmente, la teoría de la traducción hace abstracción del traductor. O más bien, éste aparece como el momento negativo (deformante) del proceso de traducción, si bien está claro que ésta no puede existir como tal sin el traductor.
Intentamos luego delimitar el concepto de “tarea” que aparece en el título acudiendo al término alemán:
Aufgabe.
Hemos mostrado que dicho término, que se traduce adecuadamente por “tarea”, recibió una definición específica en el romanticismo alemán (en Novalis) y que se debe leer el título de Benjamin dentro de este horizonte. “Tarea” refiere aquí a la resolución, Auflösung, de ciertas disonancias. La “tarea” de la traducción está planteada implícitamente por la elección del término Aufgabe como la resolución de ciertas disonancias en el orden de la lengua o del lenguaje, no como la transmisión –connotada ética o estéticamente– de un texto de una lengua a otra. En la medida que las disonancias en cuestión conciernen a la esencia del lenguaje, la “tarea” del traductor es de orden metafísico. El título mismo del prólogo muestra por tanto que Benjamin piensa la traducción dentro del marco de su reflexión especulativa sobre el lenguaje.
El comentario abordará hoy los tres primeros párrafos de “La tarea del traductor”. Desde el comienzo hallamos una serie de afirmaciones que plantean de modo categórico la dimensión dentro de la que el texto entiende moverse:
la traducción es traducción de obras;
la esencia de la traducción se deduce de la de las obras;
la esencia de las obras no es comunicación.
El primer punto corresponde a una limitación implícita. Porque se podría hacer notar que el campo de la traducción desborda el de las obras, que existen ámbitos de traducción igualmente esenciales, como la traducción jurídica o incluso, en ciertos casos, científica. En otras palabras, Benjamin reflexiona sólo sobre la traducción “literaria”. Al final del texto, se trata de textos “sagrados”. De modo que su reflexión aborda –como lo señalará más tarde el fragmento de Sentido único– la traducción de textos profanos (literarios) y la traducción de textos sagrados.
Esta distinción no es además absoluta pues, para Benjamin, ciertas obras poéticas tocan la esfera de lo sagrado (Hölderlin, Stefan George). Los grandes traductores citados en el texto –Luther, Voss, Hölderlin, A. W. Schlegel, Stefan George, Borchardt– incumben a los dos ámbitos. Para Benjamin, ése es el espacio de la traducción.
Pero “La tarea del traductor” tampoco es una reflexión sobre la traducción “en general”. Una reflexión tal –que tendría la estructura de una “teoría” de la traducción– es ajena a Benjamin.
Si la traducción es únicamente traducción de obras, no se la puede asir sino a partir de la esencia de éstas. Como la obra es obra de lenguaje, la reflexión sobre la traducción es necesariamente una reflexión sobre el lenguaje –sobre el lenguaje, en todo caso, tal como la obra lo revela, lo “pone en obra”–. Benjamin se opone aquí radicalmente a todas las teorías corrientes del lenguaje, de la obra y de la traducción.
Para éstas, ya lo dijimos, lenguaje, obra, traducción se definen en términos de “comunicación”. El lenguaje es un instrumento de comunicación, la obra es una comunicación, un mensaje, y la traducción la transmisión interlinguística de dicha comunicación. Así, algunos teóricos hacen de la traducción la “comunicación de una comunicación”.
“La tarea del traductor” descarta de entrada, altamente, este tipo de pensamiento. Plantea, de entrada, que la obra no tiene la estructura de un mensaje. En una oración completamente paradójica (a primera vista) que el traductor francés ha olvidado o cortado, Benjamin dice:
[…] Denn kein Gedicht gilt dem Leser, kein Bild dem Beschauer, keine Symphonie der Hörerschaf.
[…] Ningún poema vale para el lector, ningún cuadro para el espectador, ninguna sinfonía para el auditorio.1
Si poema, sinfonía y cuadro no “valen” para el público, ello significa que su porqué, su esencia, no puede determinarse a partir de la recepción. Que no se los puede plantear como mensajes. Todo mensaje, para decirlo sumariamente, contiene tres momentos: la transmisión por alguien, la transmisión de algo, la transmisión a alguien. El “algo” está estructurado en sí mismo según una forma y un contenido.
Pero los tres momentos del mensaje no son iguales. Su totalidad está determinada por el último momento, el de la recepción. Toda transmisión presupone un destinatario y estructura el mensaje conforme a lo que prevé de él. Ahora bien, en el ámbito de las obras lo que prevalece es, a la inversa, el epígrafe de Zarathoustra de Nietzsche: “Un libro para todos y para nadie”.
Una obra no presupone destinatario. El estar a la vista de... sólo define las obras segundas o epigonales. Más aún: en su realización, una obra no se preocupa por ningún destinatario. No se “vuelve” hacia nosotros. Es incluso lo que hace que nosotros nos “volvamos” hacia ella.
Que la obra no pueda ser pensada a partir de su recepción sitúa la reflexión de Benjamin sobre el arte y la traducción fuera de la estética, si recordamos que la estética es aquel enfoque del arte que lo toma a partir de la sensibilidad, de la aisthesis. Podemos hoy releer el comienzo de “La tarea del traductor” volviendo a estas oraciones escritas por Heidegger:
[La consideración estética] plantea la obra de arte en tanto “objeto” destinado a un “sujeto” y para considerarla toma por regla la relación sujeto-objeto, en particular la relación del sentir. La obra deviene objeto bajo su faz ofrecida a la experiencia de quien la contempla.2
No se trata de cotejar arbitrariamente los dos pensadores, sino de mostrar con mayor claridad la dimensión de una reflexión sobre la obra que se niega a partir de la recepción. Se trata de pensar la obra en sí misma y no a partir de sus efectos.
Este rechazo de la teoría de la recepción es del todo esencial para un pensamiento sobre la traducción. Porque en ninguna parte las teorías (o las ideologí...

Índice

  1. 1ª de forros
  2. Portadilla y Página legal
  3. La era de la traducciónApertura
  4. El comentario