El fin de la clase media
eBook - ePub

El fin de la clase media

Esteban Hernández

Compartir libro
  1. 392 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

El fin de la clase media

Esteban Hernández

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

La clase media creía en el futuro: confiaba en que si cumplía lo que se le había asignado el porvenir le sonreiría, que la madurez sería económicamente mejor que la juventud, que sus hijos vivirían mejor que ellos y que sus opciones vitales se ampliarían. Ahora es la clase del desencanto y de la indignación, porque sabe que su porvenir aparece oscuro: el mundo tejido por vidas estables, diagnósticos expertos, y trayectorias laborales sostenidas que esperaba está desvaneciéndose. Su final está trayendo numerosas novedades a la política y a la sociedad, que el libro explora a través de numerosos personajes reales, desde abogados precarios hasta músicos en paro pasando por analistas de las escuelas de negocios o por empresarios exitosos, y de múltiples fuentes, que van desde la sociología hasta la psicología o el management, deteniéndose especialmente en la cultura, el espejo en el que las tendencias sociales se reflejan en primer lugar y donde pueden anticiparse las tendencias que la sociedad seguirá. A través de la descripción de la realidad cotidiana y del análisis de las teorías que la describen, el texto recorre la fascinante historia de la creación y el final de la clase media, el estrato social al que perteneció el siglo XX, y que se ha convertido en un problema para el siglo XXI por su deseo de estabilidad y su resistencia al cambio.

Preguntas frecuentes

¿Cómo cancelo mi suscripción?
Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
¿Cómo descargo los libros?
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
¿En qué se diferencian los planes de precios?
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
¿Qué es Perlego?
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
¿Perlego ofrece la función de texto a voz?
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
¿Es El fin de la clase media un PDF/ePUB en línea?
Sí, puedes acceder a El fin de la clase media de Esteban Hernández en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Economía y Economía laboral. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2016
ISBN
9788494528118
Categoría
Economía

VI

LA RESISTENCIA DE LA CLASE MEDIA
1. REAL Y AUTÉNTICO

La relación con el pasado, en especial en su vertiente traumática, es uno de los argumentos más repetidos en las películas contemporáneas. Muchas creaciones audiovisuales, entre las que se encuentran en un lugar preferente las películas para niños, han tomado como motivo central los problemas derivados del peso de tiempos pretéritos desde una perspectiva muy distinta de la escogida por la modernidad. La pregunta sobre quiénes somos, y por tanto, sobre las causas y los hechos que nos han traído hasta aquí, que era la preferida por los expertos de mediados del siglo XX, perdió vigencia y fue sustituida por la pregunta acerca de quiénes queremos ser. El enfrentamiento entre la memoria y la voluntad, entre aquello que cohesiona nuestro yo y la fuerza de la autodeterminación, es el núcleo que estructura los dilemas de buena parte de las historias en las que tratamos de reconocernos. No es casualidad que muchos de los malvados de las historias Disney y Dreamworks lo sean porque han quedado anclados en el pasado, perdidos en un punto fijo que les impide avanzar. Su voluntad no es lo suficientemente fuerte como para romper las cadenas del recuerdo, para aprender a ver la vida con otros ojos, para percibir las posibilidades que se abren simplemente con olvidar esos modos de actuación que tanto daño nos hacen. Por eso tratan de eliminar a los héroes, por eso buscan venganza o quieren acumular poder, tratando de externalizar esos problemas con el devenir que no pueden procesar convenientemente. Es por eso por lo que tratan de impedir el progreso y la realización de las posibilidades personales y sociales que en él intuimos. Quieren congelar el flujo temporal, intentando superar una y otra vez viejas heridas que nunca se cierran. No aceptan el cambio, siempre vivido como la pérdida de un lugar seguro, y pretenden controlar los procesos, impedir que los flujos de conocimiento, de deseo y de autorrealización circulen. Quieren encerrar la energía y el talento. Quieren detener la vida.
Si hay, pues, una imagen del mal que sea plenamente contemporánea, tiene que ver con las distintas expresiones de esta figura, que no sólo es materia de las narraciones literarias o fílmicas, sino que reaparece en toda clase de discursos. La vemos en el entorno político, con los islamistas que quieren regresar a la Edad Media, los comunistas que pretenden la vuelta de los totalitarismos o los socialdemócratas que aspiran a reimplantar el Estado de bienestar de los 60; también en el campo psicológico, donde las disfunciones suelen relacionarse con personas que se han quedado fijadas a aspiraciones excesivas, a viejos traumas, a expectativas que nunca se realizaron o al deseo de mantener situaciones perversamente seguras; aparece en el ámbito de la gestión, con ejecutivos que quieren dirigir las organizaciones con las formas rígidas del pasado, o con los trabajadores que pretenden perpetuar modos obsoletos de empleo; asoma también en el entorno de la gestión económica, donde hay expertos que pretenden seguir funcionando con las antiguas políticas redistributivas o con el viejo y excesivo gasto estataI. Incluso cobra cuerpo en el ámbito de la relación de la pareja, donde hay quienes, como los machistas y los maltratadores, pretenden congelar el tiempo a través de la perpetuación de la sumisión femenina.
Allá donde indaguemos, encontraremos una explicación a los problemas ligada a esa negativa a progresar y a situarse a la altura de los tiempos. Sin embargo, por más que este discurso, dominante en todo tipo de narrativas y de disciplinas científicas, esté muy presente en nuestra vida cotidiana a través de los múltiples expertos que lo difunden, no deja de encontrar resistencias notables y lógicas. El dinamismo y la fluidez de los tiempos generan mucha desorientación a causa de la rapidez de las transformaciones y de la escasez de sentido que estas provocan. La seguridad de tradiciones y costumbres ha sido sustituida por una imprecisa invocación al cambio continuo, que perfila una sociedad en continua indefinición muy difícil de gestionar para la mayoría de sus integrantes, a quienes el nuevo mundo se les aparece con posibilidades menores que aquellas de las que gozaban.Hemos pasado[129] de una sociedad en la que el padre podía trasladar ciertas experiencias a sus hijos, contándoles qué se iban a encontrar en un mundo del que conocía muchas de sus constantes, a otra en la que sólo puede decirles que se preparen para el cambio, porque nunca se sabe lo que vendrá a continuación. Ese requerimiento de ajuste continuo para encajar en una sociedad que nunca muestra del todo sus rasgos es vivido con lógicos recelos por parte de quienes habitan en ella. Esa sociedad postradicional que invocaba Giddens, donde la certeza ya no existe, dista mucho de ser percibida como deseable para gran parte de sus individuos.
El trabajo ha sido el terreno en el que estas situaciones de desanclaje se han mostrado de forma más nítida. Y no sólo se trata de que las nuevas generaciones, que esperaban vivir situaciones laborales estables similares a aquellas de las que se beneficiaron sus padres, hayan tenido que abandonar sus expectativas, sino que muchos trabajadores de cuello azul y blanco de mediana edad han visto cómo todo tipo de seguridades se han desvanecido. Unos y otros se sienten en transición, conscientes de que los tiempos han cambiado, pero no tienen claro hacia dónde se dirigen. No saben si han tomado el tren correcto y tampoco cuál será la mejor estación para apearse. Rechazan los caminos excesivamente pautados del pasado pero tampoco pueden encontrarse cómodos en un presente tan fluido.
De estas cosas converso con Patterson Hood, el líder de una moderadamente exitosa banda estadounidense, Drive-by Truckers, cuya mezcla de estilos (country, rock, southern) les ha granjeado notable popularidad entre la menguante escena rockera. Patterson es afable, transmite esa sensación de transparencia típica de entornos rurales («lo que ves es lo que hay») y parece ser alguien de una complejidad tranquila. Hemos comenzado hablando de algunos problemas logísticos propios de la edad adulta contemporánea (Patterson me cuenta las dificultades que tiene para acudir a conciertos con su esposa, puesto que necesitan que su canguro esté disponible, y no siempre lo está) a través de los cuales traslucen los cambios generacionales. Cuando Patterson era joven, resultaba impensable encontrar cuarentañeros en conciertos de rock, mientras que hoy constituyen un público relativamente habitual. Esa mezcla de prácticas juveniles y protagonistas adultos es propia de un tiempo en el que las edades aparecen mezcladas y donde las fronteras generacionales se difuminan. No es nada infrecuente encontrar en entornos urbanos personas de 40 años que se ven obligadas a vivir en la precariedad, en esa indefinición que sólo creíamos propia de las edades más jóvenes, ni tampoco treintañeros que han llegado muy alto en su trayectoria profesional, ni vidas sentimentalmente estables a los 30 y solitarias a los 50. Esa sensación de estar ubicados en espacios y tiempos híbridos aparece también cuando hablamos de su trabajo, esto es, de su carrera como músico.
La historia de los Drive-by es reveladora en ese sentido. En el momento en que hablo con su cantante son una banda que ha gozado de gran reconocimiento crítico, que se ha convertido en una de las más emblemáticas de su género y que posee un estatus que sólo el paso del tiempo concede. Han hecho unos cuantos discos que están entre las obras que definen el estilo, y sea cual sea su futuro como banda, disfrutan de un capital simbólico que es muy difícil desperdiciar. Sin embargo, están todavía en tierra de nadie. Llevan bastantes discos a sus espaldas, lo que implica que el público puede comenzar a saturarse, y un par de malos movimientos a la hora de planificar su carrera o de publicar material de baja calidad puede relegarles a ese terreno en el que cuesta mucho cerrar contratos y fechas para una gira. Al igual que les ocurre a muchos otros trabajadores, empleados de cuello blanco incluidos, a Patterson los cuarenta se le han vuelto una edad complicada.
Es extraño cómo la vida profesional contemporánea ha ido reflejándose en la de los artistas. Aquella vieja idea acumulativa según la cual los inicios eran difíciles y mal retribuidos, tiempo de esfuerzo y de inversión en educación que acabaría por generar réditos progresivos, se ha roto. En primera instancia, porque la saturación formativa ha provocado que existan muchos pretendientes para pocos puestos de trabajo, conformando un cuello de botella que es difícil atravesar. Pero, en segunda instancia, porque, una vez pasado ese punto, el tiempo de visibilidad es demasiado breve. Rápidamente se entra en declive: lo que antes era novedad y frescura ahora aparece repetitivo. El capital simbólico adquirido puede perderse mucho más rápidamente que en el pasado, fruto de tiempos acelerados que sólo parecían propios de industrias peculiares, como era la cultural. En uno de esos espacios indefinidos están ahora los Drive-by truckers, cuya carrera es lo suficientemente extensa como para haber alcanzado su tope. Quizá dentro de unos años tengan categoría de clásicos, pero de momento están más cerca del naufragio que de avanzar hacia lo más alto…
Es una sensación difícil de entender para quienes no habían tenido experiencias laborales ligadas con lo artístico, y que ahora resulta plenamente comprensible para un elevado porcentaje de trabajadores inmateriales. Esa peculiar percepción de las trayectorias, llenas de momentos de aceleración y de dilatados tiempos muertos, de periodos agitados para acabar los proyectos a tiempo y de esperas eternas mientras surgen nuevas posibilidades laborales, comienzan a ser lo común en toda clase de trabajos contemporáneos. El músico, el actor, el director de cine o el novelista tenían vidas cuya estabilidad podía romperse rápidamente: si la película iba mal, a lo mejor no volvía a ser contratado para un proyecto interesante; si el disco no funcionaba, a lo mejor había que abandonar el mundo de la música; si la novela no se vendía, quizá no hubiera posibilidad de publicar otra... Eran pruebas sucesivas por las que había que acostumbrarse a pasar y que afectaban sustancialmente al sentido de la identidad. Era parte del precio que se pagaba por dedicarse a esa profesión, lo que en muchas ocasiones llevaba a celebrar esa inseguridad como algo positivo: no saber qué vendría a continuación era para algunas personas un rasgo que hacía más interesante la aventura creativa. Sin embargo, en la mayoría de los casos, una exigencia tan elevada llevaba directamente hacia la puerta de salida de la trayectoria creadora. Es por estas razones por las que no se veía bien entre las familias más respetables que un hijo se dedicase a la creación. Por más que poseyera habilidades, el mundo que le esperaba era suficientemente inseguro como para no tenerlo en cuenta como opción recomendable.
Esa falta de continuidad en las experiencias vitales es hoy patrimonio de una mayoría de trabajadores, que afecta sorpresivamente a aquellos que creían que con un posgrado podían hacer frente a las dificultades laborales del nuevo siglo. Esa provisionalidad se ha multiplicado entre los músicos, que están viviendo un mal momento por numerosas razones, desde la llegada del p2p hasta los cambios en los medios. Para ellos, una de las tareas más importantes, y nunca del todo confesada, es la de encarar una inestabilidad perturbadora. Me lo contaba un músico fugaz, famoso en la escena del rock americano y hoy desaparecido de la tarea creativa, quien explicaba cómo la inactividad en casa al regresar de gira le volvía loco, por lo que solía buscar trabajos esporádicos, generalmente en la construcción, para combatir esa angustia. Regresar a casa, pues, cobra nuevos sentidos: ya no se trata de un reposo merecido, de una manera de reponer fuerzas entre proyectos (una gira, la grabación de un nuevo disco), sino un tiempo de intranquilidad por si la carretera desaparece una vez que estás fuera de ella. Dicho de otro modo, la vuelta a casa implica pararse a pensar si habrá otra gira, si el nuevo disco funcionará y, por tanto, si se podrá seguir haciendo música, si se encontrarán recursos para llegar a final de mes, etc. Y formularse tantas cuestiones, que no están alejadas de la realidad, agota enormemente. La solución más sencilla y más frecuente suele ser, como cuenta Patterson, la de concentrarse en hacer correctamente el trabajo y apartar la mirada del futuro, que es negado siempre que se puede. Centrarse en los diferentes momentos de la creación, como son la composición y la grabación, o en las cuestiones de logística, como preparar una gira, encontrar bolos, etc., es una estrategia para vivir en un presente continuo alejado de las preocupaciones.
Cuando no se pueden hacer planes, volver la mirada hacia aquellas cosas que están a la mano, como son las cotidianas, es una operación frecuente y efectiva en un entorno en el que carecemos de pistas acerca del porvenir. Se da a esas actividades diarias un nuevo sentido, trasladando a ellas buena parte de las angustias y las aspiraciones, y se las significa como lo verdaderamente importante en la vida. Ese encogerse de hombros ante el futuro centrándose en su lugar en el día a día reaparece en el género en el que los Drive-by Truckers se desenvuelven, el Americana, que recoge los pequeños detalles, las historias cotidianas, las cosas de todos los días, y se olvida del gran marco. Y tiene sentido: cuando todo se vuelve confuso, giras la mirada hacia las pequeñas cosas, te preocupas por la gente que quieres y sigues adelante. Por eso el género, y la mayoría de sus letras, puede mostrarse como aideológico, en tanto sus aspiraciones no van más allá de retratar de una manera honesta cosas que le pasan a la gente. Esa es también la perspectiva de las personas que escuchan el estilo y de los lugares en los que suena: la clase trabajadora y la clase media empobrecida que tienen ese fondo sonoro priorizan lo honesto, lo sincero y lo sencillo, y dicen no necesitar más.
Esa forma de enfrentarse a la vida, que impregna buena parte de la creación musical contemporánea, trasciende los límites de la creación. Del mismo modo que ayer era el combate contra normas que nos uniformaban y constreñían, hoy es ese retorno a lo personal, ya sea desde el punto de vista de lo auténtico, en el caso del americana, o desde lo íntimo y lo ardiente, en el caso del indie, lo que se constituye como la resistencia que la cultura pop ofrece a las tendencias dominantes en nuestra sociedad. La experiencia de los Drive-By Truckers resulta especialmente útil para entender qué está ocurriendo en un gran sector de la sociedad, cómo los cambios sociales están generando una desorientación acuciante y cómo la gente teje sus estrategias para que esas trasformaciones resulten menos traumáticas.
En un mundo en el que los asideros que prometían continuidad y linealidad han desaparecido, donde todo en la vida se nos aparece mucho más frágil, desde el trabajo hasta la familia, y donde las posibles opciones se revelan inconsistentes, encontrar un lugar que pueda llamarse propio, que conserve ciertas características identitarias y fiables, se vuelve indispensable para mucha gente. Quizá podamos, gracias a Internet, hacer llegar nuestras canciones a millones de usuarios de la red, pero lo cierto es que la sobreoferta convierte nuestra música en irrelevante o en redundante, y ocurre igual en el terreno laboral, donde demasiada gente, formada o no, compite por puestos escasos. En ese contexto, no es de extrañar que giremos hacia lo sólido, hacia lo comunitario, hacia aquello que percibimos como real en lugar de hacia las múltiples opciones, las virtualidades o lo etéreo. Queremos algo de verdad, sólo que no hay mucho ahí fuera que pueda satisfacernos, como bien subraya la experiencia de los DBT.
Ya basta de ironía
La historia comenzó en un coche con el motor apagado, en una de esas noches interminables, dos tíos dejando el tiempo correr; es fácil imaginar una de esas conversaciones medio alcohólicas, en las que se planean proyectos que nunca terminan de cuajar, en las que se verbalizan sueños que se olvidan a la mañana siguiente pero a los que el calor del momento hace sentir como plenamente reales. Son ideas que se expresan en un instante de atrevimiento, con las que desmontan el fatalismo cotidiano que perciben a su alrededor, olvidándose de todo pragmatismo y dejando hablar al corazón. Quienes hablaban eran Patterson Hood y Earl Hicks, y fantaseaban con grabar un doble álbum como los de antes, registrado prácticamente en directo e imbuido de esa alma que entendían que los nuevos vientos se estaban llevando; Hicks & Hood no se referían tanto a un deseo personal cuanto a algo que debían a aquellos que admiraban, a una suerte de acto de justicia. No soñaban con grabar el álbum que lo cambiaría todo, ni siquiera una obra maestra que influiría en generaciones posteriores, sino con preservar un legado que los tiempos estaban barriendo.
El deseo de conservar aquella herencia no implicaba sólo la preferencia de unas bandas sobre otras, sino que llevaba consigo un poderoso sentido de la identidad que parecía estar desvaneciéndose junto con la memoria cultural. Su deseo de preservar el pasado no tenía que ver con una resistencia producida por la negativa al cambio o por el apego a las tradiciones. Cuando una década después de aquellas conversaciones, hablo con Patterson, todavía percibe aquel tiempo desde un cierto sentimiento de desorientación. De repente, su época cambió el sentido por la nada. Había preferido el cambio continuo, lo superfluo y lo estético a la sinceridad, a la honestidad y la verdad, lo que les dejó sin sitio, no porque carecieran de raíces sino precisamente por su deseo de conservarlas. Ocupaban un lugar en el que querían estar, pero de pronto todo el mundo pareció pensar que eso era el pasado y que, en consecuencia, podía mirarles con desprecio.
Paradójicamente, fue esa sensación de ser repudiados la que les confirió el orgullo necesario para salir adelante. Vivían, y todavía viven, una existencia materialmente frágil, y su mundo está hecho de opciones precarias que nunca se sabe cómo resistirán los embates de un entorno que les supera, pero, a pesar de todo, se sienten supervivientes y a ello se aferran: Buena parte del impulso que les hace seguir a flote proviene de la fortaleza que les proporciona la convicción moral de estar haciendo lo que deben hacer.
Ese es también el sentimiento que sostiene a la mayoría de los precarios contemporáneos, cuya capacidad para resistir situaciones complicadas proviene de la terca negativa a abandonar aquello que les gusta y para lo que se han preparado. Son gente que se ha formado para trabajar en un campo determinado y que se niega a abandonarlo, a menudo contra lo que la razón les indica. Su insistencia en no tirar por la borda años de inversión, estudios y sacrificios va más allá del deseo de prolongar un rato su permanencia en el campo que les gusta y de añadir cinco minutos más a una aventura que se sabe a punto de terminar. Su tozudez tiene mucho que ver con la defensa de un sentido del yo, con un deseo de preservar tanto sus esperanzas como la misma promesa en que crecieron. Su reacción aspira a dar un poco de sentido y solidez, cuando no un punto de justicia, a un mundo extraviado.
De ese entorno anímico surgió Southern Rock Opera (2002), el álbum resultado de aquellas conversaci...

Índice