Escribir la violencia
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Escribir la violencia

Hacia una gramática del grito

  1. 315 páginas
  2. Spanish
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Escribir la violencia

Hacia una gramática del grito

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Información del libro

La literatura compone gramáticas del grito y gramáticas de la escucha. Su lenguaje no consiste tanto en representar el mundo de las cosas como en presentar el lenguaje a través del cual esas cosas se representan y la violencia que lo habita. Este libro busca analizar el entramado de violencia y escritura a partir de una perspectiva a la vez literaria y filosófica, buscando dar voz a la promesa que habita el lenguaje. Sin embargo, si se puede llegar a ser testigos de la violencia, ¿no es a costa de la destrucción del lenguaje?

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Información

Año
2019
ISBN
9789569843907
Tras cien años de olvido:
sobre la literatura y el arte como resistencia
a las borraduras de la historia
1
María del Rosario Acosta
La poesía (…) esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.
La peligrosa memoria de nuestros pueblos (…) es una energía capaz de mover el mundo.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad
1. Cien años de soledad y el ambiguo caso de la «matanza de las bananeras»
Comencemos por la representación literaria que ofrece Gabriel García Márquez en Cien años de soledad de la infame masacre de los trabajadores de la United Fruit Company en Ciénaga, en la costa norte de Colombia, el 5 de diciembre de 1928. Después de un mes de huelgas, y de más de un año de negociaciones fallidas con los representantes de la compañía, los trabajadores son convocados a reunirse en Macondo. Se les ha prometido que el líder civil de la provincia llegará en tren para interceder por ellos. En lugar de una conversación con los líderes del sindicato, la armada declara ilegal la huelga y recibe la autorización para disparar contra la multitud. Todo esto es atestiguado en la novela por José Arcadio Segundo, quien cae inconsciente al suelo en medio de la balacera.
Cuando José Arcadio Segundo despertó estaba bocarriba en las tinieblas (…). Dispuesto a dormir por muchas horas, (…) se acomodó del lado que menos le dolía, y sólo entonces descubrió que estaba acostado sobre los muertos. (…) Debían de haber pasado varias horas después de la masacre, porque los cadáveres tenían la misma temperatura del yeso en otoño (…) y quienes los habían puesto en el vagón tuvieron tiempo de arrumarlos en el orden y el sentido en que se transportaban los racimos de banano. (…) José Arcadio Segundo se arrastró de un vagón a otro (…) y en los relámpagos que estallaban por entre los listones de madera (…) veía los muertos hombres, los muertos mujeres, los muertos niños, que iban a ser arrojados al mar como el banano de rechazo. (…) Cuando llegó al primer vagón dio un salto en la oscuridad y se quedó tendido en la zanja hasta que el tren acabó de pasar. Era el más largo que había visto nunca, con casi doscientos vagones de carga (…).
Al cabo de más de tres horas de marcha, empapado hasta los huesos, con un dolor de cabeza terrible, divisó las primeras casas a la luz del amanecer. Atraído por el olor del café, entró en una cocina donde una mujer con un niño en brazos estaba inclinada sobre el fogón.
–Buenos –dijo exhausto–. Soy José Arcadio Segundo Buendía.
Pronunció el nombre completo (…), para convencerse de que estaba vivo. (…) José Arcadio Segundo no habló mientras no terminó de tomar el café.
–Debían ser como tres mil –murmuró.
–¿Qué?
–Los muertos –aclaró él–. Debían ser todos los que estaban en la estación.
La mujer lo midió con una mirada de lástima. «Aquí no ha habido muertos», dijo. «Desde los tiempos de tu tío, el coronel, no ha pasado nada en Macondo». En tres cocinas donde se detuvo José Arcadio Segundo antes de llegar a la casa le dijeron lo mismo: «No hubo muertos»2.
Este pasaje, por inverosímil que suene, es uno de los únicos «documentos» que preserva la memoria de una de las masacres indocumentadas más grandes en la historia de Colombia. Tal y como le ocurre a José Arcadio cuando vuelve a Macondo, cada una de las piezas del registro oficial niega por completo esta versión de los hechos. «La versión oficial», continúa la novela, «mil veces repetida y machacada en todo el país por cuanto medio de divulgación encontró el gobierno a su alcance, terminó por imponerse: no hubo muertos, los trabajadores satisfechos habían vuelto con sus familias, y la compañía bananera suspendía actividades mientras pasaba la lluvia»3.
Las lluvias, por cierto, no se detienen en la novela por cuatro años, once meses y dos días4, de modo tal que cada una de las huellas de lo ocurrido esa noche en Macondo es totalmente borrada, tanto en la novela como en la realidad. José Arcadio, como único sobreviviente de la masacre, aparece además como un testigo «invisible». García Márquez lo expresa con maestría: los hombres de la policía que vienen buscando a José Arcadio no pueden verlo a pesar de su más que evidente presencia, y su cuerpo casi transparente desaparece entre estanterías de historia, a lo largo de los innumerables pergaminos de Melquíades que contienen, como descubrimos al final de la novela, la memoria completa de los acontecimientos, además del anuncio de su borradura radical –la imagen perfecta para una forma de memoria archivística y totalizante, cuyo destino es desaparecer en el momento mismo en que su tarea ha sido completada.
No hay manera de saber exactamente cuántos trabajadores fueron asesinados esa noche en Ciénaga. Varios testigos mencionan cientos de cuerpos siendo cargados hasta los vagones del tren. Solo nueve cuerpos son hallados al día siguiente en la plaza principal de Ciénaga. Nueve, algunos dirían, uno por cada uno de los puntos ahora muertos de la petición de los trabajadores5. En el reporte del general Cortés Vargas, uno de los pocos documentos oficiales que sobrevivió a los acontecimientos, estos nueve cuerpos se listan junto con cuatro más, los cuales –según se indica– habrían muerto más tarde como resultado de lesiones severas. Trece muertes es el número oficial6.
El otro documento «oficial» es el discurso dado ante el Congreso por Jorge Eliécer Gaitán, uno de los líderes de izquierda más importantes de Colombia en aquel entonces. Habiendo viajado a Ciénaga para investigar los hechos, Gaitán asegura haber recolectado testimonios suficientes para probar la muerte de más...

Índice

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Portadilla
  4. Índice
  5. Introducción: Escribir la violencia. Hacia una escucha de la destrucción del lenguaje. Aïcha Liviana Messina
  6. I. La violencia del grito
  7. II. La violencia del testimonio
  8. III. La violencia de la escritura
  9. Reseñas de autores