Para introducir a Serrano a un público general, su importancia cultural se puede acentuar a partir de un paralelo con el papel de Walter Gropius (1883-1969) en los Estados Unidos. Al igual que Gropius, Serrano fue también una figura clave en la introducción de la arquitectura moderna, a través de sus edificios y a través de su influencia como profesor en la Universidad Nacional. Así como Gropius compartió su papel de pionero en los Estados Unidos con otros como Mies van der Rohe, Richard Neutra y Eric Mendelsohn, Serrano lo compartió en Colombia con Leopoldo Rother, Bruno Violi y Carlos Martínez.
En Estados Unidos es un hecho ampliamente aceptado que la modernización de la escuela de arquitectura de Harvard comienza en 1937 con la designación de Walter Gropius como director de la Escuela de diseño, Graduate School of Design (GSD). Este nombramiento “revolucionó la educación arquitectónica y colocó a Harvard a la vanguardia en los Estados Unidos” (Bunting, B. y Henderson, M.,1985). De igual manera, se acepta consensualmente en Colombia que la modernización de la arquitectura en el país se dio, en gran parte, a través de la escuela de Arquitectura de la Universidad Nacional, en Bogotá, debido a la participación de arquitectos como Leopoldo Rother, Bruno Violi, Carlos Martínez y Gabriel Serrano. El nombramiento de Serrano en la escuela, entre 1936 y 1940, contribuyó a revolucionar la educación arquitectónica y puso a la Universidad Nacional a la vanguardia en Colombia.
El sentido de la importancia del plan de estudios introducido por Gropius en Harvard no ganaría peso real en la escuela colombiana sino hasta finales de los años 40, cuando algunos graduados de Harvard comenzaron a trabajar en la escuela de Bogotá. Entre tanto, la marcada presencia de individuos como Rother, Violi, Martínez y Serrano se anticipó a dejar una profunda huella en el carácter de la escuela y de sus primeros alumnos. Hubo, por supuesto, otros profesores implicados, pero estoy reservando para este grupo la categoría de pioneros, basado en el consenso no escrito de que, a pesar de su educación anterior y de experiencias profesionales disímiles y sin importar su carencia de experiencia en la educación, fueron estos quienes lideraron la defensa de una causa común, en pro de la arquitectura contemporánea.
Mientras Europa se sumergía en la guerra, Rother y Violi habían huido de Alemania e Italia, respectivamente, para trabajar en Colombia para el Ministerio de Obras Públicas, la institución a cargo de los edificios públicos y las vías nacionales, que incluían carreteras y ferrocarriles. Rother había sido empleado público del gobierno alemán5, construyendo principalmente escuelas. Cuando llegó a Bogotá en 1936, a la edad de 42 años, ya había pasado por las estéticas del neoclasicismo y el expresionismo y estaba en ese momento en la del funcionalismo (Rother, H.,1984). Violi, quien llegó en 1939, a la edad de 30 años, había tenido también una doble formación estética en Italia: la del neoclasicismo de las academias, por un lado, y el rigor técnico de la Escuela Politécnica de Milán, por otro. Había trabajado con arquitectos tan importantes como Auguste Perret y Denis Honegger, para luego hacer un desvío “racionalista” y volver posteriormente a un “feroz” neoclasicismo (Rother, H. 1986). Por su parte, Martínez había estudiado arquitectura y urbanismo en Francia, donde recordaba haber asistido a conferencias dictadas por Le Corbusier y sorprenderse por su peligroso encanto, al que comparaba con el del “Flautista de Hamelin”. Como urbanista, Martínez promovió siempre la modernización de la ciudad, de una manera que más adelante probaría ser amargamente anti-corbusiana, cuando Le Corbusier, Wiener y Sert fueron contratados para hacer el Plan Regulador de Bogotá. Junto a estos Serrano, quien en ese entonces no era un arquitecto titulado, sino un ingeniero de la Universidad Nacional que había trabajado como dibujante en oficinas arquitectónicas durante sus años de estudiante, bajo el amparo del estilismo practicado en ese entonces en Bogotá: inglés, francés, español, californiano, y años después, el neocolonial –del cual la firma Cuéllar Serrano Gómez también fue partícipe–, antes de su capitulación final a favor del funcionalismo modernista.
Rother, Violi y Serrano representan, en la Nacional, un liderazgo educativo equivalente al de Gropius en Harvard. Como profesionales practicantes sin experiencia en la enseñanza pero llamados repentinamente al deber, estos arquitectos hicieron parte de un grupo más grande de profesores que se convirtieron en pioneros o fundadores de una primera generación de arquitectos producidos en Colombia. A diferencia de Gropius en Harvard, como por estos lados no había mayor cosa que reformar, su misión era inventar algo desde cero.
Desde el frente editorial, fue Martínez quien estableció su propio y exclusivo museo moderno de arquitectura colombiana, liderando su propia reforma desde la revista Proa6, a partir de 1946, y de forma similar a como Philip Johnson y Henry Russell-Hitchcock lo hicieran en 1932, cuando definieron la arquitectura moderna como el estilo internacional, a través del Museo de Arte Moderno de New York. La anterior revista, Ingeniería y Arquitectura, nunca tuvo el impacto cultural de Proa, la cualcondujo la opinión y dirigió la cultura arquitectónica colombiana por más de dos décadas. En contraste, la revista en la que Serrano se ocupó de la sección de arquitectura fue, en buena parte, olvidada.
Los primeros arquitectos profesionales de Colombia se graduaron de la Universidad Nacional en 1940. Sin embargo, desde la fundación de la universidad, en 1867, los ingenieros con inclinaciones artísticas eran aceptados como arquitectos después de tomar cursos especiales de dibujo y construcción. Durante varias décadas, estos ingenieros fueron los diseñadores de la mayoría de los edificios públicos y residencias privadas de las clases altas en el país. La gente de las clases obreras hizo poco uso de los profesionales universitarios; recurrían a maestros de la construcción, que obtenían su conocimiento y experiencia de la tradición, a manera de gremios. La construcción en general fue concebida como una rama de la ingeniería y, cuando fue necesario diseñar edificios de importancia, se acudió a arquitectos extranjeros. En Colombia, una cultura donde los títulos de “doctor” o “maestro” son usados con frecuencia cargados de connotaciones irónicas, puede resultar difícil saber qué tan maestro era un maestro. No obstante, así como Gropius en su tiempo, a estos arquitectos colombianos se les consideraba auténticos “maestros” y muchos todavía los recuerdan con gran aprecio.7
Los arquitectos con título, extranjeros o nacionales, venían de Inglaterra, Francia, Bélgica, Italia, Estados Unidos o Chile. Cualquier interesado en estudiar arquitectura debía necesariamente tener los medios para estudiar en el exterior. Serrano, proveniente de una familia de clase media, permaneció en Colombia y obtuvo el título de ingeniero arquitecto, que se obtenía en ese momento, para construir, a través de la Facultad de Ingeniería. No obstante, mientras adelantaba sus estudios de ingeniería, su trabajo como dibujante para las firmas arquitectónicas más prestigiosas de Bogotá, le ganaron desde temprana edad un alto reconocimiento como diseñador.8
Serrano se graduó de Ingeniería Civil en 1933, a la edad de veinticuatro años. Aquel año, junto con dos amigos, un ingeniero de la Universidad Nacional, José Gómez Pinzón, y un arquitecto educado en Londres, Camilo Cuéllar, fundaron la firma Cuéllar Serrano Gómez. Los tres tenían la misma edad cuando iniciaron esta sociedad que duraría toda la vida.9 La firma se basó en el modelo norteamericano de empresa de arquitectura: Serrano era responsable del diseño, Gómez de la ingeniería, y Cuéllar de la gerencia. Un cuarto socio y exestudiante de Serrano, el arquitecto Gabriel Largacha, se uniría a la firma en 1946.
En 1936, Gómez Pinzón, el ingeniero de la firma, fue nombrado decano de la nueva Escuela de Ingeniería de la Universidad Nacional, donde él y Serrano habían estudiado. Según la historia oral, algunos estudiantes que se habían matriculado en el Programa de Ingeniería querían estudiar Arquitectura pero habían aplicado a Ingeniería porque no existía Escuela de Arquitectura y le pidieron a su decano la creación de un programa especial. Al poco tiempo se aprobó la carrera de Arquitectura. Los estudios comenzaron el mismo año, en 1936, con quince estudiantes, al tiempo que la universidad emprendía el enorme proyecto de construcción que le daría un nuevo campus y sus emblemáticos edificios modernos.
Un año antes, con la Ley 68 de 1935, el entonces presidente Alfonso López Pumarejo (1886-1959)10 había lanzado un proyecto de educación nacional que incluía la construcción de la Ciudad Universitaria. Aunque Rother estaba a cargo de planear el campus y algunos de sus edificios, la Escuela de Arquitectura no hacía parte del nuevo esquema para la universidad. Nuevamente, y esto hace parte de la leyenda, la presión estudiantil llevó a la incorporación de un edificio para la Escuela de Arquitecturaen el nuevo campus.
Mientras duró la construcción del ...