1. Jesús, nacido de mujer
El texto más antiguo que nos habla de la madre de Jesús –y que podemos datar con bastante exactitud– es un pasaje de la carta de san Pablo a los cristianos gálatas. Se trata de una carta del año 53 aproximadamente. En ella, san Pablo intenta explicar a las comunidades de la región de Galacia, en el centro de la península de Anatolia –en la actual Turquía–, que la figura de Jesús, como Hijo de Dios, lleva a plenitud la historia de salvación: la Ley de Moisés queda superada por la realidad de aquello que preparaba y anunciaba.
He aquí el texto: «Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial» (Gal 4,4-5). Aparentemente se trata de un texto intrascendente: dice que Jesús nació de una mujer. ¡Todo el mundo ha nacido de mujer! ¿Qué nos aporta esta afirmación?
De todas formas, cuando lo miramos con más detalle, podemos ver que nos está hablando de la manifestación del Hijo de Dios –y por tanto la manifestación misma de Dios– anclada en la realidad concreta de la humanidad y anclada en la historia de salvación que supone la Ley de Moisés vivida por el pueblo de Israel. La expresión «nacido de mujer» sirve así para indicar la realidad misma de la manifestación de Dios en Jesucristo en la plenitud del tiempo. La manifestación de Dios se realiza en plenitud en el interior de la humanidad y en el interior de la historia de la salvación, en Jesús.
De esta forma, el texto más antiguo que nos habla de la madre de Jesús en el Nuevo Testamento lo hace a partir del mismo Jesús. Esta es una perspectiva fundamental: siempre que se habla de María, la madre de Jesús, se ha de hablar a partir de Jesús. No nos podemos acercar a ella si no es a partir de la luz, que es Cristo. Los autores cristianos antiguos –los llamados Padres de la Iglesia– hablaban de María como de la luna: no se puede hablar de ella, si no es en referencia al Sol, que es Jesucristo.
Este texto de san Pablo hace pensar también en las Vírgenes románicas, en las que el Niño Jesús aparece sentado en la falda de su madre, como si de una silla se tratase. Es lo que se llama la representación de la Madre de Dios como Sede de la Sabiduría –Sedes Sapientiae–: María es el trono, que nos presenta al Niño. No se trata, pues, propiamente de imágenes de la Virgen con el Niño, sino de imágenes de Jesucristo, en la falda de su madre.
María –la madre– es presentada como la raíz de Jesús en su proximidad a todos. Enraizada en la humanidad y enraizada en la historia de salvación, porque la madre, de la que nace Jesús, se encuentra situada también bajo la Ley de Moisés: María, la madre de Jesús, figura de la humanidad misma y figura del pueblo de Israel, que camina dentro de la historia de salvación.
Así, este texto –que ni siquiera nos indica el nombre de la madre y que, aparentemente, indica una realidad tan obvia como que un hombre ha nacido de una mujer– contiene ya en germen las líneas fundamentales de todo lo que se puede decir de María: referencia fundamental a Cristo, figura de la humanidad, figura del pueblo de Israel, madre del pueblo de Israel, madre del Hijo de Dios. Y también el dato fundamental de la historia de María: ella es la madre de Jesús.
2. «Su madre y sus hermanos»
El Evangelio según san Marcos, que es el más antiguo, hace una primera referencia a la madre de Jesús en un texto que ha sido muy comentado. Las etapas más antiguas de este evangelio están escritas dentro de una comunidad abierta a los paganos, en contraposición a la comunidad de Jerusalén, presidida por Santiago, donde se mantenían en gran parte costumbres de la Ley de Moisés. Esta comunidad de Santiago –a quien se le llamaba el «hermano del Señor», como dice san Pablo (Gal 1,19)– tenía para algunos el prestigio de estar formada por miembros de la familia de Jesús, a los que llamaban también «hermanos del Señor» (1Cor 9,5).
La comunidad del Evangelio según san Marcos, consciente de la novedad del mensaje de Jesús, no daba importancia a los privilegios de familia o de sangre. De esta forma, en el episodio que habla de «su madre y sus hermanos», los presenta quedándose fuera de donde se encuentra Jesús y buscándolo. Jesús es presentado sentado delante de la multitud, cuando le anuncian: «Tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan» (Mc 3,32). La reacción de Jesús es muy clara: «Mirando a los que estaban sentados alrededor, dice: “Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre”» (Mc 3,34-35).
La expresión «mi madre y mis hermanos» indica aquí –por encima del nivel narrativo– el pueblo de Israel, del que Jesús procede. En Jesús se está iniciando un nuevo pueblo, que tiene su fundamento en hacer la voluntad de Dios. La verdadera maternidad y fraternidad de Jesús se realiza no tanto por la raza, sino por el Espíritu. La madre de Jesús no puede ser solo madre biológica, ha de ser madre en el Espíritu. Así también sus hermanos y sus hermanas.
No se puede negar que este texto –de una gran densidad teológica: la novedad de la comunidad de Jesús– resultaba adecuado para una comunidad que estaba en contraposición con la comunidad de Santiago. En cambio, este mismo texto, dentro de un diálogo más grande con las otras comunidades judías, necesitaba ciertas precisiones, para no ser mal entendido. Por esto, el mismo evangelista san Marcos, en una etapa más avanzada de la comunidad, añadió un nuevo episodio en la narración evangélica, en el cual se hace una referencia diferente a la familia de Jesús.
Se trata del episodio en el que se habla de la visita de Jesús a su patria, es decir, a la aldea de Nazaret (Mc 6,1-6). Jesús se pone a enseñar en la sinagoga en sábado y, al oírlo, mucha gente, impresionada por su enseñanza, se pregunta: «¿De dónde saca todo eso?» (Mc 6,2). Entonces, para indicar que, a sus ojos, se trata simplemente de un hombre cualquiera del pueblo, añaden: «¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y Joset y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?» (Mc 6,3).
Esta nueva referencia a la madre y a los hermanos y hermanas de Jesús, por el hecho que indica concretamente el nombre de algunos de ellos, muestra que hay una mayor proximidad y reconocimiento de la comunidad de Jerusalén. Aunque sea en boca de los habitantes de Nazaret, Jesús es presentado como «hijo de María». Por primera vez se nos indica el nombre de su madre: María.
Este nombre –Miryam, en hebreo; Maryam, en arameo; María, en griego; o el nombre derivado, Mariamne, también en griego– era muy corriente en la sociedad judía de aquella época. En los evangelios aparecen unas cuatro o cinco mujeres con este apelativo: la madre de Jesús, la esposa o hija de Cleofás, la madre de Santiago, la hermana de Marta, la hermana de Marta y Lázaro, María Magdalena. En la misma familia de Herodes había diversas mujeres que se llamaban Mariamne: dos de las esposas de Herodes el Grande –Mariamne, hija de Alejandro hijo de Aristóbulo II, y Mariamne, hija del gran sacerdote Simeón–, una de las esposas de Arquelao, la esposa de Herodes de Calcis y una hija de Agripa I.
Los especialistas no se ponen de acuerdo respecto al origen y significado del nombre María. Algunos buscan raíces hebreas, en el sentido de «rebelde», «amarga», «bella», «elevada»; o bien raíces egipcias, en el sentido de «amada». En cambio la etimología popular antigua lo entendía como «vidente», en el sentido de «profetisa» (Ex 15,20). En tiempos de Jesús, sin embargo, más bien se relacionaba el nombre arameo Maryam con el término mara, que significa «señor». En esta explicación popular, el nombre María significaría «señora». El evangelista san Lucas hace referencia seguramente a este significado etimológico popular cuando pone en boca de María, en el episodio de la anunciación, estas palabras finales: «He aquí la esclava del Señor» (Lc 1,38). María no se presenta como «señora», sino como «sierva» o «esclava del Señor».
El texto de la visita de Jesús a la sinagoga de Nazaret no indica solo el nombre de la madre de Jesús, sino también el nombre de diversos de sus hermanos. En cambio, no hace mención nominal de ninguna de las hermanas. Habla solo de Santiago, José (o Joset), Simón y Judas. De los dos primeros hay también una referencia en los evangelios según Marcos y según Mateo cuando se habla de «María, la madre de Santiago y de José» al pie de la cruz (Mt 27,56; Mc 15,40). Esta expresión no designa evidentemente a la madre de Jesús, ya que si fuese ella, los evangelistas lo dirían directamente y no por medio de un circunloquio innecesario.
Algunos comentaristas han hablado de tres grupos familiares: el hogar de Jesús, el hogar de Santiago y José y el hogar de Simón y Judas. Como ya indicó san Jerónimo, en el siglo IV, se trata de una utilización del término «hermanos» en un sentido hebreo, que propiamente se referiría a diversos primos, primos hermanos. La consideración de estos parientes de Jesús como hermanastros suyos –como hizo a mediados del siglo II el Protoevangelio de Santiago– obligaría a convertir a José en un viudo antes de su matrimonio con María. No hay ningún indicio, sin embargo, para hacer esta interpretación.
Estas anotaciones sobre «su madre y sus hermanos» son importantes para no dar por supuesto, como hacen algunos, que la realidad histórica sobre la familia de Jesús es que todos estos «hermanos y hermanas» eran hijos de José y María o bien de José y de su primera mujer.
3. Anunciación de Jesús
El Evangelio según san Marcos se inicia con la predicación de Juan Bautista en el desierto y el bautismo de Jesús en el Jordán. Este inicio, en ciertos ambientes, podía prestarse a una consideración de la condición mesiánica de Jesús a partir solo de su experiencia en el Jordán, como si se estuviese indicando que Jesús recibió en aquel momento la llamada a ser el Mesías de Israel y a recibir su filiación divina, que antes no tendría.
El Evangelio según san Mateo, que es posterior, consciente de esta posible mala interpretación, prefirió no iniciar la narración evangélica por la llamada de Jesús en el Jordán, sino por lo que él es. De esta forma, optó por realizar la presentación de Jesús a partir de su nacimiento, o mejor dicho, a partir de su misma concepción. Así quedaba explicitado que Jesús no se había convertido en Mesías o Hijo de Dios, sino que Jesús era en sí mismo Mesías e Hijo de Dios. Se presentaban juntas, por lo tanto, sus raíces en la historia del pueblo de Israel y sus raíces en Dios.
De forma consecuente, este evangelio empieza por la genealogía o «libro del origen de Jesús, el Mesías, hijo de David, hijo de Abrahán» (Mt 1,1). No se podían expresar de forma más gráfica las raíces de Jesús dentro de la historia de salvación en el pueblo de Israel: «hijo de David, hijo de Abrahán». Para subrayarlo aún más –con un estilo muy judío–, la genealogía viene presentada en tres períodos de catorce generaciones, de forma que este número catorce se repite tres veces. Para una mentalidad actual esto no quiere decir nada, pero según el significado numérico de las letras y también de los nombres propios, se repite por tres veces una referencia al nombre de David, ya que catorce es la cifra correspondiente a la suma del valor numérico de sus letras en hebreo (DVD).
Lo que resulta sorprendente, sin embargo, de esta genealogía –que se va desgranando en una repetición, más que monótona, solemne y repetitiva («Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos, etc.»)– es su final: «... Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo» (Mt 1,16). Después de una lista de más de cuarenta generaciones, resulta insólito este cambio. Cuando se esperaría la expresión «José engendró a Jesús» o bien «José engendró, de María, a Jesús», el evangelista indica: «José, el esposo de María, de la cual nació Jesús». De esta manera se quiere subrayar que las raíces de Jesús –su origen– no se encuentran solo en la historia del pueblo de Israel y en la descendencia de David, sino que hay algo más que será expresado a continuación.
El evangelista pasa al estilo narrativo: «La...