Creer o no creer
eBook - ePub

Creer o no creer

¿Puede la fe ser racional?

  1. 448 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Creer o no creer

¿Puede la fe ser racional?

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

¿Sabía usted que, según la biología moderna, el sexo femenino apareció primero y que el masculino surgió después como una modificación, y no al contrario como lo pretende la Biblia? ¿O que la concepción virginal no existe en los seres humanos, y que si se pudiera producir, el retoño sería una hembra y no un varón, es decir que Jesús hubiera sido una mujer? ¿O que Newton, basándose en las Escrituras, calculó la edad del Universo en 3500 años, mientras que hoy se estima en 13700 millones de años? ¿Sabía usted que el papa Juan XXII en 1324 tachó la idea de la infalibilidad pontificia de "obra del diablo", no obstante lo cual Pio IX la declaró dogma? ¿Cuál de los dos papas era el infalible? ¿O que el papa León X alguna vez escribió: "Desde tiempo inmemorial es sabido cuán provechosa nos ha resultado esta fábula de Jesucristo"? ¿O que Benedicto XVI afirma que san Pablo "está tan convencido, como lo estoy yo, de que no se puede demostrar racionalmente la divinidad de Cristo y, por consiguiente, su resurrección"?Lo cierto es que, día tras día, a las verdades de la fe el conocimiento científico y la exégesis bíblica oponen datos verificables que controvierten abiertamente, o simplemente niegan, lo que las Sagradas Escrituras y el dogma cristiano consideran como verdad irrefutable. La cuestión es: ¿qué debe hacer el creyente? ¿tienen razón los ateos? Este libro da cuenta del estado de conocimiento de la humanidad sobre distintos aspectos (como el origen del Universo o el surgimiento de la vida), y da los argumentos y la información necesaria para que ambos opuestos puedan entrar en debate, pues como dice el autor, en estas cuestiones "siempre se necesitará un acto de fe para creer en Dios y un acto de fe para negar su existencia, porque no tenemos evidencias irrefutables ni en un sentido ni en el otro"."Un libro extraordinario: bien escrito, lúcido, bien documentado, serio; en fin: un gran texto".Juan Esteban Constain

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Creer o no creer de Jorge Arboleda Valencia en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Teología y religión y Crítica e interpretación bíblicas. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

1. ¿CUÁL FUE EL ORÍGEN DE LAS RELÍGÍONES?

EL PENSAMIENTO MITOPOÉTICO

El ser humano, desde que comenzó a pensar inició la búsqueda de una explicación para el mundo que lo rodeaba. Tratemos de meternos en la cabeza del hombre primitivo y pensemos como él. Veía que durante el día pasaba una bola de fuego por el cielo y se ocultaba detrás de las montañas al atardecer. Y todo quedaba oscuro. Sin embargo, con frecuencia aparecía en el firmamento, durante las noches, un cuerpo celeste que tintaba de blanco el paisaje y cambiaba de forma de un día para otro. Luego volvía a salir el Sol y se veía rodeado de bosques por entre los cuales corrían ríos caudalosos o pequeñas fuentes. En los árboles cantaban pájaros y entre la maleza se ocultaban animales salvajes, serpientes y fieras. Era un entorno irreal, casi fantástico, sobre el que no sabía nada, ni por qué todo se repetía día tras día, ni qué eran esas manchas blancas desflecadas que viajaban en el firmamento, ni por qué de unos nubarrones negros brotaban a veces sablazos de luz. Y se preguntaba: ¿quién habrá hecho todo esto?, ¿qué papel juego yo en este entorno desconocido? Definitivamente tenía más preguntas que respuestas. Pero como el cerebro del hombre está hecho para buscarle una causa a todo lo que observa, con su mente aún virgen se inventaba explicaciones. Fue así como nacieron las religiones primitivas, que surgieron del mito y por eso se expresan y piensan en un lenguaje mitopoético, desde mucho antes de que existiera el pensamiento racional o pensamiento lógico.
El primero, tal como lo entienden Henri Frankfort, Mrs. H. A. Frankfort, John Albert Wilson y Thorkild Jacobsen en su libro titulado Before PhUosophy, es el término comúnmente utilizado para referirse a la forma de pensamiento del ser humano que no está dentro de la esfera del racionamiento deductivo, sino dentro de lo onírico, lo emocional, lo intuitivo, lo imaginativo. El segundo fue el que inició en el siglo VI a. C. con los filósofos jonios. Es a partir de ese método de investigación analítica de las causas y efectos de los fenómenos naturales usado desde entonces, que obtenemos patrones de comportamiento de carácter genérico para entender el mundo exterior, con base en la observación experimental de sucesos puntuales. Fue así como surgió la ciencia en contraposición al mito del hombre arcaico.
Desde aquel momento, el pensamiento mitopoético y el pensamiento racional han coexistido en la mente del hombre, en una especie de lucha entre el cerebro y el corazón. Una lucha en la que ambos se alternan para buscarle explicaciones coherentes al mundo que nos rodea; explicaciones que a veces se complementan y en otras se distancian. En el pasado, el pensamiento mitopoético dominó durante miles de años, ya que no había suficiente comprensión del Cosmos y su entorno como para poner en entredicho sus afirmaciones apriorísticas. Pero a partir de las épocas griega y helenística, los dos tipos de pensamiento tomaron caminos divergentes en el mundo occidental. El pensamiento lógico o racional se aplicó principalmente a estudiar al hombre y su ética, así como los fenómenos naturales y sus leyes, mientras que el pensamiento mitopoético se dedicaba a superponer sobre el mundo físico un mundo sobrenatural omnipresente que pudiera explicar con mitos y símbolos los interrogantes para los que la lógica no tenía, ni tiene, respuestas satisfactorias.
Comparando el pensamiento mitopoético con el racional, encontramos que el primero es más flexible, más abierto, más emocional, más imaginativo, acepta la paradoja, la ambigüedad, lo contradictorio; se expresa en símbolos, y tiene una gran capacidad fabuladora. En cambio, el pensamiento racional no acepta la ambigüedad, ni lo contradictorio, se acerca más a la realidad del mundo exterior aunque toma distancia del sentido común y de la percepción sensorial; es menos emocional y menos imaginativo, pero no por eso deja de usar la imaginación para crear abstracciones como espacios con múltiples dimensiones o experimentos virtuales.
De aquí que sea tan difícil de compatibilizar el pensamiento mitopoético con el pensamiento racional. Tienen un origen distinto y surgieron en épocas diferentes. El primero, por haber nacido antes de que los griegos desarrollaran la lógica, es producto de la conciencia mítica, onírica, del hombre antiguo que no capta la diferencia entre el mundo interior y el mundo exterior, entre lo sagrado y lo profano, entre lo que le muestran los sentidos y lo que está afuera en la realidad. Solo a medida que va entendiendo esta diferencia, comprende que el Universo no es necesariamente como lo perciben los sentidos y puede entender racionalmente su entorno.
El pensamiento mitopoético o mágico es incapaz de distinguir entre la realidad y la apariencia, entre el sujeto y el objeto, y se le dificulta comprender lo que no es mágico. Según Frankfort y colaboradores en su libro antes citado, los antiguos veían al hombre como parte de la sociedad y a la sociedad como parte de una naturaleza poseída por dioses y demonios. Contaban mitos en lugar de investigar los fenómenos naturales. Raciocinaban por comparación entre el fenómeno y lo que se le parecía. Por ejemplo, si los egipcios escuchaban un trueno, decían que era el mugido del buey Apis que pastaba en las alturas; si los babilonios veían caer la lluvia después de una sequía, afirmaban que el pájaro gigante Indugud cubrió el firmamento con los nubarrones negros de sus alas y devoró al Toro de los Cielos causante de la sequía, lo que permitió que regresaran las lluvias; si los griegos oían el susurro del viento en los árboles, creían que era el tañido de la flauta de Pan; y hoy día, los esquimales creen que la Aurora Boreal se produce porque un zorro cósmico agita su cola en el firmamento.
No veían diferencia entre la apariencia y la realidad; si algo sonaba como un toro, era un toro; si las nubes parecían alas de pájaro, eran pájaros. Jamás se cuestionaban cómo podía haber toros en el cielo y pájaros entre las nubes. Tampoco distinguían entre el ritual y lo que este simbolizaba. Para los babilonios, el éxito de las cosechas era la consecuencia de la perfección ritual con que se celebraba la llegada del año nuevo. Para los aztecas, entre más lágrimas vertiera el niño que iban a sacrificar a los dioses, más copiosas y fecundas iban a ser las lluvias en ese año.
Igualmente, no hacían distingos entre el mundo inanimado y el mundo animado, entre el mundo exterior y el mundo interior. Creían que nada podía durar si no estaba animado por un alma, o sea, por aquella sustancia vital que según ellos poseían todos los hombres, los animales y las cosas. Por eso las sociedades primitivas no llegaron a entender bien la diferencia entre los vivos y los muertos, cuya supervivencia, convertidos en demonios o dioses tutelares, se daba por descontada; toda vez que el hombre ni entonces ni ahora ha aceptado la muerte como un acabamiento final sino como un tránsito hacia una nueva vida en ultratumba, que para muchas religiones arcaicas era un lugar lleno de monstruos y criaturas sobrenaturales.
No se contentaban con narrar los mitos sino que tenían que representarlos, y la representación la consideraban una perfecta repetición de los hechos ocurridos en el pasado. Por ejemplo, los babilonios dramatizaban el año nuevo, fecha en la que creían que había sido creado el mundo, y lo hacían con un festival para celebrar la victoria de Marduk sobre los poderes del Caos. Esa representación la tomaban como una reproducción exacta de esa victoria, igual que los católicos toman la consumación de una hostia consagrada como la repetición del sacrificio de Cristo.
La naturaleza la suponían dominada por fuerzas sobrenaturales cósmicas o por dioses antropomorfos poderosos a los que había que aplacar con dádivas, y a veces con sacrificios humanos; nada sucedía sin su intervención: ni la cosechas daban fruto, ni el Sol volvería a brillar, ni el ganado se multiplicaría, ni se podrían librar de las pestes, ni vencerían a los demonios. El sufrimiento se lo consideraba producido por ellos como castigo por los pecados de los hombres, y se negaban a aceptar la posibilidad de que proviniera del azar o de hechos fortuitos, sino de fuerzas mágicas o diabólicas que solo los sacerdotes o los magos podían controlar. Esta creencia también se muestra en el Antiguo Testamento. Allí es Yahvé quien castiga con calamidades al pueblo judío y quien negocia el perdón a cambio de dádivas u oraciones.
Los sueños y las alucinaciones se confundían con los hechos cotidianos, presentes o futuros; el símbolo se tomaba por lo que representaba y se lo utilizaba para bien o para mal. Por ejemplo: los faraones gravaban los nombres de sus enemigos en vasijas de barro, objetos que sus áulicos quebraban a la muerte del respectivo faraón para librar a su sucesor de esos enemigos, destruyéndolos conjuntamente con las vasijas (algo no tan alejado de la magia negra moderna en que se atraviesa un retrato con alfileres para matar a la persona retratada).
Todo lo que existía en la Tierra tenía un arquetipo o modelo previo en el cielo. Existía una tierra en el cielo y también montañas, templos y ciudades entre las constelaciones. Por ejemplo, la ciudad babilónica de Sippar tenía una gemela en la constelación de Cáncer, Nínive en la Osa mayor, Assur en Arturo y así con las demás. Lo mismo sucedía con la Jerusalén terrestre de los hebreos, que contaba con su similar en el cielo; era la Jerusalén celeste cantada por los profetas, de la que Juan cuenta en el Apocalipsis (Ap 21): “Con esto el espíritu me llevó a un monte grande y encumbrado y mostróme la ciudad santa de Jerusalén que descendía del cielo y venía de Dios”.
Al igual que las ciudades, los ídolos no solo tenían sus moradas en los templos construidos en su honor en diferentes lugares de la Tierra donde se los veneraba, sino también en el firmamento. Una creencia muy similar a la que profesan religiones como el catolicismo cuando pretende que Jesucristo está en el cielo y simultáneamente en las millones de millones de hostias consagradas en todas las iglesias católicas del mundo.
Para los pueblos primitivos, el tiempo era cíclico: todo se repetía, incluso la creación del mundo, al igual que los fenómenos naturales como las estaciones, el día y la noche o la lluvia y la sequía, que se asociaban con la muerte y el renacimiento. Los egipcios por eso celebraban el año nuevo cada año el 19 de julio cuando comenzaban las inundaciones del Nilo y se iniciaban las siembras. Los aztecas celebraban cada 52 años la ceremonia del fuego nuevo (que también se conmemoraba anualmente), en la que se apagaba todo fuego en la ciudad, se procedía a sacrificar una víctima abriéndole el pecho y arrancándole el corazón, y luego se encendía otra vez el fuego en todos los hogares. Era su forma de conmemorar los ciclos de muerte y resurrección.
El cristianismo, en cambio, se negó a aceptar la idea del tiempo recurrente de los paganos. San Agustín lo reemplazó por la idea de un tiempo lineal que iba desde el Génesis hasta el Juicio Final y de allí a la vida eterna después de la muerte. No obstante, la Iglesia continuó con algunos mitos cíclicos similares a los del los pueblos primitivos, tales como el de la resurrección con que termina la etapa de la existencia de la humanidad, o el de la muerte y resurrección de Cristo, no muy distinto al de la muerte y resurrección de Osiris, Adonis, Tammuz u Odín.
Frankfort y colaboradores sintetizan el mito así: “El mito es una forma de poesía que trasciende a la poesía en tanto se proclama verdadero; es una forma de razonamiento, en tanto trata de sacar a la luz la verdad que proclama; y una forma de acción o comportamiento ritual, que no encuentra su cabal cumplimiento en el acto, pero debe proclamar y elaborar una forma poética de verdad”.

LA FUERZA DEL MITO

La fuerza del mito radica en que está presente en todas las religiones desde sus más remotos orígenes, y como tal, entroncado con la forma de pensar del hombre de todas la épocas hasta el presente, porque, como veremos más adelante, el cerebro humano está hecho para buscarle explicaciones a todo lo que existe sin importar que tan lógicas sean. El mito fue el modo de narrar la historia de antes de la historia, de recrear el pasado por medio de símbolos y ficciones que con frecuencia se contradicen entre sí sin que pierdan veracidad, pues la veracidad del mito está en su carácter metafórico o alegórico.
Dicho de otra manera, los mitos son una creación colectiva que no surge del raciocinio sino de las emociones, las cuales hacen parte esencial del pensamiento humano, y, frecuentemente, desprecian el razonamiento deductivo. Para Blumberg: “El mito es una forma de expresar el hecho de que el mundo y las fuerzas que lo gobiernan, no han sido dejados a merced de la arbitrariedad”. En otras palabras, es creer que el mundo está de alguna forma regulado por una fuerza superior.
Carl Jung y Sigmund Freud asimilaban los mitos a los sueños. Sostenían que ambos eran expresiones del subconsciente y se parecían en muchos detalles. La mayor diferencia se centraba, según ellos, en que los sueños son una experiencia individual, y en cambio los mitos son una experiencia colectiva que se sacraliza e incorpora a la cultura dándola por cierta sin preocuparse por su veracidad.
Precisamente en eso radica su persistencia: en que se aparta de la realidad, y al hacerlo, sumerge al creyente en un mundo de irrealidades con las que lo hace convivir sin que se dé cuenta. Como ese mundo solo existe en el imaginario colectivo, no es factible establecer cuánto tiene de cierto y cuánto de falso, pues en muchos casos no hay cómo confrontar lo que existe en el mundo exterior con las creencias que forma la mente sobre él. Por ejemplo, todas las religiones creen en que existe un mundo sobrenatural que gobierna al mundo físico. Como no tenemos pruebas de que exista ese mundo sobrenatural ni de que no exista, lo único que podemos hacer es aceptar o rechazar esa creencia pero sin establecer hipótesis con mayor o menor probabilidad de ser ciertas.
Para un egipcio, el trueno era el mugido del buey Apis. Para el hombre actual eso es un exabrupto, pero quien desconoce cómo es el cielo no encuentra absurdo que existan animales pastando entre las nubes. Así mismo, para el hombre de la Edad Media la peste negra se debía a un castigo divino que solo los sacerdotes podían evitar con oraciones y sahumerios; para el hombre actual, esa peste es una enfermedad producida por organismos vivos microscópicos. Pero para quien ignora ese hecho, la explicación mágica anterior es más plausible que la verdadera, pues le es difícil creer que pueda haber organismos vivos microscópicos. Y así podríamos seguir presentando ejemplos similares con todo lo existente.
Lo importante es comprender que el mito no es simplemente una mentira piadosa sino una visión del mundo que le explica al ser humano, así sea en forma fantástica, los hechos que desconoce; incrustado dentro de lo más profundo del cerebro humano, es un impulso emocional que a menudo le ofrece consuelo, le calma la ansiedad, lo hace sentir más seguro y lo libra de las tensiones producidas por el entorno. De aquí su indestructibilidad ante cualquier argumento racional. Sin embargo, el mito no es una creación específica de las religiones, sino de la vida diaria del hombre, especialmente del hombre arcaico. Los mitos más significativos podríamos clasificarlos así:...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADILLA
  3. AGRADECIMIENTOS
  4. PREÁMBULO
  5. INTRODUCCIÓN
  6. 1. ¿CUÁL FUE EL ORÍGEN DE LAS RELÍGÍONES?
  7. 2. LOS JUDÍOS. ¿FUERON SUS ESCRÍTURAS REVELADAS POR DÍOS?
  8. 3. ¿CÓMO INFLUENCIÓ LA CULTURA GRECORROMANA AL CRISTIANISMO?
  9. 4. ¿ERA JESÚS EL MESÍAS PROMETÍDO?
  10. 5. ¿CÓMO NACIÓ EL CRISTIANISMO?
  11. 6. ¿CÓMO TRIUNFÓ EL CRISTIANISMO?
  12. 7. ¿CREO DIOS EL UNÍVERSO?
  13. 8. ¿CREO DIOS EL PLANETA TÍERRA?
  14. 9. ¿ES DIOS EL AUTOR LA VIDA?
  15. 10. ¿CÓMO EVOLUCIONÓ LA VIDA?
  16. ¿DIRIGIO DIOS LA EVOLUCIÓN DEL HOMBRE?
  17. 12. ¿GOBIERNA EL ALMA AL CEREBRO HUMANO?
  18. 13. ¿QUÉ PRUEBAS HAY DE LA EXÍSTENCÍA DE DIOS?
  19. 14. LOS SUEÑOS DEL HOMBRE
  20. 15. CONCLUSÍONES FINALES
  21. APÉNDICE I
  22. APÉNDICE II
  23. BIBLIOGRAFÍA
  24. CRÉDITOS
  25. BIOGRAFÍA