Nudo España
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Nudo España

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Una discusión política de gran envergadura. Dos generaciones, dosmaneras distintasde entenderEspaña, frente a frente.Pablo Iglesias y Enric Juliana son personalidades extraordinariamente lúcidas y creativas y sin duda dos de los mejores conocedores del contexto político y social español actual. Pertenecientes a tradiciones intelectuales y políticas distintas, sus visiones se complementan en un diálogo que conforma una panorámica inédita sobre el pasado, el presente y el futuro de España.Europa y la ola de cambios tecnológicos que se avecina, el sintomático giro italiano, la proyección latinoamericana, el futuro de la monarquía, la situación en Cataluña, el gobierno de las grandes ciudades, el PSOE y Podemos, la nueva competición en el seno de la derecha o el fortalecimiento del feminismo son algunos de los asuntos que estructuran este ambicioso retrato a dos manos de nuestro país.Nudo Españaes una reflexión en profundidad sobre los desafíos y las oportunidades que tenemos por delante. En lugar de las tertulias apresuradas y bulliciosas a las que estamos tan acostumbrados, propone un modelo de debate inusual en España en el que no basta con enunciar ideas con vehemencia, sino que exige razonarlas y contrastarlas.

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Información

Editorial
Arpa
Año
2018
ISBN
9788416601967




la transición


El relato de la Transición, entre el realismo mágico y la crítica constante
Enric Juliana: En los últimos veinte años se ha consolidado un relato muy edulcorado de la Transición, demasiado al servicio del poder. No creo que existiera nada parecido a un «pacto de la Transición» entendido como un pacto negociado y cerrado poco antes de las primeras elecciones democráticas de 1977. Más bien asistimos a una sucesión bastante traumática de acuerdos y enfrentamientos. Algunos han convertido esta sucesión de pactos y tensiones en un relato digno del mejor realismo mágico. La expresión más lograda de este fenómeno es la serie de televisión La Transición, dirigida por Victoria Prego para TVE, que describe la Transición como un designio mágico de la historia de España, conducido por la mano sabia del rey, en el que todos los demás actores tienen un papel secundario y cuyo guion sobrenatural funciona solo. La violencia, excepto la de ETA, desaparece. Se quita hierro a las conspiraciones militares. Se enfoca el retorno de Josep Tarradellas —que fue de gran importancia, como se ha hecho patente con la cuestión catalana— como una cuestión secundaria y una jugada audaz de Suárez… En suma, tiene sentido rebelarse contra ese relato y pedir responsabilidades a los dirigentes políticos, sobre todo de la izquierda, que durante mucho tiempo permitieron que se consolidara una narración de este tipo.
Con todo, Pablo, le he dado muchas vueltas al asunto y sigo defendiendo la Transición como un momento positivo de la historia de este país.
España siempre ha sido pendular. Vamos de un extremo a otro. Ante la saturación del relato mágico de la Transición, surge la reacción iconoclasta: la Transición fue una rendición de las fuerzas democráticas. Este es el relato predominante hoy en un amplio sector de la población joven en España. Vuestro partido, Podemos, surge del interior de esa reacción iconoclasta. Lo siento, pero no estoy muy de acuerdo. En algunos relatos alternativos de la Transición también observo mucho «realismo mágico». Una idealización negativa: los líderes de la oposición democrática se bajaron los pantalones; fueron unos cobardes, unos pusilánimes reformistas que dejaron escapar una gran oportunidad… El relato de la Transición necesita una revisión crítica, estamos de acuerdo. Pero si hemos de sustituir una narración edulcorada por otra catastrofista, vamos apañados…
Pablo Iglesias: La Transición es probablemente el objeto de reflexión en clave española más importante en Podemos. Nuestro punto de partida político es, en realidad, un análisis crítico de la Transición.
La crítica va en dos direcciones. Por una parte, es una crítica amarga dirigida a la izquierda que señala que la Transición fue un proceso exitoso. Eso no significa que en este país ocurriera lo que nos habría gustado, o lo que le habría gustado a la izquierda, sino que, a pesar de todas las contradicciones, la Transición contó con un apoyo amplísimo de distintas capas sociales, con un amplísimo consenso por parte del pueblo español en su conjunto —con excepciones, porque la Transición en Cataluña y en el País Vasco, y también en Andalucía, merecen capítulos aparte.
La Transición convierte a España —con sus límites, contradicciones y rémoras del pasado— en un Estado demoliberal con un sistema político homologable con los de los países de Europa Occidental. Eso es mucho. Es positivo. Es más, es algo que estaba en la hoja de ruta de toda la oposición antifranquista —PCE incluido—, cuyo objetivo principal era que España dispusiera de un sistema político democrático y pluralista.
Esta crítica nos valió muchos reproches de una parte de la izquierda traumatizada respecto a lo que representó la Transición. E incluso se quiso leer el 15M y nuestra irrupción como una suerte de venganza de los derrotados de la Transición. Es un error. Creo que nosotros fuimos capaces de aclarar desde el principio que las batallas que se pierden, perdidas están. Las batallas que perdió la izquierda en el siglo XX —que fueron muchas— no las ganará nadie ahora. No habrá vendettas ni ajustes de cuentas. Porque nuestro pueblo también es el resultado de aquel proceso, tiene una serie de características nuevas y por tanto los símbolos de futuros avances sociales en España serán distintos de los que encarnaron la oposición antifranquista y todos los desencantados con la Transición. Este desencanto ­­—el discurso de los chivos expiatorios, de los que se bajaron los pantalones, de los traidores, etc.— lo movilizan sectores políticos que agitan lo que señalabas.
Pero, como decía, la crítica también apunta en otra dirección, y es que nos parecía importante hacer un análisis crítico de la Transición, un análisis que se opusiera al relato edulcorado del que hablabas y que yo definiría como una tomadura de pelo. Es tremendo que la serie documental de Victoria Prego se convirtiera en una referencia audiovisual cuando también existió una obra maestra como Después de…, un reportaje de los hermanos Bartolomé, Cecilia y Juan José, formado por dos partes, No se os puede dejar solos y Atado y bien atado. En el film no hablan los dirigentes de los partidos, sino que se va micrófono y cámara en mano a los mítines de extrema derecha. Es impresionante ver un mitin de Fuerza Nueva en la plaza de toros de Las Ventas a rebosar. Cuando le mostré el documental a mi padre, que había participado activamente en la Transición, me dijo: «Me sorprende. Sabía que la extrema derecha hacía mítines, pero no los veía». Y, desde luego, ver aquellos mítines impresiona. Del mismo modo impresiona ver el entierro de un militante comunista asesinado, en el que aparece Carrillo dando su clásico discurso en clave de reconciliación y jóvenes comunistas explicando que le han abierto la cabeza a unos fascistas porque los estaban matando. Se trata una serie de temas que existen en el sustrato popular. Y, sin embargo, Después de… es un documental casi clandestino. Cuando se lo ponía a mis alumnos de la facultad, alucinaban. Decían: «Es la historia de mi país, una historia muy cercana, hace treinta y cinco años de esto y no sabía que había ocurrido».
Adam Przeworski, politólogo polaco, socialdemócrata, muy alejado de la radicalidad, explica que una de las características de la Transición española fue que no conllevó ningún cambio en la estructura del poder económico. Hay una novela de Manuel Vázquez Montalbán, Tatuaje, de la serie Pepe Carvalho, que lo ilustra a la perfección. Y también aparece ese desencanto que Pepe Carvalho detecta muy bien.
Creo que este esfuerzo crítico, esta segunda dirección en la que apunta nuestro discurso crítico, es muy importante. Quizá tengamos una obsesión academicista por la historia. Sabiendo que fue un proceso exitoso y que en muchos sentidos hizo del nuestro un país mejor, muchas verdades de la Transición contribuyen a explicar nuestra situación actual. Para entender la corrupción en España, por ejemplo, debe saberse que en este país nunca ha dejado de existir un bloque de poder oligárquico capaz de controlar a los principales actores políticos. No hubo ruptura en este sentido, no se apostó por nuevos sectores emprendedores o por una clase empresarial diferente.
En definitiva, creo que conviene repensar algunos aspectos de la Transición no tanto para decir que estuvieron mal o que hubo traidores, sino para saber qué tipo de transformación política se dio realmente en este país.
Recuerdo que el día en que murió Manuel Fraga Radio Nacional organizó un programa especial. Podemos todavía no había nacido. Acababa de morir uno de los padres de la democracia y Juan Carlos, un ciudadano anónimo, llama y conecta con el programa en directo y dice una serie de cosas sobre Fraga. La intervención se cuelga en YouTube, se hace viral y alcanza más de un millón de reproducciones… Aquel ciudadano anónimo era Juan Carlos Monedero. Solo dijo una serie de verdades sobre Fraga: que fue el señor que justificó el asesinato de Julián Grimau, que fue el responsable político de que cortaran el pelo a las mujeres de los mineros y que no podía reivindicarse como una figura loable. En aquel preciso momento mucha gente oyó cosas que no se habían dicho nunca en este país, porque la pura verdad es que en determinados sectores de la élite política española, y también en el PCE, la Transición era un tabú. No podía comentarse.
En una ocasión moderé un debate entre Willy Meyer, entonces un dirigente muy importante del PCE, y Juan Carlos Monedero. Meyer decidió defender a toda costa la acción del partido durante la Transición, tanto lo que estuvo bien como lo que estuvo mal. El público terminó aplaudiendo a Monedero, porque quería poder hablar de aquella época y comprender lo que ocurrió.
En definitiva, creo que deben hacerse ambas cosas. Por una parte, explicar a la izquierda que el pueblo español solo quería construir una democracia normal. La oposición democrática chocó de bruces con la realidad cuando trató de boicotear el referéndum para la reforma política. Aquel fue un éxito de Adolfo Suárez y del proceso de Transición. Y la izquierda no tenía fuerza para hacer mucho más de lo que hizo. Debemos entenderlo.
Por otra parte, debemos repensar y desmitificar determinadas ideas. Solo así podremos reconocer a la generación de la Transición los avances que trajo consigo sin renunciar por ello a decir alto y claro que nuestra democracia todavía tiene mucho margen de mejora.


Las encuestas Gallup
EJ: He traído conmigo una serie de documentos que me gustaría comentar contigo. Al final de la década de los sesenta, el Instituto Gallup, acreditada empresa norteamericana de sondeos que concedió una licencia en España, empezó a realizar encuestas para medir, sobre todo, la popularidad del príncipe Juan Carlos. Podríamos decir que son las primeras encuestas políticas de la España moderna. Son muy interesantes. Ofrecen una buena fotografía de la sociedad española de la época. Evidentemente se realizaron en una situación en la que imperaba el miedo. Cualquier familia podía asustarse al recibir la visita de un señor que hacía preguntas de un cierto fondo político… Como veremos, eso quedó reflejado en los resultados. Son, por tanto, documentos que debemos saber leer e interpretar.
En mayo de 1969, un 52 % de los encuestados consideraba que el personaje más importante en la vida española era el general Francisco Franco. De manera significativa, el segundo clasificado era Manuel Fraga Iribarne, con el 6 % de opiniones. Le seguía el doctor Severo Ochoa, del que se hablaba mucho en televisión, con un 2 %. También frecuentaba los telediarios y obtenía un 2 % de las opiniones el ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María Castiella.
Esta es una primera pista de cómo estaban las cosas. Yo tenía doce años. Tú no habías nacido.
Sigamos. ¿Qué quería la gente? ¿Qué esperaba la gente del futuro a veinte años vista? Primero: la cura del cáncer. Seguimos esperándola, aunque hemos avanzado mucho. Segundo: que hubiera gente viviendo en la luna. Debemos recordar que estábamos en plena carrera espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Tercero: que se duplicara el nivel de vida. Un deseo muy razonable. Cuarto: que se pudiera vivir cien años. Vamos acercándonos. Quinto: que la URSS y Occidente convivieran pacíficamente. Estos eran los grandes temas del futuro.
¿Qué países tendrán un papel importante en el mundo dentro de diez años?, preguntaba la encuesta. Muchos apuestan por Estados Unidos, y unos pocos por Alemania y Suecia. Opinión discreta sobre el porvenir de Rusia e insignificante respecto a China. Solo el 1 % creía que China podría desempeñar un papel importante en el futuro.
También se preguntaba —aunque de forma un tanto eufemística, porque las encuestas también estaban sometidas a censura— sobre el deseo de democracia: «¿Qué considera usted urgente para nuestro país: el desarrollo político, social o económico?». Ya nos entendemos… En 1971, el 7 % de los encuestados consideraba urgente el desarrollo político, el 24 % el desarrollo social y el 61 % el desarrollo económico.
Otra pregunta, esta vez sobre el interés que despierta la política, también en 1971. Un 7 % decía que mucho (coincidiendo con el 7 % que consideraba urgente el desarrollo político). Regular: 17 %. Poco: 20 %. Nada: 53 %.
También hay datos pintorescos. Pese a la insistencia de la televisión, Paco Camino era mucho mejor valorado que El Cordobés. La actriz preferida de los españoles era Carmen Sevilla. Pirri, el futbolista. Raphael y Karina, el cantante y la cantante respectivamente.
PI: Raphael, qué tío…
EJ: Sí, sí, ganaba Raphael. Manolo Escobar iba detrás, seguido a su vez de una tripleta formada por Víc...

Índice

  1. Prólogo
  2. Introducción. Composición del lugar
  3. Europa
  4. América Latina
  5. La Transición
  6. Una década de crisis
  7. El ciclo electoral 2015-2016
  8. La izquierda en la era del populismo blanco
  9. El distanciamiento entre Cataluña y España
  10. Epílogo. Después de la moción de censura
  11. Dramatis personae
  12. Nota de los editores