Europa y sus bárbaros
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Europa y sus bárbaros

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Europa y sus bárbaros

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Es muy grave la crisis cultural que padece Europa. Pero, ¿se trata realmente de una guerra civil cultural, o más bien de una crisis moral?El autor nos ofrece un hondo diagnóstico, y para ello analiza los orígenes de Europa que, como dice Weiler, no es solo una realidad empírica, sino un ideal, un proyecto de comunidad política, de sociedad mejor. Europa aspira a ser una comunidad ética, que tiene sus raíces en Grecia, Roma y Jerusalén. Su sensibilidad moral está condicionada por la herencia cristiana y también por las luchas contra ella. Reconocer la propia herencia no viola la libertad religiosa de los europeos, sino que la protege. Confundir neutralidad con laicismo produce desconcierto, y abre la puerta a la barbarie.

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Información

Año
2012
ISBN
9788432142291
Categoría
Literature
Categoría
Literary Essays
III. EL ESPÍRITU DE LA CULTURA EUROPEA
Las tres más grandes creaciones del espíritu humano son, según Zubiri, la religión cristiana, la filosofía griega y el derecho romano. A ellas, cabría añadir, a su juicio, la ciencia moderna. Ortega consideraba que Europa era, ante todo, ciencia (y la técnica y el industrialismo derivados de ella) y la democracia liberal. Cabría, por mi parte, añadir la creación de la Universidad como institución dedicada a la búsqueda de la verdad. En este sentido, Europa sería la síntesis, más o menos estable, entre Atenas y Jerusalén. Pero también, por eso, ante todo Roma. Esta es la tesis fundamental de Rémi Brague. Europa es esencialmente romana1. Por ello, se opone a toda orgullosa reivindicación europea de haberlo inventado todo2. Más bien Europa se ha apropiado de lo extraño; es la depositaria de un legado que ha hecho voluntariamente suyo, pero que no ha creado por sí misma. El reto para Europa es conservar esa tradición ajena y vivir a la altura de ella3. En este sentido, acaso hoy muchos «no europeos» estén encarnando mejor la actitud romana que los propios europeos4. En definitiva, cabría sostener que no es Europa la que ha creado el cristianismo, la filosofía y el derecho romano, sino, al revés, que estos la han forjado a ella. Quizá sea diferente el caso de la ciencia moderna y de la democracia liberal.
1. La filosofía griega
1. La Europa de los filósofos
El concepto de Europa es cultural y, básicamente, filosófico. Europa es el ámbito cultural de la filosofía. En este sentido, la «muerte» de la filosofía entrañaría la destrucción de Europa. Por eso también, la cuna de Europa es la misma que la cuna de la filosofía: Grecia.
La idea de que el ser de Europa se encuentra vinculado a la filosofía fue egregiamente expuesta por Edmund Husserl. Los días 7 y 10 de mayo de 1935 pronunció en Viena una conferencia titulada «La filosofía en la crisis de la humanidad europea». Se trata de un diagnóstico de las raíces filosóficas de la crisis europea, que no entraña la asunción de la tesis de la decadencia que había formulado Oswald Spengler. Su hipótesis es que la crisis europea recibe una luz nueva a partir de la determinación de sus causas filosóficas. El punto de partida es la consideración de que la vida personal es una vida comunitaria. «Vida personal es vivir comunitariamente como yo y nosotros en un horizonte de comunidad»5. Europa y las naciones europeas están enfermas y fracasan necesariamente todas las terapias naturalistas. Husserl se pregunta por las causas del fracaso de las ciencias del espíritu, en comparación con los servicios magníficos prestados por las ciencias de la naturaleza. La tarea reside en la fundamentación de una ciencia general del espíritu. Pero es imposible fundamentar las ciencias del espíritu en las ciencias de la naturaleza.
«Cegados por el naturalismo (por mucho que den, a la vez, verbalmente en combatirlo) los científicos del espíritu han olvidado por completo formular siquiera el problema de una ciencia del espíritu universal y pura y plantear la cuestión de una doctrina esencial del espíritu puramente como espíritu, llamada a investigar lo incondicionadamente general de lo espiritual en sus elementos y leyes. Y todo ello con el objetivo de obtener, a partir de ahí, explicaciones científicas en un sentido absolutamente concluyente»6. El problema de Europa es un problema histórico-espiritual y reside en el funesto naturalismo y en el dualismo moderno de la interpretación del mundo. Europa es una forma de vida espiritual. Existe una idea filosófica inmanente a la idea de Europa. Con ella irrumpe una nueva época de la humanidad que no quiere ni puede vivir sino a partir de las idea de la razón, en orden a la realización de tareas infinitas7. A pesar de la hostilidad existente entre ellas, las naciones europeas comparten un íntimo parentesco espiritual que supera sus diferencias. Hay en Europa algo singular y universal que incita a los demás pueblos a europeizarse, en tanto que los europeos nunca sentimos el deseo de asimilarnos a otros pueblos. Hay algo en el modo de ser europeo que le confiere el sentimiento de una evolución hacia una forma de vida y de ser ideal, como hacia un polo eterno8. El fin espiritual de la humanidad europea yace en lo infinito. El lugar y fecha de nacimiento de Europa es la nación griega antigua en los siglos VII y VI a. C. Surge allí una actitud nueva ante el mundo circundante. Es la filosofía, la ciencia universal, la ciencia del todo, del mundo, de la totalidad de todo ente. «En la irrupción de la filosofía en este sentido, en la que todas las ciencias vienen, en consecuencia, incluidas, veo, por paradójico que ello pueda sonar, el protofenómeno de la Europa espiritual»9. Surge una nueva forma de comunidad que se proyecta vitalmente hacia el polo de la infinitud. Crece y toma cuerpo «una nueva forma de comunidad duradera, cuya vida espiritual, que debe su condición de vida común al amor a las ideas y a la conducción ideal de la vida según normas, lleva en sí el horizonte de futuro de la infinitud: el de una infinitud de las generaciones que se renuevan desde y a partir del espíritu de las ideas. Todo esto se consuma inicialmente, pues, en el espacio espiritual de una única nación, de la nación griega, como desarrollo evolutivo de la filosofía y de las comunidades filosóficas. De un solo golpe toma cuerpo con ello por vez primera en esta nación un espíritu cultural general capaz de hacer entrar en su órbita a la humanidad entera, y se produce así una transformación perpetua en forma de una nueva humanidad»10.
El sentido de Europa se revela en la especificidad singular de la filosofía. Cabría decir que Europa es una comunidad filosófica. Su producto, como el de la ciencia, no es real sino ideal. La idea de la verdad en el sentido de la ciencia se desprende de la verdad de la vida precientífica11. Sólo a partir del surgimiento de la filosofía, surge la idea de una tarea infinita. «La cultura científica bajo las ideas de la infinitud significa, pues, una revolución del conjunto de la cultura, una revolución en el modo de ser entero de la humanidad como creadora de cultura»12. Sólo entre los griegos nos encontramos con una actitud puramente «teorética» que da lugar a una comunidad nueva, a la comunidad de los filósofos, de los científicos. «Se trata de hombres que no trabajan aislados, sino unos con otros y unos para otros, en un trabajo comunitario interpersonal por tanto, que no aspiran sino a la teoría y sólo producen teoría, una teoría cuyo crecimiento y perfección constante termina, con la extensión del círculo de los colaboradores y la sucesión de las generaciones de los investigadores, por ser finalmente asumida en la voluntad en el sentido de una tarea infinita y general. La actitud teorética tiene en los griegos su origen histórico»13. Esta actitud teorética es, en su esencia, por entero y en todas sus dimensiones no-práctica. El hombre pasa a ser un espectador desinteresado del mundo, un filósofo. Surge así la pregunta por una nueva verdad, por la verdad en sí. «A la actitud teorética del filósofo corresponde, pues, la decisión constante y previa de dedicar la vida futura, siempre y en el sentido de vida universal, a la tarea de la teoría, a la edificación de conocimiento teórico sobre conocimiento teórico in infinitum»14. De la filosofía emana una doble fuerza espiritual. Por una parte, la peculiar universalidad de la actitud crítica. Por otra, la vida cultural deja de recibir sus normas de la experiencia cotidiana y de la tradición para pasar a hacerlo de la verdad absoluta. «La verdad ideal se convierte así en un valor absoluto»15. A partir de esta nueva comunidad de intereses puramente ideales surge «un movimiento educacional y cultural»16. Las ideas son más fuertes que todos los poderes empíricos y que todas las tradiciones. Se rompen así las barreras nacionales. La ciencia universal avanza y se convierte en un valor común para la mayoría de las naciones.
Sobre el comportamiento de la filosofía respecto de las tradiciones existen dos posibilidades. O bien lo tradicionalmente válido es rechazado por entero o bien su contenido es asumido filosóficamente. Esto puede ser contemplado con relación a la religión. Dios puede no ser rechazado sino asumido por la filosofía. Esta asunción tiene la forma de una «logicifización». «En el proceso general de idealización que parte de la filosofía Dios es, por así decirlo, logicifizado, es convertido en portador del logos absoluto»17.
La originalidad griega entrañó una mutación radical de la existencia humana y de la vida cultural que produjo una supranacionalidad de tipo enteramente nuevo: la figura espiritual de Europa18.
Así lo expresa Husserl: «es un espíritu nuevo, proveniente de la filosofía y de sus ciencias particulares, un espíritu de crítica libre y de estipulación normativa de tareas infinitas que permea de parte a parte la humanidad, dominándola, y que crea ideales nuevos, infinitos. Ideales para los hombres individuales en sus naciones, ideales para las naciones mismas… En esta sociedad total, idealmente orientada, la filosofía conserva su función rectora y sus especiales tareas infinitas; la función de desarrollar una reflexión teórica libre y universal capaz de englobar también todos los ideales y el ideal de todo: el universo, en fin, de todas las normas. De modo duradero la filosofía tiene que ejercer su función en la humanidad europea: la función arcóntica de la humanidad entera»19.
Conviene distinguir entre el racionalismo sano y el racionalismo extraviado. La crisis europea hunde sus raíces en un racionalismo que se ha extraviado. Pero eso no significa que la racionalidad en sí sea mala o deba tener un papel subordinado en el conjunto de la existencia humana. La racionalidad deberá ser clarificada o reconducida, pero, en cualquier caso, está llamada a dirigir el proceso evolutivo. El racionalismo del período de la Ilustración fue un extravío, aunque, con todo, un extravío comprensible. La razón filosófica representa un nuevo nivel en la humanidad y en su razón. El nivel máximo de lo humano exige una filosofía genuina20.
«El filósofo tiene, en consecuencia, que tender siempre a dominar y hacer suyo el sentido pleno y verdadero de la filosofía, la totalidad de sus horizontes de infinitud. Ninguna línea del conocimiento, ninguna verdad particular, puede ser aislada y absolutizada. Sólo en esta máxima autoconciencia, que pasa a convertirse ella misma en una de las ramas de la tarea infinita, puede satisfacer la filosofía su función, puede ponerse ella misma en marcha, poniendo en marcha a la vez humanidad genuina. Pero el que ello sea así es cosa que pertenece, a su vez, al ámbito del conocimiento de la filosofía en su máximo nivel de autorreflexión. Sólo en función de esta reflexividad constante es una filosofía conocimiento universal»21.
Desde estos presupuestos cabe hacer una crítica radical tanto al irracionalismo como al objetivismo, que se manifiesta en los diferentes tipos del naturalismo, de la «naturalización del espíritu». Las viejas y las nuevas filosofías fueron objetivistas. El idealismo alemán surgido de Kant intentó superar esta ingenuidad, pero no le fue realmente dado alcanzar ...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADA INTERIOR
  3. CRÉDITOS
  4. DEDICATORIA
  5. ÍNDICE
  6. I. INTRODUCCIÓN
  7. II. SOBRE EL ORIGEN Y LA ESENCIA DE EUROPA
  8. III. EL ESPÍRITU DE LA CULTURA EUROPEA